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Sin esperar fundamentos estables ni conclusiones eficaces, el poema-nouvelle de Laura Petrecca nos llega como tropismo: una manera de adherirse a la realidad antes de que ésta aparezca.
Una manera de contarnos algo volviéndonos testigos de su melancolía secreta, de su alegre irónico mutismo. Un balbuceo también, cierta tartamudez del lenguaje que ella, sólo para cambiar el flujo de sus sensaciones en aventuradas intrigas, hubiera optado para “renacer”. Nos deja así pertenecer a un tiempo, a un clima, nos deja en “una simpatía extraña por la inocencia que esconde”.
Me gusta mucho esa elocuencia insostenible, esa coherencia incompleta que nos deja no sabiendo sino al comprender, no amando sino al amar.
Arturo Carrera
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Luces en la costa y también en la casa
Uno de los tres pescadores había podido ver rápidamente
que la casa se estaba incendiando.
Mientras arrastraban el cuerpo del turista hasta la orilla
comenzó a inquietarse por no poder recordar
a ninguno de sus amigos
que habían quedado en el agua
y que ahora estarían en otras costas.
Desde que había insistido por última vez
y su sombra se había fugado
no volvió a verla;
se sentía, luego de unos días,
un poco extraño por haberla alejado
pero luego pensaba que de nada servía,
si no podía verla, no podía tocarla, no la conocía;
tampoco estaba todavía conforme
ya que no había más peces en sus redes
ni esa noche ni las que vendrían.
El fuego corría sobre la tierra,
la casa cambiaba de color
y parecía que iba a levantarse
y abrirse antes de explotar,
vio a la chica que salió corriendo
sin poder mirar hacia arriba
y al chico junto a ella que llevaba a los niños
uno por uno hasta detrás de los árboles.
Él intentaba agarrarla pero ella se escapaba
corriendo en círculos,
no podía levantarla ni sujetarla,
ella se tiraba al suelo cada vez más fuerte,
girando la cabeza, inyectando las manos en la tierra
y en la arena.
Los pescadores dejaron al turista que volvía a respirar
y se quedaron desconcertados frente a lo que veían,
pero estaban lejos.
El incendio se había rebelado
y ya no podían hacer nada.
La esposa del cazador los esperaba en la puerta
y a medida que iban llegando a la casa
la veían perfectamente
con un arpón en la mano
y una sonrisa que cerraba su cara. |
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Reseñas
Otra parte
(Franco Castignani)
Perfil
(Damián Tabarovsky)
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[Otra parte]
Preguntas impertinentes
por Franco Castignani
Si hay algo que probablemente distingue a la poesía más interesante de este siglo que recién comienza es su propuesta —y su apuesta— anfibológica: el intento de afirmarse desde un lugar intermedio entre los distintos discursos y retóricas que articulan la lengua en un momento determinado y que de alguna manera le imponen su dinámica. El lugar intermedio aparece en el discurso poético contemporáneo casi como una precondición para lograr su diferencia específica frente a otros lenguajes, diferencia que por cierto nunca es definitiva, al abrir el poema a sucesivas contaminaciones y distorsiones. Ya no habría espacio para el poema “puro” y, a diferencia del siglo que pasó, en el que una lectura muchas veces irreflexiva de cierta vulgata heideggeriana —que presuntamente prescribía al poeta hablar desde un único poema— resultó en la repetición mecanizada de un repertorio fijo de tópicos y figuras, la poesía más contemporánea parece apostar por una vigorosa pluralización de formas, ritmos y registros.
Es en este lugar intermedio donde intenta instalarse Laura Petrecca en Cuento para una persona, su nueva novela breve en verso. El trabajo con la cesura y las interrupciones de los versos se vuelve un recurso central en este poema-relato, en tanto movimientos que dejan aparecer el texto en su organicidad mínima, sin apelar a golpes de efecto ni refugiarse en cierres elocuentes. En el comienzo del poema “Un vestido nuevo”, leemos: “Las formas cambiantes de la belleza / dejan una suave nostalgia, / eso es lo que estaba escrito debajo de la fotografía; / mientras la contemplaba, se escapaba de la sábana, / de lo que todos habían comentado / sobre esa anotación a lo largo de los años, / lo que esa anotación construía / en el paso del tiempo y el efecto, / todos parecían encontrar algo muy profundo / algo muy verdadero. / Ella no encontraba nada ahí, / ni profundo ni verdadero / ni nada, no lo había / y lo único que la había llevado a conservarla / antes de tirarla al fuego / es que la niña que se mostraba era ella / y había dudado, como todos, un poco / antes de romper su propia imagen / y tirarla a la chimenea”. Bien se ve que tanto el corte de los versos, cuya escansión tiende a cierta forma antirrítmica, como el uso de una fina y dosificada ironía, contribuyen a producir en el lector el extrañamiento necesario como para que pueda introducirse en los eslabones fragmentarios característicos de toda autobiografía. Un clima de acedia melancólica, propio de quien no se acoge a los relatos sobre sí y a los dictados de la mirada, oficia de atmósfera secreta de estos poemas. El yo, extrañado y pluralizado por el trabajo preciso con la ironía, deja de ser un punto de estabilización de la voz para devenir, desde el enigma último que lo constituye, otra cosa, secreto hasta para quien enuncia. De ahí que quizás la mayor virtud de Cuento para una persona sea que, conforme lo leemos, las preguntas “¿quién habla?” o “¿de qué se habla?” se vuelven impertinentes e innecesarias.
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[Perfil]
Ambigüedad
por Damián Tabarovsky
Cuento para una persona, editado por Entropía, es el tercer libro de Laura Petrecca (Buenos Aires, 1985). Está escrito con una deliberada ambigüedad (no sólo de género: ¿es poesía? ¿Es una novela? ¿Una nouvelle, como anuncia la tapa del libro? Preguntas que a esta altura no tienen ya casi sentido), pero por sobre todo con una sintaxis perturbadora que se cuela, se filtra y se expande por la violencia en que se escanden los versos. Escandir –es decir: salirse de truco de escandir como recurso de taller literario– no es un arte fácil, y Petrecca lo logra con autoridad. Y si digo violencia es porque el balbuceo (el tartamudeo, escribe Arturo Carrera, como una cita a Deleuze, en el paratexto del libro) detrás de esa fachada de levedad, de indefinición topológica (va para acá, va para allá), esconde –es decir, exhibe– una formidable violencia sobre el sentido, al que coloca en la indefensión de la demora, del extravío. Compacto, Cuento para una persona parece desconfiar de la búsqueda de la frase perfecta (búsqueda fallida de antemano) y concentrarse en el flujo de los párrafos, en la circulación de la tensión interna de texto: “Cuando él salió/ ella se dio cuenta que hacía mucho/ no sentía una tranquilidad tan cierta.”
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