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Se vive y se traduce
Laura Wittner
90 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2021
ISBN: 978-987-1768-72-1

 
 
     
   
     
 

En tanto teoría –que en griego significa “observación”: de ahí que, en la cultura, la palabra se asocie a una objetividad con frecuencia huidiza–, la de la traducción se puede resumir en tres preguntas y un solo endecasílabo: ¿Cuándo es el deadline? ¿Cuánto pagan? ¡¿Pagan?! Eso de ningún modo significa que no sea posible teorizar al respecto. Quiere decir, más bien, que no hay teorías de la traducción que no surjan de forma muy directa de la práctica: que no sean la práctica –que es ante todo un método para observar el mundo; y, en ese mismo acto, transformarlo–.

De esa modesta alquimia, Laura Wittner –una egregia poeta, traductora y cronista del oficio– sabe mucho. Se vive y se traduce es una biografía laborable y, sobre todo, una historia de amor a las palabras, así como a los mundos cuyos límites trazan o borran en su estela, con su pequeña música. En apariencia un diario que incorpora aforismos, anécdotas, ensayos, traducciones –propias y de colegas, de manera indistinta–, Se vive y se traduce es un relato urdido en muchas voces, un coro de ventrílocuxs amigxs. También son los apuntes para una teoría, vivida intensamente pero enunciada al paso, sobre la ambigua y amorosa ciencia de traducir, que es siempre una gimnasia colectiva.

Ezequiel Zaidenwerg

 

Contratapa

 

 

 

 

 

 

 

 

     
   

El profesor Costa Picazo entra al aula y, en lugar de pasar lista como de costumbre, apoya su maletín en el escritorio, agarra una tiza, se pone a escribir en el pizarrón. A sus espaldas el murmullo sigue. Lo observo: tengo la impresión de que está haciendo algo sagrado.

Por fin deja la tiza, se limpia el polvo de los dedos y nos mira. La clase queda en silencio. Al lado suyo, en el pizarrón, hay dos versiones de un poema breve: el original –en inglés– y su traducción al castellano. “In a Station of the Metro”, de Ezra Pound.

* * *

¿Qué es traducir?

¿Cómo es que leo una oración en inglés y mi cerebro elige y ordena palabritas en castellano? A veces trato de frenar el mecanismo en algún punto para observarlo y creo enloquecer.

* * *

Y en las épocas en que no traduzco, ¿en qué empleo ese mecanismo tan específico de traspaso? ¿En procedimientos mentales que no lo necesitan, entorpeciéndolos?

* * *

Durante un año viví en Nueva York gracias a una beca Fulbright. Cada mañana me instalaba en el octavo piso de la biblioteca de la universidad. Traducía los poemas que el inglés Charles Tomlinson había escrito en Nueva York, hacía décadas, gracias a una beca Fulbright. Y como él, y como todo extranjero, escribía (¿por qué iba a escapar yo del cliché si no habían escapado Calvino, ni Lihn, ni Simone de Beauvoir ni García Lorca?) un largo poema sobre Nueva York (que era en verdad sobre mí).

Así desde los libros, los parques, los subtes y las calles iba, sin proponérmelo, tras mi traducido: Caminamos por Madison. Es el final/ de una tarde de invierno, escribe Tomlinson, y por Madison volvía yo a mi casa, y era el final de una tarde de invierno, y elegía [...] la calle/ que parece un hogar al que se vuelve, convertida/ de pronto en fiesta cuando entramos en ella/ con el olor de las castañas en los braseros de la esquina.

* * *

Traducir es pensar en una.

* * *

&: ¿gesto intraducible del autor?

Conversación con Shira sobre el ampersand, a raíz de un poema que tradujo y estamos corrigiendo: es un gesto sutil, me dice. Hagamos otro gesto sutil, digo yo. Dejar el ampersand no es tan sutil: es introducir una grafía de otro idioma. ¿Poner un “+”? Pero el + existe también en inglés. Es una intención abreviativa, dice Shira. Una notación, agrego. Pero coloquial. Sí, un gesto de rapidez: ahorrar dos caracteres de los tres del “and”. ¿Y qué hay más breve, en castellano, que el “y”?

A veces para traducir un poema intentamos meternos en la mente del autor bastante más hondo de lo que se metió él mismo.

Realmente no sé quiénes nos creemos que somos.

* * *

La preposición: ese artefacto inquieto que nos mantiene despiertos.

* * *

Todo lo que tiene que funcionar bien, dinámicamente hablando, para que una pueda sentarse a traducir: los ojos (a veces desenfocan), la respiración (a veces pierde el paso), las manos (a veces duelen), la muñeca que dirige el mouse (hay ahí una inflamación permanente), el cuello con toda esa larga y problemática continuación que es la columna.

* * *

Si la traducción se traba hay que pararse.

Ir al baño, ir a buscar agua, ir a buscar el esmalte de uñas.

Si la traducción se traba hay que destrabar el cuerpo.

* * *

Se puede seguir traduciendo mientras se llora.

 

Fragmento
     
   

Autora

 

Foto de solapa:
Xavier Martín
 
                     

Laura Wittner nació en Buenos Aires en 1967.

Es traductora y escritora. Tradujo, entre otros, a Leonard Cohen, Anne Tyler, M. John Harrison, James Schuyler, David Markson, Katherine Mansfield y Gianni Rodari.

Publicó varios libros de poesía –los dos últimos son Lugares donde una no está (poemas 1996-2016) y Traducción de la ruta– y para niños y niñas
Dime cómo vuelas, Los entusiasmos, Mi tortugo y Justo antes de dormir, entre muchos otros–.


   

Reseñas

Revista Ñ
(Osvaldo Aguirre)

El Diario AR
(Agustina Larrea)

Coolt
(Diego Zúñiga)


 

 

[Revista Ñ]

El subibaja entre dos lenguas

Por Osvaldo Aguirre

¿Qué es traducir?, se pregunta Laura Wittner al comenzar sus notas sobre el modo en que se entrelazan la vida y el oficio. Las respuestas atraviesan el texto desde distintas perspectivas: proposiciones enunciadas como aforismos, citas y reflexiones tomadas de otros traductores, observaciones constantes de la propia práctica. Ninguna es definitiva, pero la incertidumbre parece justamente una de las mejores definiciones posibles porque “la traducción es siempre el nudo de un problema”.

En la casa pero también en un bar, en el tren, a la espera de que la hija salga del entrenamiento de básquet o de la clase de música; la mayor tiempo del tiempo sola, y a la vez intercambiando hallazgos y dudas en pareja, antes de dormir, y en diálogo con los autores, con colegas, con talleristas; por trabajo, por deseo, por necesidad de conocimiento; antes, durante y después del aislamiento obligatorio por la pandemia: se vive y se traduce, como anuncia el título del libro, no solo porque se trate de una actividad que ocupa tiempo sino más bien porque constituye de tal manera a la existencia y a la personalidad que, se nos cuenta, llegó a convertirse en un reflejo ante cualquier oración en inglés.

Entre las notas Wittner incluye la que escribió a propósito de sus versiones de poemas de Katherine Mansfield para una colección de literatura infantil. “Me pareció muy tentadora la idea de hablar con niñas y niños sobre el proceso de traducir, sobre algunas de las cosas que implica”, recuerda. Ese diálogo remite a una parte central en su obra, sutilmente asociada con su poesía y sus traducciones: los textos de literatura infantil.

La producción de Wittner en ese género resulta notable: en la primera mitad del año publicó Justo antes de dormir (ilustrado por Natalia Bruno) y Eureka (dibujos de Pupé), más recientemente Por culpa de un hilo (versión gráfica de Pablo Picyk) y la traducción de Amigos, de Emily Bannister y Ana Sanfelippo y antes de fin de año saldrá Si mamá canta (versión gráfica de Maricel Rodríguez Clark). Los recursos lúdicos y sonoros del lenguaje y el despliegue narrativo al modo de un juego con los lectores subyacen a esos textos tanto como la trama cotidiana en que se inscribe su trabajo. La historia de Por culpa de un hilo, así, transcurre a partir de un mínimo incidente hogareño que tiene consecuencias múltiples, como si el texto abriera una ventana hacia lo imprevisible hasta que por esa misma dinámica el orden resurge con el hallazgo de un limón que se había perdido.

Si la destreza y la sensibilidad poética sostienen al relato infantil, esos textos a la vez se proyectan en el resto de la obra (“están volviendo/ todas las historias infantiles”, escribe Wittner en un poema) y particularmente en la traducción entendida también como juego y actividad compartida, porque entre otras posibilidades “traducir es adivinar”.

Las primeras impresiones al recibir un original, algún reclamo gremial (“los traductores deberíamos viajar antes al lugar-escenario de lo que nos toque traducir”), las interpretaciones divergentes en un grupo de trabajo, el descubrimiento de las malas traducciones celebradas en las redes sociales, contienen otras revelaciones y afirmaciones tentativas. La historia personal, lo que Wittner llama su novela, surge además a través de escenas que son de traducción: el día en que el padre le propuso estudiar inglés; la clase en que el profesor Rolando Costa Picazo copió en el pizarrón del aula el poema “In a Station of the Metro” de Ezra Pound y su traducción (a la que Wittner agrega otras cinco igualmente posibles); la versión de un texto de Emily Dickinson recibida como demostración de afecto de un amigo traductor, y del modo en que las emociones y las afinidades personales se traman con la literatura.

Escritas de modo fragmentario y discontinuo, las notas de Laura Wittner exponen secretos del oficio y vacilaciones igualmente significativas. En una experiencia ejercida con inspiración y rigor, como la que se ofrece, no hay recetas ni resoluciones universales: “Traducir un poema siempre es pararse en el medio de dos idiomas y ver qué se puede hacer”. Lo que sigue es pura ganancia.

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[El Diario AR]

Vida y traducción

Por Agustina Larrea

Hablábamos arriba de fiestas, de palabras, de amores y del cuerpo y este libro breve y mágico reúne, en pequeños fragmentos, todo eso como en un proceso alquímico.

En Se vive y se traduce?, la escritora y traductora Laura Wittner combina anotaciones sobre su oficio con tropezones que tiene a la hora de traducir; experiencias y traducciones propias con observaciones ajenas. Lo que consigue, entonces, como señala Ezequiel Zaindenwerg en la contratapa del libro, es “un relato urdido en muchas voces, un coro de ventrílocuxs amigxs”.

Por la agitación íntima que le generan (“la preposición: ese artefacto inquieto que nos mantiene despiertos”, afirma, por ejemplo) y una fascinación siempre apasionada y vital, al referirse a las palabras y las traducciones la autora pareciera estar hablando de historias de amor, que al mismo tiempo que la arrasan (“si la traducción se traba hay que destrabar el cuerpo”, dice), las deja partir (en cada traducción se trasluce un duelo), la hacen sentir viva. Al leer el libro, entonces, una se encuentra con ese testimonio doble del que da cuenta el título: vida y traducción se superponen y se funden en una fiesta interminable.

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[Coolt]

Para los que siguen creyendo en la literatura

Por Diego Zúñiga

Leímos la poesía de Laura Wittner con entusiasmo y alegría, leímos sus traducciones con gratitud y fascinación, y ahora llega este libro en el que indaga en su oficio pero también donde se descubre narradora, ensayista: una escritora de un talento descomunal. Este es un libro para subrayar, para discutir, para regalárselo a todas las personas que siguen creyendo que la literatura es algo posible.

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