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Suárez en Kosovo
Eric Barenboim
134 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2018
ISBN: 978-987-1768-48-6

 
 
     
   
     
 

Esta novela abre con una duda lingüística fallida: ¿cómo se dirá “bizcocho” en kosovarí? Interrogante que nadie podrá responder en estas páginas, esencialmente porque no existe tal idioma. Pero no sólo por eso: también porque Eric Barenboim ha logrado escribir un libro agudo, cándido y disparatado donde las preguntas sobre la esencia de las cosas –su identidad– y sobre el modo de nombrarlas –su nomenclatura– sólo pueden ser abordadas desde el absurdo. Es por eso que Miguel Suárez, el kinesiólogo uruguayo devenido preparador físico que protagoniza este relato balcánico, deberá dejarse llevar sin certezas por la tracción del sinsentido, de la mano de un narrador que resignifica de manera cabal su condición de omnisciente.


Ganadora del Premio novela breve de la Bienal de Arte Joven Buenos Aires 2017. Jurado: Gabriela Cabezón Cámara, Fabián Casas, Editorial Entropía.

Contratapa

 

 

 

 

 

 

 

 

     
   

7

Suárez se duchó en el baño de la planta baja de la Residencia Familiar Pristina Dorada. La herida le ardía. Ya se la habían curado. Era de noche y no estaba seguro de cuán lejos se encontraba del Victory Hotel. Aceptó la invitación de Dardana y alquiló un cuarto hasta la mañana siguiente. Necesitaba descansar un rato. No podía creer lo vertiginosos que habían sido sus primeros tres días en Kosovo.

La cena se sirvió en el comedor. Suárez fue el primero en llegar. Miró los muebles, el suelo, los espejos, el tapiz, la araña de techo desbordante de luz cálida, y recalculó maravillado lo barato de la habitación. Esa era la verdadera experiencia balcánica típica que había ido a buscar. Se sintió un embajador latinoamericano visitando la gloria de un imperio de preguerra. Le dio pudor no saber si su imaginación tenía lógica histórica. La atención se le perdió en el tapiz. Debía de ser antiquísimo. Había un leopardo blanco en dos patas y una gran serpiente enredada alrededor de su torso. Primero pensó en una lucha, y luego lo vio como una colaboración, o como una revelación sobre el estado del mundo. Una respuesta sin pregunta.

Apareció Besa, la cocinera. Había preparado un guiso de cordero. Era el mismo guiso que se estaba sirviendo como menú del día en el Victory Hotel, en El Caldero de Cobre y en otros nueve establecimientos, con precios que variaban entre cinco y cuarenta euros por porción. A lo largo del día Besa había visitado cada cocina repitiendo con precisión la misma receta de tavë kosi. Ya conocía el menú de toda la semana. El mediodía siguiente, en todos esos lugares se comería una aproximación a la ensalada de trigo y menta.

–¿Muy lastimada? –preguntó Besa.

–¿Usted también habla español? –se sorprendió Suárez.

–Poquita, poquita.

Besa era una señora tierna, de trato más suave que el resto de la gente que había conocido hasta el momento. Más sosegada. Se dio cuenta de que era la primera persona en Pristina que parecía tener más de sesenta años, y se percató de la juventud general de la población. A diferencia de Junior, le enseñó palabras. Aprendió a decir cordero en albanés, y también cabra. "Qengji." "Dhi."

Liri entró al comedor. Suárez no la reconoció. Ella saludó en silencio, con timidez.

–Dardana enseñar español nosotras –dijo Besa.

–Faa, ¿en serio? –preguntó Suárez con sincera curiosidad.

Liri asintió con la cabeza. Suárez estaba entusiasmado y algo perplejo. Por otro lado, Junior no podía ser el único hispanoparlante de la ciudad. En efecto, no lo era. Durante cinco años Dardana se había tomado el trabajo extraordinario de enseñar idiomas a Liri, Besa y los dos mineros. Además de hablar albanés y serbio, gracias a Dardana se comunicaban en perfecto inglés, y comprendían español, francés, alemán y ruso. Ella, por su propia cuenta, también hablaba italiano y griego, y aprendía húngaro. Era un prodigio.

Como ya dije, el verdadero logro de Dardana era otro. Mantenía la Residencia en pie y funcionando, aun con las dificultades económicas de sus huéspedes. Liri era la única que tenía un flujo de dinero constante. Besa trabajaba mucho y ganaba poco –y, por su arreglo con el Dueño, no pagaba renta–. El sueldo de Fatjon y Fatlind era bajo, porque hacía
muchos años habían tomado la decisión de no descender a las minas, donde el aire es tóxico y la paga mejor. Por eso eran probablemente los dos mineros más viejos de Kosovo. Habían pasado los cuarenta años. El último huésped, el intermitente, era vendedor de seguros. Pagaba cuando podía.

 

Fragmento
     
   

Autor

 

Foto de solapa:
Mili Morsella
 
                     

Eric Barenboim (Colegiales, 1987). Es realizador audiovisual y poeta performático. Suárez en Kosovo es su primera novela..


   

Reseñas

Bazar americano
(Blas Rivadeneira)

Zona de tormentas
(Mario Flores)

El País Digital
(Tatiana Raicevic)

Revista Todo en un bondi
(Mario Flores)

Entrevistas

Mundo con libros
(Pierre Froidevaux
y Federico González)

Suplemento No
(Brian Majlin)

 

 

[Bazar americano]

La lengua en off side

Por Blas Rivadeneira

Ganadora del premio de novela breve en la Bienal Arte Joven Buenos Aires 2017, Suárez en Kosovo de Eric Barenboim se propone dinamitar la lengua a partir de la estrategia del malentendido. Miguel Suárez, kinesiólogo y amigo de la infancia de la estrella de la selección uruguaya León Suárez, termina envuelto en una serie de confusiones que lo llevan a Kosovo. En el país balcánico pretenden que firme un contrato con el Hajvalia Football Club ya que piensan que se trata de León que acaba de ser suspendido por una agresión que cometió durante el mundial de Brasil. La novela es, entonces, una especie de ucronía paródica de la noticia insólita que difundieron los principales medios deportivos del mundo sobre el interés del club kosovarí por Luis Suárez después de que quedara inhabilitado para jugar en ligas dependientes de la FIFA por su recordada mordida al defensor italiano Giorgio Chiellini.

La arbitrariedad del nombrar, la distancia entre las palabras y las cosas, son (ex)puestas con humor en la novela, que elige escribirse desde y en la vacilación de ese absurdo, la vacilación entre los Suárez, entre identidad y nomenclatura, que incluso llega a incluir a un tercero, un Soarez, pasando la mitad del relato.

Las madres de los Suárez no eran la misma persona. Tampoco estaban casadas con la misma persona. De hecho, la madre de Miguel no estaba casada. No había ningún parentesco entre ellas. Es decir, los Suárez no eran hermanos, ni primos. Una propiedad curiosa del apellido Suárez es que era el vigésimo primer apellido más común del Uruguay. Había dos mil Herreras más, y mil Medinas menos. Entonces: León y Miguel no eran parientes (2018:16).

Barenboim sabe que el lenguaje no es inclusivo –utiliza la x para nombrar a un par de personajes, lxs mellizxs– sino fascista como supo señalar Roland Barthes. Destaca el crítico francés en Lección inaugural: “El lenguaje es una legislación, la lengua es un código. No vemos el poder que hay en la lengua porque olvidamos que toda lengua es una clasificación, y toda clasificación es opresiva: ordo quiere decir a la vez repartición y conminación” (2014:95). Esta dimensión fascista de la lengua es explorada en la novela a través de las distintas formas arbitrarias del nombrar, en la manera absurda en la que una misma nomenclatura designa cosas –identidades– diferentes y, más crudamente, en cómo un país bombardeado termina con sus monumentos y calles con los nombres del agresor:

Caminó hacia la E monumental pintada de camuflaje militar. Junior había dicho que el diseño cambiaba año a año, que era costumbre para los turistas realizar graffitis, estampar sus firmas. Era una forma de conectar la propia identidad con aquella de la nación. Miró el entramado de la baldosa roja, y detrás de la cara sonriente de Junior vislumbró un cartel en inglés, “Bill Clinton Statue”, que indicaba el rumbo hacia la figura que daba nombre a la avenida. El mismísimo Bill Clinton (2018: 23).

Barthes entiende a la literatura como una trampa a la lengua, como la “esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje” (2014: 97). Ya desde el propio título en Suárez en Kosovo se desarrolla una poética del estar fuera de lugar y el malentendido como estrategias escriturarias para tenderle una trampa a la lengua y colocarla fuera del poder. La relación lengua y territorio es puesta en cuestionamiento en la novela desde el absurdo, se procura construir una lengua (des)territorializada, una lengua de los hablantes.

¿Cómo se dirá bizcocho en kosovarí?, pensó Suárez, mientras caminaba por el Bulevardi Bill Klinton. Ignoraba la inexistencia del idioma “kosovarí”. Dos días después se enteraría, en un local de paraguas, de que la lengua más hablada en Pristina es el albanés (2018:9).

En su libro 1917 Martín Kohan destaca el estar fuera de lugar como la manera de estar en el mundo del escritor. Lo hace a partir de dos anécdotas que involucran a un autor comprometido y a un líder revolucionario: por un lado, Lenin le envía una carta a Gorki reclamándole por ciertas posiciones críticas y le aconseja dejar San Petersburgo, la capital rusa, por el ambiente pernicioso que implica y, por el otro, Trotsky expulsa, intempestivamente en plena ruta, a Breton de un auto que compartían. La politicidad del espacio autoral se concentra en ese fuera de lugar que atraviesa las tensiones entre vanguardia política y vanguardia artística, en esa “distancia y desencuentro entre el hombre de acción y el hombre de letras” (2017: 90). Esta (des)ubicación característica del escritor va más allá de las disputas estéticas y políticas que se asumen en la coyuntura.

Barenboim entiende que la potencialidad política de la literatura está en ese desplazamiento, en ese estar fuera de lugar, en la trampa del malentendido, en el traspasar los límites de la sintaxis y la linealidad del lenguaje instrumental. En este sentido, otro de los logros de la novela es la construcción de un narrador que no ocupa una posición fija, que es, a la vez, omnisciente y testigo, está dentro y fuera de la diégesis. Suárez en Kosovo se articula a partir de esa voz que se aproxima a una deidad, multiforme, (des)territorializada, que habita y dinamita la zona arbitraria de la lengua, un narrador que deja la lengua en off side.

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[Zona de tormentas]

Un paseo a través del absurdo

Por Mario Flores

¿Cómo se dirá choripán en albanés?
¿Qué es "demencia"?

¿Cómo se dirá bizcocho en kosovarí?


Preguntas como estas aparecen todo el tiempo en la mente despeinada de Miguel Suárez, el protagonista de Suárez en Kosovo, la primera novela (y primer libro publicado) de Eric Barenboim. Son preguntas casuales, preguntas disparadas por la fuerza misma de la situación (porque la novela está posicionada en un territorio extraño y desconocido, donde somos todos - personajes y lectores - un poco extranjeros y alejados de cualquier idea de normalidad) pero también son preguntas que buscan cavar un poco más hondo: a la esencia misma de las cosas, a su forma y su organismo. El órgano vivo que son las palabras. Y la capacidad que tienen de "encontrarnos". Suárez, un personaje que puede ser tímido y pusilánime en algunos momentos, heroico e inspirador en otros, se deja llevar: se deja atravesar por el paisaje frío, por la distancia idiomática, por la ausencia completa de certezas.


Es fácil escribir historias que se desarrollan en lugares lejanos. Yo las llamo "literatura de turismo": elegimos un personaje que pueda cautivar a pesar de su fragilidad emocional o personalidad arisca, lo ponemos en un paraíso tropical donde se encuentre consigo mismx y rellenamos la falta de caracteres con descripciones de paisajes, atracciones turísticas, lugares comunes para el ojo del viajero. La gente gusta mucho de estas historias, es fácil identificarse con ellas, y más de una vez el lector termina convertido en espectador cuando la novela es llevada al cine. Comer, rezar, amar.


Eso no es lo que sucede con Suárez en Kosovo.Principalmente porque arranca con más dudas que certezas. Y porque nos arroja en la primera página a un país extraño, nada ordinario, nada tendencioso. Todo lo que sucede es - verdaderamente - nuevo. Cualquier coincidencia logística, concordancia espacial o temporal, son apenas pequeñas pistas para no perder el hilo de la novela, pero la historia es en sí misma un extravío. Suárez, un viajante que vende aparatos ortopédicos, deviene en turista, luego en impostor aventurero, luego en preparador físico de un jugador de fútbol que nunca se presenta en la novela, luego residente, luego turista otra vez. El sabor a incertidumbre no se pierde nunca.


A lo largo de 17 capítulos breves (es una narración clasificada como novela breve)Barenboim usa una voz omnisciente y portentosa, la voz del todo, de la nada por el todo. Un narrador que conoce su poder y, de hecho, nos da una probada:

Cuando la humanidad se pregunta qué es la felicidad, cuento la historia de Suárez en Kosovo. No es feliz en todo momento. Tampoco es seguro que en los días de lluvia caigan gotas durante veinticuatro horas. Pero siempre aparece el chaparrón.

Las preguntas van más allá del hábito de supervivencia (aprender el idioma ajeno para comprar un agua mineral, saludar, memorizar direcciones) y se centran en lo sustancial de las cosas: Suárez tiene preguntas todo el tiempo, es un personaje no tan enigmático que es catapultado a mil y un situaciones de estrés por otros personajes que sí son enigmáticos: los kosovares y sus calles con nombres proféticos, los billetes de euros que le caen del cielo, la Residencia Familiar Pristina Dorada (una suerte de mansión de todos y de nadie donde encuentra un atisbo de lo que ha quedado lejos). Después de un tiempo se acostumbra al absurdo de no saber dónde está parado (se acostumbra o empieza a tomarle el gusto) y el paseo a través de lo inaudito se vuelve más palpable. No por eso la novela deja de parir pasajes oscuros, paródicos, donde la fatalidad es el tapiz único.

Anoto que no es sólo la primera novela de Eric Barenboim sino también su primer libro publicado, porque para quienes lo conocemos de antemano es un dato importante. En la solapa del libro se lee: "Eric Barenboim (Colegiales, 1987). Es realizador audiovisual y poeta performático. Suárez en Kosovo es su primera novela". Nada más. Nada de solapas con currículums extensos. La novela se sostiene por su propio peso, por su propia densidad, y es eso lo que importa. Un apartado también para la nota que abre el libro, que advierte el uso del lenguaje inclusivo en algunos pasajes del relato, donde el grafema /x/ representa al fonema /e/. Lxs diosxs. Lxs mellizxs.

Resultando ganadora de la categoría Novela Breve de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires 2017 (con un jurado integrado por Fabián Casas, Gabriela Cabezón Cámara y la editorial Entropía) sorprende que el libro no tenga otras lecturas publicadas: el desparpajo no es su común denominador, se trata de un libro complejo a pesar de ser liviano. En especial ese pasaje, tan atiborrado de imágenes, cual enumeración caótica, que reproduzco a continuación:

Llegaron desde la distancia melodías indiscernibles, entremezcladas. Provenían de altoparlantes diversos, distribuidos por las arterias comerciales en las que torrentes de compradores se confundían. Cerca de los primeros puestitos, Suárez pudo escuchar con más precisión. La voz de un hombre estiraba notas largas, las hacía vibrar, acompañado por una suave percusión. Le recordó al sonido del agua, y pronto se sintió ingresando en un tanque hipnótico.
[...] Vio las pavas eléctricas, los cargadores de celular, los juegos de cuchillos, los relojes, las réplicas de la Torre Eiffel, la camiseta de Messi, la otra camiseta de Messi, y se vio a sí mismo dos años atrás, en Londres, más precisamente en Camden Town, comprando una camiseta trucha del Manchester FC con el 7 en la espalda bajo el nombre "Suárez", para hacerle un chiste a su amigo [...] se sintió perseguido, la multitud hormigueante a su alrededor, se vio comprando una especie de Mantecol balcánico que Junior le dijo que era típico y el sabía que era medio-oriental, y se le ocurrió que tal vez el Oriente fuera sólo sinónimo de exotismo idílico: Uruguay para Argentina, Turquía para Europa, Japón para el planeta entero, salvo para ellos mismos, claro [...].

Después la confusión adquiere una cierta respuesta de lucidez, pero será solamente luego de que Suárez desenrede una madeja imposible entre contratos, trámites, historias corporativas del fútbol y otras cosas que le añaden a la novela un hálito de pesadumbre por encima de lo cotidiano. Al final, como el narrador nos adelantaba ¿sin que supiéramos? se trata de una historia feliz, encriptada por lo extraordinario (pero no lo extraordinario fantástico sino lo puramente extraordinario, lo que escapa a la comprensión habitual). La novela, breve y concisa, relata un poco de historia de la postguerra, un poco del intrincado mundo de los clubes europeos de fútbol (narrándola de una manera entretenida incluso para los que no entendemos un pomo del tema), un poco de paisaje, un poco de enrevesados diálogos que nunca están finalizados porque no hay manera de hablar más: la distancia lo dice todo. En el texto de contratapa del libro dice: "Eric Barenboim ha logrado un libro agudo, cándido y disparatado". Reafirmo lo último: disparatado, sin caer en el efectismo de lo escandaloso, porque la novela transcurre aquí, en nuestro propio mundo. Sólo que mucho más crudo. Más real.

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[El País Digital]

Ucronía y parábola

Por Tatiana Raicevic

Cuando terminé de leer la contratapa no pude evitar empezarla inmediatamente. Suárez en Kosovo, es, para mí, un hallazgo. Ganadora del Premio novela breve de la Bienal Arte Joven Buenos Aires 2017 con Gabriela Cabezón Cámara, Fabián Casas y Editorial Entropía como jurados, la novela traza el derrotero —bastante absurdo, por cierto— del uruguayo Miguel Suárez, compatriota, amigo y preparador físico del jugador de fútbol, León Suárez, en Pristina, la capital de Kosovo.

Suarez en Kosovo es la primera novela del realizador audiovisual y poeta performático, Eric Barenboim (1987), y “nació” de una anécdota sobre un hecho infame: la mordida del uruguayo Luis Suárez al italiano Giorgio Chiellini en un partido del mundial 2014 y el poco conocido ofrecimiento que un club de primera división de Kosovo le hizo al jugador tras la sanción de la FIFA, que lo obligaba a estar 4 meses fuera de las canchas.

Sin embargo, lo primero que encuentra el lector al abrir el libro es una aclaración del  editor/escritor/ narrador (no lo sabemos con exactitud) sobre el tipo de lenguaje que se utilizará en la novela. Es, más bien, una especie de guía para entender el lenguaje inclusivo. “En ciertas ocasiones se utilizará el fonema /e/, representado en dicha posición por el grafema “x”. Esta declinación no debe comprenderse como el género neutro del latín. En este caso implica al mismo tiempo la negación de género masculino y femenino, y la inclusión de todas las opciones posibles. Como lxs diosxs”. Y un adelanto, por decirlo de  alguna manera, del tipo de narrador que nos va a contar la historia de Suárez (el otro, el no famoso) en Kosovo.

El tema es que el narrador es también bastante fuera de serie. No es un narrador omnisciente clásico. Es más una especie de narrador total e infinito que, además, es un personaje de la historia, aunque ninguno de los otros personajes lo sepa. Además, es caprichoso, al estilo de los dioses paganos. Se adelanta a la trama, hace digresiones, se pone en el lugar del lector para aconsejarnos sobre cómo entender tal o cual parte de la historia y hasta discute con las elecciones de los personajes.

Todo esto hace que la historia vaya en un espiral creciente que nos tiene en vilo durante las 134 páginas de la obra. Y no decepciona, al contrario.

Suárez en Kosovo puede ser leída como un híbrido entre la ucronía y la parábola— aunque con una enseñanza moralmente cuestionable— y también como la historia de un malentendido o, por qué no, como una novela de enredos. Tal es su complejidad y su olorcito a ruptura. 

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[Todo en un bondi]

Un paseo a través del absurdo

Por Mario Flores

¿Cómo se dirá choripán en albanés?
¿Qué es "demencia"?
¿Cómo se dirá bizcocho en kosovarí?

Preguntas como estas aparecen todo el tiempo en la mente despeinada de Miguel Suárez, el protagonista de Suárez en Kosovo (Editorial Entropía, 2018), la primera novela (y primer libro publicado) de Eric Barenboim. Son preguntas casuales, preguntas disparadas por la fuerza misma de la situación (porque la novela está posicionada en un territorio extraño y desconocido, donde somos todos - personajes y lectores - un poco extranjeros y alejados de cualquier idea de normalidad), pero también son preguntas que buscan cavar un poco más hondo: a la esencia misma de las cosas, a su forma y su organismo. El órgano vivo que son las palabras. Y la capacidad que tienen de "encontrarnos". Suárez, un personaje que puede ser tímido y pusilánime en algunos momentos, heroico e inspirador en otros, se deja llevar: se deja atravesar por el paisaje frío, por la distancia idiomática, por la ausencia completa de certezas.

Es fácil escribir historias que se desarrollan en lugares lejanos. Yo las llamo "literatura de turismo": elegimos un personaje que pueda cautivar a pesar de su fragilidad emocional o personalidad arisca, lo ponemos en un paraíso tropical y rellenamos las páginas con descripciones de paisajes, atracciones turísticas, lugares comunes para el ojo del viajero, frases motivacionales sobre encontrarse a uno mismo, etc. La gente gusta mucho de estas historias, es fácil identificarse con ellas, y más de una vez el lector termina convertido en espectador cuando la novela es llevada al cine.

Pero eso no es lo que sucede con Suárez en Kosovo. Principalmente porque arranca con más dudas que certezas. Y porque nos arroja en la primera página a un país extraño, nada ordinario, nada tendencioso. Todo lo que sucede es - verdaderamente - nuevo. Cualquier coincidencia espacial o temporal, son apenas pequeñas pistas para no perder el hilo de la novela, pero la historia es en sí misma un extravío. Suárez, un viajante que vende aparatos ortopédicos, deviene en turista, luego en impostor aventurero, luego en preparador físico de un jugador de fútbol (que también se apellida Suárez, y piensan que es él porque el crack nunca se presenta en la novela), luego residente, luego turista otra vez. El sabor a incertidumbre no se pierde nunca.

A lo largo de 17 capítulos breves (es una narración catalogada como novela breve), Suárez el kinesiólogo arriba en Kosovo preguntándose cuánta yerba le queda, se presenta ante el guía del Hajvalia Football Club, que le dice “León” confundiéndolo con León Suárez, el delantero de la selección uruguaya que acaban de comprar, a quien se supone que Suárez debe hacerle masajes, pero el malentendido nunca se resuelve. Barenboim usa una voz omnisciente y portentosa, la voz del todo, de la nada por el todo. Un narrador que conoce su poder y, de hecho, nos da una probada:

Cuando la humanidad se pregunta qué es la felicidad, cuento la historia de Suárez en Kosovo. No es feliz en todo momento. Tampoco es seguro que en los días de lluvia caigan gotas durante veinticuatro horas. Pero siempre aparece el chaparrón.

Las preguntas van más allá del hábito de supervivencia (aprender el idioma ajeno para comprar un agua mineral, saludar, memorizar direcciones) y se centran en lo sustancial de las cosas: Suárez tiene preguntas todo el tiempo, es un personaje no tan enigmático que es catapultado a mil situaciones de estrés por otros personajes que sí son enigmáticos: los kosovares y sus calles con nombres proféticos, los billetes de euros que le caen del cielo, la Residencia Familiar Pristina Dorada (una suerte de mansión de todos y de nadie donde encuentra un atisbo de lo que ha quedado lejos). Después de un tiempo se acostumbra al absurdo de no saber dónde está parado (se acostumbra o empieza a tomarle el gusto) y el paseo a través de lo inaudito se vuelve más palpable. No por eso la novela deja de parir pasajes oscuros, paródicos, donde la fatalidad es el tapiz único.

Anoto que no es sólo la primera novela de Eric Barenboim sino también su primer libro publicado, porque para quienes lo conocemos de antemano es un dato importante. En la solapa del libro se lee: "Eric Barenboim (Colegiales, 1987). Es realizador audiovisual y poeta performático. Suárez en Kosovo es su primera novela". Nada más. Nada de solapas con currículums extensos. La novela se sostiene por su propio peso, por su propia densidad, y es eso lo que importa. Un apartado también para la nota que abre el libro, que advierte el uso del lenguaje inclusivo en algunos pasajes del relato, donde el grafema /x/ representa al fonema /e/. Lxs diosxs. Lxs mellizxs.
Resultando ganadora de la categoría Novela Breve de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires 2017 (con un jurado integrado por Fabián Casas, Gabriela Cabezón Cámara y la editorial Entropía), se trata de un libro complejo a pesar de ser liviano. En especial ese pasaje tan atiborrado de imágenes, como si de una enumeración caótica se tratara, que reproduzco a continuación:

Llegaron desde la distancia melodías indiscernibles, entremezcladas. Provenían de altoparlantes diversos, distribuidos por las arterias comerciales en las que torrentes de compradores se confundían. Cerca de los primeros puestitos, Suárez pudo escuchar con más precisión. La voz de un hombre estiraba notas largas, las hacía vibrar, acompañado por una suave percusión. Le recordó al sonido del agua, y pronto se sintió ingresando en un tanque hipnótico.
[...] Vio las pavas eléctricas, los cargadores de celular, los juegos de cuchillos, los relojes, las réplicas de la Torre Eiffel, la camiseta de Messi, la otra camiseta de Messi, y se vio a sí mismo dos años atrás, en Londres, más precisamente en Camden Town, comprando una camiseta trucha del Manchester FC con el 7 en la espalda bajo el nombre "Suárez", para hacerle un chiste a su amigo [...] se sintió perseguido, la multitud hormigueante a su alrededor, se vio comprando una especie de Mantecol balcánico que Junior le dijo que era típico y el sabía que era medio-oriental, y se le ocurrió que tal vez el Oriente fuera sólo sinónimo de exotismo idílico: Uruguay para Argentina, Turquía para Europa, Japón para el planeta entero, salvo para ellos mismos, claro [...].

Después la confusión, adquiere una cierta respuesta de lucidez pero será solamente luego de que Suárez desenrede una madeja imposible entre contratos, trámites, historias corporativas del fútbol y otras cosas que le añaden a la novela un hálito de pesadumbre por encima de lo cotidiano. Al final, como el narrador nos adelantaba ¿sin que supiéramos? se trata de una historia feliz, encriptada por lo extraordinario (pero no lo extraordinario fantástico sino lo puramente extraordinario, lo que escapa a la comprensión habitual). La novela relata un poco de la historia de posguerra, un poco del intrincado mundo de los clubes europeos de fútbol (narrándola de una manera entretenida incluso para los que no entendemos un pomo del tema), un poco de paisaje, un poco de enrevesados diálogos que nunca están finalizados porque no hay manera de hablar más: la distancia lo dice todo. En el texto de contratapa del libro dice: "Eric Barenboim ha logrado un libro agudo, cándido y disparatado". Reafirmo lo último: disparatado, sin caer en el efectismo de lo escandaloso, porque la novela transcurre aquí, en nuestro propio mundo. Sólo que mucho más crudo. Más real.

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[Mundo con libros]

Turismo incógnito

Por Pierre Froidevaux y Federico González

“¿Cómo se dice bizcocho en kosovarí?” piensa uno de los Suárez que llega a Kosovo. Pero lx Olímpicx Narradorx aleja del enigma principal y de la verdad con una pista falsa: el “kosovarí” como lengua vernácula, no existe. La narración da cuerda a su teatro de monigotes alrededor de Suárez y disfruta de su poder: interrumpe cuando lo desea, y continúa, anuncia personajes, los hace hablar, los calla, porque ellx dispone, edita y ellos hacen, lo que pueden. Y así, en la novela, los géneros literarios empiezan a colapsar  en el juego de encuentros como en cena incómoda de familia. Coqueteos con el drama burgués tambalean con la comedia del arte y otro cimbronazo del “Orden Cósmico” en Kosovo acerca los destinos a la tragedia clásica. El prototípico desastre de épica se cristaliza en Suarez, que con sus berretines rioplatenses entretiene a lxs no binarixs Escila y Caribdis traídos desde Odisea a la Residencia para encarnar el uso político-literario de la lengua inclusiva, porque no hay que perder de vista lo astuto y pionero de su inserción dentro de la novela.

Pero si lx narradorx se jacta -para nuestra cómplice risa- de su prístino juego de lenguas fragmentadas; de traducciones inventadas y de traducciones siempre diferidas; de apropiaciones culturales en la era post-yugoslava que de “apropiaciones” o de “culturales” tienen solo un verosímil literario delicioso; de gente que tiene que saber, y sabe más o menos, y de gente que no tiene que saber pero siempre promete saber mucho más; y si nadie puede asegurar en un mapa de su memoria y su historia quién es con certeza, y si  todas las identidades son sospechosas de ser una forma más y menos del mismo bazar en Londres, Once o Pristina, también nos está ofreciendo las claves para el enigma principal. Todxs lxs personajes de la novela son, sospechosamente, como el Suárez retratado por el fotógrafo, turistas incógnitos. Son todos espías de su propia historia hasta que las deidades revelen lo contrario, o escriban otra novela. “Cómo se dice bizcocho en kosovarí?” Es claro: Suárez en Kosovo es más y menos la mejor traducción.

La obra es también una parábola, o en todo caso la historia que “conjura” a quien cuenta. Si existe la posibilidad de contar una historia rescatable, la de Suárez “conforma” semejante intento. Si no hay moraleja, al menos que quede expuesto el retrato del absurdo malentendido que dio lugar a una historia sobre el desplazamiento geográfico, identitario y hasta gramatical que, como una máquina de operaciones literarias establece, desde sus funciones, cada movimiento tanto de lo contado como del desarrollo de los personajes.

Dicho desplazamiento identitario presenta una doble articulación que en la novela cobra un relieve distinto que el resto de los desplazamientos, que de algún modo se integran como operaciones subsidiarias. Porque, en primer lugar, en la coincidencia nominal entre Miguel Suárez y León Suárez y la coincidencia sonora con el colombiano Soárez hay algo más que un trompo lingüístico. La confusión genera el caos; en este caso, un caos de expectativa y aventura. Y es precisamente este el segundo pliegue que mueve la novela: es en la tamaña confusión identitaria en la que se ve involucrado Suárez que radica su absoluta libertad. De alguna manera, la sombra de León Suárez, que es la misma que la de Godot, canalizará las pulsiones de Miguel Suárez: entre el desconcierto y un sano oportunismo, Miguel hallará su lugar en el mundo.

La atenta mirada del narrador problematiza de una manera cómica la naturaleza del relato. Capaz de editar los pensamientos de sus personajes, las cosas adquieren con el correr de las páginas una coherencia sistemática: en el universo planteado, las verdades del mundo se someten a un velo de conocimiento no tan delimitado pero consecuente. A través de un deliberado sincretismo, se cuenta, cada vez más humana y cercanamente, una historia que conmueve a la voz narradora.

Tenés un recorrido en la escena de la poesía oral porteña, y tu primera publicación es una novela. ¿Es otra cara del mismo proyecto o la misma exploración? ¿Desarrollaste tu narrativa siempre a la par de la poesía o surgió aparte?

Son juguetes distintos de la misma fábrica. La mayor parte de lo que escribo es diario personal y firulete poético destinado a no ver la luz jamás. Los chiches de poesía performática me entretienen con locura, son lo que más muestro.

La poesía en vivo implica un encuentro colectivo con la audiencia, mientras que la novela es íntima. Al mismo tiempo, el poema en escena significa un compromiso mutuo de poca duración, mientras que la novela es la decisión unilateral de quien quiera tomarse un tiempo para que le cuente dos o tres asuntos que se me ocurrieron sobre la gente y el universo.

Otra cuestión, sobre “el proyecto” y “la exploración”: a riesgo de quedar como un imbécil, megalómano o soberbio, diré que me encanta la idea inmensa de “La Obra”. Sí. Hola, mi nombre es Eric Barenboim y quiero que entablemos una relación literaria a largo plazo, gozosa, de autodescubrimiento y redistribución de la riqueza.

“Suárez en Kosovo” está escrita con lenguaje inclusivo. ¿Pensás que esa marca gramatical va a consolidarse en las formas literarias?

Supongo que sí, que cada vez habrá más textos que den cuenta de la vida con mayor fidelidad y complejidad. Me parece lógico, en especial cuando poblaciones que han sido históricamente silenciadas toman la palabra (no es mi caso porque soy hegemónico por todos los ángulos). La lengua es de quien la habla y los textos de quien los lee. Si la gente que usa lenguaje inclusivo escribe cosas copadas y a otra gente le gustan esas cosas copadas, asumo que alcanzará. Es algo ultraliberal mi argumento ahora que lo pienso. “Si el mercado decide que se hable inclusivo, se hablará inclusivo”. Quiero decir: si se usa, existe. Y se usa.

Por otro lado, para la gente que no lo usa o no está familiarizada: cuando yo era más chico recuerdo haberme burlado y haber dicho que no tenía sentido el uso de la [x]. Tenía una visión más acotada de las cosas. A partir de varias experiencias y aprendizajes tuve un feliz cambio de parecer y me resultó sencillo ampliar mi vocabulario. Usted también puede hacerlo, se lo aseguro. Ahora entiendo que nos permite representar el mundo con enorme libertad y precisión, además de poner de manifiesto una serie de injusticias, naturalizaciones e invisibilizaciones sistémicas de las que tenemos que hacernos cargo (quienes contamos con privilegios, digo: no le ando exigiendo a toda la población en situaciones de emergencia que se haga responsable del estado de las cosas).

¿Tenés otros proyectos narrativos? ¿En qué estás trabajando ahora?

SIEMPRE. Me puse a escribir seriamente “Suárez en Kosovo” después de llevarle a mi terapeuta una lista de 17 proyectos inconclusos. Ojalá tenga buena recepción pública, así generamos un vínculo copado escritura-lectura y les comparto más. Prometo que tengo mucho por hacer, y lo haré con esfuerzo. Ahora estoy leyendo y tomando apuntes para lo próximo. Un amigo que sabe una tonelada me dijo que Walter Benjamin dice en algún lado que no hay que hablar de los textos antes de escribirlos. Quizás no es Benjamin. Tal vez no presté tanta atención. Como sea, el consejo es bueno, así que solo adelanto esto: novela epistolar.

¿Cómo fue escribir sobre un lugar en el que jamás estuviste?

Bastante divertido. De pronto pertenezco a la tradición romanticista de lo exótico, actualizada al divino botón. Y con “divino botón” me refiero al teclado: en toda la historia de “gente hablando sin saber” tengo la ventaja y desventura de contar con internet. Es demasiado fácil encontrar información sobre Kosovo y a la vez resulta absurdo pretender conocimiento sobre un lugar (este, todos) via web. Mi colega Matías Buonfrate me señaló, durante el taller en la Bienal de Arte Joven, que tuviera cuidado con caer en lugares comunes o tratar de retratar TODO gracias a la manía ubicua del Algoritmo. Ojo, me sirvió mucho, en especial artículos periodísticos y videos de YouTube. Por otro lado, en la novela, narrador y personajes tienen saberes muy distintos sobre el territorio que habitan, y cada cual lo vive de manera diferente. Suárez no sabe nada de Kosovo, como yo. Por último, se me ocurre que “escribir sobre un lugar en el que jamás estuviste”, o por extensión, “expresarse en torno a lo que uno desconoce” es uno de los temas de la novela.

Igual, al margen de todo esto, pienso: cuanto más hable sobre lo que escribo, menos interés tendrá. Y hay tantas otras personas cuya escritura es tanto más afilada para hacer la disección de “Suárez en Kosovo”, que habría que escuchar qué tienen para decir.

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[Suplemento No]

"Se puede hacer chistes sobre todo"

Por Brian Majlin

Cuando el 24 de junio de 2014 Luis Suárez fue a disputar la pelota en el área italiana, todos creímos que pensaba en meter un gol. El balón boyaba sobre el cielo de Natal y las cámaras tomaban un plano general cuando Giorgio Chiellini cayó al suelo y arrastró en la caída al propio Suárez. Así empezó todo. Una semana después, un par de amigos de Buenos Aires –como habrán hecho tantos otros– comentaron con sorna la noticia que sorprendía al mundo: un equipo de la Superliga de Kosovo le ofrecía un contrato por cuatro meses al delantero uruguayo, que había sido suspendido por la FIFA tras morder en el hombro al defensor europeo. “Habría que hacer una novela”, dijo uno. La frase podría haber quedado boyando sobre el cielo porteño, como tantas otras, de tantas sobremesas, pero no. Eric Barenboim, poeta performático que hace años recorre los slams de poesía oral, y además realizador audiovisual, la tomó de volea: haría la novela.

Tres años después, a mediados de 2017, Suárez en Kosovo resultó ganadora de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires. Durante el proceso como bienalista, Barenboim contó con la colaboración de colegas en su misma situación y la mirada atenta de Hernán Ronsino. Su primera novela fue publicada en 2018 vía Editorial Entropía, y trae nuevas ideas. Suárez en Kosovo es un juego de posibilidades, de enredos y de voces narrativas. Hay lenguaje inclusivo, hay absurdo, hay una historia que crece hasta provocar risas genuinas, hay fútbol y hay picaresca. Y se adivina un tono fontanarrosesco, entre la profunda sabiduría y la descripción más llana de la vida cotidiana. Una referencia que al propio Barenboim le resulta “un cumplido enorme”.

Es Suárez, un kinesiólogo amigo de la estrella de fútbol homónima, el que acude a Pristina, capital de Kosovo, a cerrar el trato por el jugador. Después no hay trato, no hay amigo, hay un juego de apariencias y de descubrimiento con un narrador que anticipa la jugada, que revisa lo acontecido e incluso opina: como un comentarista deportivo, sabe más –cree saber más– que los propios actores. Barenboim sorprende con la potencia de sus lenguajes, porque no es uno solo. Quien busque sus videos en YouTube encontrará un narrador osado, capaz de entretener y, a la vez, dejar un pensamiento profundo sobre la vida contemporánea. Lo mismo ocurre con la novela, que divierte y alerta en forma conjunta sobre la gentrificación de cada ciudad del mundo, sobre el capitalismo, las disidencias sexuales, las religiones y la guerra. El humor como un modo de alivianar –señalándolo– el drama existencial.

Eric cuenta que su vínculo con la literatura y el humor estuvo signado por la presencia temprana (familiar, escolar) y asigna a ello un tinte de fortuna: “Por tener tres hermanos, tuve que ganar velocidad de pensamiento para ser ocurrente en la charla durante la cena. Creo que todo parte de ahí y de cierta disidencia judaica. Disfruto mucho los textos que usan al humor como herramienta para vehiculizar dudas y reflexiones contradictorias o complejas. La risa es un recurso inagotable y sin parangón: también es delicadísimo. Un desafío permanente”, le dice al NO a la vez que califica de trascendental su labor durante cinco años con el escritor y músico Luis Pescetti.

Ahora, Barenboim está becado en la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York, donde continúa con sus proyectos. Y ante la consulta sobre el vínculo entre la disidencia y el humor, elige dejar un decálogo sobre una frase típica en tiempos de corrección política: “Ya no se puede contar chistes sobre nada”.

Se podría resumir así: “Antes tampoco estaban bien esos chistes, y reconocerlo es un primer paso para no volver a ser imbéciles. Sí se pueden hacer chistes pero hay que entender que no se cuentan sino que alguien los cuenta, y tiene la responsabilidad y el privilegio de contar. No siempre podés contar ese chiste: tal vez el contexto no da y no importa cuán bueno sea ni tu capacidad para contarlo. Si no es gracioso no es un chiste, si lastima no es un chiste, si es una burla no es un chiste. Hacer un chiste sobre algo –no contra algo– es referirlo, rodearlo, recorrerlo, señalarlo, tomarlo como fuente de inspiración, usarlo de base. Se puede hacer chistes sobre todo, pero que sean chistes de verdad”.