[Radar Libros, 12 de Septiembre de 2004]
Sutilmente impresionista
Por Sergio Di Nucci
Una palabra griega y otra latina forman el título de la primera
novela de Gonzalo Castro. Al sustantivo lo restringe un adjetivo esdrújulo,
como en anatomía patológica. No menos griego
es el precedente tenaz al que alude el libro, la pastoral Dafnis y Chloé,
una de las postreras novelas de la Antigüedad clásica. En
Hidrografía doméstica, la protagonista y narradora se llama
Chloé y su amiga, Daphnis, para quien reserva el vocativo Daph.
Jorge Luis Borges escribió que el homo domesticus es el antihéroe
obligado de los relatos de Kafka, ese hombre cotidiano que se ve interrumpido
en sus labores y sus ciclos por una catástrofe de la que no se
repondrá jamás y lo hará entrar en la pesadilla de
la historia. De otra domesticidad trata la novela de Castro: una cuya
sola existencia es su propia teoría de las catástrofes.
Chloé tiene once años, vive al fondo de la casa de sus padres
progres en una especie de casita de muñecas de tamaño natural
que administra a su despótico gusto. En este lugar ameno de la
pastoral, en este prado civil y deleitoso, no podían faltar las
aguas, las de un juego de bañeras que Chloé regula y las
menos regulables del mar vecino. Es en la playa que Chloé nos hace
ver a Daph en bikini, y después, impúdica y desnuda; sobre
la cama, presenciará sus besos y abrazos. No mucho más:
el corrupto lector ha de representarse todos los restos, ha de preguntarse
si existen.
La vida de Chloé queda puntuada por las partes del día,
por los avatares del sueño y de la vigilia, por la sola progresión
de la aritmética. Algún capítulo lleva por título
un verbo conjugado, como Despierta; otros dividen el día
en Mañana y Tarde; los restantes son bautizados
por un número cardinal, Uno, Dos, Veintitrés.
La cotidianidad que vive Chloé es divertida. Encontramos las burlas
a la familia tipo y a las neofamilias, a la escuela argentina con sus
casitas de Tucumán y sus abrazos de Guayaquil, a los pueblos chicos
e infiernos grandes, al mundo del trabajo y del business. Hidrografía
doméstica es una novela de la precocidad respondona, como fue la
Violeta de la colección Robin Hood, pero si Chloé es precoz
lo es por gusto del espectáculo gratuito, de escenificación
de la histeria. No parece difícil prolongar las líneas e
imaginar para Chloé un futuro como el del protagonista de El tambor
de hojalata. Pero esta operación sería ilegítima:
Hidrografía doméstica es una novela sin intriga.
Al autor le gustan los adverbios de modo. En la primera página
de la novela, la protagonista proclama: Mis padres tienen una cama
grande en la que supongo que malamente se aburren; en la última
señala Vimos televisión fuertemente. Fuerza
de la televisión, debilidad del sexo definen a su modo esta obra
de Castro. En los noventa se hizo conocida una serie de cuentos que la
novelista de doméstico apellido A. M. Homes, publicó bajo
el título La seguridad de los objetos. Como en Hidrografía
doméstica, estaban cruzados el sexo de la autora y el de los protagonistas
infantes. Acaso porque el sexo de éstos es el fuerte, en el libro
de la norteamericana era explícito, visible como sólo puede
serlo, por anatomía general, el de dos varones. Hidrografía
doméstica es, en cambio, como define con su adverbio la contratapa,
una novela sutilmente impresionista.
|