Pasaje al acto |
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+Virginia Cosin en Entropía | |||||||||||||||
La protagonista de esta novela está temporalmente internada en un psiquiátrico. De los múltiples ojos que la observan, durante ese tiempo medicalizado y suspendido entre cuatro paredes, los más filosos son los suyos. Mientras repasa su incapacidad para actuar relee de principio a fin Madame Bovary hasta establecer con el personaje de Flaubert una relación que va más allá de cierta inclinación por la fantasía y la muerte.
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Contratapa
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Me hacen escribir una lista con las cosas que considero básicas para permanecer una temporada en la clínica de recuperación. Así la llaman. Preferiría que la llamaran “el psiquiátrico”, o “el loquero”, o mejor aun, “el frenopático”, como en esa novela que leí hace un siglo, en alguna de mis otras vidas. Le entrego el papel más tarde a una mujer. No están permitidos dispositivos electrónicos como celulares, laptops o tablets. Hago una lista en la que incluyo ropa, efectos personales para la higiene como shampoo, crema de enjuague y crema para la cara, varios libros, cuadernos y lapiceras. Antes me hicieron llenar una ficha y me llevaron por unos pasillos hasta la zona de las habitaciones. El piso es de baldosas cremita, las paredes están sucias. Pasamos por una sala de estar, o un comedor, con sillas y mesas de plástico, un televisor prendido y olor a sopa de verduras mezclado con desinfectante. La habitación tiene cuatro camas. Colchones delgados como láminas. Mesa de luz: no. Estantes o placard o algo para guardar mis cosas: no. De todos modos no llevo nada. Sólo lo puesto. En la habitación, ocupando una de las camitas, una chica tirada mira el techo. Me saluda y me pregunta si soy nueva. Le digo que sí, pero que pienso irme esa misma noche, al día siguiente a más tardar. La chica se da vuelta hacia la pared contra la que se apoya la cama y se queda así un rato. Después vuelve a girar y me mira. Habla como un oráculo: –Armate de paciencia, si no acá te volvés loca. Ya no sé ni cómo me llamo, todos me dicen O. Pienso en la ventaja de los buenos modales. O. hace un pequeño relato, como si lo supiera de memoria, como si lo hubiera dicho muchas veces a muchas chicas nuevas, a muchas compañeras de cuarto que llegan y se van. Me cuenta cómo abandonó al hijo, que quedó al cuidado de sus padres, para irse del país a trabajar de lo que fuera, de camarera, de bailarina, de maquilladora de televisión, lejos, lejos, y cómo se drogó, con cocaína, ácido, heroína, todo lo que pudo, hasta que un día se encontró viviendo en la calle, y cómo sus padres la buscaron y la encontraron y que desde hace ya unos años esta es su casa, el asilo, así lo llama ella, y que se quedaría para siempre ahí, que no quiere irse nunca. Después hace un largo silencio y vuelve a darse vuelta. No sé dónde poner las manos. Los pies. Tengo ganas de comerme las extremidades. De tragarme a mí misma. Con la cara contra la pared, O. habla otra vez, pero no es su voz, sino la voz de alguien de otro mundo, otro tiempo, hablando por O. y por mí y por todos a la vez: Últimamente, pero no sé por qué, he perdido la alegría, he abandonado todo hábito de ejercicio y en efecto mi disposición ha estado tan afectada que esta estupenda fábrica que es la tierra me parece un promontorio inútil. Al principio O. me cae bien, pero más que nada me da pena. Tanta pena que me da vergüenza estar acá. Porque tengo trabajo y algunos amigos y no tuve que abandonar a ningún hijo: cuando mi marido me dijo que quería tener uno conmigo, yo dije no, no quiero, no quiero tener hijos, o no sé, o no ahora. Siempre había querido una familia, pero cuando pude tenerla quise desarmarla, como un reloj, para saber de qué manera funcionaba. Cuando intenté rearmarla, no conseguí que volviera a hacer tic-tac.
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Fragmento | |||||||||||||||
Autora
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Foto de solapa: (por Adolfo Rozenfeld) |
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Virginia Cosin nació en Caracas, Venezuela, en 1973 pero vive en Argentina desde los cinco años. Publicó la novela Partida de nacimiento (2011) y cuentos en varias antologías. Además, coordina talleres de lectura y escritura en el Sportivo literario, escribe sobre cine y literatura en distintos medios nacionales y es la directora editorial de la revista digital Atletas.
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[Revista Invisibles]
Quizás habría deseado confesarle a alguien todas estas cosas. Pero ¿cómo decir un malestar inasible, que cambia de aspecto como las nubes, que se arremolina como el viento? Las palabras faltaban y, por ende, la ocasión, la osadía. Luego de una discusión con su madre, la narradora de Pasaje al acto, de Virginia Cosin, decide llevar al acto algo que había ensayado varias veces en su cabeza: atravesar con el puño cerrado el vidrio de la ventana. Cuando la madre escucha el estallido desde el piso de abajo, sube corriendo y la encuentra parada sobre una mancha de sangre. Mientras la lleva al baño y la limpia con agua fría, “entre espasmos de llanto”, le pregunta: “¡¿Quién te pensás que sos? ¿Madame Bovary?!” (25). Poco importa en qué la madre vio a su hija intentando emular a Emma Bovary. De lo que se trata, en esta escena, es de la disposición de las piezas con las que se va a jugar el texto. Esas piezas son las marcas en el cuerpo de los distintos pasajes, de los distintos atravesamientos, a la vez que de los modos en que esos pasajes han estado impedidos: “caí en la trampa. En mi propia trampa. Estoy impedida. No soy algo, o alguien, no hago nada, no me muevo” (14).
En ese reto de la madre, que es reto de enojo pero también desafío y palabra oracular, se cifra todo lo que vendrá: acaso no es esa la pregunta de Madame Bovary: ¿quién piensa que es Madame Bovary? Acaso esa sea la pregunta de Pasaje al acto: la narradora, ¿quién piensa que es? Porque no hay dudas: la narradora cree que es y cree que sabe quién es. Es una mujer que sabe demasiado. Ser y saber van conformando un nudo de impedimentos que detienen el paso, ese paso del pasaje, ese paso de pasar, de atravesar otra cosa que no sea una ventana con el puño. Ella piensa y sabe: El acto fallido de ahogarse, en ese intento de suicidio, es entonces un acto logrado: el de desahogarse. No en el sentido de la catarsis, sino en el sentido de encontrar un modo de deshacer, de desasir el ahogo que le produce el saber del abandono, el saber de la abandonada. Es un acto logrado: el de salir del encierro del saber sobre sí misma. Pasaje al acto es la escritura de un encierro pero es, a la vez, la escritura de un pasaje hacia otra cosa. El encierro no está en el psiquiátrico, sino en ese impedimento de salirse de sí, de pasar al olvido algo de esa escena que se repite siempre idéntica a sí misma. Nunca sabemos el nombre de la protagonista; hay un sólo momento en el que nos enteramos de su apellido y es cuando ella lo lee en la historia clínica que tiene el psiquiatra. Pero el apellido está mal escrito, dice Coen en lugar de Cohen. Ella decide no corregirlo. Una letra muda está ausente en ese apellido que viene del padre. ¿Acaso no podría leerse el pasaje al acto en ese desliz de escritura/lectura? ¿En esa letra que falta y que, finalmente, escribe otro padre? Ese desplazamiento de una letra que, como dirá Barthes, puede producir una revolución, la de pasar a otra cosa; una revolución que hace del acto fallido, un acto logrado. ------------------------------------------------------------------------------------------------------- [Otra parte] Por Juan Laxagueborde En esta novela, una mujer cuenta su presente de encierro loco y sus recuerdos traumáticos, que incluyen los placeres. Está el pasado que circula con sus claroscuros infantiles y juveniles, sus amores o desamores adultos, sus madres, sus padres, su angustia burguesa clásica por el tedio y el mandato. Están las escenas donde uno toma conciencia que quien recuerda desde la sobriedad vive después del flash de la abulia psiquiátrica. Palpa el lector una disyuntiva paradójica: se vive como se puede o se cuentan bien las maneras en que no pudimos vivir como queríamos. Se vive como se puede o sólo se está tranquilo en medio de la mendicidad de las instituciones de encierro, empastados y lentos, pudiendo recordar la vida dramática de todos los días, pero sentados en un comedor aséptico, sin sentir. No elegí leer Pasaje al acto bajo las indicaciones de la bibliografía final, sino un poco colocado por el vaivén de la vida general (pálida y un poco en la saga de las epopeyas filiales) de la protagonista. Eso es lo que me atrajo y lo que me puso en autos de pensar la relación entre soledad y compañías afectivas. La novela revela algo trágico que se filtra al final, que decanta: no hay tanta diferencia entre locura y vida. La vida puede estar envuelta por el exceso de normalidad que no hace más que agotarla, o empujarla, digamos, a la locura. De ahí esa frase hermosa de la página 35: “La tradición obliga a ir hacia la vida”, que induce a pensar que una vida no tradicional pondría la muerte (y la locura) en otro lugar. Es que “el acto” al que se pasa es la diferencia entre memoria cotidiana y el momento de la conciencia de la locura, esas descripciones de la clínica donde hay algo blanco, puro, que deja ver y escuchar toda la mugre interna, plegada, de lo que se creía era la vida de la cordura del otro lado del hospicio. La protagonista recuerda sus momentos de normalidad para recordar, como desplegando, todo lo incordioso y lo sometido que viene con la paz. Pese a todo, en esos recuerdos opacos (a veces patéticos y a veces dramáticos) hay un tono de benevolencia general con respecto al mundo de la vida y las cosas, como en las escenas finales con las ostras o las escenas con el hermanastro. La narradora escribe, dice, con las sombras proyectadas en el papel. Ahí hay una especie de doble sentido: porque uno escribe por uno, para uno, pero sobre algo proyectado, bastante espectral; quién sabe si la conciencia o la sospecha de no llegar a saber qué hay, qué se quiere. En la estela de la comedia negra del deseo o de la afirmación, cara al psicoanálisis. Es que la novela es sobre la lectura, sobre la interpretación, sobre la relación entre esferas de la introspección: el pasado con sus peripecias y la normalidad de la locura. Digamos que la cosa queda empatada: o estamos en el mundo viviendo, explorando, padeciendo y teniendo ganas de ser felices, o estamos tranquilos, un tanto enfrascados en esquemas rutinarios para sostener la paz. Que es lo mismo que decir que cuando no vivimos, sólo nos queda recordar lo que hicimos, estancados en el yo pero ansiosos en todo lo demás, sin poder afirmar, sin poder hacer algo mal. Vivir, pero hacer algo al menos; de ahí que esas sean imágenes de la locura. La escritura raleada en la ficción de Virginia Cosin es el escenario para saltar al fondo y rebotar. Como si el fondo fuese finalmente una guarida, una certeza, algo concreto donde pisar. ------------------------------------------------------------------------------------------------------- [Kranear] Por Daniela Pasik A Vincent van Gogh le gustaban las flores. Ahí está su serie de girasoles como botón de muestra más famoso. O Los lirios, un cuadro que hizo inspirado en los que había en el jardín del asilo mental donde estaba en 1889, un año antes de su muerte. Sobre Jarrón de gladiolos y aster chino, que pintó en 1886, le contó a un amigo en una carta que hacía estas naturalezas porque no tenía plata para pagar modelos. Muchos de sus cielos, con colores brillantes y pintura densa mezclada con blanco, amarillos y verdes, eran así porque el pigmento azul era más caro y cuando se le acababa tenía que seguir igual. En su momento poca gente lo apreciaba. La posteridad le dio reconocimiento y también llenó su obra de (casi siempre acertadas) explicaciones. Teorías sobre la intención del artista y etcéteras elevados realizados por académicos del arte y también del psicoanálisis. Pero el motivo de muchas de las experimentaciones de Van Gogh era otro: la falta de dinero y una pulsión por seguir creando. El resultado es genial, pero el móvil siempre fue encontrar cómo jugar con ciertas ideas y técnicas solo con lo que tenía a mano. Virginia Cosin, primero en Partida de nacimiento (2011) con retazos de su blog, y ahora aún más en su reciente Pasaje al acto (2019, ambas editadas por Entropia), juega con lo que tiene a mano. En su segunda novela, la materia prima que usa, porque está a mano, son sus lecturas personales, las películas que le gusta ver o terminó viendo y las anotaciones fragmentadas que fue realizando a lo largo de años. Así construye una trama narrativa para seguir creando. Ya desde el título, Pasaje al acto, empieza la experimentación. Aunque es un término psicoanalítico, un momento extremo de hacer real la locura, Cosin no se refiere exclusivamente al acting out del que habla Lacán. Y sí, la protagonista está internada temporalmente en un psiquiátrico después de un intento de suicidio. Y claro, hay algo de actuación o representación en la narradora, que dice: “Me quiero ir. Yo no soy como el resto. Soy distinta. Estoy actuando”. Pero ese “pasaje” también es una suerte de túnel por el que la narradora escarba en sus recuerdos y el “acto” puede ser la revisión del pasado para contrastarlo con el presente, y entonces inferir un futuro posible, distinto al esperable. También, hay un “pasaje” en el que la escritora –no la protagonista– explora el dolor, los privilegios de clase, el beneficio de la belleza que se paga con peligro y las formas del desamor como posibles trampas. Y un “acto” que hace la autora para quien lee: crear ese juego de diferencias entre la memoria luminosa superpuesta con la mugre real, contrastar para ver lo que se creía la vida en la cordura y entender desde el psiquiátrico que aquella era la locura. Y además, “Pasaje al acto” suena bien. Porque Cosin, como Van Gogh, juega. Y lo hace con lo que tiene a mano. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- [La Nación] Por Daniel Gigena Luego de que su madre la rescata de un nuevo intento de suicidio, una mujer joven ingresa a una clínica psiquiátrica. La protagonista de Pasaje al acto, segunda novela de Virginia Cosin (Caracas, 1973), es hija de una actriz y de un director de cine y parece cargar con los guiones de la clase media ilustrada: debe destacarse, ser alguien en la vida o por lo menos hacer algo con ella. Hasta ahora, consciente de su atractivo, solamente se ha dejado querer por los hombres con los que se cruzó (excepto, quizás, su padre). Fue amante de sus jefes (de un hombre casado, en una agencia de publicidad; de un director de cine (el personaje responde al perfil de un realizador argentino que tuvo su momento de gloria en los años 90); esposa de un profesor de filosofía, "esclava" erótica de un joven aprendiz del Marqués de Sade. En su historia no falta la escena de una cuasi violación, llevada a cabo por el hijo de su padrastro: "¿Había sido él? ¿Había sido yo? Me excitaba ser la poseedora de esa clase de poder. El poder de atraer. De gustar. Más todavía si estaba prohibido". Es posible leer Pasaje al acto como el informe clínico de los efectos que produce la desintegración de ese poder. En el psiquiátrico, donde hay una biblioteca modesta, la protagonista decide releer Madame Bovary, clásico de la locura que provoca el deseo mimético. Como le pasaba a Emma, para la suicida fallida el amor "había sido, durante algún tiempo, un lugar cálido" que luego se convierte en una cárcel estrecha. De esa trampa, ella intentará salir mediante la escritura. Con esta terapia narrativa, Cosin hilvana una serie de recuerdos personales de la protagonista (que por momentos se vuelve abrumadora y redundante) con reflexiones in situ sobre el lenguaje, las palabras y la escritura. "Saco recuerdos de la galera como pañuelos de colores anudados, pero la verdad está en la parte que el nudo oculta". La forma de la novela rehace el aliento angustiado de la protagonista que, a duras penas, sobrevive en el tiempo sin tiempo de la clínica psiquiátrica, entre dosis de pastillas, películas insulsas proyectadas en el televisor de la sala común, visitas de familiares y sesiones conducidas por el Doctor, otro hombre al que intentará seducir, esta vez de modo grotesco. Mientras tanto, con su pose de Ofelia flotando en el río, pero aún viva, escribe en sus cuadernos como si estos fueran tablas de salvación de ella misma y de la otra que la habita. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- [Infobae] Por Martín Kohan Madame Bovary es una lectora de novelas que no leería una novela como Madame Bovary: la idea es genial, porque es de Ricardo Piglia. Y en efecto: Madame Bovary no leería una novela como Madame Bovary, porque Madame Bovary lee para evadirse, leer para sustraerse (¿evadirse de qué?: de sí misma); lo que espera de la literatura (y lo que obtiene) es que le procure ni más ni menos que eso que en su vida no hay, todo eso que en su vida le falta, lee para acceder a las experiencias de las que carece en la realidad de su existencia. De manera que, ciertamente, jamás leería una novela como Madame Bovary, jamás se prestaría al agobio del más de lo mismo. “Madame Bovary c’est moi” se tolera dicho por Gustave Flaubert; pero la propia Madame Bovary no lo toleraría: leer y reencontrarse, leer y confirmarse, ese efecto de redundancia y encierro de la literatura duplicando la vida, se le volvería fuertemente opresivo. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- [La Nación] Por Fernanda Nicolini Desde el título, Virginia Cosin (1973, también autora de Partida de nacimiento) propone diversas capas de sentido. Pasaje al acto es un término psicoanalítico que remite a la propia protagonista-narradora. Internada después de un intento de suicidio, su presente se sucede amorfo en el psiquiátrico, mientras su pasado se ilumina en cuadernos que completa con escenas de la adolescencia (padre ausente, familia ensamblada, iniciación sexual) y de pareja (el deseo y la imposibilidad), a la par de que lee Madame Bovary. Si para la protagonista la escritura es un espacio de lucidez casi insoportable, es en esos recuerdos donde construye una suerte de elegía al dolor como contracara inevitable del amor. O, mejor dicho, la idea de que no hay amor posible sin la falta. Ágil y a la vez intensa, sin una palabra de más y con imágenes bellísimas, esta novela apuesta a una literatura que conmueve, sin ser condescendiente. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- [Zigurat] Por Leandro Diego Internada en una clínica psiquiátrica, después de un intento de suicidio, la narradora y protagonista de Pasaje al acto escribe. Explora ciertos aspectos de la reclusión, describe algunas escenas de su infancia y repasa eventos clave de su pasado vincular. ------------------------------------------------------------------------------------------------------- [La Agenda BA] Por Brian Majlin Sabemos, al menos desde 1897 cuando Emile Durkheim publicó su estudio sobre el suicidio como un hecho social, que la muerte autoprovocada no es únicamente un reflejo de demonios internos y causas sin explicación. Sabemos que la componen múltiples factores, que hay motivos o detonantes sociales, que se imbrican con inclinaciones individuales y rasgos psicológicos, y que es difícil dilucidar cuál es el elemento, el click que hace de una idea, de una angustia o dolencia, un apretar el botón de salida. ------------------------------------------------------------------------------------------------------- [La Agenda BA] Por Quintín ?L?a narradora está en una clínica psiquiátrica después de un intento de suicidio. Entre sesiones de terapia y largas horas vacías, Coen (así se llama, aunque aclara que al apellido que ve escrito le falta una hache) cuenta su vida pasada como una larga serie de sufrimientos en cuyo centro hay una constante: el dolor de ser abandonada. Por un padre, por una madre, un hermano, una amiga y una variada colección de amantes. Con los amantes hay además un ida y vuelta que se repite: Coen habla de su capacidad de seducir, de haber sabido desde muy chica que generaba atracción en los hombres. Pero también que los enamoramientos incondicionales de su parte terminaron en un desengaño insoportable. La otra característica de los personajes de la novela es que son invariablemente odiosos, aunque los amantes lo son en un menor grado que los parientes. En lo personal, no puedo recuperarme de haber estado en contacto con su padre director de cine ni con su madre devenida psiquiatra ni con su hermano empresario que la exigen, la desprecian, la maltratan, la niegan. Coen es muy elocuente al respecto. Nunca perdonaremos a su familia. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- [Cuaderno Waldhuter] Por Paula Puebla Una tarde de carnaval, con el sol buscando cobijo en el oeste, Virginia Cosin recibe a Cuaderno Waldhuter en un Villa Crespo vestido de feriado. Partida de nacimiento (Entropía, 2011) y Pasaje al acto (Entropía, 2019) son dos novelas fragmentarias que pueden leerse en tándem con la seguridad de estar abordando una obra y no, simplemente, dos libros. En estas historias, tan profundas como breves, la mujer es siempre protagonista, la responsabilidad toma el lugar de la culpa y los personajes danzan en la trama librados del pie de plomo que imponen los deberes de la época a través de sueños, recuerdos, alucinaciones y las más crudas descripciones de los escenarios cotidianos. Ajena a los tiempos editoriales e indiferente a la autoconstrucción imperiosa del escritor como sujeto de explotación, Cosin sirve una infusión humeante en dos tacitas coloridas. Sin la enunciación de una primera pregunta, se da por comenzada la charla sobre los problemas que acarrea ese sintagma de confusiones nombrado como “literatura del yo”. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- [Infobae] Por Virginia Cosin Virginia Cosin es una de las escritoras más potentes de la actualidad. Aunque la palabra potente se pone en cuestión en sus novelas, y es porque esa fuerza, esa potencia, paradójicamente viene de la incertidumbre de la voz narrativa. Cosin explora los huecos de la mente y sus fantasmas y lo que devuelve siempre es elegante, profundo, irresistible. Su nueva novela, Pasaje al acto (Ed. Entropía), esta narrada en primera persona por una chica que intentó suicidarse y ahora está internada en un psiquiátrico privado que ella imaginaba iba a ser parecido a spa y, en todo caso, tiene un ambiente lúgubre. Los días en ese lugar y las relaciones que va sosteniendo —en especial con un médico— llenan las páginas a la vez que abren un pozo, un vacío. En los títulos de sus dos novelas, Partida de nacimiento y Pasaje al acto, se juega buena parte de la interpretación: si bien “pasaje al acto” tiene algo más que ver con una definición del psicoanálisis, ambos títulos plantean una polisemia y pueden leerse, entonces, desde muchos sentidos y significados. La poética de las historias mínimas —¿Qué explota la polisemia de los títulos? —Lo primero que se me ocurre es el título. A partir de ahí organizo el texto. Uno siempre tiene un caos en la cabeza cuando se pone a escribir, y tiene que descartar y recortar. El título vertebra por dónde va a pasar la historia o el texto. Son historias mínimas, en realidad, no sé si puedo hablar de historia o de argumento.
—Una historia mínima también es una historia. —Sí, totalmente. Y son las que más me gustan, por otro lado. Soy hija de un creativo publicitario y en mi familia siempre hubo un juego con las palabras y con los sentidos a partir del eslogan. Si bien no me siento identificada con eso —que ver con vender o con convencer—, hay algo de la creatividad en el sentido más literario del término que me hace pensar en los títulos como una caja que puede contener otras cajas. Ya la palabra “partida” en Partida de nacimiento tiene un montón de significados. Pasaje al acto también: me gustaba la idea del “pasaje” como caminito, como fragmento de un texto, como cambio. “Acto” también contiene varias posibilidades: actuar en el sentido más actoral, actuar en el sentido de la acción. Si bien hay una referencia psicoanalítica, yo soy una lectora de psicoanálisis arbitraria y poco sistemática, pero me gusta leerlo y Lacan me parece híper poético. No puedo explicar profundamente el término de “pasaje al acto”, pero me encanta como suena. Me gusta mucho robar términos y usarlos como en una especie de reconversión poética.
—Escribiste bastantes artículos sobre el suicidio y, por supuesto, el narrador de una novela no es el autor, pero evidentemente hay algo en el tema que te convoca.
—Cuánto hay de mí: la pregunta siempre me parece complicada y a la vez fácil. No es una novela autobiográfica en el sentido de que lo que le pasa a la narradora no es algo que me haya pasado a mí. Pero el tema del suicido siempre me pareció bastante fascinante, como una pulseada entre eros y tánatos. Para esta novela leí sobre todo a mujeres pero también hombres que terminaron suicidándose o que bordearon el suicidio. Lo que me llama la atención es cómo esas personas tienen, en realidad, una pasión por vivir. Un desborde del deseo, casi como un amor no correspondido con la vida. Personas que esperan demasiado de la vida, que se sienten traicionadas y eso las convierte en artistas. Me interesa el arte de vivir en peligro; la relación entre el artista, la escritura, la curiosidad por la vida, la desilusión, la infelicidad.
—En El dios salvaje, Al Alvarez dice que Sylvia Plath en realidad no quiso suicidarse sino actuar un intento de suicidio. ¿Cuánto de actuación tiene un acto tan, por decirlo en términos de Alvarez, salvaje?
—Eso me resulta súper interesante, porque todos estamos actuando todo el tiempo. No hay una verdad, no tenemos una forma esencial o única de ser que tapamos cuando actuamos. En realidad, cobramos distintas formas, de acuerdo a los distintos modos en que actuamos. Incluso en esos actos extremos o pulsionales también estamos actuando. En la soledad todavía más. En ese ser dividido que somos, por ahí estamos representando un papel para el otro que somos. Puede parecer un poco esquizofrénico lo que digo, pero creo que permanentemente estamos actuando. Se piensa en el deprimido como alguien sin ánimos ni fuerza, pero en el pasaje a esos actos uno está tomando una decisión fuertísima de vida, incluso para matarse. La potencia que tiene que tener una persona para tomar una decisión así.
Ser escritora, escribir
En 2020, Cosin incursionó también en el mundo del cine y dirigió uno de los cuatro cortos que conforman la película Edición limitada junto a Edgardo Cozarinsky, Romina Paula y Santiago Loza. Cada uno de ellos abordó la tensión entre la escritura y la lectura, y el proceso creativo. La película se exhibió en el festival de cine de Mar del Plata y en el de San Sebastián. También puede verse desde la plataforma Cine.ar.
—La protagonista de Partida de nacimiento se parece mucho a vos y la de Pasaje al acto comparte tus obsesiones. ¿Cómo es la protagonista de “Edición limitada”? —Con las limitaciones del cine, se me ocurrió partir del momento en que sentí que podía decir que era una escritora. Es un tema que siempre me preocupó; es el día de hoy que yo no creo ser escritora. Si me preguntás “Qué sos”, diría que escribo, pero no que soy escritora. Entre los libros que publiqué hay ocho años en el medio. Pero puedo pensar como un momento bisagra de mi vida cuando se publicó Partida de nacimiento. No es que en la película se muestre lo que digo, pero en mi cabeza, la chica del corto toma apuntes para escribir algo que podría ser esa novela. —Siempre traigo a cuento una frase de Fabián Casas, que dice “soy un escritor cuando escribo”. Se podría pensar que se es escritor en acto. —Sí. Lo interesante de escribir es que uno después se puede leer. Hay cosas que no sabías y que te enterás una vez que las escribiste. Y hay un tema con respecto, no sé si llamarlo vocación, pero con lo que te apasiona. Mi hija tiene 18 y terminó el secundario, y es la edad en donde todo el mundo le empieza a preguntar qué querés hacer, qué querés ser, a qué te vas a dedicar. ¡Es una pregunta re jodida! Que haya un momento de la vida en donde uno tiene que decidir qué quiere hacer... Alguna gente lo tiene clarísimo desde muy chico, pero otros no. Eso me parece muy interesante y muy conflictivo. Yo fui haciendo las cosas como surgieron, fue todo recontra azaroso, como un camino en zigzag. Pero esos caminos me gustan, me interesan. —La protagonista de Pasaje al acto es una chica muy seductora. ¿Se puede seducir con la escritura? —Me encanta lo que dice Barthes sobre la escritura y cómo lo relaciona con el amor. El dice algo así como: “El libro que leo me tiene que seducir”. Y habla de leer como un acto amoroso. Uno puede levantar la vista del libro y seguir enamorado de esa escritura. Uno se enamora de lo que lee muchas veces: está la sensación de que ese libro está escrito para mí. Como si fuera el amante: sólo él me entiende, sólo yo lo entiendo. En la escritura también hay toda una relación con el deseo porque siempre hay algo pero también falta algo y leer, de alguna forma, es completar eso que está escrito. Me interesan son los textos agujereados. —La protagonista de Pasaje al acto está fascinada con Madame Bovary (creo que era Piglia el que decía que Madame Bovary justamente no leería Madame Bovary). ¿Por qué la insistencia con esa novela? —Yo tengo una fascinación con Madame Bovary. La empecé varias veces de chica, porque estaba en la biblioteca de mi vieja, y cuando finalmente la pude agarrar me dio vuelta. En parte, lo que me fascinó es el juego de espejos en donde Emma, para poder vivir su vida tiene que actuar que es otra, tiene que imaginarse que es otra, tiene que imaginarse que es la protagonista de esos libros rosas. Porque ella no leería Madame Bovary, pero lee novelones como si fueran telenovelas de Andrea del Boca. En el blog de Eterna Cadencia escribí una notita sobre un artículo de Freud que se llama “El poeta y los sueños”. Emma no pasa nunca a la etapa adulta; se queda con la etapa del niño que juega y se queda en su mente. Eso me interesa porque es algo que me costó muchísimo dejar de hacer. Yo era muy fantasiosa; no digo imaginativa, sino fantasiosa. A veces me pasaba del colectivo porque me armaba películas en la cabeza fantaseando vidas. Hay un mundo de ficción que difícil de abandonar para ser justamente un adulto que, en todo caso, haga algo con eso: escribir, por ejemplo. —Emma Bovary no leería Madame Bovary. Pero ¿la protagonista de Pasaje al acto leería Pasaje al acto? —Sí. Tal vez sí. No lo sé. Su mundo empieza y termina donde empieza y termina la novela. No sé nada más de ella.
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