|
|
|
|
Reseñas
Tiempo Argentino
(Horacio Bernardes)
Revista Ñ
(Roger Koza)
La otra
(Oscar Cuervo)
Bazar americano
(José Miccio)
Espacio Murena
(Alejandro Boverio)
Otra parte
(Federico
Romani)
Haciendo Cine
(Eduardo Benítez)
Artezeta
(Alan Ojeda)
Micropsia
(Diego Lerer)
Entrevistas
Blog de Eterna Cadencia
(Walter Lezcano)
Télam
(Pablo
Chacón)
|
|
[Tiempo Argentino]
Todos los caminos conducen al cine (o a otra parte)
por Horacio Bernardes
De las tres citas que abren Subjetiva de nadie, primer libro de Marcos Vieytes, una es de uno de los más importantes teóricos cinematográficos (el argelino Jean-Louis Comolli) y otra del poeta Henri Michaux. Poeta y crítico cinematográfico (edita muy buen el sitio de Internet Hacerse la Crítica), en lugar de mantener separadas las dos cuerdas que lo mueven, Vieytes decidió juntarlas, sumándoles encima una tercera vertiente: el diario personal. Subtitulado Fragmentos de un diario crítico, este libro se propone lo que a simple vista parecería un doble oxímoron. ¿Puede concebirse acaso una subjetiva de nadie? ¿Un diario crítico? ¿Y crítico y poético? En la idea que lo anima, Subjetiva de nadie no parece reconocer precedentes y admite una sola clase de lector: aquel que saca boleto para un viaje que desconoce, y que posiblemente no lo lleve a ninguna parte.
Vieytes "sopla donde quiere", cita bíblica con la que él mismo titula el segundo apartado, dedicado a John Ford, maestro del western y del cine en general. Sus textos siguen recorridos dictados por la libre asociación de ideas, de temas o motivos. Y saltan, separados por párrafos o en forma de llamadas con asterisco, a un recuerdo personal o un poema. Diario personal, libre ejercicio de la crítica de cine, irrupción poética: esos tres ejes se yuxtaponen y entrelazan en Subjetiva de nadie. Tanto como se fusionan la cita culta con la lengua coloquial-popular. Las libertades que el autor se toma incluyen el objeto del que habla o cita: Vieytes no ensaya sobre "las películas que conocemos todos", sino sobre aquéllas sobre las que considera debe hacerlo.
Así, puede dedicar miniestudios de seis páginas a Maurice Pialat, cineasta francés de quien en Argentina no se estrenó ni una película (lo cual no le resta un gramo de importancia) o al genial Jackie Chan, máxima expresión de la kinesis cinematográfica, conocido aquí casi únicamente en su etapa de decadencia hollywoodense. O comparar al señor Spock de Viaje a las estrellas con el protagonista-alter ego de los films del gran Nanni Moretti. Viajes galácticos los de Vieytes, llenos de desvíos lógicos pero imprevistos. En medio de esos sesudos análisis, el autor recuerda el olor de Dominga Indelangelo, la señora que lo cuidó de niño. Revisa el éxtasis que sintió en una librería de usados por una chica que ojeaba libros a su lado. Califica al director de cine mudo Fred Niblo de "nabo". Versea "quebraduras/ de hierro en las costillas/no más alga/viscosa no más liquen/quemaduras/de cigarro en las entrañas (…)."
Lo dicho: un libro que es muchos y no se parece a ninguno.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[Revista Ñ]
Libros sobre cine en continuado
por Roger Koza
En una de las tantas publicaciones fugaces de Twitter, un reconocido crítico y periodista de cine argentino informa que en Francia 500.000 espectadores han visto Timbuktu , una película mauritana de Abderrahmane Sissako. Del resto de los países del mundo, tal vez sólo Argentina podría reunir una cantidad considerable de espectadores para un filme de esa procedencia. ¿Una conjetura descabellada? La cinefilia vernácula es numerosa y multigeneracional; hay una cultura cinematográfica vigorosa y una tradición ostensible.
Quizás eso explique un poco, a pesar de la insuficiencia argumentativa pero lejos de cualquier atisbo de sofisma, la insólita cantidad de libros de cine que se publican en el país. Para el hispanoparlante que no vive en la nación de Leonardo Favio y Lucrecia Martel, la oferta en la materia resulta asombrosa. Está claro que, en comparación con los títulos de autoayuda, el número puede ser irrisorio, pero no deja de ser un mercado editorial que a su vez denota una variedad bienvenida.
Un ejemplo reciente: el reconocido crítico de El Amante Cine , Leonardo D’Espósito, acaba de publicar Todo lo que necesitas saber sobre cine.
La voluntad pedagógica del libro no implica subestimar al lector ni abandonar cierto rigor tanto histórico como analítico. Casi al mismo tiempo, el cineasta y crítico Nicolás Prividera ha publicado El país del cine , obra clave para leer políticamente el denominado Nuevo Cine Argentino. Se trata de una obra ambiciosa y arriesgada, tan polémica como las películas de su autor, inobjetable en su solidez argumentativa como también en su distintiva inventiva para agrupar problemas teóricos y contextos disímiles.
Uno de los libros más hermosos que se han publicado recientemente, en la pequeña editorial cordobesa Vilnius, es Hacia lo que vendrá , de Fernando Pujato. En ciertos círculos, el sucinto pero sustancial libro de Pujato, quien escribe sobre películas recientes como también sobre obras ineludibles del pasado, se atesora debido a sus pocos ejemplares. Lo fundamental y maravilloso de Hacia lo que vendrá pasa por cómo expresa una forma de mirar el mundo a través del cine y por su porfía en demostrar que la crítica de cine es una suerte de física descriptiva sensible que se apoya en el movimiento de los planos.
Recientemente se ha publicado Subjetiva de nadie, de Marcos Vieytes, el libro vernáculo más racionalmente salvaje del género, cuyo autor conjura su exposición narcisista al demostrar que la composición de su subjetividad está configurada en gran medida por las películas que analiza, desmarcando su aguda lectura de las películas de una mera idolatría del yo. Su hipérbole estilística es una evidencia de que considera su oficio como una tarea de deposición de falsos ídolos en busca de un dios verdadero. Y, además, las extraordinarias traducciones de títulos fundamentales para la supervivencia y construcción de una cultura cinematográfica que interrogue la imagen por medio de la palabra escrita.
El cine del diablo, de Jean Epstein, Cine Capital, de Jun Fujita Hirose, Bresson por Bresson, Herzog por Herzog, El cine después del cine, de Jim Hoberman, los ensayos de Jean Rancière sobre el arte cinematográfico, algunas joyas entre tantas novedades bibliográficas que confirman la pertinencia de la palabra frente al devenir de las imágenes.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[La Otra]
Sobre la autopsia de un ojo (o la disección de la mirada)
por Oscar Cuervo
No vi Horror Express y no tenía idea de su existencia ni de quién es su director, Eugenio Martín; es más: creo que no la veré siquiera después de haber leído este hermoso texto de Marcos Vieytes que forma parte de su primer libro. El "subproducto del cine de terror europeo" queda definitivamente fuera de mi radar; lo digo sin culpa y sin orgullo. Apartada esta cuestión de deseos y deberes, debo decir que el texto de Vieytes justificaría la existencia de la película que no veré. Hay ahí una metáfora del cine señalada como al pasar, en una intuición genial, en medio de una cadena de instantáneas sobre la mirada (la mirada de Romy Schneider, la mirada de un conejo muerto (ver acá)), cada una de las cuales que valen por un tratado de mil páginas sobre la ontología de la imagen cinematográfica. Una serie de asociaciones, lícitas o ilícitas, autorizadas por la vida de la escritura.
Vieytes no hace un libro de crítica cinematográfica; tampoco creo que sea muy precisa la etiqueta del subtítulo: Fragmentos de un diario crítico. Al menos yo no encuentro un diario. Hay sí una apuesta por la contingencia de la escritura, un escrutar la mirada, por el rebote aparentemente caprichoso de una memoria cinéfila capaz de lograr una iluminación a partir de la secuencia de un subproducto del terror europeo. La cinefilia que Marcos escribe no es la de un culto esotérico que se erige en contra del mundo, así como su crítica tampoco es el Tribunal de la Razón Cinematográfica ante el cual hace comparecer a cada película. No hay Juez ni Sistema, pero tampoco se trata de un mero montón de ocurrencias. Hay una trama urdida desde la inquietud de la pasión por el cine como parte de la experiencia vital: un cine que ayuda a ver el mundo escribiendo la mirada. No ideas, diría el Godard de Adiós al lenguaje, sino metáforas. Por eso creo que el libro Subjetiva de nadie, con su apariencia de ensayo acerca de la experiencia cinéfila interferido por poemas y relatos autobiográficos, es más una novela que otra cosa.
Un texto notable que atestigua que hay vida para la escritura cinematográfica, más allá de la liturgia vaciada de las reseñas y del gesto pendenciero de las camarillas. No está solo: lo acompañan textos tan distintos y tan productivos como los de Nicolás Prividera (El país del cine), los de Roger Koza en Ojos Abiertos, los de Emilio Bernini en Kilómetro 111 o los de José Miccio acá nomás. Un momento extraño y promisorio de eso que alguna vez se llamó "crítica cinematográfica" y hoy ya no sé cómo.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[Bazar americano]
Yo creo en ti
por José Miccio
1
Al comienzo de Subjetiva de nadie Marcos Vieytes dice que el inventor del cine es Dios. En la página 88 se pregunta si no será obra del diablo. La posible contradicción (habrá argumentos teológicos para explicar que lo que inventa uno lo inventa también el otro) es menos importante que el ámbito del que proceden los dos demiurgos. Porque si hay algo que se puede decir de Subjetiva de nadie sin demasiado temor a equivocarse es que se trata de un libro religioso, como parece serlo todo lo que tiene que ver con el amor cuando el amor se toma en serio. Casi no hay página que no recuerde al cristianismo. Vieytes dice que las imágenes cinematográficas de Romy Schneider son ofrendas, que Terence Fisher es un satanista católico, que Mario Bava es un multiplicador de panes y peces, que John Ford es la Biblia, que Godard es Adán. Lo mismo que pasa con los directores pasa con las películas. Wake in Fright es Génesis y Apocalipsis. Huracán, Antiguo y Nuevo Testamento. Obviamente, a la palabra satén sigue Satán.
Pero antes que del vocabulario cristiano – que bien podría ser solo retórica – la fuerza religiosa del libro procede de su tono. Subjetiva de nadie no viene de un sacerdote con autoridad y doctrina sino de un místico. O de un tipo como el Robert Duvall de El apóstol, sacudido por palabras que parecen tenerlo como médium. Vieytes escribe de cine entusiasmado. Es decir, poseso. Los pocos conectores que usa hablan en parte de ello. Hay, por supuesto, algún por otra parte, algún por un lado, algún entonces. Pero lo que hay fundamentalmente son oraciones largas, adición y subordinación, comas y más comas. Los argumentos levantan la cabeza de entre una sintaxis abigarrada, no se acomodan uno detrás de otro, coordinados de manera clara y distinta. Podría ser una catástrofe: mala literatura que habla de cine. O peor: otro caso de semiología hermética perpetrado por la anticinefilia. Pero no. Es un trip. Contra su propio subtítulo, hay que decir que más que un libro de crítica, y más que un diario, Subjetiva de nadie es el cuaderno de notas de alguien interesado en ciertas sustancias. La droga en este caso se llama cine, y de lo que sucede cuando el cine entra en el cuerpo de Vieytes se trata todo.
He aquí un fragmento ilustrativo y notable:
"La idea es delirante, genial, desmesurada, propia de un subproducto del cine de terror europeo tan sugestivo y poético como acabó siendo Horror Express (1972) de Eugenio Martín (Gene Martin para la distribución internacional), protagonizada por el dúo dinámico de la Casa Hammer que formaron para siempre Christopher Lee y Peter Cushing, trasplantados a esta producción con director español, Telly Savalas haciendo de cosaco, Alberto de Mendoza fagocitándose la película al dárselas con todo desparpajo de monje ruso medio loco y medio brujo, más desatado aún que la suma del Rasputín histórico y del mítico, un par de mujeres filmadas de verdad, un monstruo simultáneamente material y metafísico, un tren que atraviesa el nevado desierto siberiano, tres o cuatro secuencias que asustan como pocas, un silbido sibilino y asesino, ni un solo plano irrelevante debido al imán iconográfico del reparto, y ese momento maravilloso en el que, tras cazar y dar muerte al monstruo o a una de sus encarnaciones, Peter Cushing le hace la autopsia para encontrarse con la sorpresa de que en el ojo tiene grabadas – talladas, registradas, impresas – imágenes solamente visibles a través de la lente de un microscopio. Pero eso no es todo, también se revelan milenarias y extraterrestres. Algo así como si Dios hubiera tenido una cámara y mandara home movies desde el cielo, películas de su panorámica cenital. Solo que estas resultan ser las de un demonio, especie de subjetivas cenitales de Satán en caída libre hacia la Tierra tras su derrota bíblica a manos del arcángel Miguel. ¿Quién no pagaría la entrada – digo más: quién no vendería su alma por ver esta película?”
Leer una aventura teológica de este tipo en Godard es fácil, porque hay una marcada predisposición a encontrar en sus películas revelaciones de todo tipo. Leerlo en una fascinante y olvidada película de terror de los años 70 le da al libro de Vieytes un interés bien propio, independiente de la dignidad que dan los grandes nombres y los elogios seguros.
2
Quien haya leído El Amante en sus últimos años de existencia en papel sabrá de donde procede fundamentalmente Subjetiva de nadie. Buena parte de los textos – sino todos – aparecieron antes en la revista. Incluso han quedado marcas de tiempo curiosamente desatendidas, como la referencia a la última década del cine de Bellocchio, que se establece no desde 2014 sino desde 2010, año del estreno en Argentina de Vincere y del número de El Amante para el que Vieytes escribió una nota con poema. (La idea de diario explicaría esto con sencillez, pero no hay ninguna fecha). El pasaje de la revista al libro tiene consecuencias profundas. Es bien sabido: el libro otorga (impone) una coherencia que la edición periódica no exige. El libro espacializa el tiempo. Antes significa atrás. Sin un prólogo que avise de su historia, por el solo hecho de aparecer juntos, los textos publicados durante varios años se vuelven todos contemporáneos entre sí, hijos del día de su aparición entre tapas, como parte de una editorial y un catálogo. El prestigio que confiere el libro no está libre de tributos. El libro pide unidad, líneas de fuerza, arquitectura. Una contradicción - o cualquier cosa que la ortodoxia obligue a pensar de esa manera – entre algo dicho en 2009 y algo dicho en 2014 cambia de estatuto si pasa a ser una contradicción entre algo dicho en la página 34 y algo dicho en la página 243. El libro es un disciplinador fenomenal. Cuanto más fuerte es la coherencia, mayor es la virtud. Ni la novela ha logrado remover esta superstición (de ahí que tanta gente piense todavía que César Aira manda fruta).
Vieytes no es insensible a esta presión libresca. Subjetiva de nadie está cosido con hilos más robustos que los de la compilación. Los mismos textos leídos en El Amante son otros textos porque el entramado del que forman parte es completamente distinto. Lo más evidentemente singular es el modo en que el discurso sobre el cine comparte ahora espacio con fragmentos autobiográficos. No es que una anécdota de la vida de Vieytes dispare una reflexión sobre tal película o tal director, como ocurre tan a menudo en el ensayo. Eso pasa algunas veces. Al comienzo, por ejemplo, un juego que le hizo un amigo de su padre cuando era pibe lleva a Vieytes a hablar de Melville y Johnnie To, y a poner de alguna manera todo el libro bajo la protección de películas como Un flic y Running Out of Time, en las que al cine se juega “sin culpa ni causa”. Pero hay párrafos y párrafos que funcionan paralelamente al análisis vertiginoso que constituye el corazón del libro. El efecto es notablemente orgánico: cuando habla de cine Vieytes parece metido en algún tipo de viaje transpersonal; cuando habla de sí mismo repone el yo que las películas y la crítica le borronean. De Herzog a la mujer que lo cuidó durante su infancia, de los caminos de Kiarostami a Polvaredas, el pueblo de su madre, Vieytes juega a encontrase y perderse todo el tiempo, como un chico en el laberinto de espejos deformantes o algún personaje de Rivette.
Para completar la descripción, a la crítica y la autobiografía hay que sumar todavía un tercer género (la palabra es indispensable y confusa). Siempre a pie de página aparecen poemas (alrededor de cincuenta), con sus versos y estrofas divididos por barras. El lugar que ocupan, la letra chica y la falta de verticalidad hacen de Subjetiva de nadie también un poemario tímido.
3
En la memoria desjerarquizada de Vieytes Godard llama a Del Toro y Mario Bava a Bresson. (Otro par inesperado: Ferreri y Ted Kotcheff). Lo único que puede reunir un conjunto de directores tan poco afines entre sí, tan reacios a la doctrina, es la cinefilia, ese modo de vincular el cine y la vida (y en un punto confundirlos) que persiste hasta hoy a pesar de las acusaciones de ingenuidad teórica e ideológica que siguen cayéndole encima. Subjetiva de nadie es un libro ultracinéfilo. Lo que quiere decir también: un libro feliz, inocente, enfermo, irresponsable, intransitivo. La cinefilia, es cierto, resulta pobre si se le pide solvencia epistemológica. Su causa ha sido siempre el placer y el gusto razonado. Al no ofrecer más que un simulacro de sistema, una pobre interpretación histórica y un puñado de peticiones de principio dejó un margen amplísimo para el goce del arte y el entretenimiento. Los cinéfilos no escriben tesis sino libros con títulos como Las películas de mi vida. Y frases como estas, tan poco aptas para los discursos del decoro. “No he visto de un tirón casi ninguna película de Godard o de Marker” / “Todas las películas de Verhoeven me calientan” / “Nunca me voy a olvidar de las tetas de esa mujer a punto de estallar bajo el corset mientras Delon la busca por los pasillos de un palacete abandonado”.
Algunos cineastas de los que habla Vieytes: Pialat, Buñuel, Ford, Almodóvar, De Palma, Tourneur, Sokurov, Mizoguchi, Errol Morris, Oshima, Bigelow, Carpenter, Tarantino, Bellocchio, Fesser, Jackie Chan. (De Argentina, solo unas palabras veloces para Favio y Caetano). Especialmente valorable es la atención que le dedica a Claude Sautet, un director estupendo, considerado muy por debajo de sus virtudes y confundido a veces con el academicismo francés. Vieytes tiene el coraje de declararlo maestro del plano y contraplano, un procedimiento de montaje que la crítica con aspiraciones de modernidad automática rechaza con aplomo (Negarse al plano-contraplano es un acontecimiento político / El plano-contraplano es fascista, por recordar dos despropósitos) para abrazar a cambio el mundo de infracciones simples propias del cine bien educado, y aberraciones universitarias como el denominado documental de creación, a esta altura un género en sí mismo. (A Vieytes le gusta, hay que decir).
Alguien podría pensar, teniendo en cuenta los cineastas mencionados: de lo alto a lo bajo, de lo bajo a lo alto. Pero, ¿quién va en cada nivel? En el universo de Subjetiva de nadie el trascendentalismo ruso de Sokurov no es más valioso que las coreografías del chino Chan. Virtud nada menor de Vieytes: bancarse su capricho sin melindres, negarse a redimir películas poniéndolas bajo la protección de otras más prestigiosas o llenando la página de nombres respetables. Contra los corazones académicos y rigoristas, los cinéfilos saben muy bien que el hecho de que Deleuze haya hablado bien de Terence Fisher habla bien de Deleuze, no de Fisher. La vocación (la fe) cinéfila podría definirse con estas palabras de Vieytes: “Porque el espíritu sopla donde quiere, incluso en un peplum. Y cuando esto sucede, su efecto, por inesperado, es todavía más poderoso que el de una obra maestra”. O con estas otras: “Tarantino se vale de un cine desatendido por los estándares del buen gusto para demostrar que el goce está más allá del prestigio, y que puede hallarse en cualquier pedazo fortuito de celuloide”.
En fin. Uno se puede enojar con esta afirmación o con aquella, dejar de leer pronto los poemas, preguntarse por qué Vieytes habla solo de películas que lo entusiasman, extrañar algunos nombres, renegar de otros. Pero es difícil que alguien no sienta que Vieytes escribe. Se nota en cada párrafo que el deseo es lo único que mueve el libro hacia adelante, y el convencimiento de que no se pide perdón ni se anda uno con chiquitas cuando se habla de lo que nos sostiene en pie. De ahí la moraleja. Nadie debe confiar en alguien que admira todas las películas que se deben admirar, que carece de pasiones indecorosas o se mueve por la vida tanteando opiniones ajenas, ganándose la honra. Nadie debe confiar en las personas respetables. Hay algo pobre en ellas. Algo exangüe. La gente seria sabe apreciar lo que fue hecho para merecer su elogio, y decir las palabras que apuntalan su decencia, y sumar documentos a una futura sociología del arte, condenada a dilucidar cómo pudieron gozar de favor unos procedimientos y unas razones que se adivinaban ya en su tiempo injustificables. Vieytes no es un tipo serio ni aspira con su libro a la respetabilidad, y eso le basta para que Subjetiva de nadie gane lo primero que un libro debe ganar para sí: un fervor propio que bien podemos llamar derecho a ser leído.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[Espacio Murena]
Viaje a la cinefilia
por Alejandro Boverio
Una idea de Barthes me vino una y otra vez a la cabeza mientras leía el primer libro de Marcos Vieytes: aquella que dice que si leemos algo con placer es porque ha sido escrito en el placer. Y si puedo decir esto de Subjetiva de nadie sin tener otra noticia del autor más que el libro mismo es porque éste nos abre a la enorme experiencia vital y afectiva que para él constituye la crítica, con la que no puedo sino hacer empatía.
"Muy a menudo tiendo a identificarme con el punto de vista del protagonista de una película”, apunta el autor casi al comienzo de este “diario crítico” que, a través de sus fragmentos, como esquirlas, muestra cómo el cine atraviesa la vida. Pero no sólo como aquello con lo que la vida se identifica, siempre en nombre propio, de una manera mimética, sino también en tanto aquello que la experiencia convoca con necesidad, por ejemplo, tal como por allí dice, cuando en la noche no puede dormirse porque lo asalta el sentimiento trágico de la vida y para salir del trance se vuelve necesario ver una película de Buñuel, cualquiera, la que se tenga a mano, antídoto infalible contra la bilis negra.
Este extraño pero notable libro, atravesado él mismo por múltiples pasiones, asume la forma inclasificable de una ensayística autobiográfica de lo que las películas y sus directores hacen con uno mismo. De Pialat a Kaurismäki, Fellini a Moretti, Welles a Herzog, la escritura va saltando de película en película movido por afecciones que no dejan de lado un evidente conocimiento de la historia, de la crítica y de la teoría del cine, pero que están al mismo tiempo también un poco más acá, en la historia personal e íntima de un porteño nacido en la mitad de la década del 70. Y si digo que forma parte de la ensayística más que del género diario, lo hago pensando en aquel gran texto de Adorno sobre la forma, justamente, del ensayo, en el que afirma que éste es caprichoso pues comienza y termina donde quiere, y su objeto está dado por aquello que uno ama y odia.
Este libro, fiel a su condición imaginaria, es también una colección de imágenes y, su autor, un coleccionista. Entre todas las imágenes convocadas, está la de Godard en Habitación 666 (Wenders, 1982), el célebre documental en el que el alemán invita a varios directores para que hablen, solos, en esa habitación, de cine y televisión. En esos pocos minutos Godard tiene atrás, en la tele, un partido de tenis, y dice que su país es el imaginario, y que el imaginario es un viaje de un lado a otro, justamente como el de la pelotita de tenis que está viajando detrás de él. Esa imagen también es una imagen de lo que es este libro que, del mismo modo que Godard en el cine, no sutura los cortes, sino que los enfatiza a través de interrupciones (como, por ejemplo, los asteriscos que aparecen en la mitad del texto y que nos llevan a esas particulares notas al pie -¿poemas?- que cortan la lectura).
Si bien uno podría pensar, prima facie, que un libro en cierta medida autobiográfico de un desconocido no debería reportar mayor interés (y en ello se juega la ironía, entiendo, del título del libro), en este caso cualquiera que tenga una inquietud por el cine -sin necesidad de que sea cinéfilo- va a encontrar un libro excepcional para adentrarse en genealogías fílmicas de todo tipo (caprichosas y no tanto) y ser motivado a ver aquellas películas en las que se reflexiona que no ha visto (en mi caso, por ejemplo, Hubert Robert: una vida afortunada de Sokurov), en tanto se las hace jugar con lecturas que van desde la Poética del cine de Raúl Ruiz hasta La imagen-movimiento de Gilles Deleuze, sin dejar de lado pinceladas de grandes textos de la literatura.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[Otra parte]
No siempre lo esencial es invisible a los ojos
por Federico Romani
En las plataformas y los dispositivos digitales se ha multiplicado uno de esos oficios laterales que prácticamente nacieron junto con el cine, pero a los que ya hace un tiempo este último parece limitado a soportar como un mal necesario. La crítica de cine, muchas veces fagocitada por la más imprecisa “crítica de espectáculos”, luce hoy —salvo múltiples y muy variadas resistencias— reducida al gacetilleo informal y desinformado, al resumen argumental inofensivo o al inventario de virtudes técnicas. La reducción del espacio textual y la dinámica de la red han encogido, también, las posibilidades de explayarse o apelar a densidades del lenguaje que casi siempre riñen con la instantaneidad del mundo virtual. Este replanteamiento de los contenidos ha puesto de lado la función primordial de la crítica, que debería ser el muestreo de posibilidades de lectura y no el juicio sumario a base de “estrellitas” o “deditos” con que suele identificársela. Las calificaciones casi siempre tienden a sellar la obra, del mismo modo en que suelen ocasionar el bloqueo de las claves subjetivas de interpretación y de cualquier orden de referencia que proponga complejidad.
La crítica local aferrada todavía a los espacios de largo aliento (los libros, por ejemplo) ha venido ocupándose casi con exclusividad de ese fenómeno inmanejable que es el llamado “nuevo cine argentino”. Mientras sobran los textos de autoría nacional que se ocupan de ese tema, escasean los que bucean en recorridos cinéfilos más amplios. El libro de Marcos Vieytes vuelve manifiesta esa asimetría dando cuenta de una experiencia personal que adquiere un inusual valor precisamente por su escasa frecuencia de aparición. En Subjetiva de nadie no hay espacio para las boutades ni los gestos ampulosos de posicionamiento, pero hay una tentativa —muy lograda— de obtener nuevas verdades a través de un redescubrimiento de cierta “intensidad” de espectador. No siempre lo esencial es invisible a los ojos, y los directores con los que trabaja el libro (John Ford, Maurice Pialat, Naomi Kawase, Brian De Palma y George Romero, entre muchos otros) marcan y enfatizan un tránsito sumamente desaplicado —en el mejor sentido del término— donde el acto de ver cine no sólo es aprehendido en su calidad de espectáculo de consumo sino también como un rito melancólico que ya ha escuchado demasiadas veces las versiones de su propia muerte clínica como para tomarse cualquiera de ellas en serio. Vieytes no ha escrito semblanzas biográficas ni intenta entronizar a algún oscuro realizador desterrado a las catacumbas del celuloide caduco (cediendo a ese extraño culto de lo bizarro y lo freak que tanto daño produjo), ni se queja de que las películas de ahora no sean como las de antes. Lo que ha hecho es rastrear el destino secreto de algunas películas y directores en su propia vida/memoria (¡esa bellísima referencia al Horror Express —1972— de Eugenio Martín!) y escribirlo con un aire casual y sumamente atento por el que sugerimos dejarse hamacar.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[Haciendo Cine]
El crítico como arista
Por Eduardo Benítez
El libro de Marcos Vieytes explota el estilo que supo caracterizarlo. Ese en el que desarrolla una relación vital con un lenguaje tan mutante como el cine, y en el que la crítica no es el análisis y la interpretación de una obra que ya está hecha, sino la intención de establecer un diálogo que se ubica muy en los bordes de ese centro donde habita la critica clásica.
Son diversas las maneras de cultivar la crítica. Existe la crónica diaria de los medios masivos enmarcada o ceñida a parámetros determinados (número de caracteres, relación directa entre aquello que se aborda y la condición de noticiabilidad). Existen trabajos eruditos nutridos de un flujo retórico “profesional” en tanto descriptor aséptico de evidencias estilísticas. Existe también la crítica como arte, un contexto conversacionalque expone sobre todo la relación del crítico con las películas, pero que gesta a su vez un espacio colectivo imaginario. Allí el lector encuentra un hogar donde consolidar y extenuar el placer cinematográfico por otras vías: la lectura y la escritura. Adoptando en ciertos pasajes la impronta del libro biográfico, y en otros casos exhibiendo una enorme capacidad analítica, Subjetiva de nadie se estructura de manera fragmentaria y abre la posibilidad de establecer relaciones insospechadas. Del anecdotario que nos habla del descubrimiento de la belleza, la poesía y la sexualidad, damos el salto hacia la trilogía del cineasta turco Semih Kaplanoglu; del recuerdo de una viñeta familiar en la que una madre le acerca a su hijo un exprimido de naranjas derivamos en una reflexión sobre Volver, de Almodóvar. Esa manera de impulsar el desarrollo de la lectura, pivoteando entre la linealidad y la sinuosidad en una combinación de registros, es lo que hace del libro de Marcos Vieytes un recorrido necesariamente desafiante. Algo parecido a lo que sucede en la descripción que hace el autor sobre cierto tipo de inquietud inherente a la labor crítica: “Este crítico busca en cada película escollos que lo desafíen antes que facilidades. Lo excita la dificultad de descifrar la demasiado evidente superficialidad de las convenciones (…)”. La prosa de Vieytes se lee, entonces, como una puesta en tensión de una escena de escritura, la escritura crítica en una matriz profundamente literaria. Porque la actualidad y el pasado del cine son convocados a partir de un lirismo que se sabe agradecer, y que va hilando memorias personales e impresiones ensayísticas hasta transformar a Subjetiva de nadie en un objeto estético en sí mismo, en una aventura casi en clave novelada que elude la simple antología de textos críticos. El placer aquí no se reduce al recuento y rejunte de datos, e incluso sobrepasa la esfera de la opinión. Porque si estos capítulos desbordan las posibilidades meramente prácticas de la función crítica, es para proponernos un intenso raid por las densidades del lenguaje y para hacernos entrar en un corte transversal (personal) a través de la historia y la contemporaneidad del séptimo arte.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[Artezeta]
Repensar el papel del arte
por Alan Ojeda
Para la persona promedio ver una película es un evento totalmente anecdótico. Es decir, un amigo o familiar dice a otro: “¿Vamos a ver esa peli nueva que salió? Parece que está buena”. Acto seguido van al cine, pagan la dolorosa cifra, y al cabo de un máximo de dos horas están liberados. Pasaron por la sala como dos turistas que buscaban perder tiempo y eligieron el estreno de la semana que, bueno o malo, prometía unas horas de suspensión de la conciencia. En este caso, la suspensión es negativa. El espectador se retira tan desnudo como entró, porque no resignó su ego para entregarse a la experiencia, simplemente puso pausa, stop, congeló el razonamiento y también el corazón. Un caramelo visual/virtual que se disuelve y no deja gusto a nada. Por suerte no todo concluye ahí. Existe también el que encuentra en la oscuridad del cine, frente a la pantalla gigante, una experiencia religiosa. En ese ritual se inscribe Subjetiva de nadie (Fragmentos de un diario crítico) de Marcos Vieytes, editado por Entropía.
Marcos Vieytes no vive en la ficción, como bien podría decir algún lector de Subjetiva de nadie, sino que la ficción vive a través de él. Esto puede parecer una novedad, pero no. Marcos revela algo que le sucede a cualquiera que disfrute del arte, en este caso del cine, cuando se encuentra con la obra. Ésta no está cargada de sentido en-sí, tampoco quien la consume. En el momento del encuentro se produce un diálogo, una experiencia-de-verdad en la que una biografía (en este caso la de Marcos) se significa y se resignifica a través de cada película. El espectador se entrega al placer, desea ser transformado, demanda de la obra un impacto, una señal, como los maestros de la Kabbalah que buscan sin descanso alguno de los tantos nombres de Dios. Luego vuelve y la consciencia cargada de amor asume la reflexión. Lejos de la frialdad del cirujano, Marcos Vieytes asume la imposibilidad de la distancia clínica del crítico promedio y nos invita a sumergirnos en su vida de la misma forma que él lo hace con cada película. En esta mélange perdemos también nuestra identidad y ahí surge Subjetiva de nadie.
Por supuesto que la experiencia del espectador, en el caso del amante-crítico de cine, no se reduce a la pantalla grande. Como una religión privada, el rito también tiene lugar en la calidez su hogar. Ahí, nuevamente, el espectador pone en contacto el más-acá y el más-allá de la pantalla. Las realidades se funden y sólo queda un aura inmanente donde cada recuerdo o cada mueble puede remitir a una película o viceversa. La experiencia total: la vida parece una película en la sala de cine de Dios.
El lector de este libro encontrará tres niveles distintos de lectura: el crítico, el biográfico y el poético. Un recuerdo evoca una observación sobre una película de Ford, que a su vez invoca la presencia de un poema que suspende la narración, dirigiéndose al lector como contándole un secreto al oído. Subjetiva de nadie, lejos de ser un libro para especialistas, se ofrece a cualquier lector que desee sumergirse en el diario de la pasión de un espectador que, como buen esgrimista, en el disfrute también educará al lector, sin que se de cuenta.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[Micropsia]
Retrato personal de un crítico
por Diego Lerer
El libro que “demoró” el cierre de este post fue este compilado de reflexiones críticas mezclada con autobiografía de parte de Vieytes. Y no por tratarse de un libro malo o difícil de leer. Más bien todo lo contrario. Se trata de un libro complejo y fascinante, que excede la reflexión cinematográfica para transformarse en una suerte de historia de vida atravesada por el cine, por el amor a las películas. Vieytes escribe de una manera extremadamente personal, elocuente y sincera, en especial de las cosas que ama en el cine. Y logra transmitir ese entusiasmo y amor por lo que observa –especialmente en los detalles– en los textos que conforman el libro a modo de entradas sueltas, viñetas y apuntes para una especie de diario. Es la clase de libro con el que uno puede no estar de acuerdo con muchas de las reflexiones, sentencias o ideas pero que admira de todos modos la capacidad para sostenerlas. Por momentos, es cierto, Vieytes peca de un exceso de barroquismo (hay varias “críticas” en forma de poemas) y su particular educación religiosa le tiñen la mirada sobre el cine –bah, sobre la vida– de una manera con la que cuesta identificarse (al menos a mí), pero en ningún momento el autor pierde la capacidad de fina observación sobre sus materiales. Es un libro desorganizado y caprichoso, como todo diario que se precie, y no sigue ni lineamientos temáticos ni cronnologías cinéfilas. Es, más bien, un retrato personal de un crítico enfrentado a un arte que lo interpela, lo modifica y lo pone en conflicto en su relación con el mundo. Y con el cine, también, que en cierto modo es una excusa aquí para hablar –de una manera por momentos amorosa y en otros desgarrada– de su propia historia. Que es uno de los libros más originales sobre “crítica de cine” de los últimos años, de eso no hay duda.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[Blog de Eterna Cadencia]
El cine entre creyentes y ateos
por Walter Lezcano
¿De qué está hecha la vida de un crítico? Subjetivas de nadie. (Fragmentos de un diario crítico), de Marcos Vieytes (Entropía), es un libro particular que exhibe algo complejo e íntimo: una política de la mirada. Pero también es el modo en el que una persona ve en las películas el vehículo perfecto al paraíso. Y, por supuesto, en esa zona de placer y hedonismo, el celuloide es una parte que se conecta con otros discursos: la poesía, la narración, la mitología personal y el ensayo, por ejemplo. Ver, leer y escribir parece ser la triada, conectada de modo ineludible, en la cual se apoya Vieytes para construir los textos de Subjetivas de nadie. Y a partir de ahí, escapa al cómodo lugar de crítico en un sentido parasitario, para ubicarse en el movedizo espacio de observador y explorador de todo aquello que detona una emoción.
En la página 173 se lee:
“31 de diciembre de 2009. Parece que va ser larga. Son más de las dos pero no tengo sueño. Podría escuchar tangos de Manzi por Lamarque o seguir viendo una película sobre Demy. Ya no se oyen más cohetes. La noche pide café y no tengo más que mate y vino blanco. Aunque el cielo estuvo amenazando desde las seis o siete de la tarde, finalmente no cayó ni una gota. Hasta hace un rato barajé la posibilidad de reunir fragmentos de El oficio de vivir bajo el título “Pavese para un creyente difunto”, o de subir al blog ese poema de Saer sobre un violador que cierta noche hace inventario de los cuerpos ultrajados y le viene, como un escalofrío, la culpa, sin imaginarse siquiera, de tan inocente, que su espasmo responde a ese nombre. Esta tarde me hablaron de una mujer que no veo hace mucho, y no sentí más que el vago deseo de que le hubiera ido bien.”
Por esa senda sinuosa y atractiva bordea el libro: hablar de cine no como un lapidario cinéfilo nerd si no como alguien que descubre las relaciones vitales que establecen la películas con alguien atento, o ver la escritura como algo parecido a la libertad –así lo dice Fernando Martín Peña en la contratapa– pero también está la rigurosidad con las propias ideas sobre aquello que al autor lo convoca, lo interpela y lo saca del letargo cotidiano. Desde ese precipicio inhóspito, que busca un lector afín a esa clase de búsquedas, habla y escribe Marcos Vieytes en Subjetivas de nadie.
—Decís: “Mirar cine es hurgar, excavar, desesperar por hallar lo que subyace a la realidad”. ¿Cómo llegás al cine, por intermedio de quién? ¿Y de qué manera arribás a esta idea?
—Llego al cine por intermedio de mis padres. Nací y viví los primeros siete años a cuadras de Lavalle, que por entonces todavía era “la calle de los cines” y desde muy chico anduve con ellos por allí, adentro y afuera de las salas, viendo películas o recorriendo la peatonal de una punta a la otra. Las dos cosas están asociadas en mi memoria: ver y andar. Tanto influyeron esos pocos años que a mis 13, ya en San Fernando, zona norte de la provincia de Buenos Aires, comencé a llevar un fichero con la filmografía de los directores de cine que me parecían importantes; para completarla buscaba en diarios y revistas porque todavía no existía internet. Otro momento importante es la compra de la primera videocasetera, cerca del final de la secundaria.
Hasta escribir esa línea a la que te referís pasaron muchas cosas. Mencionar un par de ellas puede servir para tener una idea más clara sobre su origen. Una es la religión, que anda dando vueltas alrededor del final de esa frase, como una dimensión metafísica que en mi caso fue menos una forma de búsqueda que un punto de partida: nací y mis dos padres ya eran Testigos de Jehová. Desde el principio el cine estuvo asociado a la magia, el espiritismo, la fe, la resurrección de los muertos y un largo etcétera. Durante el transcurso de una película la ilusión puede ser tal que es capaz de convertirlo a uno, volverlo creyente. Una segunda cosa sobresaliente es la escritura. Fue, es y calculo que seguirá siendo la forma de búsqueda y expresión, por no decir respiración (anímica, vale decir espiritual) más importante en mi vida. En la escritura crítica se reunieron ese espectador por partida doble –de las películas y de Dios- y el productor -para usar un término cinematográfico significativo- de poemas que también soy.
—¿En qué momento decidís dedicarte a la crítica y por qué?
—Nunca lo decidí y sigo sin hacerlo. En tercer o cuarto año de la secundaria un compañero a quien nunca más volví a ver, Andrés Zarza, me dijo que yo tenía que ser crítico de cine; años más tarde volví a comprar un número de El Amante para ver qué habían escrito sobre una película que me gustaba y cómo no estuve de acuerdo con lo que leí me dije que alguna vez iba a escribir allí para defenderla; terminé haciéndolo aunque no hice nada para logarlo, salvo seguir mirando películas y escribiendo poesía y, bastante más tarde, escribir un par de cartas que fueron publicadas en el correo de lectores. Desde entonces empecé a escribir cada vez más seguido porque el editor me alentaba a hacerlo, a veces sacándole tiempo al trabajo; más tarde empecé a dar clases y desde hace algo más de dos años dirijo www.hacerselacritica.com, una página web de crítica de cine que reúne a más de veinte críticos, ha contado con la colaboración de escritores y directores de cine, presentó su primer volumen en papel en marzo del año pasado con Fernando Martín Peña como anfitrión y Adrián Caetano y José Campusano como participantes, y presentará el segundo dentro de par de meses. Así que la escritura de textos relacionados con la crítica se ha ido dando, pero nunca decidí ser crítico de cine. Digamos que lo soy por defecto. En verdad, no soy crítico, soy disléxico. Lo “crítico”, para mí, es escribir, en general.
—Subjetiva de nadie tiene muchos elementos: memorias, crítica, poesía, ficción, etcétera. ¿Cómo nace este libro y cómo le fuiste descubriendo la forma?
—Nace, justamente, cuando me di cuenta de que nunca iba a ser un crítico tradicional porque la película me importaba menos que lo pasaba entre ella y yo y no tenía la intención de ocultarlo. Eso era notorio en los textos que no sólo había escrito sino que también fueron publicados en los medios en los que escribía por entonces, El Amante y Cineismo, a los que mucho agradezco la libertad que me dieron. Años después percibí que en esos textos había creado un personaje, un alter ego que ahora, una vez terminado el libro, parece ser un crítico de cine pero es alguien que usa la crítica de cine para otra cosa, sin dejar por ello de tener una mirada crítica, en tanto que analítica, del cine y las películas. Pensé que seleccionando y reuniendo los textos adecuados, además del valor ensayístico de cada uno podía construir un relato atractivo, y a eso le sumé los poemas, que ocupan un lugar inhabitual, más subterráneo que subalterno. Cuando conocí a Gonzalo Castro esa idea terminó de tomar forma y se concretó en este libro.
—En el libro se mencionan una cantidad impresionante de películas. Seguramente, muy poca gente ha tenido posibilidad de verlas todas. ¿En qué tipo de lector pensás para tu texto?
—En uno que le guste sentirse estimulado, supongo, pero la verdad es que no pensé en ninguno a la hora de hacerlo sino en lo que yo quería y necesitaba decir. Claro que sí lo hice cuando escribí los textos que fueron publicados en revistas de crítica de cine, y eso ha redundado en que sean sugerentes e inteligibles. Haber visto las películas de las que se habla no es indispensable para entender lo que se cuenta en él, aunque arroja más luz tanto sobre el personaje como sobre mí y la selección que hice. Pero también puede suceder que, si se desconocen algunas de las películas referidas, los apuntes biográficos irrumpan con otro fulgor, que la poesía no esté solamente en los poemas sino también en el pasaje de los fragmentos analíticos a los íntimos. Porque es un libro en el que el montaje de las partes es tan importante como la progresión del relato que atraviesa las cinco secciones: La hora de religión, Subjetiva de nadie, Crónica de la intermitencia, El sexo de la cosa y La comedia cósmica.
—¿Qué opinás sobre el cliché que dice que el crítico es un “creador frustrado”?
—¿Aquí, ahora, ya? Nada. Que un cliché está para ser ignorado o repetido.
—A tu entender, ¿cuáles son los elementos que contiene una buena crítica cinematográfica?
—No sabría decírtelo, y creo que no tampoco debería hacerlo si lo supiera, en parte porque hay otros que se han dedicado a eso más y mejor que yo, pero sobre todo porque no sé ni me gusta teorizar programáticamente. Además, si lo pudiera formular acabadamente tendría que obligarme a observar esa fórmula, y sólo de pensar en algo como me eso me inunda un desasosiego esterilizador tal que prefiero seguir cultivando esta ignorancia específica. Prefiero que la crítica se porte mal a que se porte bien y le sirva de lubricante a la industria cultural.
—En el libro se habla mucho de cine, pero también de literatura. ¿Qué espacio le das a la vida, a las experiencias que están por afuera de eso? Y por otra parte: el cine y la literatura, ¿ayudan a comprender de una mejor manera los hechos inexplicables de la existencia cotidiana?
—Mirá, en un tiempo, cuando la Psicosis, mi perra, andaba todo el día suelta dando vueltas alrededor mío, te hubiera dicho que le daba más bien poco espacio a la vida. Ahora que la tengo todo el santo día atada y, además, ya está bastante más vieja, diría que es una locura separar la literatura y el cine de la vida. Ni uno ni otro me explicaron lo inexplicable todavía, pero lo que sí pasó es que a mucho de lo que yo creía inexplicable terminé por encontrarle o inventarme alguna explicación, y eso me ayudó a domesticar a la perra, pero ahora me aburro bastante más que antes.
—En Subjetiva de nadie hay pocas referencias al cine argentino. ¿Qué relación tenés con nuestro cine nacional?
—Creo que tengo bastante buena relación con el cine argentino, o por lo menos una muy activa. Hay películas de Manuel Romero, Mario Soffici, Carlos Schlieper, Armando Bó, Hugo del Carril, Leonardo Favio, Pino Solanas, Adolfo Aristarain, Adrián Caetano, Ana Poliak, José Campusano que están entre las que más quiero. En Hacerse la crítica el cine argentino es un objeto central de nuestras reflexiones y discusiones, tanto es así que nuestro primer volumen en papel se llamó “Pampa bárbara” a fin de privilegiar los debates que contiene. En Subjetiva de nadie no hay referencias al cine argentino porque su carácter es predominantemente lírico, en el sentido más despiadado y menos sentimental que puede llegar a tener la lírica, y en mis textos sobre cine nacional la política es protagonista. La distancia dada por el hecho de que todas las películas a partir de las cuales escribo sean extranjeras permite situar al lector en un paisaje cuyas referencias no son inmediatas. Además, se corresponde con mi primera etapa de escritura sobre cine, que fue una de aprendizaje global, y con la de formación del personaje en un ambiente religioso que pretendía abstraerlo de lo específicamente político y nacional. Tampoco descarto la posibilidad de reunir y publicar mis textos sobre películas argentinas contemporáneas en otro libro.
—Tu libro puede ser leído como una teoría de la crítica o un modo de ejercerla. ¿Considerás que la crítica tiene injerencia en el arte y en la creación?
—Espero que sí, que tenga que ver con la creación, y que este libro sea una prueba de ello. Es la razón por la que escribí esto que puede leerse en una de las primeras páginas: “El espectador de cine es un creyente; el crítico, un ateo, pero uno militante que derriba los falsos ídolos que pululan a su alrededor en busca de un dios verdadero en el que depositar algo de la fe perdida irrecuperable. El crítico al que me refiero no es necesariamente un crítico profesional sino un espectador tan apasionado que ya no puede ser ingenuo. Este crítico busca en cada película escollos que lo desafíen antes que facilidades. Lo excita la dificultad de descifrar la demasiado evidente superficialidad de las convenciones, en las que divisa la ilusión de un sentido que excede al dado por la conciencia de los realizadores a condición de que se sustente en evidencias concretas. Las interpretaciones pueden ser refutadas, la visión del crítico no en tanto y en cuanto su escritura tenga poder de convicción. Eso es lo que hace del crítico un creador y ¿qué sentido tiene serlo si no se aspira a ello?”
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[Télam]
Se repiten las mismas pasiones: no me aburro de ellas
por Pablo Chacón
En Subjetiva de nadie (fragmentos de un diario crítico), el realizador, crítico y poeta Marcos Vieytes reúne su trabajo de escritura de años alrededor del cine y más en general, de la práctica y el oficio de artista bajo la forma de una suerte de diario donde convoca pasiones, interpretaciones, invitaciones a la lectura y a la dicha de ponerse en camino y perderse, si fuera necesario, en los senderos de ese bosque. El libro, publicado por la editorial Entropía, reenvía al lector de una película a otra, de una época a otra, atiende referencias tanto con poemas o referencias a la literatura como con llamados a pie de página.
Vieytes nació en Buenos Aires en 1973; dirige la publicación Hacerse la crítica y éste es su primer libro publicado sin seudónimo.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿Qué pretendés transmitir con un título tan sugestivo como Subjetiva de nadie?
V : No hay ninguna pretensión específica, y lo que más quisiera es que se prestara a interpretaciones diversas. Eso sí, tiene un origen específico: es una de las secciones del libro, a su vez tomado de un texto que escribí sobre César et Rosalie, de Claude Sautet. Al final de esa película los tres protagonistas de ella, porque son tres a pesar de lo que parece indicar su nombre, quedan separados por la cámara en un espacio fílmico que pone a los dos hombres de un lado y a la mujer del otro. A su vez, el nombre excluido del título de esa película es el del personaje que a todas luces cumple la función de testigo de la historia de amor de la pareja. Interviene, y mucho, en ella, pero no deja de estar afuera del mundo construido por ambos, como el espectador, y como la cámara en ese final, que filma todo desde un punto de vista que no pertenece a ningún personaje pero sigue siendo subjetiva, acaso por la potencia afectiva de la puesta en escena de Sautet y no sólo por su posición. Me gustaría lograr algo similar en este libro, involucrar emocionalmente a un lector que, a su vez, no dejara de estar adentro y afuera de él. Tendrá una historia -familiar- que seguir, la del crítico, que es el protagonista de la dimensión narrativa, pero también las críticas que ese crítico escribe y otra voz, a pie de página, más íntima.
T : Además de tu intervención en guiones y de la revista (que a Mar del Plata no llega), ¿éste es tu primer texto o es un texto que reúne trabajos de años? Como sea, ¿por qué publicarlo?
V : Hasta ahora sólo colaboré parcialmente en un solo guión. La revista está online hace ya más de un año y publicamos un primer volumen en marzo de este año que presentamos en el auditorio de la ENERC con un ciclo en fílmico proyectado por Fernando Martín Peña, que fue nuestro anfitrión, y acompañados por José Campusano y Adrián Caetano. Organicémonos para que pueda estar en las librerías de Mar del Plata o para hacer una presentación allá. Ya estamos componiendo el segundo volumen, que saldrá un año después del primero. Este libro es el primero que publico sin seudónimo y es el resultado de más de veinte años de escritura en general y de crítica de cine en particular. Reúne poesía, crítica, ensayo, diario y ficción. La razón de publicarlo es el deseo de ser leído, por un lado, y el interés manifiesto por Gonzalo Castro y la editorial Entropía, que lo juzgó digno de comercializarlo.
T : Están tus pasiones (cinematográficas, literarias, otras). ¿Cuál de ellas -si se puede decir así- detectás que se repite, aunque sea desde distintos puntos de vista?
V : Se repiten siempre las mismas, esas que mencionás y otras que no (Dios, el amor, Argentina, la política). Lo que me llama la atención es que no me aburra de ellas; más bien son las que me han salvado del aburrimiento. Puedo llegar a agotarme, pero una y otra vez vuelven, me ocupan, me angustian, me divierten.
T : Contame del peso en tu obra de Mijaíl Sukarov -si querés del cine eslavo en general.
V : Gracias por el halago, pero con un solo libro publicado yo no puedo hablar de obra, y la verdad que el cine de Sokurov no es necesariamente una de mis pasiones principales, aunque hay una película corta de él que ocupa unas cuántas páginas de una de las secciones del libro. Vi Elegía de un viaje hace seis o siete años y quedé embrujado por la manera en que la pantalla de video temblaba como si tuviera vida propia y no fuera tan fría como lo es si la comparamos con la textura general del fílmico. Además, la voz de Sokurov materializaba unos textos en los que la función poética del lenguaje impregnaba a las imágenes y me emocionaba mucho. De allí salió un texto sobre el video y la palabra que no tiene valor teórico sino sugestivo, en el que terminan apareciendo películas de Romero, De Palma y Carpenter filmadas total o parcialmente en video. Esas relaciones entre mundos cinematográficos sólo aparentemente antitéticos me interesa mucho más que cualquiera de los dos polos. El libro está lleno de puentes entre películas, directores y personajes; tantos que acaso haya únicamente puentes en él, que se superponen hasta eliminar las distancias o los accidentes que supuestamente deberían salvar. Quizás esos accidentes estén en las notas a pie de página, en los poemas.
T : Otra impresión: ¿de dónde sale tiempo para ver tanto cine, y para pensarlo?
V : Bueno, me dedico a eso, a ver películas, escribir, dirigir y editar una revista de cine sin ningún tipo de apoyo económico oficial o privado hasta el momento, y dar clases, que es lo que me da de comer. Me imagino que debo haber resignado varias cosas debido a esa elección, pero ni siquiera fue tal durante la mayor parte de mi vida. Veo películas desde muy chico, primero en el cine y la televisión, luego gracias a las videocaseteras, ahora internet. La mayor parte del tiempo compartía mi tiempo entre ellas y los distintos trabajos que tuve, hasta que desde hace menos de diez años empecé a dar clases, lo que me permitió enfocar aún más la dirección de mi cinefilia, y hace ya cinco o seis que vivo de ellas. Si dura, voy a tener la mayor parte del día para seguir viéndolas. Si no, tendré algunas horas menos. Pensar se piensa siempre, durante. Todo el mundo lo hace todo el tiempo.
T : Si te dieran a elegir tres directores o tres películas, ¿cuáles serían las elegidas?
V : Prefiero elegir directores porque así no tengo que contentarme con sólo tres películas sino con todas las que ellos filmaron, y porque un director es un hombre o mujer, una persona, una vida, una historia, un cuerpo, unas decisiones. Herzog, Buñuel y Sautet te digo ahora, sin pensarlo más, y me quedó con las ganas de hacerle un lugar a Kiyoshi Kurosawa.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- |
|
|
|
|
|
|