Editorial
Autores
Blog!

Contacto
Librerías

  Herramientas/Yiyi
Gonzalo Castro

208 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2025
ISBN: 978-987-1768-91-2
+Gonzalo Castro en Entropía
     
   
     
 

«Una mujer es muchas cosas. ¿De qué está hecha, de qué se compone? Una mujer que hace muchas cosas es muchas cosas también. Esta mujer que nos habla en Herramientas/Yiyi es carpintera, construye muebles. Da clases de diseño gráfico en la Fadu. Cuida a su hijita Yiyi. Sale de noche y tiene amigos y citas. Casi que no sabemos que se llama Laureana porque es ella misma quien nos cuenta su vida, y el “yo” le basta como referencia.

Gonzalo Castro construye otra voz de mujer, como en Hidrografía doméstica, su primera novela. Acá esa niña (Chloé) bien puede haber crecido para convertirse en esta mujer adulta que se ve interpelada por la lógica arbitraria de Yiyi. Gonzalo escribe de modo particular, piensa de modo particular; su sintaxis tiene un cruce de ternura y sofisticación muy distintivo. Sus narradoras son personas curiosas, de inteligencia refinada y humor sutil. Él las observa, las oye, las mira hacer, atento al susurro de una vida en esta ciudad, la Buenos Aires que queda cerca del río, y acaso de este modo nos comparte la pregunta de qué hace a una mujer, una mujer.»

Romina Paula

Contratapa
     
   

Uno


Yiyi, por momentos, cree tener el control de todo. Yo mantengo una posición ambigua ante sus demandas, aprendí muy rápido que tengo que reaccionar con cierto delay ante cualquier situación. Y la reacción, cuando llega, debe ser moderada. No sobreestimular la risa ni querer extinguir el llanto. Ambas cosas advienen porque sí, por motores diminutos que no estoy en condiciones de juzgar, y se disipan ante un cambio de aire cualquiera. Ahora dice que quiere armar ella los sándwiches que estoy haciendo. Arrastra una silla hasta la mesada, se trepa para estar a la altura y empieza a acercar las cosas para su lado. Pese a la encomiable dedicación, el primer sándwich de Yiyi es puro caos. El untado de humus fue muy desigual, las fetas de queso se desprendieron en lonjas irregulares y el jamón cocido, cortado muy fino, se hizo un nudo que fue empanado como antes se guardaba una flor en un libro. La manito marcada en bajorrelieve sobre la miga fresca es el detalle salvífico. El conflicto llega cuando quiere empezar a comerlo inmediatamente. Así que forcejeamos un poco, sin escándalo, tomando en cuenta que ninguna de las dos quiere que el sándwich resulte damnificado; con mi mano izquierda lo aplano contra la mesada y la mano derecha busca desafectar las pequeñas manos que pugnan por el alimento. Yiyi se rinde y saca una rodaja más de pan de la bolsa. Pongo su sándwich arriba del que hice? yo, sobre una tabla, los alíneo y los corto en diagonal con la cuchilla. Suena el celular, la dejo con su segundo intento, en el que vuelve a ignorar las rodajas de tomate. Es el
abuelo paterno de Yiyi, un hombre muy querible al que me veo en la triste situación de tratar con cierta frialdad por culpa de su hijo. En este momento no puedo evitarlo porque estoy enojada, y la continuidad genética es un excelente conductor de temperatura. El hecho de que se llamen igual no ayuda al discernimiento, tampoco. Tapo el celular contra el pecho como si el micrófono estuviera en el frente del aparato, y no en la base, y le pregunto a Yiyi al oído si quiere ir a lo del abuelo mañana, a lo cual responde con un puñito en alto: ¡sí!

–Está bien, ¿querés pasar tipo once, mañana? Bueno, perfecto, te mando un beso.

Dejo el celular sobre la mesa y busco la jarra de agua de la heladera. Para cuando me doy vuelta Yiyi está comiendo jirones de jamón, y su pan tiene un par de mordiscos en dos laterales distintos.

–¿Qué hacés, Yiyi?
–Ya terminé.
–Bueh, bajá de ahí y vamos a la mesa.

Suena el celular de nuevo, es mi madre. Pienso que debería buscar el auricular diminuto del artefacto para las conversaciones en momentos como este, porque al viejo inalámbrico se lo podía trabar contra la clavícula ladeando la cabeza, pero los celulares son viscosos y apenas si se los puede sostener con las manos. Pongo el altavoz y lo apoyo en la mesa, le digo que salude a su nieta, su nieta le empieza a hablar, y todo esto es, de momento, positivo, porque Yiyi se vuelve dócil en presencia de su abuela, y mi madre no puede explayarse en casi nada de lo que tiene para decir, con la niña de interlocutora. Mientras ellas hablan, saco unas bolsitas de hojas lavadas y hago una ensalada que terminaré comiendo yo sola.

Fragmento
     
   

Autor

 

   
                     

Gonzalo Castro nació en Buenos Aires en 1972. Publicó las novelas Hidrografía doméstica (2004), Hélice (2010) y Peso estructural (2017).

 


   

Reseñas