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El increíble Springer
Damián González Bertolino
102 páginas; 16,5x12 cm.
Entropía, 2015
ISBN: 978-987-1768-24-0

 
 
     
   
     
 

A finales de la década del cincuenta, cuando Punta del Este todavía era poco más que un balneario agreste, dos chicos traban una amistad casi instantánea y se vuelven inseparables durante años. Hasta que uno de ellos debe ser internado con un elusivo diagnóstico médico, una imprecisa anomalía clínica que lo reconfigurará todo. El increíble Springer cuenta la historia en torno a esa transformación: dos niños que entran en la adolescencia de un modo imprevisible, en un proceso que pulsa al mismo tiempo las cuerdas de lo siniestro y de lo familiar.

«Al leer a Damián González Bertolino, uno pronto se olvida del autor. Incluso cuando el protagonista está tomado de su propia historia familiar, como en El increíble Springer. Tal como ocurre con las obras de los grandes narradores, el lector va reconociendo un mundo real y extraño, tenso y epifánico, que es a la vez suyo y del que escribe. Esa zona nueva no la percibió nunca, y nunca se la contaron como aquí, en este preciso momento. Todo varía, pero hay un tono, concentrado en narrar, que es propio, ya construido, inconfundible. Ofrece algo inédito que uno quiere seguir captando en la línea siguiente.»
Elvio E. Gandolfo

 

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Al asomarme a la puerta vi a Gastón semiacostado en su cama, con un codo apoyado sobre la almohada y con su cabeza descansando con todo su imponente peso sobre el hombro. Estaba hojeando una revista y en ese momento una mano pasaba la página con lentitud. La misma lentitud que tuvo para hacer el gesto simple de todos aquellos años, su sonrisa. Miré hacia
abajo y en seguida me llamó la atención ver un colchón en el piso, y sobre él un montón revuelto de ropas de mujer.

–Ahora los médicos me van a dejar salir...

Eso fue lo primero que dijo, y duró tanto que pareció la voz de alguien que hablaba entre sueños. Así que esa manera de hablar fue la que tuvo para siempre el increíble Springer. Escucharlo era escuchar a un sabio
cansado que al final entendía que no valía la pena comunicar nada, pero que lo hacía porque no le quedaba algo mejor que hacer.

Era cierto que yo había decidido que ya no sería más mi amigo, pero con algunas de las cosas que íbamos contándonos podía ver como en reflejos al Gastón de antes, y de a poco me fui acostumbrando a eso. Así y todo la charla no duró más que una hora. Luego vino la madre, levantó el colchón y el montón de ropa y me avisó que Springer ya estaba pronto para llevarme de vuelta a mi casa. Siguió lloviendo toda la tarde y buena parte de la noche, y cada vez que yo me ponía a hacer una cosa antes de irme a la cama, trataba de armarme en la cabeza lo que sería al fin y al cabo la cara de Gastón, o el increíble Springer: era algo relacionado con
imaginarme una cara, con las líneas de los costados, y empezar a colocar entre ambas los contornos que podían ser los ojos o la nariz y la boca, del mismo modo en que podía poner piedras que después iba a retirar de
un manotazo.

Con los días pude ver a Gastón más seguido y me acostumbré a los nuevos detalles y gestos que mostraba. Todos los mediodías me subía al De Soto y en media hora me encontraba almorzando con los Springer. A veces mi vista se cruzaba por encima de la mesa con la de Jean, y parecía que entre los dos se armaba un diálogo o más bien una negociación. Había en el
espacio intermedio una verdad que era tirada de un lado y de otro, una verdad que sólo yo podía sacar a la luz, ya que Gastón podría dormirse de aburrimiento antes de ponerle el punto final. Pero yo bajaba la mirada y la verdad se iba hacia el lado de Jean con la vergüenza de los que caen de espaldas cuando les aflojan de golpe la cuerda de la que han tirado con
mucho esfuerzo. Podía darse ese encuentro de miradas entre Jean y yo, así como se podían observar al pasar los otros comensales, pero generalmente había un vacío, o un espacio infértil que llevaba a lo único digno de atención: el pistón de la garganta del increíble Springer haciendo para arriba y para abajo, para arriba y para abajo, así, incansable, hasta que toda la comida se iba al fondo, ablandada, apisonada, hecha una pasta en el confín de una recámara inhallable del centro de su cuerpo.

A la hora de la siesta, el increíble Springer, pero todavía no del todo el increíble Springer, se echaba boca arriba en su cama con la respiración de un envenenado, mientras yo, recostado en el colchón de la madre, aguardaba repasando las páginas de las revistas el instante en que la voz de Springer nos llamaba para subir al coche. Entonces íbamos a cualquier playa, la primera que se le pasara por la mente al padre, pero nunca a la misma del día anterior. La noticia de la transformación había sido comentada en cada habitación de cada casa de Punta del Este, y nadie se perdía la posibilidad de ver el resultado con sus propios ojos de asombro y espanto. La mayoría de las veces eso no era evitable. Porque los primeros en darse cuenta del lugar adonde íbamos eran los niños que tenían bicicletas, bicicletas que podían recorrer varias veces la costa al rayo de sol para conseguir el chisme exacto con el que ganarse un par de monedas. Así que una vez que Springer nos dejaba a Gastón, a Jean y a mí en una playa aislada, comenzaban a aparecer a ambos costados los grupos de dos o tres personas. Primero se mantenían a distancia y un rato después se acercaban hasta llegar a diez o quince metros. Cuando Springer
pasaba a buscarnos, miraba a todas aquellas personas y se ponía a insultar en francés.

Fragmento
     
   

Autor

 

   
                     

Damián González Bertolino nació en Punta del Este, Uruguay, en 1980. Además de El increíble Springer (2009), en Uruguay publicó las novelas El fondo (2013) y Los trabajos del amor (2015).

 


   

Reseñas

Perfil Cultura
(Osvaldo Aguirre)

Revista Brando
(Fernanda Nicolini)

El Popular
(Rodrigo Fernández)

Bazar americano
(Matías Moscardi)

La Voz del Interior
(Martín Cristal)

 

Entrevistas

Diario registrado
(Mariana Kozodij)

Télam
(Pablo Chacón)

Tiempo Argentino
(Ivana Romero)

Artezeta
(Joel Vargas)

Eterna Cadencia blog
(Juan Rapacioli)

 

 

 


[Perfil Cultura]

Pasado y presente en Punta del Este

por Osvaldo Aguirre

Hay circunstancias en que alguien escucha por primera vez una palabra y esa palabra permanece asociada con un lugar y una época, con una historia. Esta idea del uruguayo Damián González Bertolino es la clave de El increíble Springer, nouvelle ambientada en Punta del Este a fines de los años 50 en torno a una familia de franceses arribada durante la Segunda Guerra Mundial. La palabra en cuestión, gigante, evoca en principio la figura de un niño tímido y enfermizo, que de pronto se transformó en un ser físicamente anómalo y devino en objeto de curiosidad y de inquietud.

El relato se presenta como un recuerdo de infancia del narrador (que no coincide cronológicamente con el autor, nacido en 1980). Ficción disfrazada de memoria, se apoya en el contraste entre pasado y presente ("Punta del Este era un lugar muy distinto", menos turístico y más pueblerino) y en luminosas imágenes del mundo de entonces como quedó registrado en la percepción infantil, cuando mirar significaba también adueñarse de las cosas.

El joven Springer es una criatura fantásticas con reminiscencias de Gregorio Samsa y de los personajes de H.P. Lovecraftm aunque más tierna, menos torturada e igualmente enigmática. Pero la mirada del narrador no está concentrada en la extraña metamorfosis que el personaje padece repentinamente sino en la amistad y en los momentos de felicidad que compartieron en la edad de iniciación, y en cómo ese ser deforme pudo agradecer la protección y el afecto que recibió cuando vivía aislado de los demás a través de una pequeña y gratificante venganza.

El crepúsculo invernal, el sonido del viento proveniente del mar, los prodigios que cumple un chico extraño, un hombre llegado de Montevideo con un hijo y una existencia oscura detrás, la primera bicicleta, una escena de voyeurismo con el protagonismo involuntario de Mirtha Legrand: El increíble Springer atesora impresiones y experiencias imborrables en un relato escrito con pulsión lírica y contenta nostalgia.

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[Revista Brando]

Cercanía

por Fernanda Nicolini

Una Punta del Este agreste, lejos de la postal veraniega, y dos amigos que están por entrar a la adolescencia. El narrador es hijo de un pescador, y su compañero, de inmigrantes franceses con un mejor pasar pero atado a la sobreprotección materna por una enfermedad indefinida que luego tendrá consecuencias asombrosas. Ese es el punto de partida de la nouvelle El increíble Springer, de Damián González Bertolino. Nacido en Punta del Este en 1980 (la historia transcurre en la década del 50), ese dato del autor nos lleva a sentir que las imágenes precisas del lado oculto de un pueblo, la intensidad de las experiencias del universo adolescente (las peleas, las lealtades, la humillación por un cuerpo que aún no se desarrolló) y la fluidez de una voz que narra con la naturalidad de quien cuenta una historia cercana tienen un atrapante eco de vocación biográfica. Esa cercanía –maestría de González Bertolino mediante– es también la que nos lleva a borrar sin conflicto la tenue frontera entre lo real y lo fantástico pero probable. Una pequeña gran historia para leer de una sola sentada.

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[El Popular de Olavarría]

El verano de nuestras vidas

por Rodrigo Fernández

Primero debo confesar mi absoluta atracción por los libros con una buena cantidad de páginas. A mí se me hace más excitante el texto largo, la trama que se van armando poco a poco, el desarrollo lento de los personajes. Pero luego de la lectura de "El increíble Springer" debo confesar mi profundo desconcierto al encontrarme con una nouvelle que se destaca por su simpleza. Por ahí sería más justo no hablar de "lo simple", sino más bien de "lo sencillo". Porque me parece que allí se encuentra el secreto para haber logrado un relato que roza la perfección.

Son mediados de los años 50 y los Springer son una familia más de un pueblo costero. Escapando de una Europa convulsionada se establecieron en el lugar. Madre, padre y dos hijos, Jean y Gastón, comparten la casa. Jean es un poco más grande que su hermano. Gastón es seguido a sol y sombra por su madre que lo cuida de cualquier posibilidad de enfermarse. Pocas veces el chico ve la calle más allá de su ventana. Sólo divisa a lo lejos el mar. Hasta que se cruza con el hijo del pescador, un chico que recorre el bucólico pueblo de norte a sur, de este a oeste, y allí se establecerá entre ellos una conexión instantánea. El vínculo se va afirmando día a día, mientras disfrutan de lo bueno y enfrentan lo malo. Pero un suceso lo cambia todo y ambos verán cómo todo lo seguro se les escapa de las manos. Los días del aquel verano, que se hizo largo en el año, se acaban. Como la infancia.

El relato escrito por el uruguayo Damián González Bertolino parte de una simple anécdota -el encuentro de dos chicos en un verano-, para contar una historia donde la pérdida de la inocencia se ve enlazada con lo sobrenatural. Una nouvelle que no da lugar a pausas, como si el autor la hubiese escrito de un tirón, y nos muestra que la crueldad puede aparecer en cualquier momento.

"El increíble Springer" es un relato que contiene la brillantez de lo simple, donde todo está en los detalles. Una nouvelle cautivamente donde cada palabra ocupa el lugar que debe. El autor uruguayo, nacido en Punta del Este en 1980, condensa en pocas páginas el sentido de lo perfecto. Un texto breve, pero bello y crudo a la vez, que nos demuestra que a veces no hacen falta demasiadas páginas para contar una historia, sino sólo saber narrar. Algo que Damián González Bertolino entiende perfectamente.

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[Bazar americano]

Más González Bertolino, menos Prozac

por Matías Moscardi

Reseñar una novela es siempre estar ante el dilema del spoiler: la torpeza de adelantarle al lector ocasional –por atolondramiento o falta de tacto– alguna sorpresa narrativa, algún giro argumental. Tengo miedo de incurrir en este error: decidí que mejor es no contarles nada. Por el contrario, quiero hablarles de una novela como si no la hubiera leído, como si la hubiera olvidado como se olvida un juguete de la infancia, como si imaginara lo que sucede a tientas –o no supiera exactamente lo que sucede–; reseñar, incluso, bajo el diagrama de la envidia: como si fuera yo, y no Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980), el autor de El increíble Springer (Entropía, 2015) y todavía no la hubiera empezado a escribir, pera ya tuviera instalada en la cabeza la materia sensible del relato. No encuentro otra forma –mala mía– de transmitir algo de la experiencia de lectura que nos deja esta novela.

¿Nunca les pasó que un ser querido les resultara, por una milésima de segundo, completamente extraño? El increíble Springer habla de estas cosas: de la infancia –de sus personajes– y de las mutaciones y devenires que nos conducen a esa antesala del mundo adulto que es la declinación de la adolescencia.

Desde el comienzo, El increíble Springer funcionó, para mí, como un imán. Estaba en la casa de Ana Porrúa, cuando me alcanzó el libro con una frase: dicen que está muy bueno. Pude escuchar ese rumor nebuloso resonando en la cavidad del título –directo, simple, casi descriptivo– que activa invariablemente nuestra curiosidad, incluso como desafío: ¿qué tendrá de increíble este tal Springer? Entonces abrí el libro, leí el primer párrafo, compuesto de una sola oración:

Estoy seguro de que fue en el verano de 1957 cuando Gastón Springer se transformó en el increíble Springer.

El primer interrogante redobla, de este modo, la incógnita del título. No sólo queremos ver qué tendrá de increíble este tal Springer: con la primera línea, el narrador deja entrever que este personaje, su amigo de la infancia, no fue siempre el increíble Springer. Algo debe haber hecho para ser merecedor de ese apodo. Como sea, sabemos que, indefectiblemente, una transformación, un desplazamiento clave –de Gastón Springer al increíble Springer–, es lo que el relato nos promete. Ahora bien, hay un problema: basta con que el increíble Springer no esté a la altura de nuestras expectativas, que no sea tan increíble, para que la promesa se transforme en decepción. Pero claro, Damián González Bertolino es un narrador extraordinario, sabe esperar, no se adelanta, mantiene el lector a raya, y cuando ya no damos más, cuando queremos que se corra el telón, que se revele el secreto, de pronto descubrimos que el secreto es mucho más grande de lo que el relato calibró en nuestra cabeza como horizonte de posibilidades: una voz que narra sin mayores pretensiones su infancia, experimenta, en una vuelta de página, un salto enorme, y más aún: gigante.

Al comienzo de la novela, me pareció escuchar en la prosa de González Bertolino algo del sonido de su contemporáneo Alejandro Zambra. Con el transcurrir de las páginas, la sensación se disipó. Desde el comienzo, el DJ de fondo que orquesta su escritura es J. D. Salinger: ya en su apellido, Gastón Springer lleva en su sangre algo del autor de los Nueve cuentos. En efecto, como “El hombre que ríe”, una de las cosas que notamos de Springer es su sonrisa grabada como un gesto sutil en su rostro.

Por lo demás, aquello de increíble suena –de entrada– como un mito de adquisición de superpoderes, aunque también tiene algo circense, la atracción de un freak como los que vemos en la película homónima de Tod Browning o aquellos que aparecen en las fotos de Diane Arbus. El increíble Springer: la lectura se encuentra impulsada por esta nominación, por el enigma infantil de esa palabra.

La novela es, en definitiva, la historia de las personas que cambian, de los amigos que se vuelven irreconocibles: la historia de lo que nos toca perder o dejar atrás cuando el tiempo, sencillamente, pasa. Si todavía no sabían nada de González Bertolino y leen El increíble Springer, seguramente van a estar esperando, como yo, que Entropía publique otro libro suyo.Por último, hay algo clásico en la escritura de González Bertolino, y creo que es esto: su trabajo como narrador es invisible. No parece, ni siquiera, que estuviéramos leyendo sino que escuchamos, en trance, el relato durante un lapsus donde el lenguaje desparece o se vuelve una delgada capa transparente, apenas un rumor, dejando a flote, como la resaca de una ola, la historia de cómo Gastón Springer se transforma.

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[La Voz del Interior]

Remembranza de una amistad gigante

por Martín Cristal

La infancia de su nouvelle es entonces la de una generación anterior, con autos descapotables, una ciudad que todavía es un pueblo y con playas que todavía no están abarrotadas de turistas argentinos (si bien desde los médanos se puede espiar a una joven y muy deseable Mirtha Legrand en traje de baño). Lo que para su narrador es una remembranza, para el autor -quien le dedica el texto a su padre- es un ejercicio de la imaginación.

Con nostalgia ficcional, esa imaginación dicta que el hijo de un pescador, que acompaña a su padre en bicicleta para repartir la mercadería de cada día, conozca al hijo de unos inmigrantes franceses. El lazo entre ellos será el de esas amistades automáticas que surgen entre niños de 6 años, y que en los adultos son más difíciles de forjar. De hecho, cuando crezcan -los dos, pero en particular Gastón Springer-, esa lealtad será puesta a prueba.

Con un aire de literatura norteamericana, el estilo es reposado pero constante, sin apresuramientos ni dilaciones, en un tono de confidencia amable, sólido en su madurez de adulto que rememora o que repite un relato que ya ha pulido de reflexiones innecesarias.

La atmósfera de aquel pasado no se le impone al lector con detalles abrumadores, sino que lo va ganando de a poco con pinceladas impresionistas. Crece, sin prisa y sin pausa, como la mancha de sudor en la camisa de ese padre que pedalea.

El increíble Springer funciona bien como relato independiente, tal como lo reeditó el sello argentino Entropía, si bien originalmente se publicó como parte de un díptico, que mereció el Premio Nacional de Narrativa "Narradores de la Banda Oriental" en 2009.

En esa edición inicial, su lado B era el relato "Threesomes", donde Punta del Este se parece mucho más a la que conocemos -o imaginamos- los argentinos: su historia transcurre en los '90, en el club de golf (escenario que en el relato sobre Springer también aparece, aunque de pasada). Tres mujeres juegan y un caddie las sigue; entre esas cuatro figuras construidas en tercera persona, se van destilando una decrepitud que linda con la locura, miserias sociales, hipocresías, la necesidad de cuidar las apariencias y otras preocupaciones -a veces irrisorias- de la gente de dinero o con aspiraciones de figurar.

Aunque sea más difícil de conseguir por estas pampas, vale la pena asomarse también a esa versión "completa" (desde 2014 se consigue por Estuario Editora). En ella, ambos relatos se apuntalan por los cruces que generan un escenario común y dos épocas muy diferentes.

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[Diario Registrado]

"Es mi íntimo homenaje a mi padre"

por Mariana Kozodij

Este cuento largo comienza con una dedicatoria a su padre Carlos. Cuando uno bucea un poco, en la vida de González Bertolino, nota que los puntos de contacto entre ficción y realidad se mezclan agradablemente en un cóctel literario que funciona.

El increíble Springer tiene la particularidad de preparar al lector desde el mismo título; el personaje narrador nos introduce a su nuevo amigo Gastón Springer, un niño enfermizo de una familia adinerada francesa que llega a Punta del Este en 1957. Al comienzo parece más una de esas típicas historias de verano en la costa pero resulta imposible dejar de pensar en la cualidad de lo "increíble". Y ahí es cuando Bertolino sorprende retomando una anécdota escolar de su padre.

Con una prosa limpia con imágenes bellas a la hora de crear espacios- que remiten en precisiones poéticas a Morosoli-; esta nouvelle tiene el encanto de la literatura que no se queda encerrada en un sólo posible público lector. Los diálogos y personajes conviven de manera apacible sacudidos por momentos que juegan con la idea de "estar creciendo" en su sentido más amplio.

- ¿Cómo llegó la oportunidad de publicar de este lado del Río de la Plata?
- Directamente desde los editores de Entropía, movidos a su vez por la recomendación de "El increíble Springer" que les había hecho Elvio E. Gandolfo.

- Originalmente "El increíble Springer" tenía otro relato (Threesomes) cuando fue editado ¿sentís que el texto cierra igual sin su compañero?
- Sí. "Threesomes" es una historia bastante diferente a la de "El increíble Springer", ambientada en otra época de Punta del Este, con personajes distintos y hasta escrita con otra técnica. El marco de "El increíble..." es el del Punta del Este que los argentinos recién descubrían sobre mediados de los '50; el de "Threesomes", un campo de golf en los '90, frecuentado por los nuevos ricos del 1 a 1 del Menemismo. Pero también son historias muy uruguayas. Entre una y otra, a pesar de las diferencias que marqué, creo que hay una propuesta. Miro ese libro y pienso que en el fondo no deja de hablar acerca de lo que el tiempo hizo con el lugar en el que nos criamos mi padre y yo. Así y todo, "El increíble Springer" habla por sí mismo.

  
- Una de las menciones que se repiten entre la crítica uruguaya sobre tu escritura es que "sabés hacer que lo extraño irrumpa en lo cotidiano" ¿Cómo manejás esos universos a la hora de narrar, en especial cuando decís que te interesan "los individuos como historias"?
- Apenas publiqué mi primer libro, uno de los  aspectos que se me señaló fue ese, justamente, el de la extrañeza. Y entonces vienen aparejadas ciertas filiaciones literarias que en cierto modo yo evito, no porque esos autores no me interesen, sino porque siempre pienso que esa extrañeza para mí es más vital que literaria. La vida es demasiado extraña e incomprensible, y nuestros sueños forman parte de la realidad. No hay más vueltas. Lo viví desde niño con las historias que me contaban, con lo que ocurría a mi alrededor, etcétera. La propia historia de "El increíble Springer", la del niño que crece extraordinariamente, fue algo que le ocurrió a mi padre con uno de sus amigos de la infancia en los mismos escenarios que yo recreo en el texto. Creo que en esas experiencias inusuales uno halla algo también inusual del personaje.

- En una entrevista que te hizo Mario Delgado Aparaín contaste la anécdota de tu padre, de niño, dándole un vaso de agua a un exPresidente e inmediatamente esa imagen me llevó a tu texto. En "El increíble..." una tortuga, Mirtha Legrand, una bicicleta o un gato forman parte de escenas poderosas que nutren la trama ¿Cómo es tu proceso de escritura?, ¿Trabajás con memorias emotivas?
- Para escribir una historia puedo partir de cualquier cosa: una imagen de un sueño, algo que le oí a mis padres o a los vecinos, situaciones que veo en la calle, lo que sea... De todas formas, creo que en un libro tiene que haber, ya sea visible o no, una propuesta, una pregunta o la respuesta a esa pregunta. Contar una historia porque sí, por vistosa que sea, no es suficiente. Debería proponer algo con respecto a la vida. Si siento que lo que escribo no «propone» algo, no me siento confiado o cómodo. A veces lo encuentro en la marcha, como cuando escribí «El fondo». Otras cosas quedaron en el camino porque eran pura vanidad o porque eran como una sucesión de chistes, y porque no me decían nada sobre la vida.
En cuanto a la memoria, es cierto; tiene para mí su preeminencia. Entre mi niñez y mi adolescencia conocí una cantidad sorprendente de personas vinculadas a diversas actividades y de distintas clases sociales. Hubo situaciones que viví o que presencié y que para mí constituyen una explicación del dolor o de la alegría de las personas que me rodearon. Volver sobre esas situaciones a través de la memoria y la escritura me ayuda a conocerme y a rescatar lo que ya no existe. Nada nuevo bajo el sol. Pero qué importa que no sea nuevo si te ayuda a respirar.
  

- Otro dato que se cuela en la nouvelle, y que se une a tu historia personal,  es tu infancia en un barrio humilde frente a un campo de golf. Infancia y lugar de los que elegiste remarcar la resistencia como cualidad aprendida ¿sentís que esa experiencia propia  puede leerse en "El increíble..."?
-Sí, por supuesto. La escritura de "El increíble Springer" es mi íntimo homenaje a mi padre, a quien considero un sobreviviente en el sentido más amplio del término. El lector del libro no tiene porqué saberlo; no hace falta, quizás, porque la historia debería leerse independientemente de lo que la haya suscitado. Lo que yo busqué y encontré en mi intimidad al escribir el relato es, justamente, algo muy mío, y en su publicación el texto debería valerse, en cambio, por otros atributos. Con esto quiero decir que, de todo lo que he escrito, "El increíble Springer" es el relato del que menos me podría afectar un comentario desfavorable, porque en esa escritura yo siempre voy a estar con mi padre.
Sin embargo, tengo que decir que escribí esa historia más por lo que desconocía que por lo que sabía de la infancia de mi padre. Escribir, imaginar fue una manera de conocer o completar una parte de la vida de mi padre de la que no se hablaba mucho.

- Hay cierta visión infantil- más allá del personaje- en tu texto ¿Cómo manejás el lenguaje para que tu mirada adulta en retrospectiva no se cuele?
- No lo sé bien. Quizás lo que me ocurre es que esa "mirada adulta en retrospectiva" no es tan adulta y tiene lo suyo de infantil, también. A veces me descubro observando con cierto rechazo el mundo adulto y sus prácticas, incluso las más triviales, esas que revelan el peso de una convención social, etcétera. No quiero decir que me niego a crecer ni nada por el estilo. Nada que ver. Lo que sí noto es que muchas veces me encuentro observando a los adultos, los adultos como yo, del mismo modo en que los podría observar un niño. Ese asombro en la mirada contribuye a la escritura.

- ¿Creés que formás parte de una "literatura del mar"?
- El término «literatura del mar» es controversial en Uruguay, porque sacando algunos casos aislados y muy valiosos (pienso en Carlos María Domínguez), parecería que nuestras letras están de espaldas al mar o que lo utilizan, llegado el caso, como algo funcional. Para escribir sobre el mar también hay que conocerlo, así como la vida que lo rodea. En mi caso, nunca navegué, no me interné jamás mar adentro; pero crecí a su lado y tengo algunos familiares más o menos directos que han desempeñado oficios relacionados con el mar.
De hecho, uno de mis bisabuelos paternos solía integrar a principios de siglo XX las expediciones que se hacían desde Punta del Este a la Isla de Lobos para matar lobos marinos a mazazos y comercializar después su pelaje. Así que en varias de las cosas que he escrito aparece el mar como un escenario natural para los personajes. no creo que forme parte de una literatura del mar, pero me gusta la idea de haber contribuido aunque sea un poco a su visibilidad en nuestra narrativa.

- Luego de tu celebrada novela "El fondo" llegó "Los trabajos del amor" ¿Qué podés contarnos de esta novela negra?
-Curiosamente, es lo primero que escribí; antes de "El increíble Springer", "El fondo" y otras cosas. Se publicó recién en 2015 porque estuve dándole vueltas durante mucho tiempo. Es la historia de dos delincuentes (o más bien "malandros", como les llamamos acá) que tienen que cumplir con la tarea que les asigna su nuevo jefe: transportar el cadáver de un hombre que falleció en un motel hasta su hogar y dejarlo allí sin que su familia se entere. Sin embargo, la historia excede lo argumental. Me interesaba más una cuestión de la mirada, de la perspectiva. La novela se publicó aquí como un policial, más precisamente en una colección de ese género. Pero lo cierto es que nunca se me pasó por la cabeza escribir un policial, aunque entiendo que pueda ser leído desde las marcas del género.
Lo que quise hacer fue escribir una historia ateniéndome sólo a los personajes y su mirada de la realidad, como una exploración de un tipo humano, que es el del "malandro". En ese sentido, por cómo está dada la perspectiva, siempre vi "Los trabajos del amor" más cerca de la picaresca que del policial.

- Hace poco me preguntaste sobre el valor de los libros en Buenos Aires y remarcaste la diferencia con Uruguay ¿qué otras diferencias encontrás en los universos literarios y/ o editoriales entre ambos polos de escritura?
- Sacando la cuestión del precio de los libros, es obvio que para un escritor uruguayo el mercado argentino ofrece posibilidades mucho más amplias en cuanto a la difusión. Por otra parte, en cuanto a los universos literarios entendidos como "el mundillo literario", sé muy poco. No conozco mucho el ambiente ni del lado de Buenos Aires y tampoco el de Montevideo en el sentido de "estar ahí" y formar parte de las idas y vueltas. Vivo a cierta distancia de Montevideo y lo miro todo de lejos. Aunque, claro, estoy más o menos al tanto de lo que se publica en un lado y otro. Creo, en cambio, que en Buenos Aires, desde los medios, existe una promoción mucho más fuerte o marcada de los narradores argentinos que la que se efectúa acá sobre los uruguayos. 

- ¿A quiénes leés?
- No tengo una fijación en especial con ningún autor. Siempre me encuentro leyendo cosas diversas y por lo tanto suelo tener períodos en los que me concentro en ciertos autores. En los últimos tiempos: Francois de Chateaubriand, Elias Canetti y V.S. Naipaul. Sin embargo, ahora mismo estoy con cuatro lecturas que se complementan bien: "Escribir", de Marguerite Duras; "La muerte del padre", de Karl Ove Knausgard; "Mecánica", de Francois Bon y "Como si fuera poco", de Roberto Appratto. 

- ¿Cuáles son los libros más preciados de tu biblioteca?, ¿Cómo te llevás con los libros digitales?
- Las obras completas de Juan José Morosoli. Una edición autografiada de "Estambul", de Orhan Pamuk (me resbalan los autógrafos, pero Pamuk es un grande). Tres tomos con correspondencia de Pierre Teilhard de Chardin: sus cartas de viaje, las de Hastings y París y las de Egipto. Un tomo con las obras de Cyril Connolly. Los apuntes de Elias Canetti... También tengo en gran estima un ejemplar de "El proceso", de Kafka, que me llegó en un paquete junto a otros libros que un socio del club de golf, dueño de librerías en Buenos Aires, me enviaba de regalo todos los años. Yo era adolescente. Un verano le pedí "El proceso", entre varios libros. Más o menos en abril, como cada año, me llegaba el paquete a mi casa. Cuando llegó el verano y el socio volvió al club, me preguntó si había recibido el paquete aquel año. Le respondí que sí y luego me contó que en la librería nunca supieron si el cadete que llevaba el envío hasta la agencia de correos había cumplido con la tarea. Nunca regresó a la librería. En el camino, fue asaltado y baleado por unos ladrones. Murió en el acto. Estaba casado. Tenía tres hijos pequeños. Lo último que hizo en su vida fue enviarle un paquete con libros a alguien que no conocía. Cuando veo esos libros en mi biblioteca, en especial "El proceso", porque era uno de los que yo más deseaba leer en esos días, no puedo dejar de emocionarme y pensar que un día me gustaría conocer a la familia que quedó destruida por esa muerte. 
Por otro lado, me llevo muy bien con los libros digitales. Tengo un Kindle y leo mucho más desde que me lo compré, porque, incluso, hasta me permite leer comiendo, así como otra gente mira televisión, lo que es casi imposible de hacer con un libro de papel.
  

- ¿Ya estás trabajando en un nuevo texto? 
- Desde hace un tiempo estoy con dos novelas, una más avanzada que la otra, aunque lo que me tiene más ocupado por estos meses es un libro autobiográfico que espero finalizar pronto y que se llama "El origen de las palabras". Como lo adelanta el título, es un libro en el que la presencia del lenguaje y su construcción tienen una presencia central. En cierto modo, cuenta cómo fue que empecé a interesarme por escribir y cómo ese interés se cruza con la historia de mi familia y en particular con el sacrificio que mis padres hicieron para que mis hermanos y yo saliéramos de la pobreza.

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[Télam]

Fraternidad, amistad y dolor en la Punta del Este de los 50

Por Pablo Chacón

En “El increíble Springer”, el escritor uruguayo Damián González Bertolino arma una novela de iniciación desarmando los tópicos de esa suerte de subgénero, introduciendo la extrañeza en la extrañeza en una ciudad marítima afantasmada por el invierno, el vacío y la bruma que como otros personajes, acompañan la transición, de la pubertad al mundo adulto.

El libro, publicado por la editorial Entropía, es una hermosa reflexión sobre ese momento clave, de inflexión o transformación que a veces o casi siempre llega cuando nadie lo espera.

González Bertolino nació en 1980 en Punta del Este, Uruguay, y tiene publicadas otras dos novelas, “El fondo” y “Los trabajos del amor”.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : "El increíble...", en principio, ¿es una novela de formación, un bildungsroman, como suele decirse?

GB : Sí, tiene varios de los elementos de ese tipo de relatos. Me acuerdo que cuando ya llevaba una buena cantidad de páginas escritas de pronto fui consciente que estaba entrando en ese género, lo que me hacía pensar en que me introducía en un molde. Ese molde ayudaba a la hora de escribir, porque brindaba ciertas pautas, y a la vez podía limitar. Creo que algo de esa tensión estuvo presente mientras escribí "El increíble…", principalmente porque lo que quería hacer era meterme con una parte de la vida de mi padre. Claro que ese momento de su vida coincidió con lo que llamamos la "formación sentimental"; es decir, fue uno de los momentos más representativos de su hasta entonces corta vida, porque condensó un dolor que le venía de muchas otras partes de la existencia.

T : Esa Punta del Este desolada, invernal, vacía, ¿es la tuya, fue la tuya? Lo pregunto porque parece una protagonista más de la novela.

GB : Es verdad. Quise que el paisaje tuviera un cierto rol protagónico. Ojalá lo haya logrado. Esa Punta del Este fue la de la infancia de mi padre, pero también la de mi propia infancia en los 80 y aún la Punta del Este que puede apreciarse en algunos rincones hoy por hoy. Aunque hacía varios años que tenía la idea en mente, recién pude comenzar a escribir esta historia cuando comprendí que si quería evocar o imaginar lo que no sabía de la infancia de mi padre, primero tenía que vislumbrar algo, lo que fuera del espacio por el que él se había movido. Por otra parte, tengo una fascinación con Punta del Este en invierno desde que soy niño. Las casas de los turistas son abandonadas, los jardines de pronto se vuelven agrestes y misteriosos, casi góticos, decadentes, y los objetos hablan por sí mismos. Entonces, con el aire marino, llega el óxido como la expresión de la soledad, del mundo revelándose tal cual es. Los carteles, las rejas, los decorados, todo lo que puede ser mordido por el óxido sufre un lento cambio que nos recuerda cómo sería en realidad todo ese mundo. Cuando está por llegar el verano, batallones de empleados empiezan a remover las superficies para que brillen. Por cosas así siempre asocié el óxido con el nacimiento de la intimidad, que suele ser algo opaco, además.

T : Esa tensión entre lo familiar y lo siniestro es lo que supone la entrada de la enfermedad. ¿Pero no podría leerse como un rito iniciático desplazado?

GB : Sí, es posible. O también como la renuncia a entrar en ese mundo donde hay que pasar por los ritos. Pero también es cierto que eso le ocurrió a alguien en la vida real.

T : ¿Cuál es el lugar de Ferreira en la narración? Lo veo como a un Juan Carlos Onetti en la bruma.

GB : Es posible en el sentido de que Ferreira (o los Ferreira, padre e hijo) es un personaje aparecido de la nada, con un pasado extraño, cuya información es escamoteada. Eso aparece en Onetti, y es un recurso que él, creo, tomó la de la literatura del gótico sureño, que admiraba. En mi caso, también fue así, pensé más en Carson McCullers o Flannery O'Connor que en Onetti. Para mí la aparición de Ferreira era un poco como la aparición del primo Lymon en "La balada del café triste".

T : Al respecto, ¿cómo te ubicás en la tradición literaria rioplatense?

GB : Me cuesta mucho responder algo así. Acá en Uruguay se me nombra como uno de los integrantes de una nueva generación de narradores. Algo efímero, porque en cinco o diez años la nueva generación ya va a ser otra, así que los de ahora vamos a estar más tranquilos. Pero, sinceramente, no estoy preocupado por pensar en una cuestión de ese tipo.

T : Tres libros sobre los que volvés siempre.

GB : "Tierra y Tiempo", de Juan José Morosoli,  las Novelas Ejemplares de Cervantes y, últimamente, los apuntes de Elias Canetti, de un modo casi oracular.

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[Diario Registrado]

La identidad está formada por relatos

por Ivana Romero

Con El increíble Springer, el joven escritor uruguayo Damián González Bertolino ganó el premio literario más importante de su país, Narradores de la Banda Oriental. Acaba de editarse en la Argentina a través de Entropía.

Los Springer, oriundos de Francia, llegaron a Punta del Este a mediados de los cincuenta. Gastón, el hijo menor de la familia, tenía 12 años. Era retraído y pasaba gran parte del día dentro de su casa, quizás porque los médicos insistían con la fragilidad de su salud. Así que lo primero que se le escuchó decir en mucho tiempo fue "tortuga" cuando el bicho salió de su cueva en el jardín. Springer padre explicó a las visitas que se trataba de una tortuga terrestre que había sido de su propio padre. "Va a ser gigante… y cuando yo me muera ella va a estar viva", afirmó como si estuviese transmitiendo un legado. Quien evoca esto, escribe: "Lo decía y continuaba riéndose. Hasta logró hacer que mi padre se sonriera un poco también. Esas eran cosas de gente grande. Yo me quedé solamente pensando en la palabra gigante. No sé si la había oído antes (….) Todos tenemos un momento en la vida en el que escuchamos una palabra por primera vez, y esa palabra tiene siempre, del otro lado, una historia. Y por lo general esa historia transcurre en la infancia." Con esa escena iniciática empieza la amistad entre los dos chicos, uno hijo de pescadores, el otro hijo de una familia adinerada. De lo que se trata luego es de encontrar aquellas palabras que puedan contar, sin clausurarlo, el misterio por el cual Gastón se va una temporada y vuelve a su casa del mar convertido en otro. Esa es la búsqueda que hace Damián González Bertolino a través de El increíble Springer. Se trata de la primera novela del autor uruguayo que se edita en nuestro país a través de Entropía y que sin dudas es uno de los libros más hermosos del año que se va. Por este trabajo, él obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Narrativa "Narradores de la Banda Oriental", el más importante de su país. González Bertolino –nacido en 1980 en Punta del Este- es un muchacho ecléctico: investigó la ciencia ficción con Los alienados (2009), el policial con Los trabajos del amor (2006) y el registro autobiográfico con A quién le cantan las sirenas (2013). En el mismo sentido va su último libro, aún inédito, llamado El origen de las palabras. Es que finalmente, reconoce de paso por Buenos Aires, los escritores pueden ir de un género a otro pero en el fondo no hacen otra cosa más que construir su propia memoria. Y esa memoria, claro, no se interesa tanto en cómo fueron las cosas sino en cómo pudieron haber sido.

-Me decías antes que resolviste la escritura de El increíble Springer en pocos meses.
-Sí, lo escribí durante un verano. Pero como dice Hemingway, la escritura había empezado diez años antes, en mi cabeza, buscando la forma adecuada de contarla. Springer parte de un hecho real vinculado a la infancia de mi padre, a un niño que él conoció en la escuela, que tuvo un problema hormonal y empezó a crecer en exceso. El gran escollo era que se transformara en una historia meramente pintoresca o graciosa o curiosa. Supongo que eso se acomodó cuando me di cuenta de que yo tenía que hablar de ese niño pero, sobre todo, de mi padre. Hay cosas de su infancia y su adolescencia que han permanecido en cierta zona de misterio. Así que sentí que escribiendo y apelando a la imaginación, podía reconstruir toda una parte de la historia que nunca me contó ni creo que me vaya a contar. A la vez, imaginar cómo ese niño interactuaba con un padre severo y con su amigo que se hace gigante… todo eso me llevaba también al niño que yo fui. Porque en definitiva esa zona, dicha o no dicha, forma parte de mi identidad.

-En la historia hay una imagen de Punta del Este no sólo lejana en el tiempo sino también opuesta a esa imagen turística y snob que suele tener. Algunos tramos transcurren en el barrio Kennedy, donde te criaste y dónde aún vivís. ¿Cómo es ese lugar?
-Es un barrio popular. Creció como proyecto para alojar familias obreras que con su trabajo contribuyeran a la expansión de Punta del Este. Por las crisis sociales, muchas personas de otros lugares del interior de Uruguay también se movieron ahí y actualmente viven unas 2000 personas. Ahora es más bien un asentamiento precario, pero antes era un clásico barrio rioplatense, un lugar donde la gente tenía poco pero aún así estaba ávida por agarrar la vida del cuello. Algo de ese espíritu está en una biblioteca comunitaria que abrí para mis vecinos llamada "Kennedy Cultura Feliz". Enfrente del barrio sigue habiendo un enorme club de golf que también aparece en Springer. Yo trabajé en ese club desde los doce años hasta que me fui a estudiar el profesorado de Literatura. El contraste entre la riqueza y la pobreza te sirve para tener una visión más matizada de ambos asuntos. O sea que ahí, en el club de golf, se despliega parte de mi educación sentimental.

-¿Qué trabajo hacías?
-Primero, a los diez años, juntaba pelotitas que se habían perdido y luego se las vendía a los jugadores. A mi madre no le gustaba porque tenía miedo de que me mordiera una víbora o algo semejante. Así que luego me dediqué a cuidar coches en el verano, cuando no iba a la escuela. Sería un trapito, como dicen acá. Los partidos de golf son muy largos, así que tenía tiempo para leer. Y además ganaba dinero como para comprar libros y cosas para mí el resto del año.

-¿De dónde viene tu pasión por la literatura?
-No lo tengo muy claro. Soy el mayor de tres hermanos y así como a mí se me dio por la literatura, a mi hermano de 28, el menor, se le dio por la música y actualmente toca la viola en una orquesta sinfónica de Roma, donde vive. Con esto quiero decir que las cosas no siempre tienen un origen evidente. Cuando murió mi abuelo materno, mi madre trajo una bolsa con libros que él había dejado. Había de todo, desde autores uruguayos como Juan José Morosoli o José Monegal hasta cosas como Platero y yo o los libros de Edmondo de Amicis o Julio Verne. A mí me dieron mucha curiosidad. Además soy asmático y cuando era chico tenía crisis fuertes, así que la lectura nació también de quedarme en casa cuando me enfermaba. De manera paralela empecé a escribir. Mis primeros personajes se iban de cacería al África, estaban imbuidos también por la imaginería de la tele de los ochenta, desde V Invasión Extraterrestre hasta los océanos de Jacques Costeau. A mi madre le parecía muy bien que yo fuera escritor y a los 19 me regaló una máquina de escribir donde redacté mi primer libro de cuentos. Eran horribles y creo que los tiré.

-En El increíble Springer conviven zonas de relato vertiginoso y otras donde el texto pareciera detenerse al borde de un abismo. ¿Creés que ese es un efecto emparentado con lo fantástico?
-Mmmm, no lo sé. ¿Por qué lo decís?

-Porque me interesa hablar de la posible dimensión fantástica de tu escritura. El jurado del Premio Nacional de Narrativa resaltó como una cualidad del texto la irrupción de lo extraño en lo cotidiano. Y Elvio Gandolfo escribió un artículo donde ve en tu trabajo una similitud con la obra de Mario Levrero. "Los dos articulan una bisagra entre el realismo y lo extraño que los convierte en representantes de peso de la literatura fantástica moderna", dice.
-Elvio se ha encargado de difundir mucho mi trabajo. Me siento muy afortunado y agradecido. Y sí, se me coloca en la zona de lo fantástico a veces. La verdad es que yo no quise hacer de Springer un personaje fantástico. En la literatura fantástica los personajes no tienen preeminencia. Por el contrario, son esbozos para postular cierto estado que investiga el texto. Y a mí los personajes me importan mucho. Justamente por eso me gusta Morosoli. Y si en algún momento no hay más nada para decir sobre ellos, no lo digo. Es verdad que eso puede ser extraño o inquietante. Hay quien me ha escrito algún mail preguntándome cómo termina la historia "realmente". Todas las vidas tienen agujeros negros, están compuestas por zonas de indeterminación. En la medida en que tenemos conocimiento de ciertos relatos que constituyen la vida de nuestros padres, tenemos otra observación de lo que es nuestra propia identidad, de qué sueños, de qué dudas está compuesta. La identidad está formada por relatos. También por eso escribí Springer. Pero en cualquier caso son agujeros que no se pueden completar. En la vida no se puede completar todo.

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[Artezeta]

"No me siento cómodo con la etiqueta fantástica"

Por Joel Vargas

En Uruguay viven 3.286.314 personas. ¿Cómo hacen para destacarse siendo tan pocos? Ganaron dos mundiales y en su tierra nacieron algunos de los escritores más importantes del siglo XX: Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti. ¿Habrá un proyecto ultra secreto de parte del gobierno para potenciar las cualidades de sus habitantes? ¿Hubo un grupo de científicos que en un bunker de La Paloma encontraron la clave del éxito? ¿O es la divina providencia? Sus últimos éxitos son Luis Suárez y Mario Levrero. Una demostración de cómo el fútbol y el arte manejan diferentes tiempos y, claro, otros presupuestos. Pero no hay que celebrar solo la obra de autores muertos, hay que estar atentos. Un ejemplo, Damián González Bertolino otro producto de esa buena tradición literaria uruguaya ¿o del grupo de científicos aislados en La Paloma?
Bertolino, oriundo de Punta de Este, lleva publicado tres libros, las novelas El fondo (2013) y Los trabajos del amor (2015) y su primera producción, la nouvelle El increíble Springer, editada recientemente en nuestro país por Entropía. A razón de eso, hablamos con él.


AZ: El increíble Springer fue editada en Uruguay en 2009, se reeditó en 2014 y recién en Argentina se editó el pasado año. ¿Qué cosas nuevas encontrás cada vez que volvés a ella?

DGB: En realidad, cuando termino de escribir un libro, y más cuando se publica, me deshago de él tanto laboral como sentimentalmente. Es un proceso paulatino de indiferencia que me permite concentrarme en pensar y escribir algo nuevo. El hecho de que El increíble Springer se hubiera editado ya varias veces (y hasta cuento una traducción inédita al portugués que tuve que revisar en un par de ocasiones) supone leer nuevamente toda la historia, lo que en general me agobia un poco; pero con este libro existe un nivel de excepción. Como está fuertemente ligado a la relación que tengo con mi padre, no puedo dejar de emocionarme con dos o tres situaciones o detalles que, aunque no estén tan basados en lo que de verdad le ocurrió, me recuerdan a él: su infancia, sus privaciones, la lucha por vivir o por ser aceptado, en definitiva.


AZ: El Increíble… puede leerse como una historia sobre la amistad. ¿Qué es la amistad para vos?

DGB: Sin duda uno de los vínculos más importantes de la vida, solo por debajo del familiar. Tengo pocos amigos, y de hecho no los veo seguido debido a la distancia física, pero esto último me hizo entender que la amistad también es un poco lo que está en el medio de un encuentro y otro, esa forma de mantenerse la idea que uno tiene de alguien cuando no lo ve.


AZ: En una entrevista mencionaste que El Increíble… fue un homenaje a tu padre. Evocas una anécdota de tu padre para crear la nouvelle. En El fondo aparece otra vez en el foco las relaciones familiares. Me gustaría que charlemos un poco sobre el papel importante que juega la familia y la relación padre-hijo en la nouvelle y, sobretodo, en tu obra.

DGB: La familia es una sociedad en pequeño, como todos sabemos. Más allá de que haya amor o no, unos tienen cierto poder sobre otros, y eso a veces puede darse vuelta con el tiempo. Siempre me intriga saber qué es ese último elemento que mantiene unido a un grupo. Debe ser porque en un momento dado mi familia, que fue un grupo estrechamente unido, de pronto explotó. Cada uno se fue para un lugar diferente del mundo, literalmente. A partir de entonces cualquier intento de reunión fue imposible por motivos muy variados. Es significativo que haya escrito El fondo (el recuerdo de lo que fue una familia) cuando ese proceso estaba en pleno desarrollo, y El increíble Springer cuando, justamente, mi padre pasó a ser la única persona de mi familia con la que podía tener una cercanía física regular. Con la escritura de El increíble… cobré conciencia de cuán importantes pasaron a ser las pocas historias que conozco de la vida de mi padre (es alguien muy discreto). Mi padre tuvo una vida extraordinaria, o que al menos así me resulta luego de oírlo. En cierto sentido, siempre lo consideré una suerte de sobreviviente. Llegó de un mundo distinto, de una forma de concebir la vida nada condescendiente, y se negó a repetir las pautas de comportamiento que traía de esa vida. Hay que ser muy valiente y a la vez muy esforzado para hacer algo así. Comencé a darme cuenta de que si quería honrar ese esfuerzo vital, yo tendría que transformarme en la memoria de mi padre a través del trabajo con la escritura. Esa narratividad tan potente que yo percibía en sus historias debía ser salvada. Por supuesto, soy un incordio para él cuando empiezo a hacerle cierto tipo de preguntas. Le cuesta volver al pasado. Pero algunos días, como me ocurrió hace una semana, tengo suerte. Me enteré de que vivió cinco años en Villa Pueyrredón, antes de casarse con mi madre, y que pintaba interminablemente una mansión en Belgrano que pertenecía a un alto funcionario del gobierno argentino de comienzos de los setenta. Luego de superado el esfuerzo monumental de pintar toda la construcción, sus paredes, sus rejas, sus aberturas, etcétera, la señora de la casa decidió que los colores no eran tan de su agrado y mandó repintarlo todo. Si alguien le pregunta a mi padre si se molestó con la actitud de la dueña de casa, él responde: ¡Al contrario! ¿No te gusta comer?


AZ: Te asocian mucho a un realismo contaminado de lo fantástico. Leí en algunas notas que no te sentís muy cómodo con esa etiqueta y que no te interesa la literatura fantástica. ¿Es así? ¿Cómo definirías a tu escritura?

DGB: No me siento cómodo para nada con esa etiqueta. Si bien fui un gran lector de literatura fantástica y escribí hasta más o menos los veinticinco años muchos cuentos que podrían responder con facilidad al manual básico de lo que es un texto fantástico, reniego sin vergüenza ninguna de todo eso. Me resultó un tanto mecánico escribir de esa manera… En cierto modo me sirvió para observar que el misterio de la vida, eso que me intrigaba y perseguía, estaba en otra forma de comunicar las experiencias. Me interesa mucho más la construcción de personajes, algo que no es la prioridad de la literatura fantástica, creo. Pero tampoco me sirve el realismo chato. Me gusta pensar que los sueños, su lenguaje, sus figuras y su lógica, son parte constitutiva de la realidad, porque siento que sucede en mi propia vida.


AZ: Ya que estamos hablando de esa fina línea que existe entre el realismo y lo fantástico, Felisberto Hernández fue un explorador de esa frontera. ¿Es una gran influencia tuya? ¿Qué libro de él es que más te marcó?

DGB: No lo reconozco como una gran influencia. Lo que ha sucedido es que acá en Uruguay leyeron mi primer libro y creo que hubo como un apuro en ubicarme en algún sitio. Otra vez lo de las etiquetas… Y me pusieron en Literatura Fantástica esquina Felisberto Hernández. Por supuesto que soy el primer agradecido ante cualquier comentario que hagan sobre lo que escribo. Pero no me siento un continuador de su estética ni pienso serlo. Felisberto es un genio de una originalidad suprema. Realmente es único. Su trabajo con el concepto de memoria es estupendo, y sus asociaciones simbólicas son únicas en su género. De lo que escribió, me gusta lo que le gusta a todo el mundo: Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido, Las Hortensias, etc. También me producen una particular fascinación las cartas a su familia de cuando se iba a tocar a pueblos del interior de Uruguay o de la provincia de Buenos Aires.


AZ: ¿Cuáles son tus obsesiones recurrentes?

DGB: No creo tener obsesiones. En cualquier plano de la vida intento rehuirle a todo lo que me pueda atar, esclavizar. De hecho, le tengo pavor a los vicios, a que le sustraigan algo a mi interioridad. A nivel creativo, tampoco me gusta anclarme en lo mismo. Me interesa pasar de un registro o tema a otro. La inseguridad creativa me parece fértil.


AZ: ¿Cómo definís el panorama actual de la literatura uruguaya? ¿A qué autores recomendás?

DGB: Para los narradores de mi generación, digamos los que nos formamos sentimentalmente en la reapertura democrática y que hoy tenemos entre treinta y cuarenta años, se trata de un período muy estimulante. No sé si hubo desde la dictadura otra generación que recibiera por parte de un sector importante del público y de los medios, tanta atención. Hay un interés especial acerca de lo que estamos escribiendo y se nos lee de inmediato. Creo que eso se debe en parte a los distintos que somos. Hay algo de policromático en todo el conjunto. Y si no, basta comparar las prosas y los intereses de narradores como Manuel Soriano, Valentín Trujillo, Rodolfo Santullo, Martín Bentancor, Martín Lasalt, Fernanda Trías, Horacio Cavallo, Fernández de Palleja, Ramiro Sanchiz, Pedro Peña, Martín Arocena o Natalia Mardero, por nombrar algunos. Pertenecientes a generaciones anteriores son muy interesantes los libros de Roberto Appratto y Gustavo Espinosa, también.


AZ: ¿En qué estás trabajando?

DGB: Estoy muy próximo a terminar un libro de memorias cuya estructura o dirección está dada por la forma en que desde niño me fui aproximando al fenómeno del lenguaje. Se llama El origen de las palabras. Al principio, fue un libro en el que iba a escribir sobre unas veinte palabras, la historia íntima de esas veinte palabras, digamos. Después comenzó a transformarse en algo más amplio, es decir la historia de cómo me di cuenta de que quería ser escritor y cómo eso a su vez se vinculaba con mi familia, el modo en que mis padres habían luchado contra lo peor de la vida. Por último, me descubrí además escribiendo sobre el lugar en el que me crié, un barrio muy humilde que se formó con gente que llegó de partes muy diversas del país, tipos humanos que están desapareciendo. La escritura se transformó, página a página, en un homenaje, un rescate. Se trata de personas que se sobreponen todos los días a situaciones terribles. ¡Y uno llorando por la página en blanco!

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[Eterna Cadencia blog]

“Escribir es también salvar las cosas del olvido, de la muerte”

por Juan Rapacioli

El escritor uruguayo Damián González Bertolino, que participará de la nueva edición de Filba, publicó en su país, hace diez años, una novela que lo posicionó como uno de los narradores más destacados de su generación: El increíble Springer, un relato sobre la amistad, los cambios y las pérdidas que transcurre en una Punta del Este fantasmal.

Publicada en Argentina por Editorial Entropía en 2015, la novela obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. El autor, además, publicó los libros El fondo, Los trabajos del amor y Herodes. En diálogo con Eterna Cadencia habló sobre la escritura de su primer libro, la memoria y su relación con la literatura argentina.

 ¿Cuál será tu actividad en esta nueva edición de Filba?

Estaré en una conversación acerca de la literatura que trata el tema o la mirada de la infancia, luego en la lectura de un texto escrito a partir de una obra de Julio Le Parc y, por último, en el encuentro "Uno a Uno".

Publicaste El increíble Springer hace diez años, ¿cómo te sentís en relación a tu primera novela?

En el medio han pasado otros libros, otras búsquedas. Siempre tiene un sentido particular recordar una primera publicación, algo mayormente afectivo. Sin embargo, y sin pecar de autosuficiencia en la respuesta, he tratado libro a libro de apartarme de ese primer impulso en procura de algún otro. En Herodes, he vuelto sobre lo que yo llamo los "fantasmas de Punta del Este", algo que quizás podía apreciarse en el segundo relato de El increíble Springer, pero intenté explorar una zona diferente del lenguaje o la estructura de la novela.

La novela tiene una estructura de iniciación, a la manera del Paul Auster de El Palacio de la Luna, ¿la biografía fue uno de los elementos constitutivos?

Sí, por supuesto. Fue fundamental. El origen del relato está en un episodio de la infancia de mi padre que él siempre contaba y que hasta escribió una vez en un par de páginas. Durante varios años intenté escribir mi propia versión de esa historia, adoptando la perspectiva de un niño que pudo haber sido mi propio padre o cualquier otro niño en el más o menos agreste Punta del Este de fines de los años '50. Por cierta deformación de lector que yo tenía, mis primeros intentos no pasaban de un relato de unas pocas páginas en el que la gravitación del acontecimiento extraño que allí se narraba no cobraba fuerza ninguna. Hasta que en una conversación con mi padre él me hizo notar que ese hecho extraño en sí no tenía importancia ninguna, era vano, si no se ponía especial atención en el entorno, en todo lo que rodeaba a ese acontecimiento. Y eso no era ni extraño, ni fantástico ni nada de eso. Era la pura vida de la gente. Cuando me comprometí a retratar esas vidas, su habla, o el paisaje en el que se movían, me di cuenta de que realmente estaba escribiendo algo que cobraba una intensidad que a mí me colmaba. Esa conversación con mi padre, que no es un hombre con formación literaria y que pasó casi toda su vida trabajando como obrero, fue uno de los mejores aprendizajes literarios que he tenido.

¿En qué punto se conecta la realidad con la historia de Gastón Springer?

Pese a lo que afirmo en la respuesta anterior, la conexión que pueda existir entre la historia del personaje y esto que llamamos la realidad, afortunadamente, siempre es difusa, elusiva, se encuentra y no se encuentra del todo, y eso es parte de lo que siempre tiene por descubrir el lector.

El paisaje ocupa un lugar central en la novela, ¿es una Punta del Este que sólo existe en la memoria?

En parte se trata de un paisaje de la memoria. Escribir es también salvar las cosas del olvido, de la muerte. Así que cuando escribí El increíble Springer estuve atento a lo que podían decir mi padre o su propia madre acerca de cómo se veían algunos rincones de esta zona hacía medio siglo, más allá de lo que yo pude consultar en distintas fuentes. Creo que es de lo que más me conforma de ese libro: el hecho de que leerlo puede resultar en los lectores una especie de asomo o evocación de un espacio que ya va siendo cada vez más espiritual. Sin embargo, aún pueden encontrarse en la distancia que va de la península a La Barra, pasando por San Rafael o Rincón del Indio, muchos rincones que parecen respirar a escondidas como un animal más o menos acorralado. Sorprender esos lugares, y con ellos las historias que hay detrás, es quizás uno de los placeres nunca promocionados que todavía les quedan a los turistas o los lugareños.

¿Te sentís parte de una tradición rioplatense?

Inevitablemente. Escribo en una variante del castellano que es la uruguaya, y dentro de la uruguaya, la del Este del país, con el influjo del portugués. Eso me conecta con otros autores (Juan José Morosoli, José Monegal, Serafín J. García, hoy en día Gustavo Espinosa). Pero al mismo tiempo, por trabajar toda mi adolescencia en un club de golf, estuve siempre entreverado entre porteños, en medio del habla del otro lado del río. Sin embargo, no estoy preocupado por estar de un lado u otro.

¿Cuál es tu relación con la literatura argentina?

Respeto y admiro demasiado a la literatura argentina. De hecho, hay toda una zona de su narrativa que no puedo ver como ajena. Tenemos mucho en común desde el Virreinato y desde antes también y existen pasiones que son homologables de una orilla a la otra. Es lo que siento al leer ciertas páginas de Onetti o de Saer, por poner dos ejemplos. El mundo que convocan no es con facilidad asimilable a una experiencia puramente argentina u oriental. Y así con muchas otras voces. Con esto quiero decir lo siguiente: existe una suerte de continuo que a veces los manuales nos llevan a olvidar o pasar por alto por cuestiones más o menos nacionalistas, de un bando y del otro. Yo creo no tener ese complejo. Mi relación con la literatura es casi tan estrecha como la que tengo con la uruguaya.

¿Qué libros te formaron?

Muchos. Tanto los que me apasionaron como los que no me gustaron. Y a esta altura de mi vida noto que una fue la huella que dejaron los libros leídos a los veinte, como otra lo fue a los treinta y una distinta ahora a los cuarenta. Me complace como lector que en cada época uno encuentra los libros que ofrecen el sosiego indispensable. Entre todos ellos ocupan un lugar especial títulos como Tierra y tiempo y La soledad y la creación literaria, ambos de Juan José Morosoli, los cuentos de Arthur Machen, la poesía de los románticos ingleses, el Quijote y las "Novelas ejemplares", cualesquiera de los libros de Elias Canetti, los cuentos de Eudora Welty y Flannery O'Connor, El aleph, las novelas y los ensayos de V.S. Naipaul o las novelas de Cesare Pavese. Paro aquí mismo porque estoy siendo injusto con otros libros.