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[Revista VIVA, 5 de Diciembre de 2004]
Dos amigas en un jardín
Por Beatriz Sarlo
Chloé tiene once años, casi doce, y vive en el quincho de
la casa de sus padres. Ha cubierto con colchones y almohadas los veinte
metros cuadrados del piso y para entrar hay que sacarse los zapatos. Chloé
cocina a la parrilla o, cuando sus padres insisten en invitarla, pasa
por el comedor de la casa principal para divertirlos durante dos horas.
Va a la escuela, habla por teléfono, lee el Corán, una obra
de Ionesco o algún poema de Miguel Hernández, recibe a su
amiga Daphnis.
Comparada con Chloé, Daphnis es una chica más del montón,
más empeñada en reproducir algo del mundo de los adultos,
que Chloé trata con amistad y una ironía tolerante. Pero
las dos chicas hablan como si se pudiera discurrir a los costados de las
frases hechas.
Los padres de Chloé desearían que ella volviera a dormir
en casa, pero tampoco pueden convencerla. En todo, Chloé es maravillosamente
extraña, pero también normal, si es que normal quiere decir
algo. La televisión no forma parte de su vida (lo cual casi parece
una anormalidad), y eso la vuelve interesante e inesperada. A los once
años Chloé no está histéricamente sexualizada,
como si se tratara de una especie de mujer en miniatura. Más bien
parece una chica de hace varias décadas, preocupada por algún
compañero de escuela, sin apuro para enamorarse, independiente
de las ropas de marca, las modas y las ondas. Es original precisamente
porque no está anudada por las convenciones que los niños
y los padres importan de los medios y los shoppings. Pasa por ser una
alumna excelente, pero se las arregla para copiarse en las pruebas aprovechando
la batería de machetes plastificados (sí, plastificados
para que no se manchen con la merienda) que preparó uno de sus
compañeros. Chloé parece una chica de los años cincuenta
con la libertad de una del 2000. Esta mezcla curiosa la convierte en alguien
casi irreal y, sin embargo, nada inverosímil. Una tarde, Chloé
descubre que puede llegar a desplegar fuerzas excepcionales, sin saber
de donde las ha sacado: sorprende a cuatro chicos atacando a un amigo
suyo y se transfigura. Minutos después, ante la directora del colegio,
despierta de una especie de trance hipnótico para enterarse de
que les ha quebrado un hueso y roto algunos dientes.
Esto es misterioso, pero esas cosas pasan con el cuerpo de las chicas
de once años, cosas imprevisibles y desconocidas. Quizá
por eso, Chloé ha decidido no tener espejos en su casa de almohadones
y, cuando necesitaba ver todo su cuerpo, recurre a una polaroid, que le
devuelve una imagen borrosa, tranquilizadora en su falta de detalles.
Con su papá y su amiga Daphnis, Chloé va a una playa. En
realidad, no se trata de verdaderas vacaciones, sino de una especie de
viaje de negocios al que las chicas han llevado sus bikinis deportivas
y sus mocasines destrozados. Tiradas en la arena o en las gigantescas
camas del hotel, se divierten sin exageración, pelean amistosamente,
van al cine o se emborrachan con clericó. En la arena, la conversación
de Chloé con su padre tiene la soltura displicente que se sostiene
en la inteligencia: "Papá, tenemos que ir a salvar a Daphnis,
que se está ahogando en el océano", dice Chloe. "Andá
vos primero y fijáte qué podés hacer. Cualquier cosa,
si es imprescindible, vos me avisás oportunamente", contesta
el padre. Daphnis y Chloé también salen de paseo solas,
pequeñas exploraciones. Una vez van a la costanera en colectivo.
Daphnis quiere volver a ver un gato que su familia abandonó allí.
Entre los matorrales y las piedras, cree reconocerlo, pero, claro, después
de tanto tiempo, no puede estar segura. De pronto, Daphnis sospecha de
unos tipos que las están mirando. Las chicas corren hasta encontrar
las puertas de un museo. No ha pasado nada, pero Daphnis sintió
una amenaza. Hay una grieta en el futuro, así como hay un mundo
más allá del jardín de Chloé.
La historia de Daphnis y Chloé la leí en un libro que se
llama Hidrografía doméstica y que escribió Gonzalo
Castro. Es una novela, claro, y hace pensar que la literatura, a veces,
puede golpear la superficie lisa de la repetición.
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