¿Vos me querés a mí? Romina Paula 128 páginas; 20x13 cm. Entropía, 2005 ISBN: 987-21040-3-4 |
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+Romina Paula en Entropía |
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«Este libro es una trampa. Su astucia es el disfraz con el que se atrapan los diálogos marcados por un argot nuevo que habla del sexo, de las emociones o de la trivialidad. Juan Martini |
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Contratapa
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Sábado de sol por la tarde
¿Va alguien a quererme así? ¿Así de este modo? ¿Así a mí? ¿Así a mí de este modo? ¿De esta manera o a mí? Quiero decir: querer así por de esta manera o así como soy, como estoy siendo en este momento. En este momento que lo pienso, que lo estoy pensando tendría más que ver con así yo, así como soy yo en este momento, así como creo que estoy siendo cuando nadie puede verme and no one can take that away from me. Not this moment. Pienso en ayer y en ese sueño, ese sueño del deseo constante, algo tan distinto a lo que me sucede realmente, usualmente, frecuente y lamentablemente. También recuerdo haber soñado estar en el videoclub tomando Mala Sangre y decidí seguir el pálpito –en este caso sí está a mi alcance– y así lo hice no sin experimentar algo muy extraño al estar repitiendo la acción en la vigilia a escasas horas de la representación onírica. Pero a lo que iba es a que mi deseo es que alguien me quiera por ser como soy cuando estoy sola, ja, por como soy cuando estoy sola, cuando estoy siendo sola y que me mire y me sonría ese alguien otro y apruebe y acompañe y calle, tolere, eso, que sobre todo tolere mi silencio pero desde un lugar de sábado de sol por la tarde, de sábado por la tarde de sol en una tarde de sol y su mirada sobre mí que aprueba, acompaña y sólo mira, eso, sobre todo sólo acompaña y no quiere tener, tener ya, tener todo, ese hambre todo el tiempo, ese desaforo incomprensible por tomar y tocar, tocar y agarrar, agarrar y recorrer, recorrer y tener más y más y más y basta de una vez por favor, sólo mirar y acompañar, mirar y entender, mirar y querer y nada más que eso. Ascender junto al polvo que el haz de luz delata suspendido frente a la ventana de sábado por la tarde, flotar ahí, suspenso sobre la mesa y el cabello, sin esperar mucho más que en el peor de los casos terminar posándose sobre mi cabeza. ¿No querés sentarte sobre mi cabeza que hay lugar? Genial, genial W. Allen irritado por el neoyorquino imbécil escupiéndole teorías en el cuello, un momento genial. Vuelvo a marearme y es hora de partir.
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Fragmento | |||||||||||||||
Autora
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Romina Paula (Buenos Aires, 1979)
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Reseñas Punto de vista
RSVP
Libroa y literatura
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[Revista Punto de vista] Sujetos y tecnologías Por Beatriz Sarlo [...]
[La Voz] La lengua de una generación Por Carlos Gazzera
La novela ¿Vos me querés a mí? tiene el vértigo de los jóvenes de clase media que habitan las ciudades de la Argentina. Escrita con la lengua de ellos, es posible asumir que en sus páginas se inscriben los espejismos de una generación que tiene los efectos distorsionados del no-diálogo con la generación de sus padres... ¿Es que siempre será así? En un país donde las generaciones se vienen matando desde los años '50 del siglo pasado (los "parricidas") o han sido desaparecidas" por los genocidas, es difícil abrir un pronóstico de cómo está resultando, después de 50 años, ese diálogo. Inesia y su mundo es el de una juventud que también está descubriendo la intemperie que confesaron sus abuelos, que atravesaron sus padres. Es el relato en clave de pregunta sobre la voracidad del fuego que consume a los jóvenes de hoy en las incertidumbres que los acechan, en los horrores con que los tienta el sistema. "El deseo es oscuro", dice uno de los personajes. Es difícil saber si Romina Paula se propuso escribir a los 25 años un manifiesto generacional de su no-generación, pero lo cierto es que le salió un texto lleno de "manifestaciones" de su generación. Histeria frente al sexo, sabores homoeróticos, desconfianza de las utopías paternas, gustos atravesados por el cine y la TV, horror a la vejez en los geriátricos, a las internaciones en los hospitales públicos, terror al cáncer de mamas o de útero, miedo al fracaso, el suicido como una salida, consternación frente a la desilusión paterna. Y, sobre todo, un profundo vacío existencial. Un vacío que no llena el sexo, que no llena la terapia psicoanalítica, la adrenalina del oficio. Un profundo tedio de quienes han pasado por la Universidad y no encontraron lo suyo, un tedio de no trabajar, un tedio de no saber qué se quiere… La fragilidad de una pregunta impersonal, amplia, dirigida a la humanidad: "¿vos me querés a mí?" Leer este fragmentado y vertiginoso relato es como llegar verdaderamente a un aleph, a ese aleph que toda generación busca desde tiempos inmemoriales, y que con el tiempo comprende que nunca encontrará. Quizá la única diferencia es que el lector adulto sentirá que los jóvenes están pagando con sus cuerpos el no hablar la misma lengua de tres generaciones hacia atrás. Quizá, después de leer la novela, los jóvenes podrán comenzar a reinventar la lengua con la que nosotros, sus mayores, los dejamos a la intemperie.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------- [Revista RSVP] The Romina Paula Experience Por Fabio Blanco El universo es apenas un puñado de percepciones. Todo lo que conocemos o creemos conocer consiste solo en lo que nos dictan nuestros imperfectos sentidos. Quizás a ello se deba que el recurso formal de acercarse a los personajes de una novela a través de la pura trascripción de sus diálogos resulte fascinante y perturbador. Es lo que sucede con ¿Vos me querés a mí? (así, con pleonasmo incluido) el debut novelístico de Romina Paula, autora teatral, actriz y dueña no solo de un oído privilegiado para el habla coloquial sino también de la notable capacidad de su traslado a la escritura. Sus personajes se saben atrapados por el lenguaje, y aún cuando intentan deconstruírlo trabajosamente con sus novios, parientes y psiconalistas (“Yo no dejo de ser una construcción, para vos, yo para vos soy lo que te cuento…”) lo único que logran es obsesionarse, ser invadidos por él: “No puedo no pensar” es la angustiosa queja. -------------------------------------------------------------------------------------------------------- [Revista Alrededores] El placer no es una variable Por Alejandro Soifer
El placer no es una variable La época de la abulia existencial tiene diversos epígonos y ha encontrado en cierta literatura de nuestros días, una encarnación proliferante. Puede pensarse una trama que entrelaza la estética del Nuevo Cine Argentino con la de algunos de los escritores nóveles que empiezan a ver la luz de la existencia por mano de algunas editoriales que están apostando a esta literatura fresca. En ese sentido, la Editorial Entropía lleva la delantera en cuanto a preciosas publicaciones de interesantes nuevas promesas del campo literario y de la estética de existencias abúlicas. La editorial pareciera estar encarando la edición de sus libros siguiendo la regla del “secreto del éxito” de toda pequeña editorial: publicar para determinada pequeña porción de mercado que las grandes editoriales descuidan. Lo que se llama “el nicho editorial”. Entropía por su parte, pareciera haber encontrado su nicho en lo que podría llamarse “la efervescencia de Puán”: la construcción de lo cool y lo integrado que es ser de Letras en este momento o ser del palo de Letras (basta recorrer los centenares de blogs e intervenciones en blogs de satélites de la carrera, los encuentros de estudiantes de letras, los ciclos de lecturas de narrativa y poesía que se expanden por cuanto antro haya en la ciudad, la importancia de las nuevas revistas literarias de Letras y las intervenciones mediáticas de gente de letras que adquirió, con el Caso DiNucci del verano 2007 su momento de mayor exposición). “El mundo como supermercado” es el inteligente título (no así tanto el libro) que le puso Michel Houellebecq a una colección suya de artículos de revistas. En momentos en que es clara la forma en que los ciudadanos somos tratados como consumidores a los que se nos intenta vender cualquier cosa como se intentaría vender jabón en polvo, también hay una literatura que puede ser de consumo masivo pero que al mismo tiempo, está contaminada de guiños formales, estructurales y de contenido que harían sonreír de satisfacción a cualquier estudiante que haya aprobado Teoría y Análisis Literario I. “¿Vos me querés a mí?”, primera novela de Romina Paula se inserta en ese preciso espacio. La novela toca varios tópicos de la insatisfacción juvenil y en su apuesta por una retórica ampulosa y vacía, desarrolla su problemática: la duda. Enunciada desde el título, la duda es duda de todo: los valores familiares, el amor, la verdad, la sexualidad, las fantasías, la normalidad, la muerte y el psicoanálisis. Intercalando un capítulo de diálogo y un capítulo de reflexión introspectiva en forma de monólogo interno, la novela narra algunas situaciones en la vida de Inesia, joven presumiblemente de veintipico, que abandonó una carrera (presumiblemente alguna que se dicte en Puán) para dedicarse al Teatro, que tiene una abuela sobreviviente de un cáncer de mama (cuyo cuerpo no salió indemne) y otra internada en un geriátrico, que está empezando a salir con un pibe pero duda de poder sostener la relación y que, en el fondo intenta lidiar con su duda más profunda: su orientación sexual. En ese intercambio de capítulos que alternan en dos registros estructurales (diálogo-monólogo interno) también se produce un diálogo cuyo marco es la narración en su totalidad. Diálogo fracturado por una breve narración en primera persona que se coloca en la mitad del relato aproximadamente y que aporta el único momento de desplazamiento de la acción por medio textual (teniendo en cuenta que el resto de los desplazamientos operan por medio de elipsis y reposición: lo no dicho que el lector repone mediante la materia de los diálogos). La narración en primera persona es el único momento que no permite la duda aunque se asiente en la subjetividad. Es objetivo y plantea certezas porque el discurso no se enchastra con las retóricas automáticas de los monólogos internos que terminan conformando una escritura bloguerística (“El punto clave es que no es otra cosa que la riqueza abundancia particularidad del mundo interior, si es que algo como eso existe y no esas palabras, de falsos espasmos y placeres verdaderos, pero no menos efímeros y pelos muchos y largos pelos casatños adheridos a las sábanas junto al olor, mi olor – eso dicen – que yo misma desconozco.” (Paula, p.52) Los capítulos en forma de diálogo por su parte, se imponen con la potente soberbia de captar a la perfección el habla cotidiana de los jóvenes de clase media en un manejo tan preciso de expresiones y registros que emparenta la escritura de Romina Paula con lo que hizo famoso a J.D. Salinger: transcribir los códigos generacionales adolescentes. Valga uno de los ejemplos más expecionales (diálogo entre Inesia y Pablo, su chico, acerca del disfrute sexual de ella): “(Pablo) - Qué locura… no la pasabas muy bien que digamos. (Inesia) – No, ni en pedo, se ve que el placer no era una variable. - No. - Qué bajón. - Mmmm. -¿Y ahora? -¿Ahora qué? - No, ¿ahora qué onda con eso? - No sé, bien, no sé… ¿Qué querés que te diga? - No, no sé, nada, qué onda con eso. - No se, boludo, ¿qué me preguntás? - No, nada. - Que forro. -¿Por qué? - No, dejá, no importa, no entendés. -¿Qué me decís, boluda? - Ya fue. -Bueno sí, ya fue… -… -¿Me das un beso bonita?” (Paula, 59,60) Con todo, la narración representa con soltura el estereotipo de pseudointelectual de Puán: con la negación a la francesa (por esa tendencia actual a mutliplicar los modalizadores de negación en la oralidad como quedó demostrado en el fragmento anterior), las referencia directas a la facultad (cuando se compara al Hospital de Clínicas con “estar internado en Puán” (p.70) y sus chicas que recorren el camino de la frigidez en tránsito a la homosexualidad apoyadas en el feminismo mal masticado de Andrea Dworkin: “toda cópula es una violación”. Así: “Tuve un primer novio con el que cogí y después no quise coger más y estaba como re-loca con el tema, tenía todo un discurso al respecto, como una teoría, pensaba que coger era una violación, porque hay uno que penetra y otro que es penetrado y que el hombre y la mujer estaban en igualdad de condiciones hasta ese momento, en el que el flaco te mete algo hasta acá, ¿entendés?” (Paula, 59). La cuestión sexual, luego retomada en la llaga interior de la vagina de Inesia producto del sexo heterosexual, la imposibilidad de enamorarse (es decir, la posibilidad de enamorarse con fuerza de un hombre por un breve tiempo y luego desenamorarse sin motivo) configuran el esquema de la duda (la sexualidad) y el carácter de búsqueda e insatisfacciones permanentes del estereotipo Chica-Puán. Es en ese sentido que la novela delimita y determina todo ese espacio de seres y sus dudas permanentes, donde el placer casi nunca es una variable porque es más cómodo seguir siendo un ser sufriente, un adolescente que añora su infancia asexuada. La Chica-Puán o Inesia es aquella alternatonta de clase media que se ponía brillantina en el pelo y escuchaba El Otro Yo cuando tenía 15 años. Sólo que ahora creció y refinó sus gustos (y en eso hay un muy buen trabajo de escritura al referir a productos culturales sofisticados (como el cine alemán) que operan como manifestación de cierto realismo pop cool (en contraste con el Pop Nacional y Popular de la escuela puigiana). La escritura de la novela es impecable e implacable entonces dando espacio y personalidad a esta subesepecie de jóvenes de clase media que son sus lectores naturales. En un mundo-supermercado es bueno que haya opciones para todos los tipos de consumidores. La novela de Romina Paula apunta a aquel tipo de consumidor que contribuye a crear y recrear.
[Blog Mavrakis&Valdés] Spinning on an axis Por Nicolás Mavrakis Existen las voces que articulan su deseo y en ese orden de las cosas establecen una (su) linealidad. Las que no pueden articularlo, giran, casi siempre, sobre su propio eje. Orbitan – o mejor: están encarceladas por la órbita – alrededor de un eje inevitablemente enlazado a sí mismas (spinning on an axis, en la metáfora de Sir Paul McCartney). La quintaesencia de cierta literatura de género – opto por llamarla así, Mavrakis: literatura minita, ¿te parece? – es intentar bordear con la literatura esta voz – que es, por supuesto, una figura retórica - incapaz de articular su deseo, y que suele ser, siempre, la voz femenina. Claro: es una torpeza misógina asignarle el carácter minoritario a la voz femenina por su sola condición cromosómica. Las minoridades no se constituyen a razón de lo numerario. Se constituyen a razón de la designación, siempre arbitraria (siempre necesariamente arbitraria), de las mayorías. Es decir: en un mundo de hombres heterosexuales, la voz femenina (la mujer) es la minoría. Aunque, demográficamente - ¿pero qué importa esto a la mayoría real? - las mujeres sean la verdadera mayoría. Otra torpeza sería creer que, porque la autora tiene aproximadamente veintitantos años y habita los espacios de su novela; porque tiene inquietudes (estéticas), porque tantos etcéteras más o menos azarosos, recurre a la literatura como quien apela a una aparatología del yo. La literatura no tiene el deber de reflejar nada. Y si está impresa sobre buen papel, ni siquiera deber ser traslúcida. (Por otro lado: el género autoayuda no es todavía literatura). La literatura es una reivindicable serie de operaciones de distinto orden y de distinta graduación. Hablamos de literatura y hablamos de la figura retórica de una voz. Voces melindrosas e irritantes “¿En serio? ¿Y yo me enojé por eso? No puede ser. Bueno, no importa, la cosa es que me quedé pensando y la verdad que no sé si sirve de algo que te lo diga, pero igual te lo quería decir, que nada, que estuve pensando y que viste que la última vez que nos vimos yo estaba un poco rara, bah, como que me fui poniendo rara, porque estaba todo bien, pero en un momento me puse a pensar y como que me colgué porque es algo es algo que me pasa siempre, y ya sé cuando me empieza a pasar, me doy cuenta y no quiero que me pase, viene y ya sé, es una sensación que ya conozco y trato de combatirla y bueno, en eso estoy, y no es algo de lo que vos te tengas que hacer cargo, es algo más mío en realidad, pero es como que me miro de afuera y me pregunto “¿pero está bien esto que estoy haciendo”?. No se trata de inventar nada, se trata de trabajarlo de manera innovadora. La voz fémina – este tipo particular de voz fémina, la de la veinteañera cuya existencia es siempre una crisis – está extraordinariamente construida, por ejemplo, en la Samantha de Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís. Y, por ser una voz fémina ligada a lo minoritario, también se vivifica, por ejemplo, en la voz de Manuel, el narrador gay de Los amigos que perdí, de Jaime Bayly: “Gracias, Sebastián, por todos los besos que me diste, por los inconfesables placeres que me enseñaste. Debo a ti la clara (y melancólica) certeza de que un hombre bien dotado para el amor puede procurarme ciertos placeres que una mujer, por muy hermosa y atenta que sea, no podrá concederme nunca. Como dice el bolero: contigo aprendí. Aunque, ahora que lo pienso, nuestra aventura fue brevísima, pues no duró más de tres meses. Pesa sobre mí la culpa de haberla terminado. Como te dije antes, me asusté, me acobardé, sentí que estaba enamorándome de ti y salí corriendo. No tuve coraje para vivir ese amor que pudo ser. Me he quedado con la triste sensación de que pudiste ser el hombre de mi vida, pero yo no te dejé: cuando sentí que perdía el control, un impulso autodestructivo me hizo vender ese departamento y alejarme de ti. Tomé un avión, me instalé en Miami y traté de olvidarte. ¿Por qué fui tan imbécil? ¿Por qué corté con tanta crueldad aquella ilusión, precisamente cuando todo iba tan bien? ¿Por qué te dejé desconcertado y me condené a tu ausencia? Cobardía, pura cobardía. Te quería, pero no me atreví a sentir ese amor, a dejarme invadir por ese amor, a vivir – aunque toda la ciudad me viese escandalizada – mi pasión por ti. Así de cobarde puedo ser, y tú lo sabes bien”. En calidad de figura retórica, la voz fémina es un objeto literario preexistente, dado a las reapropiaciones y usos permanentes. En este caso – en el caso de Bayly -, una resignificación de la voz fémina: la histeria como robo simbólico a la minoría mujer por parte de la minoría – aún menor - gay. Silly love songs Que es la clase de pregunta – la tragedia de una voz fémina atrapada entre los sentimentalismos de su propia competencia/actuación - que puede ponerse en serie con cierto bovarismo para llegar a la retórica de la revista Cosmopolitan – “¿Y vos en qué andás? ¿Tu chico?”-: el trazo de una fraseología que remite inmediatamente a toda canción – en voces también tipificadas, seriadas - de amor pop. Allí entonces los problemas sentimentales y los de sexualidad (problemas de inacabamiento): - ¿Resultadista? No entiendo qué me querés decir. Montajes 1 Otro repudio: hacia el universo desconocido de la masculinidad – “son todos iguales” -: “Faltaría agregar nada más que sufro – según el veredicto de mi estimada A. – de un agudo cuadro de lo contrario a la misoginia, o más precisamente de su equivalente masculino (que no es misantropía), mal para el que – vaya ironía – aún no ha sido inventado mote alguno”. Woody Allen “¿No querés sentarte sobre mi cabeza que hay lugar? Genial, genial W. Allen irritado por el neoyorquino imbécil escupiéndole teorías en el cuello, un momento genial. Vuelvo a marearme y es hora de partir”. (Se trata de la escena en que Marshall McLuhan sale detrás de un cartel y calla al “neoyorquino imbécil”, Woody mira a cámara y dice: “Ojalá la vida fuera tan sencilla”). Para tener en cuenta – otro de los montajes patentes en la novela – es la escena en la que Diane Keaton, en la cama con Woody, se levanta separándose de su cuerpo - que permanece en la cama con Woody, quien quiere hacer el amor con ella - y se sienta a fumar en una silla, mientras él la reclama entera (importa retener esta cuestión: la competencia de “querer” / la actuación de “coger”). Exasperación “Y el mareo, vos que sabés, ¿puede tener algo que ver con eso? No es fiebre, eso dicen, eso es otra cosa y vamos a llamarlo por su nombre. Creíste venir afiebrada y te equivocaste…” Entre el Enamorado y la voz fémina, el intercambio está mediado por cierta violencia simbólica. Montajes 2 El montaje esencial: el Sujeto (Conciencia) y el Objeto (Animal). ¿Por qué no se puede hablar de histeria en esta novela? Por un montaje literario. Entonces, lo Animal se armoniza con lo corpóreo (hyster, la matriz femenina) y la Conciencia ardorosa armoniza con la afección (itis, la inflamación). Hystera, Hysterikos, Histeritis. Cuerpo (Objeto) y Conciencia (Sujeto) en tensión. El montaje – ese ardor sintáctico - entre la voz fémina y el cuerpo femenino (siempre ligados al torbellino sentimental y las desavenencias físicas) provoca no leer histeria sino histeritis. - Mirá, tenés una pequeña llagita en el cuello del útero, no es nada grave, no te preocupes, pero va a ser mejor prestarle atención. Montajes 3 La novela familiar. El personaje de la abuela como registro de la melancolía, una novela histórica personal. Uno de los montajes. Otro montaje: el monologismo como confesionario: “Pero a lo que iba es a que mi deseo es que alguien me quiera por ser como soy cuando estoy sola, ja, por como soy cuando estoy sola, cuando estoy siendo sola y que me mire y me sonría ese alguien otro y me apruebe y acompañe y calle, tolere, eso, que sobre todo tolere mi silencio pero desde un lugar de sábado de sol por la tarde…” Otro montaje: el diálogo como distanciamiento: - ¿Y el pibe qué onda? ¿Distanciamiento respecto a qué? Al monologismo, que es el momento en que – ya veremos, ya veremos – la voz fémina más se acerca a perfilar, de una vez por todas, su deseo. Al margen de las instancias de diálogo – con amigas, terapeuta, madre, novio (“chico”, dice Cosmo) -, al margen de todo intercambio, la Conciencia – suerte de voz crítica: es decir, voz que le asigna coherencia a sus propios signos - se permite, mediante el monólogo, dar forma al deseo. El deseo – lo que se quiere, lo que no se quiere: la fantasía romántica (el amor) vs. el acto sexual (coger), esa tensión constante – como acto de lenguaje a orillar sin la mediación de terceros: “Actuar es ejecutar y coger es morir, decir coger es una forma de distanciar y distanciar es minimizar, minimizar es preservarse y preservarse es querer morir un poco menos”. “Creí que sabías que yo sí valoro las palabras, no sólo las valoro sino que las recuerdo y las colecciono, las colecciono y las cuido, cuido de ellas y por eso te pediría en ocasiones futuras recurras a ellas con más cuidado, con muchísimo recaudo…” El deseo poetizado – “yo si valoro las palabras…” – y el conflicto central de la protagonista: la voz fémina de una veinteañera, porteña, ABC1, convulsiva, insistente, carne opulenta de diván (las psicólogas, chamanes del ABC1), con inquietudes: la voz fémina de una veinteañera enérgicamente histérica; una voz melindrosa e irritable/irritante de la artista – ejecutora del montaje propio, de un estilo poético propio: apropiación de la figura retórica - que sólo quiere enamorarse (nada más, nada menos) a pesar del ruido. Ese ruido es: la novela familiar, el discurso psicológico, la consejería materna, el intercambio fraterno, el discurso amoroso, etc.: todos esos elementos que constituyen el montaje literario – un artificio, como el amor - de ¿Vos me querés a mí?: “¿Cuántas etapas de proceso, cuántos materiales y personas median entre ese resabio de materia prima que nos alcanza y uno mismo? Intolerable. Y todo todo todo todo no es más que nacer reproducirse y morir donde toda la gran parafernalia cultural no es más que un ruido, un ruido, un gran gran ruido heterogéneo hecho por todos a la vez, para no escuchar/enfrentarse a ese abrumador y abrumador silencio. Y en el medio, el cruel invento del amor”. Montaje 4 La película es la lógica del montaje. La construcción. El sueño, por otro lado, es aquello sólo interpretable. La clave, sin embargo, no se revela. Pero se repiten – hay múltiples relatos oníricos – fundando el juego propio de su propia esencia. Esencia – significado, interpretación del sueño-, se entiende, nunca develada. Lo onírico como lo interpretable nunca interpretado, en sintonía con la voz fémina (?) de una protagonista que actúa precisamente como análogo: la voz fémina exige, siempre, ser interpretada. Ancianidad y juventud ¿Qué es la juventud? El conflicto entre Conciencia/Cuerpo en permanente estado de ataque: “… me empezó a dar miedo que ellas se dieran cuenta y empiezo a sentir como que me baja la presión y se que me que puse blanca, porque me empezaron a preguntar si estaba bien… (…) Montaje 5 - Si, muy mal… Vos, igual, ¿sentías eso, de estar mintiéndole; o no sé si mintiendo, pero como de tocar lo que le contabas o no sé? En definitiva, los cinco protocolos de intercambio giran alrededor de la destitución de la hegemonía del Yo. No se trata de una aparatología sino de artificios de la escritura. El Yo – la portadora de la voz fémina, ? - se inserta en ellos y queda obligado a interactuar (en mayor o en menor grado, con mayor o menor éxito) con Otro (mamá, papá, novio, abuela, amiga, psicóloga). Mercado del Yo - ¿Ves? Eso quiero yo, no querer a nadie más. Estoy harta, mamá, harta, es todo lo mismo al final, un horror. Y siempre todos, cada uno cree que te va a rescatar, y que va a ser distinto, y yo también creo y después es otra vez lo mismo, no pasa nada. Por supuesto, es esta una arquitectura más ligada al espacio de lo social que al dominio del deseo. Happy end -------------------------------------------------------------------------------------------------------- [Libros y literatura] ¿Vos me querés a mí? Por Rosario Arán El primer párrafo y ya es imposible no seguir leyendo. Vamos a admitirlo, ¿A quién no le despierta curiosidad una conversación ajena? Si, es vergonzante pero si se trata de una pareja discutiendo su vida amorosa, resulta más tentador. En un libro, plasmar un diálogo tan fácil de ser “escuchado” no es tarea sencilla y al iniciar una novela con un guión que indica al lector que se trata de una conversación puede parecer arriesgado si no se lo hace atrapante. ¿Vos me querés a mí? de Romina Paula se inicia con palabras de una joven y una vez que leíste la primera línea, es muy difícil no dejarse llevar por la agilidad de la lectura.
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