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  Agosto
Romina Paula

168 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2009
ISBN: 978-987-24797-5-6

También disponible en ebook en Amazon, BajaLibros, Google Play, Apple Store y Kobo.

 
     
+Romina Paula en Entropía
     
   
     
 

"Algo así como que quieren esparcir tus cenizas. Algo como que quieren esparcirte", dice la primera línea de esta novela. Y, a partir de entonces, la protagonista de Agosto emprende el regreso a su Patagonia natal para participar del ritual fúnebre de una amiga amada.
Agosto es, por tanto, el relato de un viaje. Pero no se trata del usual viaje iniciático en el que quedan subrayados los puntos de inflexión en la evolución de los personajes. Todo lo contrario: en este viaje nada se inicia, nada nace expulsado hacia el futuro, sino que el pasado resuena para poner en cuestión un presente estable, pero insatisfecho. Por lo tanto, se trata, más bien, de un viaje de incómoda reverberación.
El reencuentro de la protagonista con el ecosistema de una niñez y una adolescencia por momentos idealizadas y por momentos trágicas, actualizará postergaciones y ausencias. Pero la herramienta no será la nostalgia, sino la incertidumbre radical y la colateral irrupción de la violencia. 
El tono de Romina Paula vuelve a adquirir en Agosto esa consistencia que le permite manejar, al mismo tiempo, una inconfundible marca generacional y una universalidad íntima. La habilidad de su prosa para trasladar la oralidad a la narrativa, central en su anterior novela ¿Vos me querés a mí?, se transforma aquí en el delicado desarrollo de una voz a medio camino entre el discurso interior y la apelación a una segunda persona improbable, construida sobre retazos de una subjetividad compleja e irresistible.

Contratapa

 

 

 

 

 

 

 

 

     
   

Primero, y no sé en qué orden, riego un jardín, es Esquel, es el jardín de mi casa de Esquel, de la casa de mi viejo superpuesto con tu quinta. Riego los árboles del contorno, recuerdo su orden, cuál después de cuál y la sensación de transitar de una sombra a otra, de dónde crece pasto y dónde no. El eucalipto, el roble, el pino, el pino con sus frutos en forma de rosetas, rosas de pino, marrones, de madera, como flores de madera; el espacio para la tranquera, sin árboles, la plantación, el breve plantío de frambuesas, sin mucho fruto, el árbol de ramas parejas, paralelas desde el suelo, fácil de trepar y sus frutos amarillos y naranjas, pegajosos, ¿son sus flores?; el abeto, como un pino pero azul, que no se deja trepar para nada y entonces no tiene tanta presencia, tanta personalidad, para nosotros que medimos los árboles en relación a su practicidad. Todo está muy seco y me cuesta controlar la manguera, porque es grande, ancha y tiene mucha presión. ¿Es amarilla? 


Después, estoy en la facultad y alguien me toca la punta de uno de mis dientes, las paletas, un pedacito que pareciera estar suelto y es así que se me rompen todos, toda la parte de adelante se cae a pedazos, como si fueran vidrios. Me quedan despojos de dientes, puntiagudos y pinchudos, como de roedor pero rotos. Sorpresa y dolor.

Fragmento
     
   

Autora

 

Foto de solapa:
Gonzalo Castro
 
                     

Romina Paula (Buenos Aires, 1979)
Publicó la novela ¿Vos me querés a mí? (Entropía, 2005). 
Como dramaturga y directora estrenó las obras Si te sigo, muero (basada en textos de Héctor Viel Temperley, 2005), Algo de ruido hace (2007) y El tiempo todo entero (2009).


   


Ediciones internacionales

La Nuova Frontiera
(Italia)

Feminist Press
(Estados Unidos)

Marbot
(España y México)

Elefante
(Chile)

 

 



Reseñas

Revista Ñ
(Jorgelina Núñez)

Radar Libros
(Alicia Plante)

Veintitrés
(Brenda Fontán)

La Capital
(Irina Garbatzky)

Revista Ñ
(Valeria Meiller)

El Roommate
(Othoniel Rosa)

Libros y literatura
(Rosario Arán)

Los asesinos tímidos
(Camila Fabbri)

Clarín
(Patricia Kolesnicov)

Asociación Amigos del Kraken
(Emi Rodríguez)

La Repubblica / Italia
(Elena Stancanelli)

 

Entrevistas

Los Inrockuptibles
(Matías Capelli)

Eterna Cadencia
(Patricio Zunini)

Crítica de la Argentina
(Patricio Féminis)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[Revista Ñ]

Todas las despedidas que nos habitan

Por Jorgelina Núñez

Lo primero que llama la atención en Agosto es que la voz única de esta novela no quiere seducirnos, ni contarnos, ni invitarnos a seguirla en su viaje exterior e interior, ni hacernos creer nada. No tiene estrategias, no elige las formas, es más, se desentiende olímpicamente de nosotros los lectores. Para ella, no existimos, no hemos existido nunca.

Cuando Emilia recibe la noticia de que la familia de Andrea, su amiga de toda la vida, ha resuelto, a los cinco años de su muerte, esparcir sus cenizas en algún lugar de las afueras de Esquel, está sola y lejos, en Buenos Aires. Vive con su hermano y a medias con su novio, está haciendo lo que quería, dentro de lo que puede, se siente más o menos contenta o no, no se siente contenta para nada. Cree que cuando una decide irse de su ciudad las cosas cuestan pero valen la pena, por lo menos se saca el gusto, o las dudas, no se queda añorando lo que podría haber sido. En fin, le gusta el barrio donde vive, su novio la quiere y está más o menos bien. O no, no sabe, le parece, pero no está segura. Entonces ya ha decidido que va a asistir a esa ceremonia, que viajar es lo más oportuno, tomar distancia, ver las cosas desde allá, desde el Sur y ver también lo que ha dejado, cómo ha sido durante estos años la vida en ese lugar, sin ella.

Todas estas cavilaciones se las está contando a su amiga muerta; ella la sigue acompañando, como lo ha hecho siempre. Nosotros hemos captado ese monólogo –o esa conversación de la que falta una parte– igual que si lo estuviéramos escuchando en el colectivo. Alguien, cerca, habla por teléfono e inesperadamente quedamos capturados en el relato: queremos seguir oyendo, qué va a hacer, cómo le va a ir a la que habla. Escuchamos expectantes, aguzando el oído para no perder detalle. Así, lo que empieza como una curiosidad auditiva distanciada, porque algunos no compartimos del todo los códigos de un discurso generacionalmente muy marcado, se nos hace de inmediato familiar y nos metemos de lleno en esa historia pequeña, de la que ya no deseamos salir.

La escritura de Romina Paula da vida a una intimidad indirecta, porque está contada para nadie o, mejor, para adentro, como esos diálogos con nosotros mismos en los que imaginamos lo que el otro nos diría y en los que no rige principio de contradicción ni censura alguna. Y es visceralmente creíble: está hecha de dudas, de penas, de euforias pasajeras y de chicanas para consigo misma y los demás. Con una sonrisa, pega fuerte y no perdona.

Los diálogos que se intercalan son pocos, pero casi siempre suenan perfectos. Intrigantes, hay un conjunto de escenas autónomas que hablan del mal. Refieren episodios truculentos de la vida real que la narradora cuenta como si dijera: todo esto pasa, incluso esta violencia condensada a la que pongo afuera para que no me envenene.

Pero lo que predomina es la melancolía que pesa como una mochila de la que no se decide a desprenderse. No se deriva de muerte de la amiga, aunque la ceremonia fúnebre merece algunas de las mejores páginas (“Me emocioné, no lo niego, sobre todo ahí en el puente, como había propuesto el tema del lanzamiento, de esparcirte en caída libre, y tenía la imagen de la china cayendo entre nubes, no pude evitar conmoverme, pero fue tanto que no lloré. Supongo que hubiese sido cursi llorar, redundante. Propongo la ceremonia y después me deshago en lágrimas, con tus padres ahí, no quedaba bien. (…) no nos movimos mientras duró el descenso, la evaporación, no sé cómo llamarlo, aquello, nos quedamos un ratito más así, el viento era terrible, filoso, pegaba en la nuca, pero yo llevaba capucha. Hasta que tu hermana dijo que nos fuéramos, que se estaba cagando de frío…”).

La melancolía proviene de otro lugar, de las pequeñas muertes cotidianas que la protagonista registra y en las que nos reconocemos, lo que ha quedado en otro tiempo y otro lugar y ya no está: la vida en familia, los amigos de la adolescencia, un amor que hizo su vida sin nosotros. Porque habla con la voz de toda una generación sin asumir su representación, porque atrapa como un policial, porque sin buscarlo nos interpela y nos somete a su temblor y porque abre las puertas a un modo distinto de narrar, hay que leer Agosto.

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[Radar Libros]

Cenizas del paraíso

Por Alicia Plante

Siempre fue difícil trasmitir las asincronías y arabescos del pensamiento con palabras; las ideas se superponen, las direcciones se mezclan erráticamente, abusan de la anarquía que nuestra necesidad de orden les concede un minuto antes de la desesperación. El lenguaje, en cambio, funciona dentro de ese otro nivel que nos permite nombrar la locura con la perspectiva que le conceden el miedo y la esperanza de que la seguiremos mirando desde afuera, pero el pensamiento, ese secreto y rebelde compañero que nunca nos abandona, que ignora los límites, que se desliza salvajemente en las oscuridades del deseo y las fantasías de poder, violencia o muerte, que se recorta contra el horizonte siempre inaccesible de los buenos propósitos y que con sus materiales construye y constituye nuestra memoria, nuestra coherencia, nuestra constancia, nuestro ser..., ése, nuestro pensamiento, no funciona dentro de ningún orden que se haya descifrado todavía. Intentarlo, entonces, la comunicación de esas evoluciones vertiginosas, aceitadas, inasibles, es de pronóstico reservado.

Y no obstante tanta cautela, aquí aparece de pronto alguien que aparentemente lo consigue: con gran madurez y belleza de estilo, Romina Paula, joven, por supuesto (por el coraje que requiere fundar lo original) y mujer (también por supuesto, por la densidad de la intuición con que se aplica a desentrañar y soportar la confusión y la duda), nos mete dentro del volcán de una mente ajena y desde allí, a través de sus palabras, somos el personaje. Y la velocidad de la lectura en todo momento es más lenta que la trayectoria mental de los diferentes registros simultáneos, las oscilaciones, las mezclas de sentido, las contradicciones, la melodía del pensamiento y las emociones del personaje, Emi. Todo involucrado en un viaje a Esquel, escenario de su origen, dejando atrás momentáneamente una vida prolija en Buenos Aires que está preparada a defender hasta de sus propias vacilaciones. Y no lograrlo del todo.

Y el tema de esta novela, el tema, por supuesto, es el amor, qué otra cosa importa tanto, ese total y tan tierno y profundo que hasta el último momento de la narración no se termina de comprender, que sucede, que está ahí de todos modos, que cinco años más tarde de la muerte de la amiga amada sigue doliendo sin consuelo, que por momentos sumerge al personaje de Emi en el alivio de haber vuelto a los entornos reales, donde es peor y sin embargo la cristalización de sufrirlo a la distancia se quiebra y el dolor cambia ligeramente, se mueve un poco.

El amor en sus dos caras, también aquella de lo que no pudo ser, el hombre que eligió dejar atrás y de golpe surge delante, que fue a pesar de todo y quizá sigue siendo ahora que ya es tarde, los principios y los fines, las fidelidades, ¡cómo saber, Emi, lo que importa, lo que quiere!

Romina Paula no aclara casi nada, los hechos, los personajes, las cosas que los vinculan van surgiendo cuando deben, y ella, Emi, se turba, se bambolea, se excita, se desconsuela, se abandona, cree que puede y no sabe.

La historia está escrita en segunda persona, podría considerarse una larga carta a su amiga, pero es a uno, al lector, que le escribe y se lo está diciendo: que la vida no es lineal, que los sentimientos tampoco, que no es bueno creerlo.

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[Veintitrés]

Ganas y desganas

Por Brenda Fontán            

Tal vez pueda definirse como una larga carta o una especie de diario íntimo o diario de viaje. O quizás sea una confesión de sentimientos, ganas y desganas. Tal vez no haga falta definición alguna. Nada tiene un porqué, ni un orden lógico, ni un principio y, ni siquiera, un fin en Agosto -última novela de la escritora, directora teatral, dramaturga y actríz Romina Paula (su primera novela fue: ¿Vos me queres a mí?)-. Cinco años después de la muerte de su amiga del alma, Emilia -la protagonista- vuelve a su Esquel natal a pedido de la familia de su amiga para esparcir las cenizas.

Esa situación la lleva a internarse en un sin fin de reencuentros y sensaciones. Aparecen personas y escenarios de su pasado para volver a formar de un presente extraño, por momentos agobiante. El amor perdido, el que ya no será, el que podría ser, la edad de una mujer joven que comienza a sentir el paso del tiempo como forma de vida y las preguntas que eso dispara. Todo junto y al mismo tiempo. “Es fácil renegar de la melancolía cuando se tiene pensado vivir tan poco”, acusa y reflexiona la protagonista. Y los cuestionamientos, van y vienen con esa única voz que Romina Paula logró formar tan concreta y profundamente. En Agosto casi no existen los diálogos. Es un relato lleno de contradicciones tan orgánicas, tan reales, que es imposible no ubicarse como protagonista o como receptor de esta hermosa novela. Porque es eso, y esto sí requiere una definición. Una hermosa novela.

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[La Capital]

Una chica de los años 90

Por Irina Garbatzky

Decir que los 90 constituyen la atmósfera de Agosto, la reciente novela de Romina Paula (Buenos Aires, 1979), no sólo apunta a periodizar la adolescencia de Emilia, la protagonista, sino que intenta advertir un código que atraviesa el libro y que estaría fundado en una cultura del collage y el entretenimiento. La protagonista es una jovencita que vuelve de Buenos Aires a Esquel para asistir al ritual de cremación del cadáver de su amiga fallecida, y que dispone de un sistema que funciona como imantación hacia un pasado repleto de íconos masmediáticos. En dicho sistema, el motivo central es la película Generación X, y es también su corazón de sentido: "ese discursete de you and me and coffee and cigarettes y no necesitamos nada más que eso (...), se aman y chau, no necesitan nada más que eso, con tenerse basta/alcanza".

Sin embargo en Agosto ocurre todo lo contrario, ya que se trata de una novela de amor en la que las relaciones distan de ser recíprocas: los amantes no se tienen el uno para el otro, tampoco las amigas —desligadas por la muerte—, ni resulta el vínculo madre-hija. El ideal subrepticio de la narración pasaría por la pregunta acerca de cómo colmar las expectativas si se forma parte de una generación insatisfecha y seguir adelante con lo ausente.

Para ello, el camino que Romina Paula elige es interesante: narrada en segunda persona, Emilia le escribe a su amiga, le cuenta el día a día de las vicisitudes de su duelo y de los eventos familiares. La novela pronto parece derivar en un diario personal. El tono utilizado se acerca tanto a la conversación como a la fluidez de los monólogos interiores, donde la propia escritura se vuelve un pensamiento y el lector acompaña al personaje en sus propios temores o indecisiones.

El libro se estructura como las novelas de aprendizaje, y el conflicto interno de la protagonista se resuelve cuando ésta declina en la búsqueda de su resolución. En la vuelta a la adolescencia, el encuentro con el amor abandonado, la comparación con los amigos y las preguntas por el futuro, Emilia termina de resolver su elección de vida por fuera de las determinaciones familiares y locales. Sin embargo lo irrepetible, o lo que más puede parecerse a una experiencia de transformación, se da en pasajes breves: sueños, invasiones de ratas, conversaciones a larga distancia.

Aunque al leer Agosto uno podría inferir una biblioteca particular (ya sea desde Las olas de Virginia Woolf hasta algunos cuentos de Clarice Lispector), lo que realmente funciona como marca de su escritura son las referencias a filmes y bandas musicales: El viaje de Chihiro, la música de Counting Crows, Babasónicos, Bob Marley y The Police, los relatos de telefilmes y la propia Winona Ryder. Estas imágenes son utilizadas como decorado de un cuadro de extrema fragilidad: "Como Chihiro pero más triste, porque no es por mi mamá y mi papá convertidos en cerdos que lloro, sino por mí, que ya no soy nada/ que soy una imbécil". O bien: "Ya no quiero más, ya no quiero más ahí. Inconformismo y comodidad, todo junto y al mismo tiempo".

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[Revista Ñ]

Un oído privilegiado

Por Valeria Meiller

¿Vos me querés a mí? (Entropía, 2005) es el título del debut novelístico de Romina Paula. Allí, la joven escritora -que también es dramaturga, directora teatral y actriz- apostaba a lo que Beatriz Sarlo llamó "un ejemplo casi experimental de estilo". La novela se acercaba a los personajes a partir de la transcripción directa de sus diálogos y lo hacía con tanta destreza que por momentos el lector quedaba atrapado en el oleaje de las conversaciones como si verdaderamente estuviera ahí.

En este sentido, Agosto, su nueva novela, funciona al mismo tiempo como la confirmación de ese oído privilegiado y la posibilidad de extremar la escucha en el interior de una única voz. La novela entera se construye como un diálogo trunco o como un diario de viaje dirigido, escrito especialmente para ser leído por alguien. Pero todo está relatado en un registro mucho más próximo al oral que al escrito por lo que, en un afán conciliador, a lo sumo podría decirse que la novela entera está construida como un largo monólogo en el interior de una conversación telefónica. El único problema para decir esto es que ya desde la primera página sabemos que uno de los interlocutores está muerto.

Emilia viaja a Trelew invitada por la familia de su mejor amiga para asistir a una ceremonia: a cinco años de su muerte, Andrea está a punto de ser desenterrada de una fosa común y sus padres planean hacer cremar su cuerpo y arrojar las cenizas al río. Emilia también es de Trelew pero hace algunos años que vive en Buenos Aires con su hermano y, como ella misma dice, ha ido construyendo su vida allá. Sin embargo, como se irá demostrando en el decurso de la novela, el sur todavía tiene mucho más de su vida de lo que a ella misma le gustaría. El motivo de su regreso en sí mismo tiene una carga emocional muy fuerte, que se irá reforzando a partir de ciertas circunstancias, más o menos fortuitas, arrastrándola a revisitar zonas peligrosas de la memoria. Un disco de los Counting Crows, una campera, una sillita de bebé: todos los objetos que Emilia va encontrando a su paso se parecen a descargas eléctricas que golpean sobre el presente con la furia del pasado poniendo en jaque sus certezas.

Por momentos, el relato vuelve a lo que está sucediendo en Buenos Aires y es aquí donde Romina Paula demuestra una enorme capacidad de objetivar las sensaciones de su personaje: en su departamento hay un ratón, una rata, una laucha, algo. Un roedor que viene a cumplir las de su ley enrareciendo el espacio habitable, volviéndolo abyecto y expulsando a la protagonista en relación a su regreso. Las conversaciones telefónicas con Ramiro, su hermano, están todas tomadas por ese asunto. Pero este es apenas uno de los eslabones en la cadena de pequeños elementos perturbadores que, en su conjunto, le imprimen a la historia un halo misterioso. Otro, por dar un ejemplo, es la serie de capítulos breves donde, sin ningún motivo aparente, Emilia se dedica a la descripción de crímenes familiares leídos o escuchados, siempre de lo más escandalosos.

La relación entre lo que se dice y lo que se calla funciona para el lector como un disparador de infinidad de conjeturas y posibles desenlaces. Y es en ese margen donde la novela adquiere gran parte de su fuerza: la voz que cuenta, en Agosto, se repite, se desdice, por momentos incluso se vuelve huidiza. Pero igual avanza, dueña de una genialidad vertiginosa, hiperconsciente de que la única manera de que esta especie de no-diario exista es seguir monologando hasta la última página.

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[El Roomate]

Una unidad orgánica

Por Othoniel Rosa


«A mí me gustan los acercamientos a lo melodramático desde afuera. La forma más simple para esto, es la crítica o la burla. Es decir, mostrar lo melodramático como una banalización mercantilizada de las emociones, producto del capitalismo individualista que nos dice cómo tenemos que sentir. La estrategia más sencilla es reírnos de ello, negarle la solemnidad falsa que pretende. La forma compleja es la de Manuel Puig, cuya pasión por lo melodramático de la cultura de masas (telenovelas, películas, etc.) no es ni burla ni homenaje, sino obsesión rara que no imita en sus novelas (que no pueden ser consideradas como cultura de masas), pero que usa, obsesivamente, para crear algo complejo en algo banal. La novela Agosto, la segunda de Romina Paula (1979), puede ser leída en esta tradición. O al menos así empecé a leerla. Por ejemplo.

Suena Every breath you take, hay varios puntos de contacto de mi cuerpo con el suyo, voy relajándome, dejando/apoyando mi peso sobre esos puntos, pasándoselo todo a él, el peso, inhalando su olor, hay de todo ahí, es él y a la vez hay un par de texturas nuevas, algo de niño, vómito o alguna otra cosa, y olor a comida, un poco de olor a comida también.

El trabajo con lo melodramático en esta novela es todo cuestión del tono cotidiano con que la autora lo maneja y contiene, mostrando cómo lo patético (esa canción, por ejemplo, Every breath you take) sucede y nos atrapa a la vez que se hace evidente en el vómito. El resumen de las partes de la novela parece una receta para la catástrofe literaria de una novela cursilona. Si embargo, la autora logra, de una manera muy sencilla y bella, amarrar esas partes en una unidad orgánica que funciona muy bien. La novela cuenta la historia de Emilia, la narradora, que vuelve a su pueblo natal por una semana, para esparcir las cenizas de quien fuera su amada amiga. En el proceso se tropieza con el pasado que abandonó, el ex novio que ahora tiene esposa e hijos, con su padre rejuvenecido, con el trauma de su “madre abandónica”, y todo esto narrado en la segunda persona, la más difícil de las voces narrativas. Difícil porque es proclive a lo cursi o al virtuosísmo. And yet, and yet, la autora logra evadir toda la banalidad del sentimentalismo enlatado con un tono narrativo que no pretende la identificación facilona del lector y que sabe reírse de su propio patetismo, sin con eso descartar el hecho de que, a veces, la vida nos pone en situaciones patéticas que nos causan tanto la risa como la tristeza. Es decir, como dice Nietzsche en La gaya ciencia, una voz que sabe encontrar tanto al héroe trágico como al idiota cómico en su búsqueda de sí. En la siguiente cita, la narradora avista a la nueva familia de su ex-novio y se esconde tras un arbusto.

Qué horror, qué espanto, y yo escondida detrás del yuyo, qué patético, la historia de mi vida: la gente forma familias mientras yo me oculto detrás de un arbusto.

Otro elemento que logra darle una bella unidad literaria a la novela, y que ya se puede ver en esta cita, es el lugar marginal desde el que la narradora enuncia y ve la realidad. El lugar de la ex-novia celosa detrás de un arbusto, o como en las citas que siguen, el lugar de la adolescente que no logra la adultez siendo ya adulta, o el lugar de la improductuvidad social de quien no sabe lo que hace con su vida.

Fui tan hija ahí, con todos los adultos. Se me permitía estar callada, no tener opinión acerca de nada por un rato, supongo que hasta podría haberme quedado dormida sobre la mesa o extendida sobre una par de sillas y a nadie le hubiera llamado la atención. De hecho, estuve a punto de hacerlo. Tan hija fui.

La gente trabaja, yo no. Yo miro por la ventana, miro por la ventana, por la ventana.


Y luego, por supuesto, está el gran evento literario de una narradora en segunda persona que funciona y que tiene un gran poder literario sin que podamos acusarla de virtuosismo pretencioso; Paula es una autora del detalle minimalista. La narradora cuenta la historia de cómo el pasado geográfico y filial se nos pega en el cuerpo y lo que nos enseña a los lectores compulsivos es que, para quien sepa usarla, la segunda persona es realmente la mejor voz para narrar el pasado propio, lo que es contra-intuitivo (pensaríamos que la primera persona es mejor). Como si la distancia que implica ese tú fuera necesaria para hablar del yo, como que el yo necesita ese alejamiento, ese maldito yo que tanto infesta la literatura argentina contemporánea con su poco cuestionado afán autobiográfico y narcisista. En general, la segunda persona en esta novela funciona como un diario, apenas contándonos nada de la vida de ese tú tan extrañado que es la amiga muerta. Pero en el momento climático de la novela, en su tour-de-force, la autora suelta dos páginas de pleno vuelo poético, en las que erupciona la presencia de ese tú. Es una conmovedora enumeración de todos los lugares en los que la muerta se hace presente. Así, nomás, los dejo con la cita.

Acá no, acá vengo y estás en todo. En el frío, en la mañana, en la almohada, en tu campera, en tu mamá. Y estás afuera, en la subida, el ripio, en el asfalto y ahí donde el asfalto empieza a ser tierra casi imperceptiblemente y no se puede distinguir con claridad quién engulle a quién. Ahí y en los ladridos. En los ladridos de los cuzcos, hijos de los hijos de los hijos. […] En la escasez de ropa sobre esa piel de adolescentes, bronceadas y expuestas junto al agua, en el agua, bajo la mirada intermitente de esos otros adolescentes a la sombra de esos álamos. En eso y en la progresión del deseo. En su realización o suspensión, en su llevada a cabo o fracaso absoluto

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[Libros y Literatura]

El receptor ausente

Por Rosario Arán

Hay libros que esperan en mi biblioteca un año o algunos meses, hasta ser leídos. Los compro y sé que en algún momento los voy a leer, aunque se adjudican un número en la lista de espera. Pero con Agosto de Romina Paula, fue inmediato. El proceso fue casi mecánico: ví un artículo sobre ella en una revista que mencionaban a este libro, lo busqué online para saber el precio y posibles lugares de compra, esa misma noche –la de Noche de Librerías de Buenos Aires– fue mi objetivo. En una no estaba, en la otra, me abrí paso hacía el mostrador, pregunté, me lo buscaron, me lo dieron y me instalé en la larga cola para pagar. Me bastó terminar el libro que estaba leyendo para empezar Agosto. Y así como lo empecé, lo terminé rápido porque su escritura te toma y te lleva sola, como de la mano.


Emilia recibe una carta en donde la familia de su mejor amiga muerta, la invitan a una pequeña ceremonia: Arrojar sus cenizas al río en Esquel. Ella hace tiempo que vive en Buenos Aires, que tiene pareja y hace su vida. Volver significa regresar a su pasado que creyó dejar atrás.


El libro es una larga carta a su amiga, donde le cuenta su viaje aunque no nos damos cuenta que se trata de una carta. Porque parece una conversación, una verborragia típica argentina –con las expresiones de la oralidad puestas de forma prolija en la escritura– para comentar las sensaciones que le produce el encuentro con lo que se dejó atrás.


Se ve asaltada por una sensación de pertenecer y no pertenecer. Aquello que siempre le fue familiar, a quienes conocía, de repente se vuelven extraños pero con cierta familiaridad que le gusta, que le atrae. Cuando mira a su vida establecida que creía que la hacía feliz, allá en la lejana Buenos Aires, parece que no lo es tanto y las preguntas empiezan a sucederse una tras otra.


Hay mucho de un personaje construido en base a una nostalgia y a un rechazo del lugar del que viene. Un sentimiento encontrado entre la decisión tomada cuando quiso cumplir sus metas al irse a Buenos Aires y todo lo que se deja atrás. Es esa incertidumbre de pertenecer y no, de haber sido parte, de seguir siendo parte pero tampoco serlo porque se ha vuelto una realidad, un ritmo de vida ajeno. Esa situación es la que le plantea mil dudas.


Destaco, además de la temática de una joven que está encontrando el rumbo de su vida, la forma de narrar de la autora. No es fácil llevar la oralidad a la escritura, en especial como hablamos los argentinos, con velocidad y miles de expresiones particulares que pueden parecer obscenas  pero se han vuelto corrientes en las conversaciones.  Sin embargo, allí en el papel, vuelca todo como si estuviese conversando con esa amiga. Ese ritmo de lectura, te engancha, te arrastra y sin darte cuenta vas pasando las páginas sintiéndote como  si te hablara directamente.


No puedo dejar de añadir, que la ausencia de esa amiga, a quien recuerda y mediante esa enorme conversación/diario/carta, le habla porque tiene la necesidad de compartir todos esos  interrogantes e impresiones que le van surgiendo (no todas grises, algunas son cómicas o la autora al usar herramientas de la conversación, utiliza expresiones que resultan más humorísticas). Y esa relación con el receptor ausente, conmueve aunque no se llene de palabras que lo reflejen. El libro en sí, lo expresa, entre líneas.
No esperé adjudicarle un número en la lista de espera, tampoco creo que espere a comprar otro libro de esta autora argentina que realmente, como decía la revista que me la presentó, hay que tenerla en cuenta.

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[Los asesinos tímidos]

Pluma

Por Camila Fabbri

Agosto es la segunda novela de Romina Paula. Antes escribió: ¿Vos me querés a mí?, las dos editadas bajo el mismo sello: Entropía. Hay un formato de esta editorial que me habla de la autora, y no puedo evitarlo. Abro la tapa y la veo ahí, sentada, con un libro abierto; y no sólo eso, además esta leyéndolo (el libro). Me gusta que esté ahí. No siempre percibo que al autor me lo están mostrando: que quieren que yo conozca al autor. ¿Que nos miremos?. Algo que dice, algo de un mundo. El momento previo tiene que tener algo de esto, el tiraje de la primer oración y ahí vamos. De ahora en más, todo lo que venga, está bajo estos mismos efectos.

Agosto es una novela que cuenta un viaje. Emilia es la que escribe, y por tanto, la que viaja. El viaje significa volver: la ciudad donde creció.

En los noventa tuvo una amiga, ( el tema de las épocas me resulta del todo atractivo) .El nombre de la amiga lo conocemos hacia el final. Hay algo de la identidad de los personajes inventados que no se dice instantáneamente. La amiga de Emilia hoy ya no está, estuvo, pero ahora ya no. Los cuerpos prescriben: por esto el viaje. Hay que remover lo que en algún momento fue una amiga, y llevar los restos hacia otra parte: el Sur.Y allá, ¿qué hay del allá?.

Romina Paula relata este Sur como algo que pareciera no haber estado nunca antes. Para nadie. Es el Sur de ella, y eso en mí, resulta. Algo nuevo. El contacto íntimo con la zona, lo que encuentra allá, los que encuentra allá, confirman que sí, que hay un pasado. No que lo hubo: que lo hay. Los que están en el Sur funcionan como un paraíso. Esas personas se mezclan constantemente con ficciones de Emilia, una vez allá: sueños, dormir, películas. Algo del mundo paralelo, lo optativo. Lo aterrador del relato es ( y más adelante retomo otro ejemplo) un poco esto: la calidad de tiempo pasado que Emilia imprime en este presente; como si vivir añejo en uno mismo, fuese posible. Pareciera estar todo tan bañado, afectado, atrasado. Dudar de si hay alguna inclinación, una preferencia, por lo que se es: hoy. Lo que no estaba hasta ahora, en un personaje, ahora está de lleno. Un viaje en el tiempo. ¿Ciencia ficción? No, qué va. Ella, la autora. Y las ficciones que cuenta son lo explícito de todo lo otro: sinopsis de películas que cuentan el vínculo familiar enlazado con muerte, todo muerte. Un hombre que mata a su mujer, y se disfraza de ella para que la crean desaparecida. ¿Psicosis?. Dos hermanas, una se muere, y resulta ser que la mata su hermana para divertirse con el novio, el placer de sentirse distinta. (Romina tiene una manera particular de contar sinopsis desmesuradas, pareciera que lo hace con la mismísima paciencia con la que describe el oficio de un azafato de Micros de larga distancia). Y todo queda ahí, el personaje está todo el tiempo ahí. Escribiendo y soñando imágenes perversas. Vinculándose con gente del Sur, gente que eligió quedarse ahí. Y vinculándose también, de un modo perverso. Jugando a que se puede ser otro, estando en otra parte.

Pareciera que Emilia nunca hubiese llorado una muerte. Y ese nunca es siempre.

La novela está escrita en forma de carta, carta dirigida a un cuerpo muerto. Una especie de habeas corpus (hay cuerpo, todavía) por escrito; hay un cuidado cauteloso con lo que dicen estas cartas, éstas notas. Leo la novela y siento, en un punto, que fui la amiga de la que escribe, que morí, y que la que escribe me cuida; me cuida para que lo que me relata, no me parezca desatinado con ésa-ella que yo conocí ( conocía antes de morirme, yo). La novela me lleva, y por esto me marea: otra vez el tiempo, acá. Un fragmento de la novela dice:“Si no fuera por las zapatillas que llevo y que seguro me compré este año, dudaría de mi edad, dudaría de mi momento histórico, del punto en la línea de mi vida en el que me encuentro. Dudaría de la línea”. Acá cápsula, a eso me refiero, cápsula del tiempo. Objetos de un presente que pueden ser encontrados por generaciones futuras, propios de un pasado intacto. Algo más de lo aterrador de Agosto: lo claustrofóbico. La que remite las cartas no para de hablar sola.

Todo muta, menos la que escribe, Emilia.

Y la idea de cápsula me trae algo más: a simple vista una cápsula resulta una esfera cerrada. Si tiene la habilidad de cerrarse es porque guarda algo “gordo” adentro; algo que contar. La linealidad de hechos se anquilosa y sale. Acá, una novela. El tratamiento de las palabras de la novela sale de un encierro y cuenta otro. Esto me resulta, a mí particularmente, un trabajo identificatorio. Hay algo muy personal en lo que leo. No puedo decir si es por la elección de palabras, la historia, el orden en que suceden las personas y las cosas: pero sí, puedo intentar afirmar lo que me pasa cuando leo. Y en este caso encuentro esto: Pluma. Entonces resumir todo a una sola palabra. De tener pluma, creo. Algo de eso hay. De algo de esto se trata.

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[Clarín]

Lo que hay en las raíces

Por Patricia Kolesnicov

Agosto, alcanza esa palabra, acá en el Hemisferio Sur, para pensar en frío, en cierta aridez, en desolación. Agreguen "Patagonia". Agosto y Patagonia juntas... cómo no tener el frío bien calado en los huesos. Agosto y Patagonia: buen escenario para un entierro.

"Algo como que quieren esparcir tus cenizas; algo como que quieren esparcirte", empieza diciendo esta novela de Romina Paula y ya se entiende bastante. Es una mujer que le habla a otra, que está muerta.

Hace cinco años que está muerta, entonces "ya se puede exhumar el cuerpo, el tuyo, ya se te puede exhumar, es decir, disponer de vos". Y hacia allí, a lo de las cenizas, partirá la narradora. Pero es, también, la vuelta al lugar de la infancia. Y eso nunca es gratis. 

Romina Paula nació en Buenos Aires en 1979, escribe novela y teatro y actúa (la recordarán por Paula, la militante de la película El estudiante).

La escritura es sencilla, directa, una carta dijimos. Pero de esas en que el que escribe se desarma todo.

 

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[Asociación Amigos del Kraken]

Una búsqueda hacia el no lugar


Por Emi Rodríguez

“Ni contigo ni sin ti, ése es el principio, ni contigo ni sin ti.” 
Agosto

Prólogo

Romina Paula (gracias a uno de los arrebatos más corajudos –y más fortuitos- que tuvo el krakaniano Fran al elegir al azar un libro en un estante del Paraná Poesía 2009) llegó a nuestra lista de lecturas como un texto cuyas expectativas nuestras no sobrepasaban las etiquetas del mero placer. Fue ¿Vos me querés a mi? (2005), primera novela de Romina, y ahí empezó todo. ¿Vos me querés a mi? me posicionó –como lector- en un lugar diferente en relación al recorrido que venía transitando en la literatura argentina contemporánea. Fue una lectura explosiva, en voz alta, de mil sentadas; se produjo un encuentro entre lo femenino(expresado en una puesta en escena cercana a lo teatral, cargada su escritura de una oralidad punzante, viva) y mi subjetividad (una subjetividad que debe entenderse como un depósito cargado/atravesado de discursos femeninos, virginales, juveniles y sexuales). El éxito, por supuesto, fue producto del proceso de identificación. Su escritura me planteó la posibilidad de estar en frente a una política (ética) de lo femenino, una política que, lejos de confirmar la esencia enigmática de la mujer, se propuso deslindar, depurar y revelar aquella esencia. La novela se construye en base a un lenguaje que se apropia de los registros informales, es –como leí en una reseña crítica- la maga de la oralidad. Por otro ladosi nos haríamos las buenas preguntas –académicas- sobre ¿Vos me querés a mí?; aquellas que se interrogan sobre la concepción de mundo de los autores, por ejemplo: ¿Qué es la literatura para Romina Paula? ¿Qué mira cuando mira Romina Paula? ¿Qué elementos entran en juego para la construcción de su texto? seguramente responderíamos que la literatura de Romina Paula despliega (desde una concepción femenina –no feminista- y a través del uso formal del lenguaje coloquial) una problemática sobre las relaciones humanas. Durante toda la novela se pueden entrever diálogos y monólogos internos que no hacen más que exponer las sensaciones que la relación con lo Otro (el novio, la amiga, la madre, el padre, la vida, los tiempos, el sexo, el amor, la muerte) le producen a la protagonista (amor, tristeza, excitación, deseo, amargura y/o sobre todo incertidumbre e inseguridad). Esta última sensación, la de incertidumbre e inseguridad (que se podría erigir como una característica propia de la esencia de lo femenino) en Agosto (2009), segunda novela de Romina Paula, va a ocupar un lugar predominante, no sólo simbólicamente (y/o en el terreno de lo afectivo) sino que va contribuir a una construcción particular del tiempo y del espacio. El cronotopo (Bajtín) que presentaAgosto, va a caracterizarse por concentrar rasgos propios de un no lugar. El texto que a continuación sigue, buscará argumentar tal idea.

Agosto

“Ahora estamos sostenidos en el tiempo acá sobre esta ruta, no estamos en él, esta línea que trazamos con el auto está fuera del plan, fuera de la red, del entramado. Venimos de y vamos hacia pero acá no hay, este camino no existe, somos nosotros suspendidos, de la mano entre luces, sobre sillones, sin música, sin cigarrillos, sin café, sin infusión, sin necesidades, con noche sólo, nada más.” 
Agosto.

Agosto se podría definir como una gran carta confesionaria (y, paradójicamente, un gran monólogo interno), escrita en una introspectiva primera persona (Emilia), cuyo destinatario es su amiga ya difunta de hace 5 años (Andrea). Logrando una exquisita profundidad afectiva,Agosto despliega un lenguaje polifónico (Bajtín) que nos hace rememorar a ciertos pasajes de las novelas de Puig. Agosto se cuenta desde la perspectiva/voz de Emilia. Por otro lado, Romina Paula, antes que escritora, fue y es persona de teatro; una dramaturga con gran crédito editorial, que supo y sabe apropiarse de los registros orales y traspolarlos a sus diálogos ficcionales. No podemos pasar por alto este dato, porque si nos peguntáramos por las influencias que atraviesan su escritura, considerar a Puig y al tratamiento formal del lenguaje teatral no sería descabellado.

¿Qué cuenta AgostoAgosto narra la historia de Emilia, una chica –estudiante de 21 años- que reside en Buenos Aires. El padre de Andrea (su amiga muerta) le pide reunirse en un bar para hablar con ella. Éste le cuenta que el tiempo que se tiene que esperar para poder cremarla ya transcurrió, y le propone irse a Esquel (Chubut), ciudad natal de Emilia, para presenciar el funeral. Ella vuelve a su pueblo de la infancia dejando sus estudios, su casa, su novio y su vida atrás. Emilia se hospeda en la casa de Andrea, y duerme en su pieza. No tardan en enterarse los de Esquel que Emilia volvió, y es ese punto semántico que da inicio a la confección de un hilo argumental que estará atravesado por el pasado de Emilia; un relato pasado que inevitablemente estará contaminado por la cuestión amorosa (un ex amor) de Emilia: Julián. Julián y Emilia conformarán el hilo más fuerte (el foco) de la historia. Ella se enterará que, en el tiempo en el que ella se empecinó en llevar una vida moderna, independiente en la gran capital, él no perdió el tiempo y asentó su corazón, formó una familia y tuvo dos hijos. Ahora bien, la historia se centra en un presente estático, ilusorio. Emilia deja su vida en Buenos Aires, y en Esquel no sabe como comportarse, como tomarse las cosas que le afectan, entra en una inseguridad y duda permanente; una incertidumbre que se gesta al recordar y ver a Julián, al despertar ese sentimiento de amor que ella pensó dormido. Se empieza a cuestionar sus decisiones, de que si estuvo bien irse y dejarlo a Julián por la gran ciudad, de que si fue mejor haber pensado que el amor no era suficiente y que ella tenía quearmar (¡armar! qué verbo espantoso y mecánico para pensar lo humano) su vida y llevar a cabo sus proyectos. ¿Por qué digo lo de presente estático? ¿Por qué la hipótesis de que la novela se construye en base a un no lugar? Para corroborarlo existen ciertas características –formales y de contenido- que justifican mi postulado:

(1) El título Agosto: si pensamos en el orden cronológico que tiene este mes dentro del orden anual de los doce meses, el mes de agosto pareciera que no encajaría ni en el invierno (instancia central dentro del cronos de las estaciones) ni en la primavera. Pareciera que está como aislado, como si se tratara de un mes de transición, alejado de todo papel protagónico dentro de los grandes cambios del clima anual. 

(2) El topos de la novela, Esquel: Emilia vive en la gran ciudad (centro, no periferia) y se aleja de ese núcleo espacial en donde transcurre su vida para irse/alejarse a Esquel, un lugar periférico, del sur de la Argentina (Chubut). El presente de Emilia se estanca, se para. Esquel funcionaría como un agujero negro, un oasis dentro del presente de Emilia. Ella vuelve a su pasado, un pasado cambiado por el paso del tiempo, que funciona para desorientarla, para que reflexione sobre sus decisiones, sobre su presente en Buenos Aires. 

(3) La relación amorosa entre Emilia y Julián: Ellos son ex pareja, sus vidas tomaron diferentes caminos, él formo familia y ella decidió por la vida moderna en la gran ciudad. No obstante, al reencontrarse, se avivan (se despiertan) todos aquellos sentimientos que aparentemente tenían superados. La novela describe dos pasajes muy significativos que contribuyen a la idea de no lugar: (a) la primera vez que se ven es en el bar de Vanina (una amiga de la infancia de Emilia). Emilia, al verlo y hablar con él, dice esto: “Ese momento, por supuesto, es completo, acabado, no existe más que para sí mismo, no tiene ni pasado ni futuro. No puedo creer estar ahí. Podría y querría morir en este instante.” (b) Ya por las páginas finales de la novela, Emilia y Julián emprenden un viaje (no voy a decir el motivo y/o fin del viaje ya que terminaría por contarles toda la historia) y lo hacen a través del desierto, de noche, los dos solos, alejados de Esquel (el centro de él) y de Buenos Aires (el centro de ella). Los dos transitan un cronotopo definido por una naturaleza indefinida. Y lo hacen ejercitando el Amor, sensación de incertidumbre por excelencia. ¿Qué es el Amor? ¿Qué es lo amoroso sino aquello que se define por momentos de agujeros negros, concentrados en no-lugares, que el tiempo y el espacio se encargan de construir para potenciar y ejercitar una afectividad cercada por una frontera simbólica, alejada de toda ley/orden? 

Siguiendo esta línea, podría seguirse leyendo a Agosto en clave no-lugar (me obstino en llamarlo utópico; mala palabra para mi). Sin embargo, atendiendo a cuestiones de tiempo y economía de blog, lo dejaremos aquí. Para cerrar este Post, me interesaría recalcar lo siguiente: que Romina Paula es, por decisión krakaniana (o por lo menos para uno de ellos) la mirada femenina que tiene el Kraken sobre el mundo. 

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[La Repubblica / Italia]

Un agosto en la Patagonia

Por Elena Stancanelli

Muchos están drogados. Es decir, intensamente drogados, tanto como para no poder contar ninguna otra cosa más que el hecho de estar muy drogados. Otros, la mayoría, han hecho lo que cuenta en Agosto Romina Paula, nacida en Buenos Aires en 1979. Dar vueltas, llorar, mirar obsesivamente el film Generación X,  con Ben Stiller, Ethan Hawke, y sobre todo Winona Ryder, actriz fetiche de los años noventa.

Pero sobre todo, dar vueltas. No sólo por lo que cuenta, sino por cómo está escrito, este libro parece, de hecho, el vuelo en círculos del águila sobre su presa. Un águila que no se decide nunca a lanzarse en picada y se queda ahí, hambrienta, girando. Romina Paula también es directora, dramaturga y actriz. Se parece un poco a Winona Ryder: pelo corto, rostro inteligente, ojos soñadores. Abrazáme, pide continuamente Emilia, la protagonista de su libro. “Algo así como que quieren esparcir tus cenizas. Algo como que quieren esparcirte.” La amiga de Emilia murió hace algunos años. Y su familia ahora ha decidido hacer una especie de ceremonia en Esquel, el pueblito de la Patagonia donde crecieron juntas. Emilia deja Buenos Aires, donde busca trabajosamente construir su vida en la casa invadida por ratas que comparte con su hermano y un novio esporádico, y se muda por unas semanas a la habitación que pertenecía a su amiga, con los padres de aquélla. Agostoes la larga carta que le escribe mientras husmea sus discos viejos, se prueba su ropa, juega con su gato, se reencuentra con viejos amigos.  Entre ellos está Julián, el novio que Emilia dejó para mudarse a la ciudad, y que en el medio tuvo un par de hijos, pero no importa. Porque igual no hay adónde ir. Todo gira y vuelve siempre ahí, a ese momento en que las cosas tendrían que haber tomado forma, la juventud, convertirse en adultez, y sin embargo algo se trabó. Y entonces la vida se vuelve una obra idiota en la que nos empecinamos en usar ropa inadecuada, escuchar música de adolescentes, jugar siempre con las mismas obsesiones infantiles. Cada tanto nos emborrachamos, cada tanto tomamos un tren o un colectivo y corremos un poco más adelante la línea de la angustia. Y cuando muere Daisy como en The Brown Bunny  de Vincent Gallo con Chloë Sevigny, el riesgo es que ni siquiera te des cuenta.


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[Los Inrockuptibles]

Confesiones de invierno

Por Matías Capelli

Con los usos y abusos de la crítica periodística, el término "voz narrativa" terminó por volverse una fórmula hueca siempre a mano como sinónimo de "escritor" de libros de cuentos o novelas. Sin embargo, basta afinar un poco el oído para corroborar que no todo aquel que es llamado escritor puede hacer gala de un estilo, de una voz singular; y mucho más infrecuente es todavía poder encontrar ese rasgo diferencial entre las camadas de escritores jóvenes –aunque la primera sea la persona narrativa más frecuentada por ellos. Alcanza, sin embargo, con leer algunos capítulos de Agosto para asegurarse que decir que la escritura de Romina Paula entona una voz propia no es un eufemismo. Tal vez sí lo sea, por ejemplo, hablar de su primer libro, ¿Vos me querés a mí? (2005), como de una novela propiamente dicha, aunque esto no lo desmerezca. Al contrario: es uno de los pocos textos de los últimos años que logró combinar fragmentos de prosas circulares confesionales que, lejos de la dictadura de los géneros, eludían tanto la subescritura de los blogs como la sobreescritura literatosa más convencional. Agosto, sin embargo, sí tiene la complexión de una novela. Romina Paula: "La apuesta de ¿Vos me querés a mí? era mucho más formal en ese sentido, por un tipo de lenguaje, de ciertas marcas juveniles, de la historia que va en círculos, esa cosa vomitiva de una depresión juvenil tardía. No hubiera podido volver a escribir eso. Tampoco es que Agostosea tan distinta. Hay un tono similar, pero ahora hay un argumento, personajes. Tenía bastante en claro que ahora quería contar ‘algo’. De hecho, lo primero que tuve, más que la voz, era la historia de una chica enamorada de su amiga de la adolescencia".

Un día Emila vuelve a la Patagonia, al lugar donde nació y se crió, para esparcir las cenizas de su amiga muerta cinco años atrás, junto a la familia de ésta. En Buenos Aires tiene un novio, que la espera, y un hermano, que vive con ella. Un presente con el que por momentos no parece sentirse del todo a gusto. O sí. O, bueno, a veces. La locuacidad de Emilia va sembrando un terreno fértil en dudas: se pregunta, se responde, se desdice, se aventura, se arrepiente, tantea en su interioridad y en la de las personas y los objetos que la rodean. Además de un talento para plasmar en la hoja las modulaciones del habla, el tempo de una respiración, Romina Paula logra captar ciertas palabras o marcas generacionales y darles la elocuencia justa. Lo curioso es que estas marcas no tienen tanto que ver con la actualidad de los personajes, como con su pasado, lo que termina embebiendo a la identidad de una carga nostálgica agridulce. Como si más allá de la edad biológica alguien se definiera, en última instancia, por la música que escuchaba y las películas que veía en su adolescencia, por su educación sentimental. "En Agosto hay un viaje al sur pero también a los noventa. Al tiempo que se quedó congelado cuando ella dejó de vivir ahí. Ahí están los objetos, la ropa, los discos, hasta el ex novio sólo tiene valor ahí, en ese mundo. Es como cuando volvés a lo de tus viejos y salís a comprar cigarrillos y te ponés una campera que era tuya en el 97, y te disfrazás de vos más joven."

La destinataria de este peculiar diario de viaje o monólogo es su amiga, cuya muerte permanece en un cono de sombra o silencio. Pero a medida que avanza la novela van apareciendo intercaladas descripciones de crímenes violentos en los Estados Unidos –una serie de imágenes que, aunque nunca se lo explicite, de algún modo señalan un reguero en cierta dirección trágica. Esa opción por la tangencialidad a la hora de suturar el sentido del texto es un recurso que se repite como un rasgo de estilo y que no sólo le da un halo de ambigüedad al relato, si no que rellena huecos que la narradora prefiere sortear con otros materiales o registros: películas (Generación XThe Brown Bunny), series (Six Feet Under), canciones de Babasonicos, The Police o Counting Crows. "Puede que tenga que ver también con el ámbito de la fantasía de los personajes. Como todos esos estímulos a los que uno está todo el tiempo sometido: películas, recuerdos, lo que pasa en la calle; esa ansiedad que se instala en uno de quererlo todo, y después la vida misma resulta que es de alguna forma mucho menos excitante". Aunque, no termina de decirlo que, enseguida, Romina Paula se desdice, como la narradora de su novela, para sostener que en realidad, esto último, bueno, no es exactamente así, que no es que la vida no sea excitante. Y se entiende: es difícil imaginarse un momento de mayor ebullición o exposición que estos días en que a la salida de su segundo libro, después del relativo éxito de ¿Vos me querés a mí?, que llegó a reimprimir una segunda tirada, se sume el estreno de su tercera obra, El tiempo todo entero, y como si fuera poco, también por estas semanas, la presencia en cartel de una película que la tiene como protagonista, Todos mienten, de Matías Piñeiro, con quien ya había trabajado en El hombre robado (07). Paula: "Es como si no fueran en paralelo lo ‘público’ y lo ‘privado’. No es porque no me importe. Lo que pasa es que siempre termina siendo enorme la distancia entre lo que vos quisiste que fuera y lo que resultó. Una cosa es la hechura misma, y otra las expectativas que puede haber. En el momento mismo de hacer algo, no estás pensando tanto en la recepción, porque tampoco la podés preveer, no hay manera de saber. Cuando me pongo a escribir tiene siempre que ver con calenturas muy particulares. Uno tarda mucho tiempo en escribir un libro, entonces tiene que tener el deseo puesto en ese material. El libro por ahí demanda más tiempo de escritura, pero a las obras hay que bancarlas más tiempo después, con las funciones. Los libros se mueren para uno cuando salen." 

Así como en Algo de ruido hace, su obra anterior, resonaba el eco borgeano de "La cautiva",El tiempo todo entero parte como una reescritura de El Zoo de cristal, de Tenenssee Williams. Mantiene en su núcleo la relación triangular entre un hermano y una hermana, ya adultos, que viven con su madre. Nuevamente en su dramaturgia la familia parece funcionar a lo lejos como un refugio, pero a medida que pasan los minutos emergen los tejes y manejes de los lazos afectivos, como ataduras que los mantienen paralizados en una jaula. Un tema u obsesión –el de la familia más o menos disfuncional– que puede rastrearse en buena parte de las obras en cartel del circuito independiente. Paula: "Vengo de una familia armada, de padres juntos. Durante muchos años de mi vida fueron las personas que tuve más cerca, que más observé. Hay una caterva de información ahí. Una familia constituida tiene una cosa endogámica en la que se da por sentado que todo está funcionando y tiene que funcionar, y eso también es muy asfixiante. Y después me doy cuenta también de que me inquieta algo del orden de lo sexual que se establece al interior de ciertas familias. En la obra hay algo rancio ahí en esos dos hijos adultos viviendo con una madre juvenil..." Esta atmósfera enrarecida en la que viven los personajes, tiene su correlato formal en un trabajo con el tiempo, que el espectador experimenta –como propone el título– casi todo entero, casi sin elipsis, con sus tiempos muertos, hasta terminar volviendo palpable el paso de cada uno de los segundos. 

Aunque se acercó al teatro desde la actuación, con los años Romina Paula fue optando por dejar de subir a los escenarios. "Hubo una época en la que quería ser actriz en serio (risas)", dice, y cita su protagónico en La punta del diablo (06), de Marcelo Paván, en la que, rapada, vivía un romance intergeneracional con Manuel Callau. Por lo pronto, sigue despuntando el vicio en cine, en las películas de Piñeiro y en las del editor de Entropía Gonzalo Castro. "Hacer cine me divierte, pero no me veo en la entrega de volver atravesar algo en teatro, un recorrido actuando en una obra. Me pasa en los ensayos o en las funciones, cuando los actores van para el escenario y yo voy para atrás: ellos van ahí al matadero y yo voy a la oscuridad y para mí es todo un alivio." 

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[Eterna Cadencia]

“La realidad no me sirvió para nada”

Por Patricio Zunini


Romina Paula es escritora y dramaturga. Este año ha publicado su segunda novela, Agosto(Entropía), en la que Emilia, una joven que se fue a estudiar a Buenos Aires, regresa a Esquel luego de cinco años: el tiempo que su amiga Andrea lleva muerta. Es un viaje iniciático a la inversa: volver a la ciudad natal, a reencontrarse con el pasado, con el ex novio, con la amiga que ya no está.

Romina traduce las preguntas. Se ríe. Choca las palabras. Gesticula. Se sitúa lejos de la pose. “Yo estoy entendiendo la novela desde que tengo que hablar de ellas. Y voy robando lo que me van diciendo”.

¿Te interesan las pequeñas historias?

Es como puedo articular. Sería infantil decir que es lo que me sale, pero un poco es eso. Son historias realistas que no tienen nada demasiado fantástico. Las dos novelas tienen más que ver con el cómo contar que con lo se cuenta. ¿Vos me querés a mí? son como instantáneas de la vida de una chica dialogando con distintas personas. El enfoque está en el diálogo: está puesto en el cómo hablan y cómo ella habla en los monólogos. ¿Y de qué va la novela? [Se ríe] De una piba que no sabe si quiere o no estar de novia, de una amiga que no sabe si le gustan los hombres o las mujeres. No tiene demasiada épica. Pero no diría que me gusta más el minimalismo que la épica.

¿Cómo es tu trabajo cuando planteás una novela y cuando una obra de teatro?

¿Si ya sé antes el formato que pide la historia? Con las obras es algo más práctico. No es que digo quiero escribir algo: voy a escribir una obra de teatro. Por ejemplo, la última que escribí la estamos haciendo con el mismo grupo que hice la anterior. La escribí concretamente para esos actores. Sé que tengo que hacer una obra y la hago. Es mucho más concreto. Con la narrativa es más errático. El primer libro llegó a ser libro creo de pura casualidad. El germen de Agosto ya tiene bastante tiempo y sí pensaba que era narrativa. Porque hay cosas que se pueden contar en libros y que no se pueden contar en obras de teatro. O tal vez es un prejuicio que me formateó la cabeza y que todavía no pude superar.

¿Qué encontrás en el amor?

¡Qué no encuentro! [Se ríe]

¿Esta es una novela de amor?

Para mí es una novela de estar lejos: lejos de tu casa, lejos de lo que deseás, lejos de la persona amada porque está muerta o porque es un ex novio que está casado. No saber si querés estar en Buenos Aires o en el sur. En las dos novelas está eso de “no sé lo que quiero y lo que tengo no lo quiero tener”, una neurosis clase media. En parte es una novela de amor, pero diría que es más del agujero en el corazón aplicado al amor o a la familia o al lugar en el que naciste. Del agujero.

El monólogo interior de Emilia, la protagonista, es muy diferente a sus diálogos. En los monólogos es descarnada. Cuando habla parece como impostando una jerga. ¿No se permite mostrar lo que siente?

Eso estaba más claro en ¿Vos me querés a mí? que los capítulos estaban separados en diálogos y monólogos. Los monólogos tenían una calidad un poquito más literaria y los diálogos eran más orales. Tiene que ver con la relación escritura habla: de hecho, Emilia escribe en toda la novela. Tal vez esto que decís de lo escindido entre habla y escritura, cuando ella escribe su mundo interior refiere toda esa violencia de los asesinatos en Estados Unidos, saca su parte más gore. Después lo que vive en el presente de la novela, va a comer un asado, habla con los padres de Andrea, va a ver al ex novio: todo es más light.

Lo que Emilia revive con Julián, su ex, no sé si lo planteaste así o como soy hombre me genera empatía, pero pensaba que muchas de las cosas por las que ella atraviesa es probable que a él también le sucedan.

Es verdad. Mi comprensión del género masculino no tiene tantos años. Estoy empezando a entender algo desde hace poco tiempo. La verdad es que nunca pensé mucho en qué le pasaba a él. Sí sé que el parece estar más entregado a la situación. El salía con una chica que quedó embarazada… Hay una cosa medio coyuntural del “dale que va”. No hay una definición de cómo quiere estar. Pero sí hay una aceptación un poco más zen. En el sentido de que acá estoy y estoy contento. Mi hijo es lindo, “dale que va”.

La novela se arma con el relato que Emilia le cuenta a Andrea, su amiga muerta. Andrea, el tercer lado del triángulo, ¿cómo funciona en la novela?

De Andrea no se sabe casi nada, excepto que tiene padres, una hermana y que se murió. Es una interlocutora medio falsa, porque no puede responder. Claramente la mejor amiga de la infancia y de toda la vida de Emilia. No está claro de qué se murió, qué le pasó. Es gracioso que Emilia no habla de la muerte de la amiga. Como si lo tomara naturalmente, como si le estuviera escribiendo a la amiga que está en Miami y en realidad está muerta. En un momento quería dejar en claro que lo de la amiga era un suicidio, pero después me dije que era abrir una zona que era otra cosa. La amiga podía no estar muerta y estar en otro país, pero no hubiera sido lo mismo. Sobre todo para la amiga. [Risas] Me parece que era un falso interlocutor. Vuelvo a lo del agujero: qué más agujero que escribirle a una muerta.

Hablás de suicidio. Pero yo pensaba, por ejemplo, en que se había muerto de leucemia.

Eso también puede ser, no lo había pensado. Una chica joven con una enfermedad rápida. Lo del suicidio lo había pensado por un pueblo en el sur famoso por los suicidios.

Sí, claro: Las Heras. Leila Guerriero escribió una crónica.

Exactamente. Pero iba a tomar una dimensión de suicidio joven que claramente no era de lo que hablaba la novela.

¿Cómo te manejás con el uso de la simbología?

La pienso tal vez como una especie de abanico que señala hacia lugares distintos. Soy consciente de las reapariciones de cosas. Que en los sueños aparezcan ratones todo el tiempo y que a la vez ella no está en su casa porque hay un ratón y que al ratón lo asesinan de una forma terrible. O el gato de Andrea: la cosa ridícula de la mascota sobreviviendo a la persona. Es muy decadente.

¿Por qué lo situaste en Esquel?

Estuve en Esquel muy poquito y me dio una situación particular. Muy desangelada. El sur es muy turístico y de golpe llegás a Esquel. Se armó porque hay una base militar. Es árido, es muy desolador. Pero situarlo ahí es atrevido de mi parte porque no es que nací en Esquel. Ni siquiera estuve un mes. Incluso cuando estaba escribiendo la novela me parecía poco serio escribir sobre el recorrido Esquel a Puerto Madryn –lo había hecho de noche– y volví a hacerlo. La realidad no me aportó nada a lo que yo había escrito. Era más verde de lo que pensaba. Saqué fotos de un árbol que podía usar. La realidad no me sirvió para nada. [Risas] Podría haber sido otra ciudad, pero a la vez no cualquier ciudad. No sé si hay muchas ciudades tan desoladoras como Esquel. ¿Es melancólica la novela?

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[Crítica de la Argentina]

"Me encantaría escribir como Puig"

Por Patricio Féminis

¿Hacia qué deseos y recuerdos viaja Romina Paula (1979) desde una silla de bar, tocándose el cabello castaño y suave, corto hasta la nuca? Algunas tardes son cuerpo e imágenes para Romina Paula: en busca de ideas para definir –sin repetirse– sus motivos íntimos, literarios, contará que le llevó cuatro años completar su segunda novela, Agosto, editada por Entropía. “Siempre escribí por una necesidad: nombrar las cosas para entenderlas”, dice Paula nombrando Esquel, no el territorio sino la reminiscencia que llevó al relato. “No conozco mucho de allá, pero algo se ve que representó: una aridez, una sensación que quise reflejar”.

A ese escenario regresa Emilia, la amiga de la amiga que falleció cinco años atrás, para la ceremonia del adiós a las cenizas y para reencontrar las voces y cuerpos que dejó allá. Y que vuelve a desear, sin preverlo, al verse en esa ruta que se difumina en la tierra. No mucho más adelanta Romina Paula, también dramaturga, directora teatral. O de vez en cuando actriz, como ahora en la película Todos mienten. “Pero no soy buena actriz. Cuando veo la entrega de los actores que dirijo me doy cuenta”, dice, y retoma el curso de Agosto: una trama cargada en matices y habladurías cotidianas que no requieren diálogos directos: es una amiga que le habla a otra, “es omnipresente porque está muerta”.

“Emilia le cuenta de su reencuentro con la casa de ella, con sus padres y con el lugar que compartieron”, dice Paula, y hunde la boca en el tazón de café.

“Es como si le escribiera a alguien que hace cinco años se fue a vivir a Europa en vez de morirse. Es una especie de falso diario, también, con un interlocutor que no existe”. Con esa segunda persona engañosa que juega a ser una primera (“empecé en tercera pero me pareció espantosa”), Agosto es pura intuición, con imágenes que rebaten el lugar común con que –más de una vez– se habló de la escritura de Paula y de otros novelistas de su generación, gente de 30 años: que cuentan poco; que los argumentos son demasiado personales, minimalistas, pequeños.

Justo ahí no está Agosto: Paula, autora de ese pequeño hito suyo, espejo de los jóvenes crecidos en los 90, titulado ¿Vos me querés a mí?, puede construir un devenir, un vaivén de situaciones, sin perder el foco: Emilia en Esquel; su reencuentro con Vanina, otra amiga; una noche en un bar pueblerino, entre cervezas y pool, y la reaparición del amor viejo.

Ese oído para narrar hechos nada suntuosos, y volverlos conflicto entre tres o cuatro personajes, está también en sus obras de teatro: Si te sigo, mueroAlgo de ruido hace, o la que estrena ahora, El tiempo todo entero. En ellas quizá no pueda esquivar, o no lo busque, sus anhelos temáticos: íntimos. “Siempre hablo del amor, dentro y fuera de los vínculos familiares”, dice, alrededor de una marca en sus personajes: la angustia chic de los jóvenes de clase media posmenemista, en su resto diurno de consumos, charlas y amoríos.

“A mí me encantan las obras biográficas en primera persona; también puedo disfrutar una novela de aventuras. Pero yo busco algo emocional, y si la forma de nombrar eso me convence, no me importa si se describe un viaje en globo o cómo alguien se pinta las uñas del pie. Es literatura, ¡es ficción!”, dice, y mueve los dedos, las uñas bordó. “No sé, tiene que haber una cadencia; que algo esté vivo en las palabras”. No es un capricho, un vacío. “Uno hace lo que puede y no lo que querría. Si no, estaríamos todos escribiendo de lo mismo. Por ahí lo comprometido sea en sí escribir. O no, tal vez, y no haya que pedírselo a la literatura”.

Entonces es, debe ser, el amor su fuente o su finalidad; y así, “en ese deseo puesto sobre algo”, largar las palabras: en su caso, primero a mano en un cuaderno. “Lo mío es vómito, vómito, sin parar”, dice, “esa forma de escribir después se lee; no se puede ocultar”. Y algo le queda en la boca antes de irse al ensayo, a los últimos retoques de la nueva obra. “Si veo lo que escribo, ¿me encanta?. No sé, yo no enarbolo eso de ‘hay que hablar de esto’. Es de lo que puedo hablar”, dice. “Eso se ve con críticos de teatro que dicen: ‘Ahora todos hacen obras de relaciones disfuncionales’. Bueno, a mí me encantaría escribir como Manuel Puig, pero no soy Puig”.