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Reseñas
Revista Cinosargo
(Julio Meza)
Perfil Cultura
(Quintín)
80grados
(Melanie
Pérez Ortiz)
Revista Ñ
(Leonardo Sabbatella)
Otra parte
(Carlos Fonseca)
Culturas de cualquiera
(Luis Moreno-Caballud)
LALT
(José Eduardo González)
El roommate
(Juan Duchesne Winter)
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[Revista Cinosargo]
Una suerte de máquina anarquista
Por Julio Meza
En el San Juan de Puerto Rico de 2028 hay una crisis energética y alimentaria que se repite en todo el mundo. La ciudad ha sido amurallada y militarizada, los barrios ricos se han protegido a su vez con otros muros. Un grueso de la población ha quedado fuera. Los supuestos excluidos se han organizado en pequeñas comunidades, las que aprovechan los recursos naturales en diálogo respetuoso con el ecosistema. Aquellos que están dentro de los muros están cada vez más amenazados.
En Caja de fractales una lucha se reitera una y otra vez; es aquella que apunta contra la modernidad y su máquina económica, el capitalismo. Esta lucha ocurre entre la ciudad y sus contornos, y también en las búsquedas de los personajes, las que acontecen en situaciones de distintos matices. Por ejemplo, los protagonistas, Alice, Trilci y Alfred resisten dentro de la ciudad y redistribuyen los pocos recursos que poseen; el profesor O trata de quebrar los límites del espacio-tiempo y se embarca en un viaje psicotrópico; la boxeadora Cristi Martínez (personaje basado en una boxeadora real) se enfrenta a la violencia de la lesbofobia; un grupo de niñxs científicxs constituye una comunidad paralela y alternativa a la de la ciudad; Alfred piensa y escribe sobre un futuro lejano, más allá de la crisis que lo rodea, y que pareciera la convergencia alucinada de las luchas: la destrucción de la tierra. Todas estas búsquedas son formas de saltar la valla del capitalismo, e incluso de pensar y organizar un nuevo momento.
Sobre esto último se reflexiona cuando se describe al grupo de niñxs científicxs y su comunidad (en donde ya no cabe Alfred por su narcisismo). Los niñxs han organizado un espacio social en donde no existe la propiedad privada y en donde los recursos son generados por y para la colectividad, y de un modo que no apunta a la acumulación de bienes ni al maltrato del medioambiente. Se apuesta así por una forma de organización social anarquista.
Y es aquí en que la novela toma un mayor interés. Ya no solo despunta la presencia de la lucha perenne, a ratos simbolizada divertidamente por pitufos susurrantes o con guantes de box, sino también la disolución de las ideas liberales de individuo y propiedad. Esa lucha reiterada, fractal, se convierte en seguida en una posición a favor del fluir de la vida en comunidad, en conjunto o tribu, y en relación de paridad con el entorno.
Al respecto, resalta dos detalles. En la última página, y mediante el señalamiento de algunas fuentes bibliográficas (que han inspirado o han sido reapropiadas o adaptadas para la novela), se deja en claro que la escritura no es un acto genial realizado por la iluminación de un individuo, sino por el contrario es siempre (como el lenguaje) la expresión y el logro de lo colectivo. Esto se complementa con la licencia creative commons, que permite obras derivadas y reproducciones sin fines comerciales.
Caja de fractales es una novela estupenda, porque funciona como una suerte de máquina anarquista, pero también porque sus personajes, más allá de sus ansiedades, insisten en el humor y los afectos.
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[Perfil Cultura]
¿Escritor en peligro?
Por Quintín
Es muy frustrante descubrir a un gran escritor secreto y perderlo al poco tiempo. Hace unos días, Gonzalo Castro me hizo llegar Caja de fractales, flamante novela del puertorriqueño Luis Othoniel Rosa (Bayamón, 1985). No logré averiguar si Othoniel es segundo nombre o primer apellido, de modo que lo llamaré LOR. Recibido el libro, Castro me preguntó si había leído su primera novela, publicada también por Entropía en 2012. La busqué entre caóticas pilas y estantes, la encontré y la leí. Se llama Otra vez me alejo, y así descubrí a un gran escritor.
Otra vez me alejo es una novela de campus, que transcurre entre estudiantes de doctorado en Princeton, “el Pueblo de la Princesa”, como lo llama LOR, que estudió ahí para después enseñar en Duke, Colorado y Nebraska. Su currículum es típico del latinoamericano cooptado por el sistema universitario gringo, variante radical de izquierda: entre sus intereses académicos, LOR incluye temas como “Anarchist studies”, “Feminist studies”, “Queer studies”, “Race and ethnic studies”, “Contemporary radical political thought and praxis”, “Marxism”, “Deconstruction and psychoanalysis”... no falta nada. Y, sin embargo, Otra vez me alejo es ligera, encantadora y crítica de su ambiente: “La búsqueda de conocimiento era sólo una honrosa mascarada, una movida retórica para producir prestigio, un gancho mediático para rentabilizarse. Los estudiantes doctorales del Pueblo de la Princesa, y me incluyo, éramos la reencarnación vengativa de los sofistas griegos”. Escrita en un español prístino, propio de quien viene de un país donde la lengua está amenazada, el libro mezcla historias personales, interpretaciones de la Historia (algunas decididamente geniales) y la escritura valsea como si se dejara llevar amablemente por la marihuana que consumen sus personajes, un grupo de amigos bastante cortazariano. Es un libro hermoso.
No es que Caja de fractales no lo sea. Al contrario, es excelente. Pero basta comparar las fotos de la solapa para advertir que algo no anda bien con LOR. En la primera es un muchacho flaco con aire distendido; en la segunda, un señor más bien gordo, maduro, de aspecto ansioso. La novela se agrega a este género de moda entre latinos que es el futurismo apocalíptico. El tipo que decía quedarse en la marihuana porque la cocaína y el café lo excitaban ahora es parte de un ambiente de drogas durísimas en un contexto tremebundo: el planeta se ha quedado sin energía y Puerto Rico es un infierno del que está prohibido salir. La novela salta en el tiempo y narra la muerte de cada uno de los amigos de Otra vez me alejo. El profesor O sigue denostando al sistema: “Su performance de intelectual subversivo tiene muy contentas a las altas esferas corporativas de la universidad americana”. Pero muere antes que el resto y la novela transmite una desesperación palpable, como si estuviera escrita frente a la certeza de que tanto Puerto Rico como la Academia son invivibles e inviables. El remedio sería un movimiento mesiánico que parte de la conexión entre el anarquismo y las catedrales medievales para desembocar, mezclando a Teresa de Calcuta y el Che Guevara, en una muerte feliz para los viejos mientras nace una civilización juvenil poscapitalista. Caja de fractales está viva, pero la salud del joven LOR me preocupa.
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[80grados]
El libro como espejo
Por Melanie Pérez Ortiz
El libro, titulado como mi reseña y escrito por Luis Othoniel Rosa, me fascinó literalmente, en el sentido de quedarme pegá con él como descifrando un enigma, en primera instancia (porque hay otras), por lo que evoca en términos de la poesía con la que está escrito. Ya dice Marta Aponte Alsina en la reseña que publicó en su blog llamado Angélica furiosa que se trata de un poema largo o una novela corta. Como la pintura titulada “Las Meninas” del español Diego Velázquez —producto de otro momento de crisis— el libro me mira, se sale de sus límites hasta que me traga y de momento me veo en la sala medio oscura con esa gente y ese perro, que ya no son nobles sino solamente raros; tanto como tú o yo. El pintor y las princesas y las damas de la corte y el perro y yo somos lo mismo: masas de células, sacos de agua que respiran parados sobre una partícula de polvo en el universo hecho de fractales de materia y tiempo.
Me tardé más de lo que esperaba en reseñarlo porque es un libro que se expande y no se deja asir. ¿Por dónde agarrarlo para explicarlo, para explicar mi fascinación con él? ¿Cómo decir que mi primera impresión fue la de que se trataba de la historia que yo estaba viviendo durante los primeros días de la huelga estudiantil que acaba de terminar? Explico. Estaba vigilando portones mientras el movimiento estudiantil participaba de la Asamblea Nacional y el helicóptero de la FURA nos sobrevolaba constantemente. Era desesperante. Nos contaban los estudiantes rezagados —siempre se quedaban atrás quienes se hubieran levantado tarde o tuvieran otros trámites que hacer ese día— que llevaba días así, especialmente por las noches. Antes nos habían contado otros estudiantes de otro comité de base que en la oscuridad y lejos de la prensa, los guardias de la compañía privada que contrata el Recinto —¿la misma que removió a las 2 de la mañana con más de 80 agentes y mediante el uso de la violencia el furgón que había comprado el proyecto de alimentación solidaria?—, que se albergaban en Plaza Universitaria donde tenían su equipo de guerra a la vista de todos, pasaban las macanas por las rejas lentamente, los insultaban y que, incluso, llegaron a desenfundar armas de fuego y apuntarles las armas cargadas, haciendo el gesto de disparar, mostrando sonrisas crueles y gozosas. Son técnicas de tortura. Por esos días se especulaba continuamente cuándo habrían entrado por la fuerza a sacar a los estudiantes del Recinto de Río Piedras con gas pimienta y gases lacrimógenos; si habría habido disparos como en los años anteriores a las políticas de no confrontación y sana convivencia. Allí en el portón de Comunicación estaba yo leyendo el libro y lo mostraba a mis colegas, gente con la que de repente tenía una vida en común. “Miren. Parece que habla de nosotros”, decía. Y le hacían fotos a la portada para mandarlo a pedir, porque el libro publicado por este joven escritor puertorriqueño, residente en Nebraska, lo publicó en Argentina la Editorial Entropía. Cuando me refiero al libro como un espejo, hablo del clima general creado, que mezcla la cotidianidad con lo terrible de que algo grave está sucediendo o ha sucedido en un lugar que no es más que un afuera de los afectos necesarios para sobrevivir. Ahora procede citar el segmento que estaba leyendo en el momento en que mostré el libro, pero tengo que aclarar, explícitamente, (me crean o no, puesto que las verdades en momentos polarizados son ideológicas y la gente está dispuesta a creer la fantasía que se construyó de antemano con cualquier argumento) que dentro del recinto nunca vi pasto ni alcohol, sino más bien las reglas de convivencia que establecieron los estudiantes que prohibían cualquier tipo de intoxicación (porque calienta el movimiento—no son tontos). Iba leyendo por aquí la primera vez que el libro se salió de sí mismo y comenzó a tragarme:
Alfred escucha voces. Alice cocina. Trilcinea fuma pasto. Todas estas son maneras de mantener el horror en el perímetro, formas de sobrevivencia, algunas más valientes que otras. O mejor, estas son maneras de marcar el perímetro. Eso es precisamente lo que Alice le dice a Alfred.
Ve a marcar el perímetro.
Y el muy imbécil se lo toma en serio. Y sale del bar y le da la vuelta a la manzana para asegurarse de que todo esté bien. Solo al volver se da cuenta de que no sabe qué significa eso de marcar el perímetro, pero le suena a algo militar. ¿Cómo se marca el perímetro? ¿Meo en cada esquina? Al volver, Trilci y Alice, muertas de la risa, le piden un informe sobre el perímetro. Alfred le dice que repartió el dinero y los cigarrillos que le quedaban a todos los vagabundos del barrio, y que una le pidió su encendedor, así que no tiene encendedor. Alice recuerda que nunca se podía confiar en el Jefe y el Profesor O con la gente que vivía en la calle porque les regalaban todo. Una vez, O volvió a un bar sin zapatos luego de salir a fumar un cigarrillo porque un vagabundo que lo conocía lo convenció de que no los necesitaba mientras el Jefe asentía, confirmando como un pendejo la historia de sus amigos. (17-18)
Repito. Es el clima afectivo el que queda como una réplica exacta a la estructura de sentimiento de estos días. El una sentirse perdida; no entender exactamente qué es lo que hay que hacer, pero tener claro que lo que hay que hacer es resistir y además proponer una fantasía habitable para que se vuelva realidad. En lo inmediato, hacer cosas que suenan a algo. “Vamos a marcar el perímetro” y saber que tal vez en una guerra del siglo XX en la que luchó una abuela nuestra, en cualquiera de los bandos, alguien fue a marcar el perímetro y se trataba de un asunto serio para el que habría adiestrado. Y no es que no sea serio que ahora nos toque resistir y proponer nuevamente, sino que somos más irónicos porque el propio Marx —a quien no debería citar porque habrá quien deje de leer sin saber que también escribió poesía vanguardista, amorosa y tuvo sentido del humor— dijo que la segunda vez que se repiten las cosas se tratará de una farsa, y vamos como por la repetición número quinientos. Pero, ¿cómo no resistir y proponer fantasías nuevas, si esto se convertirá en un moridero cuando ya no tengamos ni servicios de salud, ni educación, ni pensiones y se haya encarecido todo y hasta las playas nos hayan vendido?
Más adelante vuelvo sobre la idea del moridero, pero por el momento me centro en explicar los fractales; la caja de fractales. El tiempo que narra esta historia es post-apocalíptico. Algo ha sucedido que la sociedad puertorriqueña está reconstituyéndose como puede; pongamos por ejemplo, una quiebra. El punto de vista es el de un grupo de rebeldes que sobrevive desde las afueras. Buscan la Catedral, desde donde se organiza más gente, y a donde quieren llegar, pero no se sabe si existe, si se trata de un oasis, como se comenta, o es un mito. Afuera de este espacio lo que hay es violencia de Estado y desolación.
Esta reseña lleva un tiempo cocinándose, dije al principio. Me tardo en escribirla porque me confundía el uso del tiempo, entre otras cosas, porque los capítulos están organizados por fechas: Capítulo 1/ El año 2028, Capítulo 2/ El año 2017, Capítulo 3/ Los años 2037-2040, Capítulo 4/ el año 2701 / Capítulo 5 / El año 2033, Capítulo 6 / De vuelta al año 2018. Marta Aponte describe el año 2701 como “improbable” o “inimaginable”, no recuerdo con exactitud y no tengo ganas de volver a su escrito a corroborar el término. Recuerdo que sonreí cuando lo leí y eso es lo importante. Se trata de otro arreglo de los números que conforman el 2017 que es hoy y la fecha más temprana de esa cronología desordenada. No hay gran diferencia entre lo que se cuenta en una parte y la siguiente. Entonces me vi en la necesidad de quedarme con el libro en la cartera y seguir leyéndolo y leyéndolo para entender la trama (la diégesis, decimos los académicos). ¿Qué sucede y qué implican esos saltos en el tiempo? Hasta que me vino a la mente que la clave está en el título del libro, que también es el título de esta reseña: “Caja de fractales”. El libro es una caja de fractales. Quien haya tenido de niño un Spirograph o un caleidoscopio sabe lo que es un fractal. Son patrones que se repiten. Existen en la naturaleza. La estructura de los corales o el ramaje de los árboles tienen estructura fractal. Marta Aponte copia del internet para ilustrar su reseña una imagen magnificada de un brécol para mostrar un fractal natural. Me pregunto, si hubiera un ojo capaz de despegarse lo suficiente para mirar el universo, si este tendría estructura fractal en lugar de caótica; esto es, en patrones que se repiten, aunque de distinto tamaño.
Luego de entender esto puedo inferir que las fechas no importan en el libro, porque el tiempo es todo uno y el mismo. Entonces, como en Cien años de soledad los personajes se llaman igual sin importar las fechas. En el tiempo más lejano los que entienden todo son los niños, que se organizan para descifrar mensajes que llegan del espacio. Como en las historias de Jorge Luis Borges, son importantes las repeticiones y la noción del infinito. Pero también como en Filisberto Hernández y Roberto Bolaño, se cuenta una historia de cotidianidades absurdas, y esa mezcla en este libro entre lo mítico y lo cotidiano termina siendo decididamente política, a pesar de la pospolítica que quiso escribir Jorge Volpi en la mayoría de sus escritos, en el sentido de que pretende pensar lo común más allá de las opresiones del Estado, de los estados y, de mayor importancia aún, más allá de las retóricas derechista e izquierdista tradicionales, porque la juventud está repensando el vocabulario y los modos para la política y esta novela se convierte en un homenaje a esta realidad. Me cuenta Luis Othoniel en una breve conversación que tuvimos, que no da para llamarse “entrevista”, pero que me sirvió de mucho y le agradezco: “Esa novela es el producto de muchos años de conversaciones con amigos en Occupy, amigos en asambleas de Black Lives, borracheras con Adjunct Professors nómadas que se cagan en todo, documentales de física para no deprimirme, y sí, pues, una que otra droga.”
Me atrevo a decir que el activismo político que encuentra vocabulario para pensar el futuro en la solidaridad tiene antecedentes importantes en la lucha para que el estado se ocupara de las personas afectadas por la epidemia del SIDA de los años noventa del siglo XX y en las luchas a favor de la preservación del medioambiente. De este primer contexto es hija la novela corta titulada Salón de belleza, del mexicano Mario Bellatín. Es un antecedente importante de Caja de fractales, creo, por lo que cuenta, puesto que lo que se vive también es un mundo apocalíptico en el cual el único modo para sobrevivir es encontrar el modo para mejor morir. La novela del mexicano cuenta cómo, en medio de esa crisis ignorada, en el neoliberalismo de los noventa en el que todo se convirtió en culto a la belleza de compra-venta, un peluquero convierte su salón de belleza—que tenía adornado con hermosas peceras que fungen como metáforas de lo que sucede dentro de los vidrios de su negocio, como un fractal–, poco a poco y sin quererlo, en un moridero. Esto es, un lugar en el que ayuda a bien morir a la comunidad de la que nadie más se ocupa. En Caja de fractales se comienza a hablar temprano del hoyo negro. Dice al respecto:
La idea proviene de la física. Siguiendo las teorías de Leonard Siskind, uno de los proponentes de la teoría de cuerdas, si uno entra en un hoyo negro, y voltea la vista hacia afuera, apenas un instante antes de ser despedazado y destruido por la potencia gravitacional, uno tendría la vista más única e increíble de todo el universo. Adentro del hoyo negro las leyes físicas se rompen. Ni la luz ni el tiempo pueden escapar. La fábrica misma del espacio –tiempo se convierte en otra cosa para la cual no tenemos la arquitectura mental, pero la intuimos en el universo quántum de nuestros átomos. Al voltear la vista, en un instante antes de la muerte, pero un instante también podría ser eterno, veríamos la galaxia sin tiempo y sin espacio, la totalidad del universo, su pasado, su futuro, todo comprimido en un mismo cuadro como un Aleph. (25)
Decía que la muerte es un tema recurrente en el libro. Los personajes se empeñan en buscar La Catedral. Parece que es un foco importante de la rebelión. Dicen que se ha creado una comuna allí, que es una especie de oasis. Cuando finalmente llegan, se trata de un moridero; allí se ayuda a la gente a morir bien, puesto que hay una epidemia que está matando a todos. Y me pregunto yo si es un libro que invita a que nos rindamos a la muerte. Y me respondo que sí, pero no es una incitación al suicidio. Es que para que otro mundo nazca tiene que morir este, y en ese proceso estamos. Ya mi artículo anterior para este medio se tituló “Solo se muere dos veces” y se me acusó de apocalíptica. Yo solo nombro el contexto de fin de los tiempos que vivimos, esta vez en muy buena compañía. La crisis económica representa la muerte de un modo de vida y lo que propongo, lo que propone la novela, como lo ha hecho la literatura siempre en atención a los ciclos del tiempo y la naturaleza es la metáfora del fénix.
El problema es que nuestras mentes no pueden dar cuenta de toda la belleza que se repite en forma fractal, porque solo sabemos de nuestra experiencia. ¿Cuando nace una niña, nacen todas las niñas? ¿Cuando alguien tiene un orgasmo hoy, se vuelve un orgasmo colectivo en tiempo y espacio? Quiero decir, ¿vuelve a tener un orgasmo una persona cualquiera que habitara en un pequeño pueblo en cualquier lugar del planeta en 1927? ¿todas las que una vez existieron? ¿es la muerte de una boxeadora valiente la muerte de toda la raza humana y el nacimiento de cualquier niño el renacimiento del universo entero? Escribo esto porque la novela describe un libro. Se trata de un libro colectivo, que llega de forma anónima a ciertos individuos a quienes se les pide que añadan su historia y luego se lo pasen a otra persona. El libro se titula La dignidad.
…llegamos a la conclusión de que las diferentes versiones de La dignidad comparten todas una estructura: la primera parte es una larga lista de obituarios de muertos recientes, de gente que muere o es asesinada por causa de una violencia estructural, la segunda parte es una lista de manifiestos brevísimos que postulan modos de organización social en donde esas muertes no sucederían, y, por último, hay una lista de reseñas sobre modos concretos de insurrección que están sucediendo alrededor del globo y como continuarlas o apoyarlas. Estas tres partes son precedidas por una suerte de prólogo titulado, al igual que el libro La dignidad; un prólogo que, sin decirlo, refiere a doctrinas clásicas anticapitalistas y en contra de la alienación en el mundo moderno. (43-44)
Tenemos que contar las historias anónimas e insistir en imaginar, porque la realidad primero se construye en el imaginario y la literatura puertorriqueña lleva rato ocupándose de ello. De hecho, lo que está por suceder ya está descrito en los libros: “De la noche a la mañana cerraron los puertos, no entraba ni salía nada, y tampoco había manera de salir de la isla. Y pues claro, hubo pánico. Los militares se metieron en las escuelas y en todos los sitios que podían y confiscaban los alimentos, nos convertimos todos en mendigos” (65)
Mi primera conversación con Luis Othoniel surgió así. Leí aquella parte que citaba al principio, sin todavía haber llegado a esta que acabo de copiar y le escribí para preguntarle así, a rajatabla: “¿Esa novela tú la soñaste?”. Me respondió lo que arriba copio sobre la semilla del libro, con una sonrisa que imagino, porque nos escribíamos por medios digitales. La caja de fractales que pretende ser la novela muestra que somos siempre los mismos habitantes de la tierra, haciendo las mismas acciones, naciendo y muriendo y amando o tal vez odiando. Pero también reconoce que, a pesar del cansancio y el sarcasmo—que no ya ironía ni cinismo— comenzar de nuevo es siempre una oportunidad fresca. Por eso tal vez son los niños los únicos que entienden y los mayores solo hablan enloquecidos o desesperados. Por ello también al final, se parte con suministros clandestinos camino a Bolivia donde hay una Catedral que los espera.
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[Revista Ñ]
El capitalismo como droga dura
Por Leonardo Sabbatella
Los contratos realistas y naturalistas, si bien no han sido los únicos, sí fueron dominantes en las escrituras que buscaban la crítica social o, al menos, someter a discusión cierto orden establecido. En Caja de fractales, Luis Othoniel Rosa propone una salida a través del futuro. Y no se trata solo de un relato con enormes saltos temporales hacia adelante (uno de los capítulos transcurre en 2701) sino también de la búsqueda de otros órdenes de vida, como puede ser el que permiten las drogas o la pregunta por otras reglas para el tiempo y el espacio. El futuro no parece ser un lugar mejor pero sí una forma de crítica al presente y sus probables perspectivas.
Si el capitalismo ha logrado, como dice el epígrafe de Thomas Munk que abre el libro, imponer la creencia de su eternidad, de ser el único (y último) modo de organización social posible, cualquier intento por desmontar esa idea no deja de ser un experimento sociológico. Por momentos, Caja de fractales parece probar al mismo tiempo tanto los efectos brutales del capitalismo como la posibilidad de pensar sus alternativas y puntos ciegos. Aunque no debe confundirse el libro como la ficcionalización de una teoría sino, en el mejor de los casos, la teorización que nace de un aparato ficcional.
Othoniel Rosa tiene predilección por la velocidad y el delirio aunque a veces se convierte en ansiedad y en una lucidez entorpecida, como si fuera el efecto colateral de las drogas que consumen los personajes. Los comportamientos del trío de protagonistas por momentos parecieran llevar al límite el verosímil y la organicidad del texto. A veces con guiños hipsters, otras con citas eruditas, el libro se asemeja a una bitácora de ideas y bifurcaciones que juega todo el tiempo con la idea de fractura de la narración.
Caja de fractales es un libro que propone una tensión: sus casi cien páginas hacen pensar que es posible leerlo rápido, de un tirón, pero la escritura encuentra la virtud del contratiempo. Quizás lo más interesante de Othoniel Rosa es que consiguió escribir un libro lento y rápido a la vez, como si se lo reprodujera a dos ritmos distintos en simultáneo o pudiera leerse a dos velocidades.
La escritura de Othoniel Rosa, como la de cualquier autor, se alimenta de la escritura de otros. El ha decidido apropiarse de frases de otros libros para reescribirlas y conjugarlas con su estilo pero tomando la salvedad de anotar al final del libro una página con cada una de las apropiaciones bajo el subtítulo “nota de los editores”. El gesto no deja de ser elocuente. De no estar la lista de apropiaciones y citas, ¿el lector las reconocería de todos modos? ¿Sería mejor no contar con ese epílogo pedagógico? ¿El autor o los editores buscaron una forma de blindarse de una eventual acusación de plagio? ¿Es una estrategia narrativa o una intervención para hacer explícito un procedimiento?
Caja de fractales es como un octaedro en el que todas sus caras son igual de válidas.
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[Otra parte]
Ruinas y esperanza
Por Carlos Fonseca
“Y es que, sin saberlo, y rodeados de muerte, descubrieron una de esas desastrosas realidades de la vida: sólo la letra sobrevive al desastre”. La frase, magnífica y aterradora a la vez, subraya una de las valientes intuiciones de Caja de fractales, segunda novela del joven novelista puertorriqueño Luis Othoniel Rosa: ante el desastre, ante la crisis —emocional, política, ecológica, académica—, la escritura se convierte en un modo de supervivencia. La literatura como último refugio: una apuesta poética que es a su vez una forma de vida y un modo de permanencia. Si ya en su primera novela, Otra vez me alejo (2012), Rosa había explorado los vínculos afectivos que terminaban configurando un espacio de resistencia literaria dentro de los muchas veces asfixiantes laberintos de la academia norteamericana y sus múltiples crisis, en Caja de fractales la apuesta es mayor: centrándose en la crisis económica de Puerto Rico y sus imaginarios futuros distópicos, la novela esboza en torno a la literatura un espacio alternativo de solidaridad. Mientras el capitalismo —y por ende, según la tan citada frase de Fredric Jameson, el mundo— se viene abajo, los protagonistas de esta delirante novela reconstruyen otro mundo posible, un mundo que crece entre las ruinas del capitalismo con la impresionante voluntad de los ríos subterráneos.
Lector de Macedonio Fernández —en torno a cuya obra escribió un ensayo titulado Comienzos para un estética anarquista—, heredero de Manuel Ramos Otero y de Ricardo Piglia, Luis Othoniel Rosa sabe que es esa precisamente la utopía literaria: crear una sociedad paralela, alejada de los poderes del Estado y del mercado. Caja de fractales toma esa intuición y le suma otra igualmente pertinente: en sus páginas, la amistad se convierte en poética, en redes subterráneas de solidaridad que hacen posible imaginar un mundo después del mundo. Nos hallamos ante un autor que ha encontrado en la amistad una poética de supervivencia, un motor para la escritura. Sólo la amistad sobrevive al desastre, podríamos añadir, modificando la frase inicial. Y es así como en las aventuras del Profesor O, Alice Mar, Alfred Dust y Trilcinea, entre otros, encontramos un gran mosaico donde la literatura y la amistad se convierten en espejos de sí mismos. Sólo a través de la escritura, parece sugerir el autor, podemos llegar a crear esos lazos que nos ayuden un día a escapar de la pesadilla histórica que amenaza con destruirnos.
Ante la famosa frase de Joyce —“La historia es una pesadilla de la que intento despertar”—, la apuesta de Caja de fractales recae en negarse a despertar a lo real y a sus mil nombres —sensatez, pragmatismo, liberalismo, realismo— y, en cambio, apostarlo todo por seguir soñando. En sus páginas encontramos el bello y a veces terrorífico sueño colectivo de una sociedad que en su fuga final se niega a dejar atrás el arte, pues sabe que allí se esconde su única salvación posible. Una novela cuya ambición es la de convertirse en una de esas catedrales perdidas en un paisaje de ruinas, bajo cuyo esplendor una sociedad fugitiva encuentra esperanza.
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[Culturas de cualquiera]
Pequeña celebración de Caja de fractales
Por Luis Moreno-Caballud
El capitalismo soy yo.
El capitalismo es el miedo, el miedo a no ser nadie, a que nadie te reconozca, a no ocupar ningún espacio, a no tener ningún valor, a no ser un yo. El capitalismo es una bolsa de plástico en la que nos metemos, adquiridos, en posesión, listos para llevar a algún sitio donde se nos dé un poco de valor de ese que a veces no conseguimos creer que tenemos.
Es como un Netflix, un Facebook con infinitas variaciones, un puto algoritmo cada vez más sofisticado. Una especie de contenedor capaz de adoptar mil formas distintas para aplicar siempre la misma asepsia, la misma sensación de turismo, de espectáculo, de las cosas son así, de qué interesante, de otra novedad, de supermercado, de te has ganado unos puntos, unos likes. Es la revista Vice, la revista Adbusters, los catálogos de las transgresiones posibles. Es la “oferta cultural”. El capitalismo para nosotros, habitantes de las zonas de la sociedad que se salvan (por ahora) de la catástrofe, es ese satinado de las páginas, acabado redondeado de los logos, sencillez y claridad en el diseño de las apps, cuadrícula de calles de aceras anchas, pasillos de aeropuerto, pantalla nerviosa siempre dispuesta a iluminarse, cuenta en el banco y lista de currículo, lista de contactos, de relaciones, experiencias, plan de progreso y de diversión. Plan capaz de incluir también el barro, el pelo, la suciedad, el cuerpo, el vómito, la muerte, el dolor ajeno, el activismo y la revolución como otros tantos contenidos, ítems, realidades a experimentar, susceptibles de ser valorizadas.
Es esa flexibilidad, esa capacidad de integrar todo, la que nos jode. Usa cosas muy básicas de la existencia para confundirnos, para echarnos a la cara ese “es lo que hay” que le caracteriza. Por ejemplo: el capitalismo se aprovecha del fenómeno de la individuación para invisibilizar nuestra interdependencia, para invisibilizar el hecho de que nacemos de un cuerpo materno, la presencia material de los otros en nosotros, la indispensable y constante contribución de otros seres a nuestra supervivencia, al sentido que nos orienta y a la materia que nos alimenta. Nuestra pluralidad. Entonces, el capitalismo esconde todo eso y te dice: “¿no lo ves?, es evidente que estás solo, tú eres tú, estás aquí, eres el punto de partida, aquí estás tú, y ahí están los otros y el mundo, y ahora ve y juega, relaciónate, pon el mundo a tus pies, o por lo menos haz algo interesante, joder”. Gran mentira. Qué tristeza esa vida capitalista. Mi vida.
Y lo que también hace el capitalismo es alimentarse de ese miedo que decía, ese miedo que es miedo a la muerte, a lo no-existencia, y que ahora que ya tengo más de 40 años y un trabajo fijo, creo que cada vez entiendo mejor, ese nihilismo profundo, ese “¿para qué?” (como se pregunta Alice al constatar “la terquedad de los puertorriqueños de seguir escribiendo poesía a pesar de que la isla se está hundiendo” (16)). Así dice el capitalismo: “más vale que te des prisa, el tiempo pasa, mira los otros cómo se han hecho un nombre, cómo ya han conseguido esto y lo otro, mira cómo aquí el que no corre vuela, y tú qué haces, más vale que espabiles ya, deja algo hecho antes de volverte viejo y enfermo y palmar, viaja, explora el mundo, haz que la gente sepa quién eres, ten una vida que valga la pena porque sino, ¿para qué?”.
Pero qué triste todo esto, cuando yo lo que tengo es una alegría enorme por haber leído (tres veces ya) la novela Caja de fractales, escrita por Luis Othoniel Rosa. Pero es que siento la necesidad de decir esas tristezas, para poder comunicar mejor la alegría de esta lectura, precisamente. Porque qué bonito es cuando un amigo ha estado trabajando, -se lo ha estado currando, como diríamos lxs ibéricxs-, con ahínco, mientras el tiempo pasaba y hubiera sido tan fácil no hacerlo, no hacer el esfuerzo, y sin embargo, el amigo ha hecho el esfuerzo, ha encontrado las maneras y las palabras, y ahí está ahora esa novela enfrente de toda esta bola de miedos e imposibilidades en la que fácilmente se nos puede convertir la vida. Y lees esta novela, Caja de fractales, y de pronto parece tan real y tan irrebatible que claro que hay otra vida, que claro que hay no uno sino varios “afueras del capitalismo”, como escribe Alan Pauls en la contratapa. ¿Será verdad al fin y al cabo esto del poder que tiene la literatura, eh?
Aunque por cierto, que tratando de pensar estas sensaciones de lectura, me parecía que hay algo demasiado rígido y perfecto en esos cinco afueras del capitalismo que Pauls encuentra en la novela: el futuro, el espacio, la alucinación, la muerte y la literatura. ¿Y el gato? ¿No está también ese gato que se sabe tan bonito fuera del capitalismo? ¿Y la amistad? ¿Y la conversación? ¿Y la cocina? ¿Y la velocidad de las montañas? ¿Y las historias de vida? ¿Y la lucha política? ¿Y la infancia? ¿Y los cuidados? ¿Y la ingeniería al alcance de cualquiera? ¿Y etc, etc? En realidad, ¿cómo decirlo?, ¿no es que todo está y no está en el capitalismo, que todo puede estar y no estar? Depende del modo de relación con el mundo que se dé, ¿no? Hay algunos ámbitos (esos mencionados) que quizás son particularmente propicios aquí y ahora para alterar la relación capitalista, sí. La novela los trabaja, sí, pero la riqueza de esta novela es justamente no reducirse a “temas”. Por eso me preocupa la enumeración de Pauls. ¿No son esos cinco ámbitos demasiado recónditos, demasiado “alternativos”? Es que muchas veces la cosa de decir que el capitalismo está por todas partes no deja de ser una fascinación con nuestra propia impotencia, ¿no?, y entonces vendría la literatura a compensar (junto con esas otras “realidades” que serían así como poquito reales: el futuro, el espacio, la alucinación, la muerte). No veo este afán compensatorio en Caja de fractales. He estado leyendo unos textos maravillosos de Eva Fernández en los que rastreo esta idea tan importante, cómo no escribir para la derrota, no hacer una literatura que compense por la vida de mierda que tenemos, sino una literatura que sea una herramienta más para cambiar de vida. O más exactamente: “No se trata de héroes, de obras comprometidas. Lo que debemos cambiar es de vida y así, de obras”. (Othoniel, por cierto, ¡te recomiendo muchísimo que leas a Eva!)
Saber procurarse la cercanía de lo que nos hace mejores. Pitufos, amistades, libros sobre la edad media, sustancias psicoactivas que son la sal de la tierra (como por ejemplo la comida o la risa), historias buenas que nos han contado. Othoniel siempre fue muy bueno en eso, en saber procurarse y guardar (y compartir) cachos de vida que nos hacen bien. En su primera novela, Otra vez me alejo, ya fue montando un mundo literario con esas cosas que ha tenido la paciencia y la sabiduría de no desdeñar, de no dejar caer en la lógica del valor/no valor que la existencia capitalista proyecta sobre ellos. Se va acercando a estas cosas como oblicuamente, sin querer hacer de ellas banderas, con una especie de humildad literaria. Y las ofrece. Es una belleza, la verdad.
Y entre ellas, entre esas “cosas”, de una forma central, la literatura como una conversación entre amigxs, como una forma de rescatar lo mejor de las amistades. Todo empezó cuando conocimos a gente que venía de partes diversas del mundo a uno de los pocos lugares donde todavía más o menos se puede vivir de leer y escribir sobre literatura: las universidades (forradas) norteamericanas, nuestras empleadoras y principales candidatas a robarnos el alma. El mercado literario sería otro candidato. El activismo profesional quizás un tercero. Pero, a lo que iba: llegar de distintos lugares del mundo a lo que Othoniel ha llamado “el Pueblo de la Princesa”, con nuestras becas protectoras, y entablar una amistad intensa, bien regada de noche y literatura, y pronto también de esos “alejamientos” que se concretan rotundamente en distancias geográficas más apabullantes de lo debido. Diáspora. Lxs amigxs se dispersan según el capricho del mercado laboral. Se acabó lo bueno. Pero algo queda, algo se ha producido en esos encuentros, algo que Othoniel se ocupa de rescatar cuidadosamente y de convertir en literatura. Mientras tanto, fuera de las páginas, la Universidad nos ofrece precariedad pero también, un camino muy claro hacia ese “ser alguien” que el Ego y el capitalismo a la par persiguen con ansiedad. Nos ofrece un plan de vida muy concreto, unos peldaños que ir subiendo, un pequeño mundo profesional y unas migajas de “prestigio”, además de algo de platita (a algunos más que a otrxs). Cada cual encontrará sus maneras de que ese plan no se trague por completo su vida, sus líneas de fuga, sus “afueras”. Ya no es tan fácil como antes hacerlo juntos, ya no estamos en esa especie de break saleroso que el capital da a los estudiantes, incluso a los estudiantes de doctorado, cuando los beca, y los deja vivir juntos, ser roommates, y hablar de literatura aunque estén ya talluditos y en edad de ir viendo cómo hacen para “sentar la cabeza” (gran eufemismo de: conseguir dinero de forma regular y dar valor a lo que el dinero da valor).
Llega el 2011, con sus revueltas, las derivas activistas. Othoniel había puesto en marcha el “colectivo de lectores” El Roommate, la página de reseñas de literatura en internet, que sigue avanti. Son ya casi siete años desde que, en las plazas, se palpaba esa certeza de que claro que el capitalismo no es la vida, la certeza que ahora me traen las páginas de Othoniel. En fin. En Xpain nos hemos llevado una hostia yo creo que particularmente notable (pero ese es un fatal resumen de todo lo que ha pasado, obviamente, y mejor lo dejo por ahora, ejem). En lo que concierne a la politización a la que Caja de fractales es fiel, me parece que el tiempo pasado ha añadido un elemento terriblemente fundamental: la frontera frágil entre las zonas de catástrofe y las zonas de relativo bienestar en el mapa del capitalismo global ha sufrido un desplazamiento constante durante estos años. La novela es tristísimamente premonitoria en lo que concierne a Puerto Rico. Releyendo después del huracán María, no se puede evitar un escalofrío: “caminitos que no acaban, montañas y valles de soledad y ruinas, hasta llegar al área metropolitana, única con luz eléctrica, sobrepoblada, con luces que pestañean, que parecen echarle guiños a la oscuridad que arropa las afueras; en los suburbios metropolitanos se pueden ver una docena de familias ricas escondidas en murallas defendidas con armas, todo un pueblo amurallado y militarizado para mantener al resto de la población afuera” (14). La oscuridad crece, y Othoniel está cerca, bien cerca, de esas zonas en las que el desprecio del capitalismo a la vida se manifiesta con una violencia asesina. Puerto Rico es ahora mismo una de las capitales mundiales del capitalismo del desastre. Y esto está ya en cierta forma en Caja de fractales, pero quizás no en toda su dureza. ¿Cómo aguantará la alegría literaria de Othoniel esa dureza?
Porque, eso creo, no se trata de temas, sino de maneras de hacer. Por ejemplo las que, tanteando, acabo de llamar humildad y alegría literarias… Leyendo reseñas de Caja de fractales por la red he encontrado alguna referencia muy interesante a la combinación de velocidad y lentitud, que también es notable en Otra vez me alejo. Hay también algo así como una combinación de juego y de dureza. Velocidad porque Othoniel se permite la brevedad y la profusión de narraciones, de ideas, de imágenes. Juega con algo (por ejemplo: con la idea de que los seres humanos somos depósitos de información –genes- para la reproducción del universo), lo hace brillar y lo abandona pronto. Por ejemplo también: la historia de vida de una boxeadora que recupera un amor de juventud y es asesinada por ello; la historia de una profesora que no consigue tenure y asesina a sus colegas de departamento por ello; la historia de un libro llamado La dignidad que se escribe cada vez de manera diferente y se dirige a un solo lector. Etc, etc, etc. Hay una brevedad, un pasar de un asunto a otro, un ritmo y a la vez una abundancia, una generosidad que tiene que ver con esa humildad, con no querer exprimir las cosas, con dejarlas ser. ¿Suena muy grandilocuente? No sé, me gustaría poder decir estas cosas, si me permitís. Creo que la literatura todavía puede hacer eso.
No estamos descubriendo el Mediterráneo (ni el Caribe). Constantemente, se trata de algo tan viejo como extrañar lo que pasa por normal para abrir el espacio de lo posible y hacer estallar lo real, el “esto es lo que hay”. Othoniel trabaja las diferencias de velocidades (pitufos lentos, velocidad conceptual máxima), de “reinos” (punto de vista del gato, devenires animales, vegetales y minerales, angélicos), de escalas (universo, ciudad, persona, bacteria), de tiempos (desde 2017 a 2701), de formas de individuación (mente colectiva, grupo de amigos, muerte unipersonal), de formas de organización social (desde el capitalismo del desastre a los morideros, a la utopía de las catedrales excavadas en la roca, etc). La realidad prolifera fractálmente sobre un fondo de devastación masiva y de muerte constante, irremediable, inescapable de los seres queridos de los que estamos hechos. Juego y muerte.
Ahora bien. No quiero dejar de preguntarme, para terminar, y sé que entro en terreno minado, ¿cómo sonaría todo esto si esta novela se hubiera publicado en Anagrama, por ejemplo? ¿si esta novela hubiera sido una presencia constante en los suplementos culturales de los grandes periódicos? ¿si Othoniel se hubiera prestado a ser llamado “uno de los jóvenes escritores más…”, etc?
Una vez más diremos: no es que no haya contradicciones, siempre las va a haber, no se trata de purismo, ni de moralismo.
Pero… No, Caja de fractales no sería el mismo artefacto literario, su apertura de imaginarios para vivir fuera del capitalismo no sería igual de fértil, creo. Othoniel ha encontrado una manera interesante de relacionarse con la máquina mediática y el mercado literario para no ser completamente aplastado. Por un lado, la elección de la editorial, Entropía. Por otro, en las entrevistas que le han hecho suele hablar de la precarización de la universidad en USA, suele mostrarse como parte de ese colectivo de puertorriqueños y en general latinoamericanos en la diáspora, nómadas de campus en campus, enmarca su figura de escritor ahí. Pone en relación esa precariedad con la ola rebelde del 2011, con la crisis del capitalismo, con Occupy Wall Street y con las huelgas estudiantiles en Puerto Rico. Defiende las editoriales independientes, habla de literatura no publicada, de libros fotocopiados, de las redes de amistad y complicidad literaria entre poetas y escritores que se leen, que se traducen unxs a otrxs. El gesto de leernos entre nosotrxs, me parece que no es algo menor en los tiempos de tristeza narcisista y ansiedad constante que corren. Othoniel va tejiendo un espacio en el que sea posible escribir novelas sin comportarse como un auténtico idiota, sin heredar los peores elementos de una tradición de, por decirlo en puertorriqueño, macharranes endiosados que hacen de la literatura un homenaje a su propio bicho. Los riesgos de ser convertidos en marcas, de acabar reproduciendo el capitalismo, el patriarcado, la figura del intelectual por otros medios, ahí están, no es tan fácil, etc. Ok.
Pero la confianza y la gracia serena de Othoniel a mí, la verdad, me dan mucho ánimo.
¡Lean pues Caja de fractales, si pueden!
¡Formemos brigadas internacionales de escritorxs submarinos y pitufiles!
¡Plantemos cara al capitalista cabrón que hay en mí!
¡Reforcemos nuestros vínculos, no sucumbamos al desánimo, preparémonos juntxs para escribir el fin del capitalismo!
¡Veámonos pronto en las badlands y sigamos celebrando esta novela como se merece, Othoniel!
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[Latin American Literature Today]
Colección de modos de comunicación
Por José Eduardo González
Se ha dicho muchas veces que el ascenso de la novela en nuestra época es la señal más clara de la declinación del arte de narrar. En el deseo de recuperar ese arte perdido muchos escritores actuales han intentado regresar a la primacía de la trama, a llenarnos de aventuras, sin darse cuenta que juegan con una noción del relato que pertenece al siglo diecinueve. La novela, es cierto, es diferente de los géneros en prosa que vienen de la tradición oral por ser la expresión de un individuo solitario que no está ya reportando historias o leyendas que pertenecen a una colectividad. Es quizás un error moderno pensar que esa distancia que nos separa de épocas anteriores se puede solucionar cambiando el tema de lo que se cuenta, recurriendo a historias fantásticas que artificialmente recrean un mundo épico que ni el lector ni el autor han vivido. Es quizás más correcto, me parece, suponer que lo que se ha perdido con la llegada de la novela no es el carácter “épico” sino el de la comunidad, y que no hay que confundir ambos en uno. El regreso a la comunión entre el autor y su audiencia no tiene por qué funcionar con un regreso a una condición anterior. Las formas, ya hemos aprendido, contienen su propia historia. Habría que repensar así lo que significa volver a establecer la comunicación en una comunidad. Si el significado está en todos convertirnos en “autores”, entonces la solución que ofrece esta novela es innovadora
A grandes trazos, la trama de Caja de fractales trata de las vidas de diferentes personajes Alice, Trilcinea, Alfred, Lagartijín, la Chilena y otros), conectados entre ellos de maneras diversas —amigos, amantes, familiares, voces sin cuerpo que llegan de otros espacios y tiempos, etc. — existiendo a veces en un Puerto Rico futuro acosado por desastres de tipo pos-apocalíptico y un presente donde un profesor universitario -tan sólo conocido como el profesor O.— batalla con su situación de intelectual que forma parte de un sistema social y educativo, de un modo de llevar la vida, en el que él no cree. La novela va de los capítulos que hablan de un futuro muy lejano (el año 2037, 2040, 2701) o los que regresan al presente (2017, 2018). Si todo lo que se cuenta está sucediendo en la mente del profesor O., o si su vida simplemente anuncia lo que está por venir, son dos de las muchas posibles lecturas de este fascinante texto.
Los sucesos en la novela y las decisiones de los personajes que viven en el futuro se mueven entre proyectos para organizar la vida de una manera alternativa. Por ejemplo, existe la catedral, un refugio al que el estado ayuda a independizarse del estado —con excepción contributiva, con recursos militares— ; o el caso de un grupo en Ecuador que se organiza por medio de un algoritmo: “tienen una suerte de economía sin dinero basada en recursos y dirigida por una computadora” (24). En el presente, el profesor O., por su parte, intenta infructuosamente dar significado a su vida al subvertir el discurso oficial desde la universidad. Pero vive con la sensación de que su discurso subversivo es creado o fomentado por el mismo sistema que él ataca, como una especie de necesidad interior a la organización de la formación social en la que habita —es decir, se necesita la oposición para que todo siga igual. Este patrón se repite en otras partes de la novela. Otro ejemplo: la historia de la boxeadora que comienza como un reto a la sociedad puertorriqueña por ser una profesión inusual pero cuya vida se organiza bajo las fórmulas tradicionales, y termina derrotada por la más antigua de las reglas impuesta a la mujer, el machismo. De los varios temas en el libro, me gustaría destacar el de la comunicación. En uno de los capítulos, el profesor O. se encuentra con una copia de la dignidad, una especie de libro colectivo cuyos ingenioso detalles dejo descubrir al lector. Baste decir que su presencia resalta el problema de la comunicación moderna —de comunicarse entre todos sin que en esas comunicaciones intervengan las intenciones personales, la ideología, y sin que nadie quiera apropiarse el significado del contenido que se intercambia. Cada lector de la dignidad necesita crear otra vez el libro siguiendo reglas que garantizan que “el libro siempre cambia y se actualiza, en cada versión es un libro vivo. No tiene autores, ni números ni imprenta, ni un solo idioma” (46). No, no se trata de un gesto metaliterario, por suerte. El libro que leemos no es una versión de la dignidad, y eso es claro para el lector por la descripción que se nos da de esos libros clandestinos. Sin embargo, me atrevería a afirmar que así como para que la dignidad logre su propósito lo principal no es el contenido sino el modo de difusión “anónimo y secreto” del texto, para la novela de Rosa lo que importa más no es el orden de los sucesos específicos de la trama, sino que en la experiencia de leerla, nos imaginemos la comunicación como la posibilidad de que los lectores se conviertan en autores también.
Los lectores como autores fue la promesa en el siglo 19 de los diarios y periódicos masivos como medios de comunicación: la posibilidad de que el lector, al enviar sus cartas al editor, se viera a sí mismo publicado, expresando su opinión, comunicándose, volviéndose un autor que reflexiona sobre lo leído. Que los medios de comunicación tradicionales no hayan cumplido sus promesas, es el punto de origen del deseo de reconstituir la noción de comunidad que atraviesa esta novela. Unas páginas más adelante (se ha pasado ya a los años 2037-40) se nos habla de los futuros medios de comunicación para contactar mundos/seres extraterrestres. Una conversación entre Alice y su sobrino Lagartijín nos deja saber que el modo de contacto no es material, sino a través de ondas informativas. Otra vez, la necesidad humana de la comunicación adquiere una posición central: “En la galaxia sólo se puede conversar, lo único que se puede intercambiar son conversaciones. Si no podemos encontrarnos físicamente, ni intercambiar nada material, no hay ninguna excusa para una carrera armamentística, ni siquiera para transacciones económicas” (58). Esta obra de Rosa está constituida así por una colección de modos de comunicación, en contextos, tiempos y realidades diferentes, vistos desde diferentes puntos de vista. No creo que haya lector que termine esta novela y no sienta que todavía es posible descubrir conexiones ocultas, y ese es el comienzo de la comunidad.
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[El roommate]
La ética de la catástrofe
Por Juan Duchesne Winter
¿Hay alguna novela salida del Caribe tan enigmática e inquietante como Caja de fractales (2017), de Luis Othoniel Rosa? Probablemente pocas. ¿Cuál es el enigma de Caja de fractales? Parte del enigma de esta novela es que la utopía caribeña se revela como un caso terminal, como una red de morideros que conduce al Reino de los Pitufos en lugar del “reino de este mundo”. La utopía terminal.
Pero hay más de un enigma, comencemos por el fractal. El fractal es un objeto cuyas partes presentan siempre la misma estructura y forma básica por más que se le divida. Por ejemplo, la espuma es un fractal, una nube es un fractal. Los kaleidoscopios proyectan fractales. Sin embargo, un unicornio no es un fractal, pues no es lo mismo quedarse con el cuerno que con el rabo. La cuestión es que no puedes deshacerte del fractal, pues por más que lo piques en cantos, cada pedazo repite su forma original completa.
Antonio Benítez Rojo supuso en su libro La isla que se repite, que el Caribe es un fractal, pues cada parte, cada isla, repite la isla entera que es Cuba, como cabría suponer en un texto publicado por un cubano en 1989. Pero en esta novela de Luis Othoniel Rosa la isla de Puerto Rico es el fractal que parece replicarse en todo el Caribe. Mas ello no queda del todo resuelto, pues los personajes que reaparecen una y otra vez en los años 2018, 2040 y 2701, conspiran denodadamente para conducir un éxodo a Haití, tierra prometida que ofrece un refugio en la región azotada por las catástrofes y la extinción. ¿Se repite aquí Haití como en El reino de este mundo (1949), de Alejo Carpentier, cual eterno retorno de la revolución permanente o más bien se finaliza el ciclo de las repeticiones del Haití catastrófico signado en esa obra?
Puerto Rico es la caja de fractales dentro de la cual sobreviven, como el gato de Schrödinger, las dos mujeres héroes de la novela y sus amigos escapados de la universidad del Pueblo de la Princesa (¿Princeton? ¿Alusión a la cárcel de la Princesa en San Juan?). Estos sobrevivientes de la toxicidad académica ahora ejercen su capacidad de “resiliencia” en la isla tras la Gran Hambruna que ha matado a dos terceras partes de la población luego que los militares norteamericanos han cerrado todos los puertos. Las heroínas anarcopunks y ex-hipsters de la novela organizan morideros solidarios para ofrecer la “muerte feliz” a una población que se extingue, y de alguna manera preparan el terreno para el advenimiento del Reino de los Pitufos que sustituirá al reino de este mundo.
¿Son la ética de la catástrofe, el arte solidario de ayudar a morir, el refugio terminal, el advenimiento de los duendes de los últimos días, las únicas futuridades imaginables en la era del colapso ecológico y social global? ¿O actúan estos portentos como espuelas para un pensamiento inconsolable, para un despertar de la pesadilla de las utopías? Caja de fractales es una fabulosa caja de acertijos cuyas respuestas son otros acertijos.
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