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  ¿Vos me querés a mí?
Romina Paula

128 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2005
ISBN: 987-21040-3-4
+Romina Paula en Entropía
     
   
     
 

«Este libro es una trampa. Su astucia es el disfraz con el que se atrapan los diálogos marcados por un argot nuevo que habla del sexo, de las emociones o de la trivialidad.

Su apuesta es un trabajo demoledor sobre el lenguaje para revelar o conseguir que confiese que la enigmática esencia de lo femenino no es un repliegue blindado.

El vínculo entre las palabras que se cruzan y las palabras que fracturan el sentido común avanza en una búsqueda que explora las tinieblas del alma y teje, entonces, una ética y una poética de la sexualidad enhebrada en sus contradicciones, en los tropismos de la novela familiar y en los simulacros y tropiezos con los que la vida se hace pasar por vida.
Este libro atrapa al cazador furtivo, al lector desprevenido, a las fantasías y a los prejuicios, los desarma y los recrea en el mismo acto que pone en evidencia las formas menos visibles de la ambigüedad y del deseo.

¿Vos me querés a mí? de Romina Paula es una novela sorprendente, un ensamble feliz de los recursos narrativos que construyen su trama, un conjunto de voces que se mueven con intuición, ternura, impiedad y una insobornable inteligencia en la reconstrucción de una historia. Y se propone como una interpelación a los nudos de la vida y de la creación literaria.»

Juan Martini

Contratapa

 

 

 

 

 

 

 

 

     
   

Sábado de sol por la tarde

 

¿Va alguien a quererme así? ¿Así de este modo? ¿Así a mí? ¿Así a mí de este modo? ¿De esta manera o a mí? Quiero decir: querer así por de esta manera o así como soy, como estoy siendo en este momento. En este momento que lo pienso, que lo estoy pensando tendría más que ver con así yo, así como soy yo en este momento, así como creo que estoy siendo cuando nadie puede verme and no one can take that away from me. Not this moment. Pienso en ayer y en ese sueño, ese sueño del deseo constante, algo tan distinto a lo que me sucede realmente, usualmente, frecuente y lamentablemente. También recuerdo haber soñado estar en el videoclub tomando Mala Sangre y decidí seguir el pálpito –en este caso sí está a mi alcance– y así lo hice no sin experimentar algo muy extraño al estar repitiendo la acción en la vigilia a escasas horas de la representación onírica. Pero a lo que iba es a que mi deseo es que alguien me quiera por ser como soy cuando estoy sola, ja, por como soy cuando estoy sola, cuando estoy siendo sola y que me mire y me sonría ese alguien otro y apruebe y acompañe y calle, tolere, eso, que sobre todo tolere mi silencio pero desde un lugar de sábado de sol por la tarde, de sábado por la tarde de sol en una tarde de sol y su mirada sobre mí que aprueba, acompaña y sólo mira, eso, sobre todo sólo acompaña y no quiere tener, tener ya, tener todo, ese hambre todo el tiempo, ese desaforo incomprensible por tomar y tocar, tocar y agarrar, agarrar y recorrer, recorrer y tener más y más y más y basta de una vez por favor, sólo mirar y acompañar, mirar y entender, mirar y querer y nada más que eso. Ascender junto al polvo que el haz de luz delata suspendido frente a la ventana de sábado por la tarde, flotar ahí, suspenso sobre la mesa y el cabello, sin esperar mucho más que en el peor de los casos terminar posándose sobre mi cabeza. ¿No querés sentarte sobre mi cabeza que hay lugar? Genial, genial W. Allen irritado por el neoyorquino imbécil escupiéndole teorías en el cuello, un momento genial. Vuelvo a marearme y es hora de partir.

 

Fragmento
     
   

Autora

 

   
                     

Romina Paula (Buenos Aires, 1979)
¿Vos me querés a mí? es su primera novela.


   

Reseñas

Punto de vista
(Beatriz Sarlo)


La Voz
(Carlos Gazzera)

RSVP
(Fabio Blanco)


Alrededores
(Alejandro Soifer)


Mavrakis&Valdés
(Nicolás Mavrakis)

Libroa y literatura
(Rosario Arán)

 

[Revista Punto de vista]

Sujetos y tecnologías
La novela después de la historia

Por Beatriz Sarlo

[...]
Algunos ejercicios recientes de estilo plano son simplemente extremos. Los diálogos de ¿Vos me querés a mí?, de Romina Paula, presentan exactamente todo lo que el lector aseguraría que esos personajes dicen en la vida real, si fueran personajes de la vida real. Probablemente esta novela sea un ejemplo casi experimental de ese estilo: personajes enclaustrados en su dialecto, como si se tratara de informantes de una investigación realizada obedeciendo al pie de la letra todos los principios de la etnografía lingüística.
Con esta técnica, las lenguas registradas pueden ser cualquier dialecto de la sociedad: el de una adolescente de capas medias altas (Paula Varsavsky, Nadie alzaba la voz) o de la mas estereotipada pequeño burguesía (Romina Paula). En ambos casos. El efecto es etnográfico, porque entre narrador e “informante” la distancia del registro es mínima.
Sin embargo, ese pacto de mimesis transparente se hace difícil de sostener. Romina Paula introduce un segundo idiolecto igualmente tipificado: su narradora es universitaria, mira películas y lee libros, sabe algunas palabras en alemán, etc. Lo “cultural” está como prueba de que el registro plano, la documentación de la lengua, es un procedimiento de la ficción y no las fichas de un investigador encubierto que ha encendido sus grabadores sin que la gente se enterara.
[...]


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[La Voz]

La lengua de una generación

Por Carlos Gazzera


Una veinteañera, Inesia, alias "la Rumana", a quien todos llaman "Ine", se convierte en la anfitriona de un relato por las oscuras galerías de la conciencia de una generación. Inesia o "Nesia", como decide llamarse artísticamente –es actriz de teatro– habla con su diario, con sus amigas, su ginecóloga, con el "amigovio" de turno, la compañera de estudio que se quiere ir a vivir al "Primer Mundo"... Ella vive en "un Aleph enloquecido". Y esa es la verdadera metáfora de la novela. Un aleph enloquecido por el que todos los puntos de una vida –de su vida– transitan en un instante.

La novela ¿Vos me querés a mí? tiene el vértigo de los jóvenes de clase media que habitan las ciudades de la Argentina. Escrita con la lengua de ellos, es posible asumir que en sus páginas se inscriben los espejismos de una generación que tiene los efectos distorsionados del no-diálogo con la generación de sus padres... ¿Es que siempre será así?

En un país donde las generaciones se vienen matando desde los años '50 del siglo pasado (los "parricidas") o han sido desaparecidas" por los genocidas, es difícil abrir un pronóstico de cómo está resultando, después de 50 años, ese diálogo.

Inesia y su mundo es el de una juventud que también está descubriendo la intemperie que confesaron sus abuelos, que atravesaron sus padres. Es el relato en clave de pregunta sobre la voracidad del fuego que consume a los jóvenes de hoy en las incertidumbres que los acechan, en los horrores con que los tienta el sistema. "El deseo es oscuro", dice uno de los personajes.

Es difícil saber si Romina Paula se propuso escribir a los 25 años un manifiesto generacional de su no-generación, pero lo cierto es que le salió un texto lleno de "manifestaciones" de su generación. Histeria frente al sexo, sabores homoeróticos, desconfianza de las utopías paternas, gustos atravesados por el cine y la TV, horror a la vejez en los geriátricos, a las internaciones en los hospitales públicos, terror al cáncer de mamas o de útero, miedo al fracaso, el suicido como una salida, consternación frente a la desilusión paterna.

Y, sobre todo, un profundo vacío existencial. Un vacío que no llena el sexo, que no llena la terapia psicoanalítica, la adrenalina del oficio. Un profundo tedio de quienes han pasado por la Universidad y no encontraron lo suyo, un tedio de no trabajar, un tedio de no saber qué se quiere… La fragilidad de una pregunta impersonal, amplia, dirigida a la humanidad: "¿vos me querés a mí?"

Leer este fragmentado y vertiginoso relato es como llegar verdaderamente a un aleph, a ese aleph que toda generación busca desde tiempos inmemoriales, y que con el tiempo comprende que nunca encontrará. Quizá la única diferencia es que el lector adulto sentirá que los jóvenes están pagando con sus cuerpos el no hablar la misma lengua de tres generaciones hacia atrás. Quizá, después de leer la novela, los jóvenes podrán comenzar a reinventar la lengua con la que nosotros, sus mayores, los dejamos a la intemperie.

 

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[Revista RSVP]

The Romina Paula Experience

Por Fabio Blanco

El universo es apenas un puñado de percepciones. Todo lo que conocemos o creemos conocer consiste solo en lo que nos dictan nuestros imperfectos sentidos. Quizás a ello se deba que el recurso formal de acercarse a los personajes de una novela a través de la pura trascripción de sus diálogos resulte fascinante y perturbador. Es lo que sucede con ¿Vos me querés a mí? (así, con pleonasmo incluido) el debut novelístico de Romina Paula, autora teatral, actriz y dueña no solo de un oído privilegiado para el habla coloquial sino también de la notable capacidad de su traslado a la escritura. Sus personajes se saben atrapados por el lenguaje, y aún cuando intentan deconstruírlo trabajosamente con sus novios, parientes y psiconalistas (“Yo no dejo de ser una construcción, para vos, yo para vos soy lo que te cuento…”) lo único que logran es obsesionarse, ser invadidos por él: “No puedo no pensar” es la angustiosa queja.

Por sus procedimientos y por la calidad con que Romina Paula los ejecuta, ¿Vos me querés a mí? evoca rasgos de la última novela de Manuel Puig (Cae la Noche Tropical, 1988). Que esté en el catálogo de Entropía, que acaba de publicar la correspondencia de Puig, es un merecido honor. Para la joven escritora y para la joven editorial.

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[Revista Alrededores]

El placer no es una variable

Por Alejandro Soifer

 

El placer no es una variable

La época de la abulia existencial tiene diversos epígonos y ha encontrado en cierta literatura de nuestros días, una encarnación proliferante.

Puede pensarse una trama que entrelaza la estética del Nuevo Cine Argentino con la de algunos de los escritores nóveles que empiezan a ver la luz de la existencia por mano de algunas editoriales que están apostando a esta literatura fresca.

En ese sentido, la Editorial Entropía lleva la delantera en cuanto a preciosas publicaciones de interesantes nuevas promesas del campo literario y de la estética de existencias abúlicas.

La editorial pareciera estar encarando la edición de sus libros siguiendo la regla del “secreto del éxito” de toda pequeña editorial: publicar para determinada pequeña porción de mercado que las grandes editoriales descuidan. Lo que se llama “el nicho editorial”.

Entropía por su parte, pareciera haber encontrado su nicho en lo que podría llamarse “la efervescencia de Puán”: la construcción de lo cool y lo integrado que es ser de Letras en este momento o ser del palo de Letras (basta recorrer los centenares de blogs e intervenciones en blogs de satélites de la carrera, los encuentros de estudiantes de letras, los ciclos de lecturas de narrativa y poesía que se expanden por cuanto antro haya en la ciudad, la importancia de las nuevas revistas literarias de Letras y las intervenciones mediáticas de gente de letras que adquirió, con el Caso DiNucci del verano 2007 su momento de mayor exposición).

“El mundo como supermercado” es el inteligente título (no así tanto el libro) que le puso Michel Houellebecq a una colección suya de artículos de revistas. En momentos en que es clara la forma en que los ciudadanos somos tratados como consumidores a los que se nos intenta vender cualquier cosa como se intentaría vender jabón en polvo, también hay una literatura que puede ser de consumo masivo pero que al mismo tiempo, está contaminada de guiños formales, estructurales y de contenido que harían sonreír de satisfacción a cualquier estudiante que haya aprobado Teoría y Análisis Literario I.

“¿Vos me querés a mí?”, primera novela de Romina Paula se inserta en ese preciso espacio.

La novela toca varios tópicos de la insatisfacción juvenil y en su apuesta por una retórica ampulosa y vacía, desarrolla su problemática: la duda.

Enunciada desde el título, la duda es duda de todo: los valores familiares, el amor, la verdad, la sexualidad, las fantasías, la normalidad, la muerte y el psicoanálisis.

Intercalando un capítulo de diálogo y un capítulo de reflexión introspectiva en forma de monólogo interno, la novela narra algunas situaciones en la vida de Inesia, joven presumiblemente de veintipico, que abandonó una carrera (presumiblemente alguna que se dicte en Puán) para dedicarse al Teatro, que tiene una abuela sobreviviente de un cáncer de mama (cuyo cuerpo no salió indemne) y otra internada en un geriátrico, que está empezando a salir con un pibe pero duda de poder sostener la relación y que, en el fondo intenta lidiar con su duda más profunda: su orientación sexual.

En ese intercambio de capítulos que alternan en dos registros estructurales (diálogo-monólogo interno) también se produce un diálogo cuyo marco es la narración en su totalidad.

Diálogo fracturado por una breve narración en primera persona que se coloca en la mitad del relato aproximadamente y que aporta el único momento de desplazamiento de la acción por medio textual (teniendo en cuenta que el resto de los desplazamientos operan por medio de elipsis y reposición: lo no dicho que el lector repone mediante la materia de los diálogos).

La narración en primera persona es el único momento que no permite la duda aunque se asiente en la subjetividad.

Es objetivo y plantea certezas porque el discurso no se enchastra con las retóricas automáticas de los monólogos internos que terminan conformando una escritura bloguerística (“El punto clave es que no es otra cosa que la riqueza abundancia particularidad del mundo interior, si es que algo como eso existe y no esas palabras, de falsos espasmos y placeres verdaderos, pero no menos efímeros y pelos muchos y largos pelos casatños adheridos a las sábanas junto al olor, mi olor – eso dicen – que yo misma desconozco.” (Paula, p.52)

Los capítulos en forma de diálogo por su parte, se imponen con la potente soberbia de captar a la perfección el habla cotidiana de los jóvenes de clase media en un manejo tan preciso de expresiones y registros que emparenta la escritura de Romina Paula con lo que hizo famoso a J.D. Salinger: transcribir los códigos generacionales adolescentes.

Valga uno de los ejemplos más expecionales (diálogo entre Inesia y Pablo, su chico, acerca del disfrute sexual de ella):

“(Pablo) - Qué locura… no la pasabas muy bien que digamos.

(Inesia) – No, ni en pedo, se ve que el placer no era una variable.

- No.

- Qué bajón.

- Mmmm.

-¿Y ahora?

-¿Ahora qué?

- No, ¿ahora qué onda con eso?

- No sé, bien, no sé… ¿Qué querés que te diga?

- No, no sé, nada, qué onda con eso.

- No se, boludo, ¿qué me preguntás?

- No, nada.

- Que forro.

-¿Por qué?

- No, dejá, no importa, no entendés.

-¿Qué me decís, boluda?

- Ya fue.

-Bueno sí, ya fue…

-…

-¿Me das un beso bonita?” (Paula, 59,60)

Con todo, la narración representa con soltura el estereotipo de pseudointelectual de Puán: con la negación a la francesa (por esa tendencia actual a mutliplicar los modalizadores de negación en la oralidad como quedó demostrado en el fragmento anterior), las referencia directas a la facultad (cuando se compara al Hospital de Clínicas con “estar internado en Puán” (p.70) y sus chicas que recorren el camino de la frigidez en tránsito a la homosexualidad apoyadas en el feminismo mal masticado de Andrea Dworkin: “toda cópula es una violación”.

Así: “Tuve un primer novio con el que cogí y después no quise coger más y estaba como re-loca con el tema, tenía todo un discurso al respecto, como una teoría, pensaba que coger era una violación, porque hay uno que penetra y otro que es penetrado y que el hombre y la mujer estaban en igualdad de condiciones hasta ese momento, en el que el flaco te mete algo hasta acá, ¿entendés?” (Paula, 59).

La cuestión sexual, luego retomada en la llaga interior de la vagina de Inesia producto del sexo heterosexual, la imposibilidad de enamorarse (es decir, la posibilidad de enamorarse con fuerza de un hombre por un breve tiempo y luego desenamorarse sin motivo) configuran el esquema de la duda (la sexualidad) y el carácter de búsqueda e insatisfacciones permanentes del estereotipo Chica-Puán.

Es en ese sentido que la novela delimita y determina todo ese espacio de seres y sus dudas permanentes, donde el placer casi nunca es una variable porque es más cómodo seguir siendo un ser sufriente, un adolescente que añora su infancia asexuada.

La Chica-Puán o Inesia es aquella alternatonta de clase media que se ponía brillantina en el pelo y escuchaba El Otro Yo cuando tenía 15 años.

Sólo que ahora creció y refinó sus gustos (y en eso hay un muy buen trabajo de escritura al referir a productos culturales sofisticados (como el cine alemán) que operan como manifestación de cierto realismo pop cool (en contraste con el Pop Nacional y Popular de la escuela puigiana).

La escritura de la novela es impecable e implacable entonces dando espacio y personalidad a esta subesepecie de jóvenes de clase media que son sus lectores naturales.

En un mundo-supermercado es bueno que haya opciones para todos los tipos de consumidores.

La novela de Romina Paula apunta a aquel tipo de consumidor que contribuye a crear y recrear.



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[Blog Mavrakis&Valdés]

Spinning on an axis

Por Nicolás Mavrakis

Existen las voces que articulan su deseo y en ese orden de las cosas establecen una (su) linealidad. Las que no pueden articularlo, giran, casi siempre, sobre su propio eje. Orbitan – o mejor: están encarceladas por la órbita – alrededor de un eje inevitablemente enlazado a sí mismas (spinning on an axis, en la metáfora de Sir Paul McCartney).

La quintaesencia de cierta literatura de género – opto por llamarla así, Mavrakis: literatura minita, ¿te parece? – es intentar bordear con la literatura esta voz – que es, por supuesto, una figura retórica - incapaz de articular su deseo, y que suele ser, siempre, la voz femenina.

Claro: es una torpeza misógina asignarle el carácter minoritario a la voz femenina por su sola condición cromosómica. Las minoridades no se constituyen a razón de lo numerario. Se constituyen a razón de la designación, siempre arbitraria (siempre necesariamente arbitraria), de las mayorías. Es decir: en un mundo de hombres heterosexuales, la voz femenina (la mujer) es la minoría. Aunque, demográficamente - ¿pero qué importa esto a la mayoría real? - las mujeres sean la verdadera mayoría.
Y la literatura, queriendo mojar su galleta en la cuestión, se acercó a esa minoridad con la intención de elaborar una voz. Y, paulatinamente, esa voz se fue multiplicando y diseminando (por ejemplo: La romana es una voz fémina rotundamente disímil, por mil y un razones, desde Flaubert, que no vienen al caso, a la de ¿Vos me querés a mí? )

Otra torpeza sería creer que, porque la autora tiene aproximadamente veintitantos años y habita los espacios de su novela; porque tiene inquietudes (estéticas), porque tantos etcéteras más o menos azarosos, recurre a la literatura como quien apela a una aparatología del yo.
Lo cual reduciría al libro a un ejercicio más o menos interesante de autoayuda. Entonces se lo podría leer y derrapar, al momento de comentarlo, en todos los lugares comunes – que no son sino las comodidades de la mayoría – para sostener que: se trata de una novela que refleja a una generación (¿?), que retrata el habla de la juventud porteña (¿?), que el logrado registro de la oralidad, que la tragedia insoslayable de la juventud postdevaluación, que la histeria. Etcéteras.

La literatura no tiene el deber de reflejar nada. Y si está impresa sobre buen papel, ni siquiera deber ser traslúcida. (Por otro lado: el género autoayuda no es todavía literatura). La literatura es una reivindicable serie de operaciones de distinto orden y de distinta graduación. Hablamos de literatura y hablamos de la figura retórica de una voz.
Se trata de ver cómo funciona eso en el libro, ese objeto que nada tiene que comprender ni resolver de la vida.

Voces melindrosas e irritantes
De entre las variantes de esta voz fémina, Romina Paula trabaja sobre la más melindrosa e irritable: la voz fémina de una veinteañera. Porteña, ABC1, convulsiva, insistente, carne opulenta de diván (las psicólogas, chamanes del ABC1), con inquietudes: la voz fémina de una veinteañera enérgicamente histérica – pero veremos hasta qué punto esta palabra sólo se coloca por inercia -. Una voz melindrosa e irritable/irritante.

“¿En serio? ¿Y yo me enojé por eso? No puede ser. Bueno, no importa, la cosa es que me quedé pensando y la verdad que no sé si sirve de algo que te lo diga, pero igual te lo quería decir, que nada, que estuve pensando y que viste que la última vez que nos vimos yo estaba un poco rara, bah, como que me fui poniendo rara, porque estaba todo bien, pero en un momento me puse a pensar y como que me colgué porque es algo es algo que me pasa siempre, y ya sé cuando me empieza a pasar, me doy cuenta y no quiero que me pase, viene y ya sé, es una sensación que ya conozco y trato de combatirla y bueno, en eso estoy, y no es algo de lo que vos te tengas que hacer cargo, es algo más mío en realidad, pero es como que me miro de afuera y me pregunto “¿pero está bien esto que estoy haciendo”?.

No se trata de inventar nada, se trata de trabajarlo de manera innovadora. La voz fémina – este tipo particular de voz fémina, la de la veinteañera cuya existencia es siempre una crisis – está extraordinariamente construida, por ejemplo, en la Samantha de Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís.

Y, por ser una voz fémina ligada a lo minoritario, también se vivifica, por ejemplo, en la voz de Manuel, el narrador gay de Los amigos que perdí, de Jaime Bayly:

“Gracias, Sebastián, por todos los besos que me diste, por los inconfesables placeres que me enseñaste. Debo a ti la clara (y melancólica) certeza de que un hombre bien dotado para el amor puede procurarme ciertos placeres que una mujer, por muy hermosa y atenta que sea, no podrá concederme nunca. Como dice el bolero: contigo aprendí. Aunque, ahora que lo pienso, nuestra aventura fue brevísima, pues no duró más de tres meses. Pesa sobre mí la culpa de haberla terminado. Como te dije antes, me asusté, me acobardé, sentí que estaba enamorándome de ti y salí corriendo. No tuve coraje para vivir ese amor que pudo ser. Me he quedado con la triste sensación de que pudiste ser el hombre de mi vida, pero yo no te dejé: cuando sentí que perdía el control, un impulso autodestructivo me hizo vender ese departamento y alejarme de ti. Tomé un avión, me instalé en Miami y traté de olvidarte. ¿Por qué fui tan imbécil? ¿Por qué corté con tanta crueldad aquella ilusión, precisamente cuando todo iba tan bien? ¿Por qué te dejé desconcertado y me condené a tu ausencia? Cobardía, pura cobardía. Te quería, pero no me atreví a sentir ese amor, a dejarme invadir por ese amor, a vivir – aunque toda la ciudad me viese escandalizada – mi pasión por ti. Así de cobarde puedo ser, y tú lo sabes bien”.

En calidad de figura retórica, la voz fémina es un objeto literario preexistente, dado a las reapropiaciones y usos permanentes. En este caso – en el caso de Bayly -, una resignificación de la voz fémina: la histeria como robo simbólico a la minoría mujer por parte de la minoría – aún menor - gay.

Silly love songs
Si en ¿Vos me querés a mí? Existe un artificio literario, es el de darle un marco propio a esta voz que no puede articular deseo. Entonces la voz fémina deja leer una competencia – la propia capacidad de articular – pero falla, una y otra vez, en la emergencia de una actuación concreta: esto es: articular su deseo. En esa línea, el capítulo “¿Vos me querés a mí?” es la mise n´ scène de esta falla entre competencia/actuación: 7 páginas de rodeo de la voz fémina para preguntar, en definitiva, una sola cosa: “¿Vos me querés a mí?”

Que es la clase de pregunta – la tragedia de una voz fémina atrapada entre los sentimentalismos de su propia competencia/actuación - que puede ponerse en serie con cierto bovarismo para llegar a la retórica de la revista Cosmopolitan – “¿Y vos en qué andás? ¿Tu chico?”-: el trazo de una fraseología que remite inmediatamente a toda canción – en voces también tipificadas, seriadas - de amor pop. Allí entonces los problemas sentimentales y los de sexualidad (problemas de inacabamiento):

- ¿Resultadista? No entiendo qué me querés decir.
- No, nada, que ahora me decís estas cosas y fue justo la última vez que nos vimos que no pudiste acabar y entonces.

Montajes 1
Hay una serie de montajes – el cine, que está también en la novela, remite al montaje -. En “El vómito de tu gato debajo de tu mesa el día que cumplías veintidós años” (título que, de paso, es todo un montaje: tiempo, lugar, objeto, sujeto, etc.) se leen montajes distintos. El que reúne la mención del no-lugar (“ese sitio más parecido a un no-lugar, a un aeropuerto”) para inmediatamente comenzar a tratar la sensación de no-pertenencia propietaria (“bajo la mesa de junco y vidrio de tu living o mejor dicho del living de tus viejos, del living de la casa de tus viejos en tu cumpleaños – eso sí, eso sí es tuyo y te pertenece a vos y nadie más – tu cumpleaños”), pero sobre todo el otro montaje, más sutil, significativo, literario, entre la primera persona (“Mi gata, entonces, se retorcía convulsiva”) y la segunda persona (“Tomás la pala un papel de rollisec y te le animás al pato…”), allí donde la exteriorización de la escena parece representar repudio ante la clase de obsequio inesperado que patentiza una red de relaciones de pertenencia/no-pertenencia y dispara una ansiedad construida en la sintaxis. La ansiedad de la voz fémina que quiere y no puede (competencia/actuación).

Otro repudio: hacia el universo desconocido de la masculinidad – “son todos iguales” -:

“Faltaría agregar nada más que sufro – según el veredicto de mi estimada A. – de un agudo cuadro de lo contrario a la misoginia, o más precisamente de su equivalente masculino (que no es misantropía), mal para el que – vaya ironía – aún no ha sido inventado mote alguno”.

Woody Allen
Annie Hall es la película – la obra de montaje - sobre la histeria y la ansiedad y el sexo. En ese sentido, traza conexiones con la novela:

“¿No querés sentarte sobre mi cabeza que hay lugar? Genial, genial W. Allen irritado por el neoyorquino imbécil escupiéndole teorías en el cuello, un momento genial. Vuelvo a marearme y es hora de partir”.

(Se trata de la escena en que Marshall McLuhan sale detrás de un cartel y calla al “neoyorquino imbécil”, Woody mira a cámara y dice: “Ojalá la vida fuera tan sencilla”). Para tener en cuenta – otro de los montajes patentes en la novela – es la escena en la que Diane Keaton, en la cama con Woody, se levanta separándose de su cuerpo - que permanece en la cama con Woody, quien quiere hacer el amor con ella - y se sienta a fumar en una silla, mientras él la reclama entera (importa retener esta cuestión: la competencia de “querer” / la actuación de “coger”).

Exasperación
Ansiedad y sintaxis: la exasperación de la palabra. Una substanciación de la histeria (según Lacan: la satisfacción alcanzada mediante la expresión de una insatisfacción):
“E ir a pedir ese tema y no otro tema, ese tema que viene a ser como un himno y la charla, el diálogo a escasos centímetros una de la otra y los nervios, esa sustancia que desconozco, ascendiendo desde ese otro lugar ignorado o hasta entonces inexistente”.

“Y el mareo, vos que sabés, ¿puede tener algo que ver con eso? No es fiebre, eso dicen, eso es otra cosa y vamos a llamarlo por su nombre. Creíste venir afiebrada y te equivocaste…”

Entre el Enamorado y la voz fémina, el intercambio está mediado por cierta violencia simbólica.

Montajes 2
“No se lo puede tener todo. La represión casi supresión de lo instintivo es prácticamente todos los aspectos, todas las esferas y después la explosión de salvajismo tras la puerta, ahí nomás, un agolpamiento de gemidos, interjecciones, de sudor y espasmos. ¿Cómo es que puede y debe serse tan animal entonces si antes no y después tampoco y luego menos?”

El montaje esencial: el Sujeto (Conciencia) y el Objeto (Animal). ¿Por qué no se puede hablar de histeria en esta novela? Por un montaje literario. Entonces, lo Animal se armoniza con lo corpóreo (hyster, la matriz femenina) y la Conciencia ardorosa armoniza con la afección (itis, la inflamación). Hystera, Hysterikos, Histeritis. Cuerpo (Objeto) y Conciencia (Sujeto) en tensión. El montaje – ese ardor sintáctico - entre la voz fémina y el cuerpo femenino (siempre ligados al torbellino sentimental y las desavenencias físicas) provoca no leer histeria sino histeritis.

- Mirá, tenés una pequeña llagita en el cuello del útero, no es nada grave, no te preocupes, pero va a ser mejor prestarle atención.

Montajes 3
“Yo nunca la quise a mi mamá, ¿sabés, Ini? No era una buena mujer, siempre tan amargada, yo no sé cómo la soportaba mi papá, que a él sí lo quería mucho, un hombre muy bueno, muy generoso. Ella vendía lencería, Ini, en esa época, ropa interior, y se la pasaba todo el día en el negocio…”

La novela familiar. El personaje de la abuela como registro de la melancolía, una novela histórica personal. Uno de los montajes.

Otro montaje: el monologismo como confesionario:

“Pero a lo que iba es a que mi deseo es que alguien me quiera por ser como soy cuando estoy sola, ja, por como soy cuando estoy sola, cuando estoy siendo sola y que me mire y me sonría ese alguien otro y me apruebe y acompañe y calle, tolere, eso, que sobre todo tolere mi silencio pero desde un lugar de sábado de sol por la tarde…”

Otro montaje: el diálogo como distanciamiento:

- ¿Y el pibe qué onda?
- No, todo bien, ¿qué me va a decir? Me dijo que no se preguntaba mucho eso, que a él le gustaba estar conmigo y listo. Eso me dijo. Después cogimos y todo bien.
- Sexualmente a pleno, ¿no?
- Bueno, no sé si a pleno, pero todo bien, sí, está buenísimo, la verdad que todo bien.

¿Distanciamiento respecto a qué? Al monologismo, que es el momento en que – ya veremos, ya veremos – la voz fémina más se acerca a perfilar, de una vez por todas, su deseo. Al margen de las instancias de diálogo – con amigas, terapeuta, madre, novio (“chico”, dice Cosmo) -, al margen de todo intercambio, la Conciencia – suerte de voz crítica: es decir, voz que le asigna coherencia a sus propios signos - se permite, mediante el monólogo, dar forma al deseo. El deseo – lo que se quiere, lo que no se quiere: la fantasía romántica (el amor) vs. el acto sexual (coger), esa tensión constante – como acto de lenguaje a orillar sin la mediación de terceros:

“Actuar es ejecutar y coger es morir, decir coger es una forma de distanciar y distanciar es minimizar, minimizar es preservarse y preservarse es querer morir un poco menos”.

“Creí que sabías que yo sí valoro las palabras, no sólo las valoro sino que las recuerdo y las colecciono, las colecciono y las cuido, cuido de ellas y por eso te pediría en ocasiones futuras recurras a ellas con más cuidado, con muchísimo recaudo…”

El deseo poetizado – “yo si valoro las palabras…” – y el conflicto central de la protagonista: la voz fémina de una veinteañera, porteña, ABC1, convulsiva, insistente, carne opulenta de diván (las psicólogas, chamanes del ABC1), con inquietudes: la voz fémina de una veinteañera enérgicamente histérica; una voz melindrosa e irritable/irritante de la artista – ejecutora del montaje propio, de un estilo poético propio: apropiación de la figura retórica - que sólo quiere enamorarse (nada más, nada menos) a pesar del ruido. Ese ruido es: la novela familiar, el discurso psicológico, la consejería materna, el intercambio fraterno, el discurso amoroso, etc.: todos esos elementos que constituyen el montaje literario – un artificio, como el amor - de ¿Vos me querés a mí?:

“¿Cuántas etapas de proceso, cuántos materiales y personas median entre ese resabio de materia prima que nos alcanza y uno mismo? Intolerable. Y todo todo todo todo no es más que nacer reproducirse y morir donde toda la gran parafernalia cultural no es más que un ruido, un ruido, un gran gran ruido heterogéneo hecho por todos a la vez, para no escuchar/enfrentarse a ese abrumador y abrumador silencio. Y en el medio, el cruel invento del amor”.

Montaje 4
Los sueños. Hay dos tipos de textos que atraviesan la novela: textos oníricos – la relación de sueños – y textos cinéfilos – la relación de películas -.

La película es la lógica del montaje. La construcción.

El sueño, por otro lado, es aquello sólo interpretable. La clave, sin embargo, no se revela. Pero se repiten – hay múltiples relatos oníricos – fundando el juego propio de su propia esencia. Esencia – significado, interpretación del sueño-, se entiende, nunca develada. Lo onírico como lo interpretable nunca interpretado, en sintonía con la voz fémina (?) de una protagonista que actúa precisamente como análogo: la voz fémina exige, siempre, ser interpretada.
Al interpretante de esta voz fémina se le puede asignar un signo propio: ?

Ancianidad y juventud
¿Qué es la ancianidad? El estadio de la disolución del conflicto Sujeto/Objeto; en todo caso: final de la tensión Conciencia/Cuerpo: “me pregunto también cómo es o cómo sería no pensar en nada”; “Confirmo que lo que ella sí puede percibir es el contacto físico, que la toquen, que la abracen, que la besen”.

¿Qué es la juventud? El conflicto entre Conciencia/Cuerpo en permanente estado de ataque:

“… me empezó a dar miedo que ellas se dieran cuenta y empiezo a sentir como que me baja la presión y se que me que puse blanca, porque me empezaron a preguntar si estaba bien… (…)
- Si, es histeria eso”.

Montaje 5
Montajes hechos sobre distintos protocolos del intercambio: el diálogo fraternal (+/-), el familiar (-), el monólogo (+), el comercial (-/+): el texto comercial es el diálogo con la psicóloga (chamanes del ABC1); intercambio – el comercial - en el que se lee que la síntesis de que el texto escrito para una psicóloga – la relación oral de los conflictos, la verborrea del diván – no es sino el entorpecimiento y la demora para la ejecución (más barata) de una escritura literaria. Mentir, a la psicóloga, es un montaje pago e improductivo. “Mentir”, en la novela, es un ejercicio de dote escritural. El arte:

- Si, muy mal… Vos, igual, ¿sentías eso, de estar mintiéndole; o no sé si mintiendo, pero como de tocar lo que le contabas o no sé?
- Sí, más como que vas eligiendo que contarle *
- Sí, como eso, sí, sería algo como eso, más tocar que mentir, por ahí mentir ya es más fuerte…

En definitiva, los cinco protocolos de intercambio giran alrededor de la destitución de la hegemonía del Yo. No se trata de una aparatología sino de artificios de la escritura. El Yo – la portadora de la voz fémina, ? - se inserta en ellos y queda obligado a interactuar (en mayor o en menor grado, con mayor o menor éxito) con Otro (mamá, papá, novio, abuela, amiga, psicóloga).

Mercado del Yo
La voz fémina ligada a la histeritis se presta a la lógica del Mercado. Entonces puede ser un entramado narcisista: la historia – la novela – del proceso de personalización de la oferta de Otros – me gusta, no me gusta; me cabe, no me cabe -. Allí la disputa de los géneros - ¿es ¿Vos me querés a mí? novela de género? -: el individuo femenino computa su bienestar, su interés, su libertad y su necesidad propios anteponiéndolas ante el bienestar, el interés, la libertad y las necesidades del Gran Otro masculino.
El roce – el ardor – entre la Oferta y la Demanda.
Entonces el amor - ¿vos me querés a mí? – se desdibuja como trabajo mutuo para configurarse como aquello en permanente desvanecimiento. Las opciones emergentes, las estimulaciones, toda la caprichosidad y boberías – dispositivos del Mercado – no provocarían sino aburrimiento y monotonía:

- ¿Ves? Eso quiero yo, no querer a nadie más. Estoy harta, mamá, harta, es todo lo mismo al final, un horror. Y siempre todos, cada uno cree que te va a rescatar, y que va a ser distinto, y yo también creo y después es otra vez lo mismo, no pasa nada.

Por supuesto, es esta una arquitectura más ligada al espacio de lo social que al dominio del deseo.

Happy end
“… La casa se agranda y hay más cuartos y más ventanas y son muy lindos, mucho más lindos, con mucha madera, mucha luz y colchones en el piso y yo estoy con Pablo en una cama marinera, miramos el pino y tener vértigo, mucho vértigo”.

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[Libros y literatura]

¿Vos me querés a mí?

Por Rosario Arán

El primer párrafo y ya es imposible no seguir leyendo. Vamos a admitirlo, ¿A quién no le despierta curiosidad una conversación ajena? Si, es vergonzante pero si se trata de una pareja discutiendo su vida amorosa, resulta más tentador. En un libro, plasmar un diálogo tan fácil de ser “escuchado” no es tarea sencilla y al iniciar una novela con un guión que indica al lector que se trata de una conversación puede parecer arriesgado si no se lo hace atrapante. ¿Vos me querés a mí? de Romina Paula se inicia con palabras de una joven y una vez que leíste la primera línea, es muy difícil no dejarse llevar por la agilidad de la lectura.

Ya presenté a Romina Paula en este blog, quizás cometiendo esa falencia de leer primero lo último editado para seguir con su primera novela, la que le da espacio para confiar en una segunda escritura. No voy a negar que tenía miedo de llevarme una mala impresión pese a ser su primera novela, pero Agosto me había gustado y mucho.

¿Vos me querés a mí? es igual de atractiva gracias al estilo que lleva. El diálogo rápido, casi en tiempo real, de los protagonistas de la historia. Mejor dicho, la protagonista es una: Inesia. Ella se plantea las mil y una dudas sobre el amor, la vida y la muerte. Lo hace sola, con sus amigos o sacudida por algún hecho del día a día.

Inesia está con alguien. No dice de novia, o en una relación. Está…y ese suspenso la descoloca. Así comienza la novela, en una conversación con este hombre y su situación sentimental. Después se traslada a lo que le pasa a sus amigas, a su familia, a esa chica que se quiere ir a otro lado y apunta contra su lugar de origen con argumentos que a Inesia no le resultan claros.

Todos van y vienen, en ese ritmo propio de la vida, lleno de conversaciones. Podríamos decir que las temáticas son similares a esos libros de chick-lit pero, por más que muchas veces me entretengan, este libro está más allá de ese género. La autora está más allá de otros autores que haya leído. Tiene tan marcado su estilo que me atrae y me lleva por inercia hasta la página 60 sin notarlo hasta las 12 de la noche que apago la luz y me doy cuenta que “me comí” el libro en un día (claro que no es largo).

Se genera una continua reflexión sobre la vida de alguien joven, buscando la forma de entender el síntoma de no querer comprometerse con nada y no saber para donde disparar corriendo. Ella y sus amigas, con anécdotas graciosas y ese diálogo tan cercano que parece que mis amigas y yo estamos hablando.

La escritura es impecable. Podrán decirme que de poético no tiene nada pero de real, todo. Esa parte es la que admiro de esta joven autora. En general, rechazo los diálogos que no resultan creíbles que abundan en palabras que los mortales comunes no decimos. Ese personaje tan común pierde la credibilidad con palabras pomposas. Acá no sucede, es un reflejo de cómo hablamos, con esa gracia natural que tiene la lengua cuando se habla.

Romina Paula tiene dos libros editados. Así como el primer párrafo de esta novela me atrapó, su forma de contarme una historia desde la reflexión dura hasta lo gracioso me lleva a pensar que me convertí en su fiel lectora.