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(De la obra: Tren)
Miriam: Qué lindo nene. ¿Es el único que tenés?
Rosalía: ¿El chiquito? No, no es mío. No es de mi vientre, te quiero decir. Es de él... no hace mucho que está con nosotros. Lo que pasa es que la mamá lo abandonó.
Miriam: ¡Mmm, qué duro!
Rosalía: Sí, fue durísimo... una prueba...
Miriam: Sí, me imagino...
Rosalía: No, ni te imaginás... Porque nosotros no es que tuviéramos mucha relación con el nene cuando pasó esto. Carlos un poco más y yo... recién lo había empezado a tratar más seguido, bah, unos meses antes de la catástrofe esta del abandono, desde que nos mudamos... Porque nosotros vivíamos en una casa muy linda pero muy chiquitita en Gonnet... (La mira a Edith.) Hola, ¿cómo estás? No te había visto. Y como el nene vivía con la mamá en City Bell, yo lo había empezado a hinchar a Carlos, que es mi marido, que nos teníamos que mudar, así el nene tenía una habitación y se podía quedar a dormir con nosotros, así él también podía ir recomponiendo la relación con el chiquito... te imaginarás después las noches que pasé arrepintiéndome de todo esto pero una cosa así no te la imaginás... Bueno, y nos mudamos y empezamos con un arreglo de que el nene viniera los fines de semana y ya empezó a ser muy difícil la relación porque es un chiquito muy difícil, que creció en un ambiente de total desorden, la mamá... El primer fin de semana que estuvo con nosotros fue un desastre; Carlos, que será el padre, como él dice, pero no lo conoce, no lo vio crecer, no sabía cómo tratarlo; yo, que tampoco sabía cómo tratarlo porque era la primera vez que venía y yo todavía pensaba en que si el chico volvía a la casa y le decía a la madre que yo le había gritado. Cuestión nadie le dijo nada, el nene se la pasó haciendo de las suyas todo el fin de semana, terminó rompiendo varias cositas que yo tenía, que yo después le decía a Carlos no es que a mí me importen las cosas materiales, pero a veces hay cosas materiales que te representan, cosas espirituales, y yo me acuerdo mucho, por ejemplo, de un cenicerito de cristal, precioso, con las iniciales mías y de Carlos talladas que me había traído una tía mía que se vino desde Paraná para el casamiento, el nene en un salto lo tiró al piso, quedó destrozado y una cosa así no la recuperás nunca... El segundo fin de semana fue un poco mejor, el tercero... mirá, a mí lo que me empezó a pasar era que llegaba el viernes a la noche y me empezaba a subir una angustia por el pecho de que se me venía el sábado encima... y el cuarto fin de semana, que fue un infierno, llega el domingo a la noche... nada, llamamos a la mamá por teléfono... nada. Agarramos el coche, vamos para City Bell... ¿vos podés creer... esta mujer... había tapiado la puerta de la casa? Cruzamos enfrente, le preguntamos a un hombre que estaba atendiendo en una despensa, nos dice: “Sí, yo la vi a la tarde llevándose unos bolsos”. A mí me agarró un ataque de nervios que me metí en el coche y no quería salir, y el chiquito... ¡pobrecito! Vos sabés que lloraba y decía “¿por qué no puedo entrar a mi casita, por qué no puedo entrar a mi casita?”. Y Carlos, que es un tipo negado, es un tipo que tiene las cosas enfrente y no las puede ver, decía “nooo, si debe haber tenido algún inconveniente, ya va a venir... ya va a venir...”. ¿Vos la viste? Yo tampoco. No, si yo me la vi venir entera. ¿Están ahí todavía?
Miriam: Sí.
Rosalía (casi sin moverse, a Edith): No, si este no se va a ir hasta que el tren no arranque. ¿Te puedo pedir un favor?
Miriam: Sí.
Rosalía: No. (A Edith.) ¿Te puedo pedir un favor?
Edith: ¿A mí?
Rosalía: Mhj. ¿Podés cerrar la cortina como si fuera una cosa tuya?
Edith cierra la cortina y vemos cómo Rosalía se acomoda y continúa.
Rosalía: ¡Ay! Les pido mil disculpas si les hice pasar un mal momento, pero yo ya no sé qué hacer. No me puedo ir a ningún lado que el pobrecito cree que lo voy a abandonar. Y Carlos también. Y yo no me puedo ir en paz a ninguna parte porque me quedo con la sensación de que cada vez que me voy ellos reviven... Y Carlos que tampoco le gusta quedarse solo con el chico porque no le gustan las criaturas y ahora se queda con él y anda como bola sin manija todo el fin de semana... Y el chiquito... que es muy complicado, es un chico con muchos problemas. A mí no sabés lo que me costó, no ahora, pero en su momento me costó empezar a encariñarme con él, porque no es una criatura querible, no es un chiquito con el que vos te encariñes así, de estos chiquitos que vos por ahí ves y te encariñás enseguida...
Miriam: Pero vos creés que no lo querés porque tiene problemas, pero por ahí no lo querés porque no es tuyo, ¿no?
Rosalía: Y, sí. (Pausa.) Sí, puede ser. Es que yo estaba feliz con mi matrimonio, la verdad es que estaba muy feliz; no fue nada fácil, nos costó todo y después armar la casa con Carlos y recién nos estábamos acomodando que llegó este chiquito y la primera temporada fue tan mala, mirá, que llegaba la noche y yo estaba afónica de enojarme con el nene y con Carlos. Y yo había empezado a ir a las reuniones, pero no me pasaba nada. Yo veía que a todas se les producía el milagro y a mí no me pasaba nada. Y no fue hasta un día que vino Viviana, porque Ana, la pastora de Gonnet, es divina, pero Viviana...
Miriam: Es Viviana.
Rosalía: Y ella vino a dar “Cómo transformar nuestros pro-blemas en victoria”; no sé si escuchaste ese...
Miriam: Sí, es hermoso.
Rosalía: Bueno y estaba en una parte que estaba diciendo cómo tenemos que darnos cuenta de que tenemos nuevas alternativas, nuevas opciones, pero nunca vas a recoger algo nuevo si tenemos las manos llenas y que, bueno, ya era tiempo de soltar ciertas cosas y empezó a decir “¡soltá!, ¡soltá!, ¡soltá!” y yo me miré las manos y las tenía apretadas y ella gritaba “soltá, soltá, soltá” y yo estaba en la tercera fila y vos sabés que en un momento me mira a mí y me grita “¡solta!, ¡soltá!”. Y yo abrí las manos así y ahí sentí que recibía a Dios...
Edith: Perdoname, ¿puedo abrir la cortina?
Rosalía: ¿Cómo?
Edith: Si puedo abrir la cortina.
Rosalía: Y... fijate si están...
Edith (mira): Sí, están.
Rosalía: Y, entonces no.
Miriam: Esperá un cachito, si no cuesta nada... |
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Reseñas
Perfil Cultura
(Rafael Quiroga)
La Nación
(Natalia Blanc)
Las 12
(Natalia Laube)
Entrevistas
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[Perfil Cultura]
Posibilidades de la creación colectiva
Por Rafael Quiroga Integrado por Laura Paredes, Pilar Gamboa, Valeria Correa y Elisa Carricajo, el grupo Piel de Lava se formó en 2003 y presentó cuatro montajes hasta la fecha. Las actrices se proponen investigar “las posibilidades de la creación colectiva mediante un método de trabajo que incluye la actuación, la dramaturgia y la dirección”. Los textos de las obras tienen su origen en los ensayos, de donde deriva su carácter abierto, en reescritura constante, que ahora la publicación de un libro cierra en una versión.
Si se excluye Colores verdaderos, una escena en torno a dos mujeres en una oficina, la creación colectiva es también el tema de la propia dramaturgia. La tensión entre lo individual y lo grupal, las fisuras entre la experiencia aislada y el encuentro con otros, atraviesan el resto de las producciones de la compañía, sea a través de una banda de música dirigida al público adolescente, en Neblina, las conversaciones de fieles y pastores evangélicos, en Tren, y la discusión sobre la curaduría artística en Museo.
Es en la última obra donde la reflexión sobre el propio trabajo se vuelve explícita. El proyecto de un espacio destinado a cuestionar la mirada de los visitantes se duplica con la profusión de caretas, citas artísticas y el fotomontaje final que compone los rostros de las actrices en una imagen. Al desconcierto que provoca la deserción de una de las integrantes sigue la convicción sobre la necesidad de continuar. Esa profesión de fe relaciona la creencia religiosa “y aquello que nos sostiene en la actuación”, uno de los ejes de Tren. La atención está puesta en las condiciones de existencia de un grupo y en sus puntos de fuga, en las contradicciones entre la identidad que proporciona el colectivo y los valores individuales.
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[La Nación]
Buen teatro más allá del escenario
Por Natalia Blanc
Cuatro de las actrices jóvenes más talentosas del teatro independiente, que escriben, dirigen y protagonizan sus obras, reunieron en un libro editado recientemente por Entropía los textos llevados a escena en los últimos 13 años.
Piel de Lava, nombre del colectivo de experimentación teatral que integran Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa, es también el título del libro, cuyo subtítulo enumera las cuatro obras editadas: Neblina, Tren, Colores verdaderos y Museo. La característica que vuelve más interesante este trabajo es el procedimiento creativo que viene explorando con excelentes resultados desde su formación en 2003. Una producción colectiva, tanto en la escritura como en la puesta, que ofrece una mirada reflexiva sobre el quehacer teatral.
Como dice Rafael Spregelburd en la contratapa, "las obras de Piel de Lava son ejemplos valiosísimos de una dramaturgia personal, justamente allí donde no hay una persona sola". Cuatro obras, cuatro autoras, en un libro delicioso para quienes disfrutan del teatro más allá del escenario.
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[Las 12]
Cambio de piel
Por Natalia Laube
La propuesta de publicar un libro con sus obras les llegó justo en el momento en que empezaban a sentir la necesidad de inventarse algún antídoto contra su propio olvido. En teatro, que por definición es un lenguaje del presente puro, los procesos creativos se vuelven tan inasibles con el correr del tiempo que las cuatro amigas comenzaban a tener la sensación de que algo había que hacer para refrescar la memoria y cristalizar el trabajo de tantos años: publicar los textos que habían escrito para sus montajes implicaba la posibilidad de capturarlos, revisitarlos y volver a compartirlos con lxs demás, así que dijeron que sí de inmediato.
Parece mentira, pero hace ya trece años que Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa formaron Piel de lava, el colectivo de actrices más famoso de la escena porteña y uno de los grupos teatrales más estables de su generación. Junto a Laura Fernández, que se sumó a dirigir a partir del tercer trabajo del colectivo, crearon cuatro obras en las que oficiaron casi siempre intérpretes, dramaturgas y directoras, es decir, en las que se dieron el gusto de ocupar tantos lugares como les fuera posible dentro del proceso creativo para experimentar con otras posibilidades que sus trabajos individuales como actrices de cine, teatro y televisión no necesariamente les daban. Tanto en Colores verdaderos, en Neblina, en Tren como en Museo, los vínculos entre mujeres (a veces amigas, a veces todo lo contrario) son un tema central que no se resuelve ni se tematiza de la misma manera siempre. Esto es algo que cualquier espectador/a de sus obras podía detectar pero que ahora, con la posibilidad de leer las cuatro de un tirón, se vuelve incluso más patente.
Publicado por Entropía, que ya había editado textos escénicos de Romina Paula, Rafael Spregelburd y Lola Arias, entre otrxs, Piel de lava: Cuatro obras es el primer libro de la colección dedicada al teatro con obras escritas de manera grupal. “La escritura colectiva, una excepción en el campo literario, no es una experiencia inhabitual en el teatro, donde el sentido teatral se construye por superposición de las poéticas de muchos. Sin embargo, las obras de Piel de lava son ejemplos valiosísimos de una dramaturgia personal, justamente allí donde no hay una persona sola”, reflexiona desde la contratapa Spregelburd, amigo de las actrices. Para ellas, la creación en conjunto no sólo es una decisión política o estética: alimentar ese espacio grupal y personal se volvió con los años una necesidad. Basta echar un vistazo a las fichas técnicas que aparecen al final del libro para notar que cuando no estaban haciendo funciones de alguna obra ya ensayaban la que vendría después: Colores verdaderos se hizo entre 2002 y 2004 (“Tardamos un verano en darnos cuenta de que esa escena de taller tenía que ser una obra y unas horas en convencer a Valeria de que volviera a Buenos Aires para trabajar juntas”), Neblina entre 2004 y 2006 (“Dos años en escribirla y ensayarla, un mes en aprender la coreografía, un ensayo en descubrir cómo llorar y comer chizitos a la vez”), Tren entre 2007 y 2011 (“La obra iba a llamarse Gente que no conocemos”) y Museo entre 2011 y 2015 (“Tres años en escribirla y ensayarla y seis meses en acostumbrarnos a caminar con tacos”).
“La escritura fue en las cuatro obras un proceso absolutamente colectivo”, cuenta Carricajo. “Y lo colectivo es también móvil en sus intensidades: por momentos alguna pudo estar más presente que otra, pero hay una confianza entre nosotras y una sensación de que la otra está pensando por vos que hace que eso sea imposible de diferenciar. Siempre, después de un tiempo de hacer las obras, hay cosas que no recordamos quien las escribió, porque lo cierto es que a la distancia sólo se ve lo grupal de ese monstruo de varias cabezas que somos”.
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