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Reseñas
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[La Nación]
El misterio de un nombre
Por Laura Cardona
Cuando se sale de viaje, bien se puede contar algo", dice un dicho popular citado por Walter Benjamin. La crónica de viaje supone la elaboración estética de la experiencia del peregrino; es un "diario personal en movimiento" (Santiago Gamboa) aun si el viaje es "un accidente dentro de ella" (Martín Caparrós). El cronista hoy puede elegir no hacer un mero recuento de hechos ordenados o una relación de impresiones, y, sobre todo, puede decidir ser viajero y no turista.
Estas elecciones son las que organizan Poste restante, de la chilena Cynthia Rimsky, libro-álbum hecho con fotos, no necesariamente ilustrativas del recorrido, y fragmentos textuales que siguen un viaje por Israel, Chipre, Turquía, el sur de Rusia y Europa Oriental. La narradora ha encontrado en un mercado persa en Santiago un álbum de fotos familiar que tiene borrosamente escrito el apellido Rimski; imagina que la diferencia i/y respecto de su apellido pudo haber sido un error en los trámites de inmigración y se convence de que el álbum pertenece a familiares de Ucrania. Decide ir tras el origen de las fotografías, dando un nuevo motivo al viaje ya proyectado para buscar datos sobre sus antepasados judíos, rehuidos en los relatos de sus padres.
Evocación, memoria, emigración e imaginación son cuatro conceptos que aparecen en el primer fragmento que abre el libro. Y serán los ejes de una escritura que dispone de distintos recursos narrativos. La primera persona se desdobla en tercera, y la protagonista se convierte en la viajera, la visitante o la extranjera a secas. El orden cronológico de las entradas de un diario convive con los relatos del periplo; con descripciones de las fotos; con cartas escritas por familiares y amigos a poste restante y devueltas, que vienen a ser como piezas de museo en medio de la crónica sesgada. Todo un coro de voces que, junto a las imágenes (un mapa, una página de una guía turística en la que se advierte de los peligros que aguardan a los viajeros), proponen reconstruir un sentido parcial, distante de las escenas originales, a las que se prefiere mostrar desde los márgenes.
Las puertas entreabiertas permiten ver los interiores y adivinar las vidas de sus habitantes; las compañías eventuales pueden sumar buenos momentos, ofrecer ayuda a la viajera o estafarla. Un pequeño templo evoca al abuelo; las estaciones, a personajes de novelas; los objetos de un mercado, memorias familiares. La mirada curiosa y determinada de la narradora capta entonaciones, traduce el tiempo de cada lugar. La voz es pausada, tan calma que produce un efecto de encantamiento. Con un formato de libro inusual, pequeño y amable, Poste restante es un viaje, también, a las tierras de la experiencia poética.
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[Revista Transas]
Fragmentos de identidad en el camino
Por Jessica Sessarego
Recientemente la editorial argentina Entropía ha publicado una edición de la novela Poste Restante (aparecida originalmente en 2001), de la autora chilena Cyntia Rimsky. Jéssica Sessarego nos invita a efectuar un recorrido por esta interesante crónica de viaje, la cual a partir de una construcción formal rica y diversa permite reflexionar al lector sobre los complejos reordenamientos de vida y cosmovisión que generan las migraciones. La obra integra ejes que van desde una búsqueda personal por efectos de procedencias y ascendencias familiares, hasta las dinámicas más cotidianas y aparentemente triviales que surgen de las vivencias en entornos distintos al lugar de origen.
¿Yo? ¿Ella? ¿Una anónima chilena que se cuela cual personaje secundario en un pequeño recorte de la trama? Jugar con los pronombres permite a Cynthia Rimsky elaborar su crónica Poste Restante como una pregunta por la identidad; o como un largo y complejo tablero en el que las diversas fichas de la identidad se dispersan, se chocan, se rozan, se besan. Un puñado de letras alcanza para instalar el tema: ¿es lo mismo Rimsky que Rimski? ¿Son la misma familia, son las mismas personas?
La crónica se inicia cuando a la protagonista, casualmente una chilena llama Cynthia Rimsky, le entregan un álbum familiar comprado en un mercado persa. El mismo lleva la palabra “Rimski” inscripta en el lomo. ¿Serían antiguos miembros de su familia? ¿Le habrían cambiado el apellido a su abuelo al pasar por la frontera, como a tantos otros? ¿Habría en algún lado alguien que pudiera reconocer a los individuos de las fotos como parientes suyos? Este interrogatorio sin destinatario fijo es la excusa para abrir un largo viaje a Medio Oriente, los Balcanes, el mundo entero, cuyas paradas implicarán una nueva entrada en la crónica.
Pero tampoco dichas “entradas” serán las de un diario de viaje ordinario. Hay fotos, mapas, cartas enviadas a la protagonista por parientes y amigos, fragmentos fechados y a veces localizados, fragmentos con títulos cual relatos breves.
Lectores ansiosos buscarán correspondencias entre los pronombres, los tipos de fragmentos y las variedades de títulos, y sentirán una vaga frustración al encontrar más de una vez la tercera persona en las entradas de diario (108, 174) y la primera en los relatos titulados a la manera de cuentos (96). Las descripciones de las fotos, que una asociara inicialmente a los repetidos apartados “Álbum de familia”, aparecen también en cualquier otro fragmento. Entre medio de las cartas de terceros, de pronto hay una carta escrita por la protagonista. Pero así se sostiene este libro, no como un camino continuado sino como una sucesión de postes colocados en los bordes, postes autónomos, únicos, irrepetibles, y que a la vez dejan entrever la ruta que avanza silenciosa a su lado.
Entre tantas preguntas cabe rescatar una indispensable para cualquier reseña: ¿Quién es Cynthia Rimsky? Nacida en 1962 en Santiago de Chile, ésta reconocida escritora hoy reparte sus días entre su país natal y Buenos Aires, siempre y cuando no esté de viaje. Si bien ya había escrito algunos relatos cortos, su primer libro publicado fue Poste Restante, en 2001, el cual marca de algún modo toda su obra posterior, plagada de viajes o más bien de migraciones, de conexiones entre lugares y personas, de géneros combinados, de anécdotas autónomas. Esta crónica, o novela al decir de muchas reseñas, o diario, o improvisado itinerario, tiene origen en un viaje real que Rimsky realiza a contramano del recorrido hecho por sus abuelos hace medio siglo atrás: de Santiago va a Londres, de allí a Israel, luego a Egipto, a Chipre, a Rodas, a Turquía, llega a Ucrania, pasa por la ciudad de Praga, alcanza Polonia, Austria, finalmente Eslovenia y retorna a Santiago. Hay quienes dicen que el texto es producto de la planificación del viaje antes que del viaje mismo, cosa que esta reseñadora no pudo corroborar pero que no deja de ser posible y ser parte de la eterna ambigüedad de la escritura entre la no ficción y la ficción. Similar cruce se da en su obra Los perplejos (2009), en que se intercala una biografía novelada de Maimónides con su propio y errante viaje tras los pasos del biografiado. En Ramal (2011) el protagonista es un personaje de ficción, pero curiosamente comparte varias anécdotas personales con la Rimsky personaje de Poste Restante, como ser la del antepasado dentista que atendía en la calle Maruri y que se negaba a trasladar su consultorio al barrio alto, en el cual podría haber cobrado más caro.
Hoy en día la autora se dedica a dar talleres de escritura en torno a la no ficción y a los viajes, tanto en Chile como en Argentina. Además de los libros mencionados, publicó La novela de otro (2004), Fui (2016) y El futuro es un lugar extraño (2016), además del relato “Cielos vacíos” dentro del volumen Nicaragua al cubo (2014). Ha recibido varios premios, como ser el primer lugar en los Juegos Literarios Gabriela Mistral, el segundo del Premio Municipal de Santiago y la beca Fundación Andes.
Editorial Entropía es la primera en publicar Poste Restante en nuestro país, cosa que hacía falta ya que no es nada fácil conseguir la versión chilena. El título de la obra alude al servicio que brindan muchas oficinas postales de recibir la correspondencia para aquellos que no tienen residencia fija. Este servicio era utilizado por la viajera, que reproduce en el libro los sobres de las cartas que le envían a “poste restante”. Pero incluso aquí aparece la vuelta de tuerca que confunde el sentido de cada apartado: un breve epígrafe debajo de la imagen aclara que la carta fue devuelta a Chile, es decir, que no llegó a la viajera, al menos no mientras viajaba. ¿A qué se debe esto? ¿Qué guiño nos hace Rimsky en este comentario? El lector debe estar atento si no quiere perderse en los múltiples juegos de la narradora, que pocas o ninguna vez sigue el camino lineal esperado ni mucho menos da explicaciones.
Los detalles, lo pequeño, lo que nadie observa es la prioridad en esta crónica. Como en el film Belleza Americana (1999) de Sam Mendes, el sentido y la magia pueden esconderse en una bolsa plástica girando en el aire. Literalmente: dentro de la visita a Ucrania se encuentra el fragmento titulado “Bolsas plásticas”. Allí, una narradora omnisciente explica que en ese país en los negocios no entregan jamás bolsas plásticas, y que no solo deben comprarse sino que salen caras y hasta las hay que pueden considerarse un objeto de lujo (alusivamente denominadas “Armani”, “Versace” y “Boss”). Este pequeño hecho acaba por tener más significación que el nombre de los pueblos que visita o de las familias que conoce, puesto que recuerda un acto preciso y repetido de la madre de la viajera en Chile:
“Antes de partir su madre cogió una bolsa plástica que había tirado en la cocina y le enseñó a doblarla tal como aprendió de su madre a aprovechar los restos de comida para hacer un nuevo plato, a no botar los alimentos porque en otro lugar del mundo pasan hambre, y a reutilizar el pan añejo. Su madre no recuerda el apellido de su abuelo ni el nombre del pueblo donde vivió, pero atesora las bolsas plásticas en un país donde sobran”. (170)
Así, los diversos relatos irán configurando una constelación de relaciones entre la vida cotidiana de culturas diversas, mostrando las marcas que la migración ha dejado en Chile pero sobre todo construyendo la idea de que la historia de todo migrante es una fantasía, una acumulación de memorias inventadas, objetos desconocidos, nombres olvidados, fotos ajenas; y no por eso menos valiosa, sino todo lo contrario: una historia que vale la pena ser (re)vivida en carne propia.
Al contrario de las guías turísticas que nos hacen imaginar el desplazamiento como un cúmulo de felicidades fáciles, continuadas, rápidas, Rimsky se detiene en lo moroso, en lo difícil, en las repeticiones. Relata su ir y venir por una misma calle todos los días que permanece en determinado pueblo, describe el mal estado de las habitaciones en que se aloja, menciona desprejuiciadamente las estafas y aprovechamientos varios que sufre, transcribe los diálogos desencontrados con quienes no comparte el idioma, y es en estos hechos donde se fortalece y se hace tangible la experiencia. Los lectores la acompañamos lentamente en cada pincelada de su historia familiar extraída a fuerza de observación y paciencia a los espacios, personas y costumbres más recónditos, a sabiendas de que el resultado final no será una totalidad clara, inteligible, tranquilizadora; en cambio será, lo sabemos desde las primeras palabras, una pintura hermosa.
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[Eterna Cadencia blog]
"Siento una profunda desconfianza respecto del sentido"
Por Gonzalo León
Cynthia Rimsky lleva viviendo cuatro años y medio en Buenos Aires y es una de las escritoras más interesantes de su país: ha publicado un puñado de novelas que se han caracterizado por una escritura sobria y puntillosa, atenta a los detalles, a la expresión de una subjetividad, contraria a los lugares comunes y a las tendencias imperantes. De una simple historia abre el panorama a un sinfín de minihistorias imprevistas que se derraman, por lo general, en no muchas páginas; es también una escritura condensada, espesa, profunda, visual. Este año publicó su primera novela en Argentina, Poste restante (Entropía), que ya había sido editada en Chile, y en el país trasandino El futuro es un lugar extraño, su última novela, y Fui, un libro de cuentos-crónicas que da cuenta de su permanencia en Argentina.
Rimsky da talleres, especialmente de literatura de viajes y de no ficción entendida como un amplio espectro donde conviven muchos géneros; reparte su vida entre su casa en un pueblito de la provincia de Buenos Aires y capital. Nunca le ha interesado ser parte del mundo literario, al contrario, ha preferido la reclusión y la tranquilidad para poder escribir. Hoy es fin de semana y, a esta hora, la tradicional vorágine de los días de semana de Buenos Aires parece detenerse o suspenderse en el aire. Se la ve tranquila, atenta a las preguntas. Sus respuestas son claras, lentas, como si quisiera no dar pie al malentendido, aunque a veces no pueda evitarse.
—Primero que todo, ¿qué haces hace cuatro años y medio en Buenos Aires?
—El primer año, orientarme sin la Cordillera de Los Andes, aprender a pedir remolachas y no beterragas, a andar por la calzada y no por la vereda. En esa época enviaba un relato semanal a una revista digital en Santiago y me lanzaba a las calles a cazar imágenes, situaciones, diálogos como extranjera. Aun con la residencia definitiva, me sorprendió la libertad y una indisciplina que crea numerosos agujeros por donde se cuela y tiene espacio la diferencia, la autonomía, el pensamiento ilógico y un delirio que en Chile está bloqueado y culpabilizado por el disciplinamiento prusiano religioso. Eso me hizo sentir que hasta ahora había vivido en un regimiento, cárcel o internado, y esa sensación me dio pena, rabia y lo más importante, me condujo hacia escritores y escritoras argentinos que me hicieron pensar críticamente sobre el realismo, no sólo como un estilo literario sino como una forma de leer, de mirar y hasta de pensar.
—En este año sacaste tres libros: la edición argentina de Poste restante en Entropía, la novela El futuro es un lugar extraño en Random House Chile y Fui en una editorial independiente de tu país. El primer libro trata de un personaje que va al encuentro de sus orígenes, el segundo es la recuperación de la memoria política tras una desilusión amorosa y el tercero aborda tu último viaje acá a Buenos Aires. ¿Por qué la recurrencia del viaje?
—Acabo de leer La Introducción, de Fogwill, donde el narrador se pregunta qué es pensar. Para eso determina un trayecto, el viaje de ida y vuelta a las Termas, y un método que consiste en interrumpir sus recuerdos, las asociaciones fáciles que se le vienen a la mente. De otras maneras, lo hacen Walser, Chejfec, Berger, Luiselli, María Moreno, Benjamin. Demarcas un trayecto; un parque, plazas, las termas, calles, y esperas a que aparezca el primer fenómeno; un taxi, un burro, una silla, y te pones a pensar. No a la manera de un filósofo o de Odiseo, sino a la manera de Penélope: tejes en el día y deshaces por la noche. Así vas construyendo, a la distancia, dos pensamientos, el visible y el invisible, el de acá y el de allá. Supongo que por eso en mis libros los tiempos y los espacios se mezclan y confunden, y por eso los narradores o personajes se desplazan; para construir la experiencia en la que se van a comprometer. Estos viajeros, además de testigos, tienen una singularidad: llevan puestos los anteojos de la ficción, como dice Vila-Matas, pero como el viaje es accidentado, los anteojos se han rayado.
—Arturo Carrera define vanguardia como una parodia crítica de la tradición y Piglia como el intento de destruir una tradición y construir otra. En El futuro es un lugar extraño estas concepciones están porque, si bien esta novela podría ser incluida en la última tradición de novelas chilenas que ha abordado la historia reciente, se nota que hay una parodia crítica y a la vez el intento por destruir esa tradición y construir otra.
—En El futuro hay un plano en el que trabajé con materiales documentales, como hago generalmente, pero esta vez con la intención explícita de romper con la tradición realista chilena por la cual se busca sacar de la oscuridad la historia que la élite y sus medios nos han ocultado o tergiversado para producir una identificación con el lector que piensa: “Ah, la realidad es como yo siempre creí”. Justamente, en esta novela quise correrme del punto de vista de las víctimas, de la épica, de la nostalgia, de lo vintage y del lugar común. Intenté construir otra percepción, desfigurar, extrañar. Lo oculto retorna pero en una forma desconocida para el lector. Lo oculto no es lo real que los medios callan, sino otra forma de percibir. Ayer me contaba una amiga chilena que escuchó críticas a la novela porque no podía ser que la protagonista no recordara, no era lógico; o sea, a pesar de no ser una novela no realista, se la intenta leer desde el realismo y, como no calza, la asumen fallida. El problema de la tradición realista es que es una forma de leer que se emparenta con la literalidad. Respecto a la segunda parte de tu pregunta, la de construir otra tradición, diría que mas bien me sumo a todos los huérfanos que la centralidad chilena condena a una permanente existencia flotante, como Adolfo Couve, Mauricio Wacquez, Guadalupe Santa Cruz...
—¿Cuál es la mayor virtud de la narrativa chilena y cuál es su peor defecto?
—La mayor virtud es el lenguaje del cual se nutre, esa distancia ladina entre las cosas y los nombres que Raúl Ruiz realza de una manera prodigiosa en sus películas, ese desplazamiento, esas vueltas para decir una cosa diciendo otra o no decir lo que se quiere decir, tampoco lo que podría decirse y lo que se dice no dice. Esa maravillosa capacidad del lenguaje de escamotear lo real es una de las pocas cosas que el neoliberalismo no ha conseguido estandarizar. Su peor defecto es su horizonte de poder y de instalación.
—¿A qué te refieres con horizonte de poder e instalación?
—La chilena es una sociedad extremadamente competitiva, por otro lado, es un país de una estrechez geográfica impresionante, en su parte más angosta mide noventa kilómetros y el promedio es 180. No hay espacio para todos, el campo del arte es pequeño. Los que tras una cruenta batalla logran tener presencia y arribar al podium, tienen que dar una batalla peor para no ser arrasados por los que trepan de más abajo. Puedes percibir la animosidad con asomarte a Facebook. Los que están en los márgenes pasan o no pendientes del centro y de entrar a él o de ser conocidos o valorados por los centrales, porque si no caen al abismo. En Argentina también hay grupos que tienen códigos de comportamiento excluyentes, pero hay muchos más porque es un espacio vasto.
—En Poste restante, que tiene una escritura sobria y fragmentada —no porque se quiera construir a propósito eso sino porque se trata de una escritura donde lo sobrio y fragmentario van de la mano—, hay una carta que le manda el padre a la protagonista: “Tengo la impresión que estás un poco perdida. Usa la cabeza, no cometas tonterías”. ¿Qué es el “perderse”?
—No hubiese escrito ninguna novela de no haberme perdido tanto geográficamente como escrituralmente. No puedo planificarlas a priori, no tengo la capacidad de ver el bosque, voy de árbol en árbol. Por ejemplo, en Los perplejos, mi idea fue hacer el mismo viaje que Miamónides desde Córdoba hasta Aleppo y, cuando estuve en Córdoba, en el falso congreso sobre el falso Maimónides, en vez de ir a Tánger como él, me fui a Eslovenia y terminé en Montenegro y la novela la escribí de todas maneras. Perderse es perder el hilo, ir por otro lado, no saber dónde ir, creo que en el fondo siento una profunda desconfianza respecto al sentido.
—En tus libros sueles trabajar con una exposición de una sensibilidad que da la ilusión de que estás trabajando con el yo, pero eludes la primera persona: tanto Poste restante como El futuro... están escritas en tercera persona, pero el narrador tiene una complicidad subjetiva con la protagonista. ¿Se puede exponer una autobiografía sin recurrir a la primera persona?
—No creo haber escrito una autobiografía, tampoco una autoficción. Creo que las escrituras del Yo, como se las llama, son más una forma de leer que una forma de escribir. Si te fijas, los personajes de mis libros generalmente no tienen nombre o tienen más de uno porque no creo en las identidades fijas, estables, y un nombre fija. Fue un riesgo llamar a la protagonista de El futuro por su apellido, la Caldini, además siendo chilena, le puse un apellido argentino, me interesan esos descalces, como poner una sensibilidad supuestamente del yo en una tercera persona o al revés. En Poste restante el personaje se llama la viajera, la chilena, la mochilera, la periodista, la nieta de inmigrantes, todo el tiempo va desplazándose. En Ramal el personaje se llama El que viene de afuera.
—Ya nombraste a María Moreno, ¿pero qué escritoras argentinas contemporáneos te interesan y por qué?
—No leo por géneros, si me gusta María Moreno es por su punto de vista, su escritura, sus torceduras, sus experiencias. María Negroni, por su combinación de sensibilidad e inteligencia; Fernanda Laguna por su experimentación y desfachatez; Paloma Vidal, que vive en Brasil, porque combina escritura con artes visuales. No porque son mujeres. El otro día hablábamos con Laura Petrecca, poeta y traductora, que nuestras lecturas están guiadas por el azar, o sea, los libros se encuentran con su lector como una persona que mira el cielo por si acaso encuentra la respuesta a un pensamiento y justo se le cruza una estrella fugaz.
—La otra vez una editora chilena contó que una escritora le había preguntado cuántas mujeres había publicado y respondió que ninguna. ¿Cuál es el lugar de la mujer en el mundo de la literatura chilena? ¿Detectas alguna diferencia con Argentina?
—No estoy de acuerdo, creo que nunca se han publicado a tantas escritoras. Respecto a las diferencias, aquí existe una mayor diversidad dentro de la cual hay escrituras desfachatadas y desenfadadas. Por otra parte, el departamento de Estudios de Género de la UBA tiene un mayor vínculo con la comunidad, no solo rescata escritoras para la academia sino que estas son publicadas, por ejemplo en la colección Las Antiguas de Mariana Docampo, difundidas y leídas. Hay que fijarse que es una argentina, Mónica Szurmuk, la coautora de La historia de Cambridge de la literatura femenina de América Latina. Este año participé en la presentación de ese libro y el auditorio del Malba estaba repleto. No sé si ocurriría eso en Chile, si las mujeres se comprometen con el género desde esa generosidad e interés. Lo mismo las lecturas, aquí siempre participan escritoras, tengo la impresión de que en Chile es una excepción o tiene que ser organizado por ellas. Creo que el problema no está tanto en la publicación como en la ausencia de espacios participativos para que esas publicaciones se difundan y se compartan. Y cuando se hace es en calidad de mujeres. Un crítico chileno escribió una linda reseña de El futuro pero parte señalando que ocupo el lugar de capitana entre las escritoras mujeres. ¿Por qué hace ese corte si la novela ni siquiera toca el tema de género? Acá no sé si dirían: es buena pero entre las mujeres.
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[Infobae]
"La literatura me amplió el mundo"
Por Carla Grassi
Cynthia Rimsky, una de las voces más atractivas del espectro literario latinoamericano actual, acaba de publicar una nueva novela: El futuro es un lugar extraño (Penguin Random House). Rimsky rompe con el género tradicional de la literatura de viaje, en general autoficcional, y lo lleva a un extremo donde se mezclan la narrativa, la poesía, la memoria y el diálogo. Lo especial de su escritura radica en el desplazamiento de la mirada que fragmenta, corta, retrasa y adelanta el relato de una manera única.
Ninguno de sus libros tiene desperdicio. Desde Poste Restante, su primer libro, reeditado el año pasado por Editorial Entropía, hasta Los Perplejos y Ramal, una obra maestra. "Desde que leí Ramal soy fan de Cynthia Rimsky", dice Federico Falco. "De a poco he ido consiguiendo sus libros y disfrutándolos uno por uno. Son siempre extraños, delicados, y llenos de detalles mínimos y perfectos. Ahora Cynthia ha escrito una novela prodigiosa, durísima e impecable", sigue el escritor cordobés, quien colaboró en que la autora fuera publicada en Argentina.
El futuro es un lugar extraño narra la historia de una mujer que parece perdida en el presente, que le cuesta recordar el pasado y no entiende cómo avanzar. Se encuentra atada en un punto caótico en el cual conviven un juicio con su ex pareja y una democracia reciente que no se terminó de instalar, sino que continúa el modelo de la dictadura. Todo sucede delante de sus ojos y de los del lector, como si fuesen una cámara. Mira lo que quiere mirar y sugiere lo que no ve, sin juicios ni interpretaciones. Las imágenes hablan por sí solas.
Leer a Cynthia Rimsky es viajar sin moverse, es mover la mirada, desplazarse para volver a observar al mundo desde una perspectiva renovada.
-¿El viaje es tu único motor de escritura?
-Fue el motor de partida. Si lo miro desde ahora, resulta extraño, ¿no? Necesitar la distancia, el trayecto, la extranjería, para escribir. Pasé años, desde que salí de la Universidad, intentando escribir y nunca podía terminar un texto. De pronto, en un viaje en que no sabía si iba a volver, se produjo una mirada. La escritura vino después, cuando volví a casa y me di cuenta que allí tampoco estaba la casa. la escritura se convirtió en un amparo. De ahí salió Poste restante. Después vinieron otros motores: la curiosidad intelectual, experimentar el tiempo muerto o, más bien, descubrir las vidas que hay en esos tiempos aparentemente muertos, la ficcionalidad de la historia… En todos ellos hay, no sé si un viaje, pero un desamparo o una intemperie, como escribe Gabriela Massuh.
-¿Cómo definirías a un viajero?
–No podría definir lo que es un viajero hoy. No sé si realmente nos desarraigamos cuando viajamos. Llevamos tantas certezas, seguimos tan conectados, nos han convencido que es tan peligroso saltarse las fronteras de los espacios turísticos… ¿Llevar en el equipaje un gas pimienta, un móvil conectado con la policía, todas las reservas previas de Airbnb? No lo sé, tal vez hoy el viajero es el que es capaz de mover la mirada, los prejuicios, los moldes, más que las geografías. Aunque si estuviese respondiendo durante un viaje te hablaría de esos instantes de descubrimiento, en que de pronto se te devela algo mínimo que te saca de la ignorancia.
-¿Sos acumuladora de objetos? ¿En qué tipo de objetos encontrás memorias o historias reflejadas?
-Me he mudado muchas veces y, cuando creí que iba a quedarme tranquila, me vine a la Argentina y en la aduana no te dejan pasar muchas cosas, así que los objetos los hago aparecer en mis historias. Me gusta más retener imágenes que objetos. Pero tampoco las retengo: por ejemplo, hace mucho tiempo que no escribo lo que veo, las dejo ir, tengo la sensación de que no hay que retener, que si hay algo que nos tocó, volverá a aparecer en el momento exacto transformado en otra cosa, creo más en perder que en retener.
-¿De qué manera la Historia atraviesa cada uno de tus relatos? ¿Qué importancia tiene en lo que querés contar?
-Cuando tenía 18 quería cambiar el mundo así que la historia es algo central. A partir de esa frase: "Querer cambiar el mundo", la fui deconstruyendo, la fui permeando con la curiosidad que uno no se permite en dictadura por la urgencia: existe el mundo, qué es el mundo, qué es el cambio y la voluntad, ¿qué es? En mis libros voy tejiendo micro historias con una supuesta macro historia política que comienzo a socavar. En Los perplejos cuento que la narradora va a un congreso sobre Maimónides en Córdoba y se encuentra con un especialista que no participa en el congreso porque cree que esos son falsos estudiosos de Maimónides y le dice que los libros escritos sobre él en realidad son fábulas de la época. A partir de ahí me pregunto por la veracidad de la Historia. En El futuro es un lugar extraño sumo en el olvido la historia de la dictadura y de la pos dictadura para que afloren fragmentos inconexos, desprovistos de sentido, superposiciones, sensaciones que quedan sepultadas por esa abominable lógica explicativa que se le impone a la historia.
-¿Cómo lidiás con la política, tan presente siempre en tus libros, de una manera casi tangencial pero con contundencia a la vez? ¿Pensás en el lector a la hora de hacerlo?
-Hablaría de una actitud crítica, de escribir desde lugares incómodos, desde las preguntas y no desde las respuestas o las afirmaciones. A veces, pienso en algunas personas que conozco, en las respuestas que entregan y, a partir de ellas, invento nuevas preguntas. A mí la literatura me amplió el mundo. Tal vez, si no hubiese sido por la lectura, hoy sería una persona más parecida a la que mis padres criaron, entonces, la pienso un poco así, como apertura.
-¿Cuánto investigás antes de escribir? ¿Qué recursos utilizás?
-Soy como las vacas, rumio, rumio, mucho antes de tragar. Sí, leo, investigo, nunca formalmente, utilizo información para borronearla, deformarla, como una base a la que hacerle las preguntas, y también me pongo en modo observación, en modo permeable.
-Llevás bastante tiempo viviendo Argentina pero tus textos siguen estando atados mayormente a Chile… ¿Ves Buenos Aires como un posible escenario?
-Buenos Aires está en el libro de crónicas Fui, que escribí los dos primeros años aquí. Salía a la calle y todo me parecía tan extraño. En El futuro es un lugar extraño está de un modo falseado, por ejemplo, la protagonista, la Caldini, es un apellido argentino, el bar Roma está en capital… Mis lecturas están ahí y aunque no aparece un Buenos Aires identificable, la considero mi primera novela argentina por el tono.
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