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  Herodes
Damián González Bertolino
295 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2022
ISBN: 978-987-1768-73-8
 
+ Damián González Bertolino en Entropía
     
   
     
 

Los libros de Damián González Bertolino son asteroides imprevisibles en relación al cielo conocido de la ficción uruguaya. Herodes es un asteroide de mucho peso y mucha intriga (literaria, no policial) en relación a sus libros anteriores. 

Tiene la capacidad del reiniciado: por un tiempo largo estará ahí, recién caído, humeante y fresco, con elementos que no figuran en la tabla. 

Pocas veces se ha descripto así la relación entre un hombre poderoso y una hija golpeada por la tragedia. Pocas veces se han visto con una mirada más diagonal y más lírica las calles, el aire y los sitios de reunión de la cercana (y muy remota) Buenos Aires. 

Pocas veces el lector con ganas de meterse en problemas (seremos pocos, pero bien montados) habrá estado tan cerca del vínculo de las palabras con lo real (no la realidad) como en este libro.

Elvio E. Gandolfo

Contratapa

 

 

 

 

 

 

 

 

     
   

Una madrugada, al inicio de la primavera, Montiel se sentó de golpe sobre la cama. En la habitación contigua, Pía lloraba. Estaba acostumbrado a episodios similares; sin embargo, a medida que caminaba por el pasillo, tuvo la sensación de que había algo nuevo en esa forma de llorar; comunicaba un dolor o una preocupación que desconocía. Le faltaban unos pocos pasos para entrar cuando se le cruzó por la cabeza la idea de que alguien podía haber ingresado a la casona. Durante un par de segundos consideró volver y tantear debajo de la cama hasta dar con la pistola, pero continuó. Se encontraba tan cerca de la puerta que, si había alguien más, como temía, estaba decidido a luchar cuerpo a cuerpo y a matarlo con sus propias manos. De pronto, ya un poco más despabilado, la posibilidad de esa lucha se le hizo tan inverosímil que una parte de su conciencia sí deseó la presencia de un intruso. 

En la habitación, dio una palmada sobre la llave de la luz y se dio cuenta de que esa parte de su conciencia se defraudaba al no encontrar a nadie más que a su propia hija sobre la cama. Frente a lo que contemplaba, la aparición de un extraño se le habría manifestado como un posible consuelo, quizás el modo de hallar en ese otro la confirmación de lo que veía. 

Con el rostro apenas vuelto hacia él, Pía lloraba casi en silencio ya. Sus pómulos resplandecían y a través de sus labios y el mentón pasaba un colgajo de mocos. Montiel tardó en reconocer o más bien en aceptar el resto del cuerpo de su hija. Se hallaba sentada y tenía ambos brazos extendidos hacia los lados. Las puntas de los dedos le temblaban como si todo el tiempo fueran tanteadas por los dientes de algo invisible. A través de ese movimiento, Montiel vio las manchas que cubrían las palmas, se juntaban entre los dedos y alcanzaban las yemas. Luego comprendió que lo que había tomado como un vago estampado en las sábanas no era sino la misma materia que cubría la piel de su hija. Sin avanzar aún hacia ella, pensó en algún tipo de barro improbable. La imagen de Pía arrastrándose a escondidas en medio de la noche hasta abandonar la casona, atravesar el jardín y pasar al otro lado de la linde con la mirada puesta en nada en particular, vagando como los insectos en la oscuridad. Esa secuencia del desplazamiento dejó paralizado a Montiel. Era una idea demasiado absurda y sin embargo, de golpe, toda una oscura lógica se desplegó frente a él igual que un acto dormido en la memoria durante largo tiempo. Pero no podía ser, se decía. Existía un detalle que se había apartado de su espacio natural y que le impedía considerar de otro modo lo que presenciaba. Fue en medio de la recuperación de ese detalle cuando Pía extendió los brazos hacia él.

–Me hice... –dijo.

Montiel dio un par de pasos, pero se detuvo de forma abrupta para que su hija no pudiera tocarlo con las manos.

–No, mi amor.

Se dio vuelta y corrió hasta el baño. Había sucedido, se dijo. Había sucedido, al final. Sacó del armario un montón de toallas y lo arrojó a la bañera. Abrió la canilla y colocó las toallas bajo el chorro. Mientras se empapaban y revolvía el interior del botiquín, Montiel vio ante sí las presencias de su cuñada y su suegra.

Ambas habían comenzado a volcar sobre él todas las preguntas que había previsto. Pero Montiel había llevado las respuestas. Una niña como Pía no estaba en condiciones de vivir en una casa cualquiera, le dijeron, ¿cómo iba a hacer? Montiel describió durante un largo rato las características de la casona y cada uno de los arreglos que había exigido para que Pía tuviera una mayor comodidad. Las mujeres callaron. Lo conocían bien y sabían que cuando tomaba una determinación era porque la había sopesado mucho tiempo. ¿Y la educación?, preguntaban. ¿Dónde iba a encontrar colegios como los de Buenos Aires? Él lo tenía resuelto, pero prefirió callar. Aguardó unos segundos que a ellas se les hicieron interminables. Sabía que en realidad no habían llegado a las verdaderas preguntas, que aquellas preocupaciones eran vanas, un simple movimiento que preparaba el recorrido hacia otros aspectos. Se encontraban en el apartamento de su suegra, sentados a una mesa en el balcón. Ante el silencio, las mujeres se sirvieron más té. Montiel apenas había probado un poco al principio, así que se dedicó a mirar una y otra vez el vapor que flotaba sobre el Riachuelo. Entonces respondió que ya había encontrado un colegio. Fue como si les hubiera permitido mover otra pieza. Suspiró y se sonrió un poco.

–¿Qué más? –dijo.

Conocía las respuestas a todas las preguntas que llegaron a continuación y de ese modo sintió cómo su posición se robustecía.

–Jorge... –le preguntó su suegra casi sobre el final–. Nosotras sabemos lo que estás haciendo. Pero, ¿tenés que arrastrarla a ella también?

Igual que antes, Montiel tampoco contestó enseguida.

Su cuñada, que sorbía el té mientras su madre hablaba, dejó caer la taza con violencia sobre el platillo.

–¡Jorge! –dijo entonces–. ¿No te das cuenta? Nosotras somos mujeres, ¿entendés? ¿Con quién se va a criar la nena? ¿Sólo con vos?

Fragmento
     
   

Autor

 

   
                     

Damián González Bertolino (Punta del Este, Uruguay, 1980). Además de Herodes, publicó las novelas El increíble Springer (2009, también editada por Entropía), El fondo (2013), Los trabajos del amor (2015) y el relato autobiográfico El origen de las palabras (2021).

   

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