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  Obra dispersa
Santiago Loza
213 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2017
ISBN: 978-987-1768-41-7
 
 
     
   
     
 

«Lo que hay en estas obras de Santiago Loza es el acceso a un momento esencial del teatro: la catarsis, el espejo, la identificación con lo que está sucediendo. Y eso no puede explicarse, eso sucede, ocurre, en el presente. Catarsis como una conversión en uno mismo a través del otro. Hay un momento en el que, por fin, lo intelectual, lo reflexivo, lo lógico desaparece y aparece, de un modo muy profundo, lo emocional, lo primitivamente humano. Ese lugar donde uno puede meterse adentro del otro para reconocer lo propio. Lo que ocurre es, entonces, religioso, en el sentido etimológico del término: la acción de volver a ligar lo que está desligado. Estas criaturas, extraviadas de sí mismas, se vuelven a encontrar, por fin, en el tránsito que recorren. Eso arde en todos estos textos, esa es la gran epifanía: personajes que vuelven a armarse, a reconocerse, que llegan, después de largo viaje, a un lugar donde todas las cosas del mundo arman una suerte de unidad. Y aunque esa unidad no exista, aunque estén quebrados, el deseo máximo de estos personajes, finalmente, es ser y es poder quererse en ese ser.»

Marilú Marini

Contratapa

 

 

 

 

 

 

 

Fotos de tapa:
Camila Trejos
Ernesto Donegana

     
   

(De la obra Esplendor.)

La acción transcurre en un barco pequeño. La fatídica noche en que muere ahogada Natalie Wood. Navegaban junto a ella su hermana Lana, su esposo Robert Wagner y un joven y promisorio actor llamado Christopher Walken. Esta es la historia, totalmente tergiversada, de esos sucesos. 

NATALIE: Yo soy Natalie Wood, oriunda de Lomas de Zamora, nacida en una familia de clase media, descendientes de rusos, gente simple que vivía sin grandes pretensiones. Con los años me convertí en princesa. Tuve un brillo intenso en el cine, teatro, pasarelas. Fui amada y odiada con furor. Muy cada tanto, una plebeya puede acceder a la monarquía. Yo lo hice. Una vez cada cien años una mujer simple se torna extraordinaria. No se sabe por qué. La conjunción de astros, las mareas, los ocultos movimientos terrestres empujan una vida normal hacía el éxtasis de la gloria. Lo tengo que decir. Yo, Natalie, me transformé, casi sin darme cuenta, en una estrella. Me puse al centro del cosmos, me dejé mirar por todos, tuvieron por mí una devoción que jamás sintieron por un mortal. Me volví enorme, desmesurada, encandilante, única. Una construcción magnífica se hizo de mi persona. Tenía un solo pequeño defecto mi espléndida vida: no sabía nadar. 

CHRISTOPHER: Qué extraño y verdoso está este río por el que navegamos.

ROBERT: Está particularmente calmo.

LANA: Nada me inquieta más que la calma.

NATALIE: Anoche mismo soñé con agua turbia, pantanosa, oscura. Estuve por suspender este pequeño paseo en barco pero el malestar del sueño me resultaba inapropiado. Después pensé: Robert dirá que soy una caprichosa. Preferí esconder mi pesadilla. Ocultar mi mal presentimiento.

LANA: Si tenías mala espina, tendrías que haber abortado la idea de navegar.

CHRISTOPHER: Podríamos haber ido al bosque. La tierra firme, la sombra fresca de los árboles. Una cabaña, sin peligro de naufragio. Sin tormentas ni maremotos. 

ROBERT: También el bosque tiene sus peligros. 

NATALIE: No me hagan caso, me desperté demasiado inquieta y algo mareada.

CHRISTOPHER: Puede ser el vaivén de las aguas.

NATALIE: El mareo estaba mucho antes de subir al barco. 

LANA: Inquietud. 

ROBERT: Me gustaría darte calma, mi princesa.

NATALIE: No me beses, hace calor. No tolero ahora el contacto con la piel. Me avergüenza, estoy toda transpirada.

CHRISTOPHER: Aun así, en pleno descuido, se puede notar tu elegancia. No muchas mujeres resisten este sol y el resplandor del agua. Más de una mostraría su vulgaridad en estas excursiones calurosas. 

LANA: Espero que no lo digas por mí. No tengo el encanto que posee mi hermana, pero lo intento. Ella siempre tuvo sangre azul corriendo por sus venas. Yo la miro y me pregunto: ¿qué nos une? Ella es tan pero tan distinguida y yo me paso de común. Me apena ser tan pero tan común y silvestre. Me apena no haber tenido cualidades extraordinarias. 

NATALIE: Esplendor, resplandor, estoy ciega, necesito mis anteojos negros. Toda esta luz me daña la mirada.

 

Fragmento
     
   

Autor

 

 

 

Foto:
Nora Lezano

   
                     

Santiago Loza (Córdoba, 1971) es dramaturgo, guionista y director de cine. Escribió más  de una quincena de obras de teatro que fueron representadas en circuitos alternativos, comerciales y oficiales de la Argentina y en festivales y muestras internacionales. Fue distinguido como dramaturgo con los premios Teatro XXI, Trinidad Guevara y Konex Letras; fue nominado, en diferentes oportunidades, a los premios ACE, Teatro del Mundo, Florencio Sánchez y María Guerrero. Entre sus libros publicados se destacan Adefesio (2005), Textos reunidos (2014) y Yo te vi caer (2017). También en 2017 publicó su primera novela, El hombre que duerme a mi lado.


   

Reseñas

Bazar americano
(Ariel Gurevich)

La Nación Ideas
(Natalia Blanc)

La Agenda BA
(Leticia Martín)

 

Entrevistas

Evaristo Cultural
(Luis Adrián Vives)


[Bazar americano]

Elogio de la dispersión

Por Ariel Gurevich

El título Obra dispersa, que reúne buena parte de la producción dramatúrgica de Santiago Loza, podría hacer pensar que se trata de materiales disconexos, desconcentrados, periféricos. Nada más alejado. Algunos de estos textos teatrales han sido publicados en ediciones sueltas; todos tuvieron, tienen y tendrán múltiples montajes escénicos. ¿Cómo pensar, sin embargo, lo disperso como motor en la escritura de Loza? ¿Cuál es la continuidad que atraviesa una obra tan prolífica, poderosa, bella? En El orden del discurso (1970), Foucault nos recuerda que toda coherencia es una ilusión, una falsa unidad; que el autor, el texto, incluso la obra, no existen: emergen como efecto, como «regularidad en la dispersión». Quien conozca a Santiago, quien haya leído su producción teatral, narrativa y cinematográfica, sabrá que Loza hace de la dispersión una fuerza, un derrotero disfrutable: el principio mismo de unidad.

Las obras aquí reunidas parecen señalar que el texto teatral es ante todo literatura dramática. El libro reclama su existencia autónoma, independiente de sus formas escénicas. El humor, el dolor, la emoción, suceden en los textos. Y también en el cuerpo. Son voces poéticas agobiadas por mundos domésticos, que se elevan del fondo de lo cotidiano hacia una dimensión trascendental, mística: una madre de ciudad chica o pueblo grande que espera la llegada del hijo que vive afuera (Todas las canciones de amor); una jubilada el día que en el colectivo se enfrenta a un suceso extraordinario (Nadie sabe de mí); una costurera de barrio y el dilema de entregar un vestido a Eva Perón o a Libertad Lamarque (Nada del amor me produce envidia); Natalie Wood, oriunda de Lomas de Zamora (Esplendor) en guerra con su hermana contra el olvido; en definitiva: vidas comunes llenas de epifanías, de personajes anodinos, falsamente insustanciales, llenos de incorreción, de amor, de violencia.

Obra dispersa también afirma la necesidad de que haya un relato como antídoto contra el desorden. Es la trama teatral («el cuentito») aquello que finalmente ampara, restituye y organiza sentido y el lugar donde se cuela una dimensión social. Las peripecias que estos personajes atraviesan son siempre muy sencillas: esperar, entender el desamor, poder nombrarse. En estas pequeñas grandes fábulas, se enfrentan a lo otro de sí mismos. El espectador es quien acompaña de la mano estos trayectos, en silencio: el rito teatral será el espacio de reunión.

Por eso, el lugar del otro en Obra dispersa siempre es un catalizador. El otro es interlocutor, punto de amarre, tabla del náufrago contra la locura, coágulo donde estalla la ternura o la violencia. El monólogo como tipo textual (organizador de muchas de estas obras) no sólo es la forma mediante la cual se expresa la soledad: por el contrario, el monólogo reclama la presencia de alguien que se encuentre del otro lado para que el relato exista como ofrenda, como donación, como fe compartida. En este sentido, la de Loza es una escritura que parece pedirnos que guardemos sus imágenes, que subrayemos sus frases.

Creo que Textos Reunidos (Biblos, 2014) y Obra dispersa (Entropía, 2017) –hasta el momento todo el teatro editado de Santiago Loza–, son el frente y el dorso de un mismo libro. Una expresión que busca la unidad desesperadamente porque la sabe siempre precaria. Una obra abierta, siempre en mutación. Por eso, sobre el final de estas piezas, siempre encontraremos la gracia, el éxtasis, la dilución, el abandono, la muerte, la compresión o el alivio: cuerpos conscientes de su finitud, que se despiden dichosos, con el alivio de dispersarse, de dejar de ser, de partir.

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[La Nación Ideas]

De obra dispersa a obra reunida

Por Natalia Blanc

Obra dispersa es el nombre perfecto para el libro publicado por Entropía que reúne el profuso material dramatúrgico de Santiago Loza. Muchas de las piezas del autor cordobés se habían publicado sueltas; algunas, incluso, en ediciones de circulación restringida como Nada del amor me produce envidia, que editó hace unos años el pequeño sello Libros Drama, de Ariel Farace. Por ese motivo, y porque los textos de Loza se leen como si fueran novelas, es que Obra dispersa resulta esencial para los que disfrutan de su teatro y también para los que se animen a descubrirlo.

En el prólogo, Marilú Marini, a quien Loza le escribió Todas las canciones de amor, pieza que abre el libro, dice: "En sus obras, como en la infancia, se tiene una especie de acceso directo a una epifanía, a una mirada que descifra el universo". Más adelante, la actriz define a los personajes que habitan las ficciones de Loza como heroínas sin nombre. Entre los siete textos reunidos hay monólogos, dramas, comedias. Muchos tienen en común mujeres desesperadas que sufren por el desamor.

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[La Agenda BA]

Reinas y poetas

Por Leticias Martín

Este libro reúne las mejores obras de uno de los dramaturgos argentinos más interesantes, prolíficos y marginales del under teatral porteño. Es un volumen cuidado y bello, prologado por la actriz reconocida internacionalmente Marilú Marini, que reúne los conocidos títulos: “Todas las canciones de amor”, “La enamorada”, “Nadie sabe de mí”, “Nada del amor me produce envidia”, “Un gesto común”, “Esplendor” y “El mar de noche”. Textos que el espectador asiduo de teatro independiente seguro habrá visto en algunas de sus variadas puestas en escena, siempre montadas en espacios teatrales no convencionales.

Como señala Marini, y no está de más reiterar, Loza expone en todas estas obras “la catarsis, el espejo, la identificación con lo que está sucediendo”. Hay algo del pasado también, algo del lenguaje, y lo que a mí me gusta nombrar como algo de la humanidad del ser en general puesto en primer plano. Y no por ser estas escenas recreadas en el espacio escénico uno podría decir que no son creadas por Loza. Al contrario. Sus universos son los del que da forma –con palabras siempre nuevas– a aquello que, antes, pudo haber sido observado y batido en la coctelera de la fantasía y la imaginación sin límites.

Loza recorta materia prima de esa realidad externa donde las cosas suceden y, con astucia y no más que palabras, vuelve aquellos restos de discursos un presente teatral atractivo, conversiones en las que podemos vernos representados, vómitos de frases que alguna vez hemos dicho, gestos que seguro hicimos, repeticiones neuróticas que se nos escapan, mentiras, falsedades, proyecciones fantasmales y rencillas heredadas de las generaciones que nos precedieron. Su virtuosismo, sin duda, es la palabra. Lo dicho, lo que puede volver a decirse y sentirse distinto, cuando se toma conciencia de ello.

También hay una sensibilidad femenina capturada muy a distancia del estereotipo. Hay juegos del lenguaje que lo engrosan y revalorizan sin hacerlo caer en la pura retórica. Hay una economía justa y equilibrada de gestos, silencios, y diálogos que nunca dan una vuelta de más. Hay, en definitiva, una comprensión de las mil posibilidades del ser, que se presta siempre a nuevas historias posibles. Loza consigue algo nada sencillo: nuestra identificación. Y ésta no brota del lodo de los lugares comunes sino de miradas propias y sutiles que saben reparar en los matices. No es fácil lograr la representación de lo individual. Porque para “representar”, es decir, para re-actualizar en el presente algo de otros, algo pasado, hace falta cierta distancia, cierta regularidad de marcas que se repiten, y cierto borramiento de algunas particularidades. De esa conciencia de lo que sucede en sus obras –desde el primer texto– surge mi admiración. De la belleza observable de esos discursos “comunes” donde nos espejamos sin sentirnos estereotipados.

Quizás, por qué no, la razón del mayor acierto de Loza sea el uso del lenguaje. Detalle, minucia, poética propia, influencias claramente visibles, referencias literarias concretas, matices y la dinámica intrínseca de cada pieza. Esa dinámica que surge del propio ritmo de una retórica bien trabajada a partir de las palabras elegidas y no de los recursos satelitales de la puesta en escena. Por eso Loza produce un teatro que da gusto leer, a diferencia de otros dramaturgos convencionales, que solo pueden verse; porque sus obras parten del lenguaje hablado que, antes, fue pasado con maestría por el papel para, por fin, una vez liberado de sus propias ataduras, volver a ser puro decir.

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[Evaristo Cultural]

Otro lado de lo posible

Por Luis Adrián Vives

Una construcción.

Ecos persistentes que operan como un sistema expresivo que construye espacios de reflexión.

Se trata de  una construcción armónica de sentido complejo, de escenas, de ideas, de figuras; de imágenes de lo inmaterial. Es una construcción sobre lo sustancial, realizada por obra y gracia de esta comunión de dos universos compatibles, el del teatro y el de la literatura.

Este ensamble desnuda de la mejor manera, con piedad pero sin concesiones, esa articulación que llamamos vínculos entre semejantes más o menos cercanos, o más o menos distantes.

Esposas, madres, hermanas, enamoradas y… “Una mujer que es todas las mujeres juntas.”

Y hombres unidos a otros hombres. Hombres y mujeres que caminan al filo de la desesperanza.

Una rutina, un ciclo cotidiano que nos debilita. Un amor que nos paraliza.

Un desprendimiento. Una queja que encierra cierta imposibilidad que nos enferma la sangre.

Una destrucción. Un espacio sin existencia. El sinsentido en el mundo del sentido.

El territorio salvaje de la naturaleza. Lo primitivo. Los instintos. La parte animal del ser humano.

La opción de ser verdaderamente real, frente a una realidad que nos genera más miedo que angustia. La lógica del túnel. La soledad y la incapacidad para sentir culpa. La violencia material. La necesidad de repasar cada principio, para poder entender cada final.

La construcción de la imagen del fracaso. Y otra construcción, la de la memoria. Y otra más, la del arrepentimiento. Asimismo, el poder de las palabras repartiendo esperanzas en dosis de consuelo:

“Sé que ahora te cuesta verlo pero sé que vendrá un tiempo hermoso. Es difícil creerlo pero al creerlo termina por pasar. Tenés que tener paciencia, esperar todo lo bueno. Vamos a brillar, vamos a vivir momentos de fulgor que no podemos imaginar. Vamos a ser felices, con una felicidad insoportable. Ahora no lo podés ver porque estamos encerrados, ahora no hay más allá…pero lo hay, te juro que lo hay. Detrás de todo esto está el infinito y más allá la nada, y más allá todavía está la mente de Dios y la eternidad. Estamos condenados a ser eternos.”

En esta Obra Dispersa de Santiago Loza, en esta construcción de profundidades, también el fuego y el mar a su tiempo, dirán: “presente”.

La obra literaria está ligada a una idea de voz narrativa, mientras que la obra teatral reconoce otra forma literaria, obviamente más ligada al texto -con sus acotaciones- y a la consiguiente puesta en escena; la pregunta entonces es ¿cómo nace esta idea de religar, tan estrechamente, ambas expresiones?

Es una necesidad la que tengo de una escritura literaria en lo teatral. Que un texto pueda ser leído de manera autónoma a una posible puesta. No olvido que estoy escribiendo palabras para ser dichas, paralabras que tendrán un desarrollo escénico, pero tienen la posibilidad de dialogar con un lector alejado del hecho teatral. Les deseo a esos textos que tengan una vida silenciosa, que sean lectura y quien los imagine no los limite a un escenario.

Todos estos textos fueron los que se utilizaron en las puestas, reduje las acotaciones que puedan señalar resoluciones técnicas, con el tiempo las utulizo cada vez menos, son molestas para el que lee y los directores no suelen tomarlas en cuenta.

Si te parece, decinos algo acerca del proceso creativo en lo que hace a la obra teatral y, si es posible, hacelo comparándolo con el proceso de escritura en la literatura, conforme a tu experiencia.

En la escritura dramática suele comenzar el proceso con el encuentro con actrices, actores o directores. El deseo de trabajar juntos suele ser el motor. Ese momento, el de ir buscando una obra es en el que me siento parte de una voluntad colectiva. En esas reuniones se mencionan ciertas temáticas o mundos, cuando creo que puedo conectar, por lo general, es porque algo de lo que se menciona me venía preocupando. Comienzo a bocetar, pocas páginas, suelo hacer una lectura provisoria con ese material de origen y ahí chequeo, después trabajo sólo, escribo y entrego y no suelo acompañar demasiado en los ensayos. Si escribo narrativa el proceso es más secreto, menos compartido y de mayor aliento. Cuando escribo teatro suelo estar comunicativo, contarlo, compartir lo que voy trabajando. No es así en otra escritura, mantengo cierto cuidado, como si fuera más frágil.  El teatro puede que suceda en el espacio, entonces lo voy probando, leo en voz alta, lo imagino en el cuerpo de quien lo actúe.

Los personajes mujeres, en tu Obra Dispersa, si bien encarnan en diferentes roles, podríamos decir que, en “algún punto”, encajarían -aunque cada individualidad a su manera- en cierta construcción arquetípica. Me interesaría que nos hables de ello, de ese “punto en común”.

Son personajes que no revisten ningún interés en apariencia. Como si no tuvieran gracia, encanto, deslucidos. Reconocibles en su ser y decir, parten de un lugar común. A partir de allí suelen enrarecerse, los discursos, las situaciones se van particularizando, extrañando. Supongo que es lo que me pasa cuando los escribo, parto de una zona conocida y me voy adentrando, sé que algo habrá bajo esa superficie neutra, que voy a dar con la sorpresa cuando menos la espere, que junto con los personajes me voy a abismar sin poder anticiparlo. Los personajes parecen no estar preparados para lo que van a vivir. Me pasa lo mismo al escribirlo, algo de lo extraordinario me toma desprevenido y modifica el rumbo. Suele ser así, casi siempre.

Un tema es la rutina, lo cotidiano, los quehaceres encarados de manera casi obsesiva, toda vez que ello quedaría encuadrado en la figura del trabajo, como vicio, de aquellas personas que no sirven para hacer otra cosa. Sería algo así como la imposibilidad de ser feliz dedicándose uno a hacer lo  que amaría hacer. Esta imagen es la que ofrece, por ejemplo, la esposa de Claudio, la madre de Martín. Obviamente, no es la única imagen que rescato de este personaje, pero te invito a reflexionar sobre este aspecto.

Como si el trabajo y la reconstrucción minuciosa de actividades que la rutina invisibiliza fueran el soporte sobre el que se arman algunos personajes. Esa infelicidad de tener que repetir los mismos gestos. Esa escasa esperanza de que algo pueda cambiar. Entonces, como la rutina se ha instalado con una materialidad violenta, esos personajes tienen como posibilidad de fuga permitiese una ensoñación. Poder imaginar otra vida que aquella que padecen. Ahí pueden escaparse y sentirse libres y plenos.

En El mar de noche, la mente se manifiesta; una mancha  exterioriza el reclamo y aquí aparece la sutil relación y diferencia entre el reclamo y la queja que no se expresa abiertamente, que queda en el alma, que se pudre y deriva en enfermedad. Aquí el amante sólo se queja, dando lástima. Pero recuerda el inicio de la relación, para comprender el desenlace. Esto es interesante; ¿podrías ampliar la idea?

No sé si la recuerdo del todo. El personaje del mar de noche sufre, está herido. Esa lastimadura emocional, el padecimiento lo hace tratar de entender el origen. Cree que tuvo un encandilamiento, que le impidió ver que ya estaba el dolor al inicio. No había pensado la diferencia entre reclamo y queja. Tal vez este personaje no se siente en condición de reclamar, lo que creyó suyo ya no está, entonces aparece la queja, y la mancha. Está enfermo de soledad nocturna. Trata de nombrar ese estado que lo toma. Si pudiera nombrar el origen, cree, sería menos dolorosa la resolución.

Nada del amor me produce envidia: El “yo” de la costurera, la soltera que viste a las enamoradas. Aquí el tema sería “lo extraordinario”, un hecho que acaba con la monotonía, que la rompe. Y otro tema es el del ejercicio de “el poder”y su relación con la felicidad.

¿Cómo te apareció esta historia en la que entran, por un momento, dos íconos femeninos marcando la cancha?

Lo extraordinario aparece como lo había mencionado antes, de improvisto. Tal vez la particularidad de la obra es que ese extraordinario esté relacionado a personajes históricos. A Eva Perón y Libertad Lamaque. Primero apareció ese personaje, la costurera de barrio. Lo creé para una actriz que quería cantar tangos en una obra, los tangos que cantaba Libertad. Entonces apareció como consecuencia el mito, la época; miro mucha televisión y había visto el Almuerzo donde Libertad Lamarque desmentía la cachetada que le dio a Eva. Tomar ese chisme, un rumor. Me interesa construir a partir del chisme, de relatos que son desechos sociales, deformaciones de lo que pasó. En la obra la costurera queda atrapada en el medio del deseo de las dos figuras. Alguien menor se vuelve sublime al tomar una decisión única. Esa oportunidad la vuelve enorme y le otorga una plenitud que desconocía.

Un trío, Bruno, Atilio y Blanca: Desamparo. Encierro. Amor y odio. Y una revelación. Ahora, en este caso, te pido que nos hables, aunque más no sea con pocas palabras, acerca de la lógica del túnel.

Los textos pertenecen a distintas épocas y no los tengo a todos en mi memoria. UN GESTO COMÚN es una obra oscura, literalmente, sucede en un lugar encerrado, alguien se oculta, en ese lugar recibe una visita. Hay un tiempo que debe pasar, desembocar en un espacio luminoso y respirable. Ese ahogo que siente el personaje principar está cercano al túnel, a un fugitivo que busca la salida con desesperación, a estar atrapado y descubrir una fuerza misteriosa que lo revela y le indica una posible salida. Recuerdo la desesperación de esa obra y su necesidad amorosa y también la piedad que sienten esos personajes.

El fuego aparece en tu obra más de una vez, ya sea relacionado con la idea de felicidad, como con la de fe y eternidad y con la de pérdida. ¿Qué podés agregar al respecto?

Como si hubiera un ardor que posee cada tanto los personajes. A veces el fuego sucede como a la costurera de Nada del amor… termina en su propia hoguera, bailando como una bruja. En otras obras el fuego no es tan evidente, pero está, ese calor, esa quemazón, el incendio como arrebato. Creo que la utilización es simple, intuitiva, no buscada, me atrae mirar las llamas y lo que queda cuando se apagan.

El tema del vínculo entre hermanas aparece junto con Blanca; también -indirectamente- con  Marta -aunque desde la protagonista de Nadie sabe de mí – y con Natalie y Lana, en la obra Esplendor.

Es una rivalidad primitiva, un mal entendido como punto de origen de una relación. Son esos vínculos que tienen la fatalidad de no haberse elegido, que perduran más allá de no tolerarlos. Hablo de su aspecto problemático que es el que le sirve a la ficción. No de la parte positiva, la compañía, la comprensión, la unión, no generan buena ficción.

En tu Obra Dispersa, la desnudez, la sensualidad, la sexualidad y el erotismo, son escenas sugeridas que quedan como suspendidas, por pudor, en una dimensión de acceso restringido. ¿Estoy en lo cierto?

Tengo una obra anterior, está en otro libro, se llama PUDOR EN ANIMALES DE INVIERNO. Y trata de todo eso. Creo que sí, me gusta rodear el erotismo, no abordarlo directamente, que sea una tensión, un pulso que subyace algunos materiales. Creo que esa zona velada es una elección que me atrae. Un núcleo al que aludo pero no muestro. Ese ocultamiento hace que la imagen sea más poderosa. Así se fue dando en la escritura por ahora, no quita que, en otro momento, intente ser más gráfico o directo.

Un tema recurrente, que corre de punta a punta la obra, es la felicidad entendida de diversas maneras, pero siempre presente. Hablanos de ello, por favor.

Supongo que la felicidad es lo que anhelan secretamente todos los personajes. Un tesoro esquivo. Un estado que por fugacidad o escasez los hace penar. Vinculo la felicidad con la lucidez o el descubrimiento. Como si por un breve momento se pudieran ver tal cual son y eso trajera calma. Como si tanta pérdida tuviera por un momento un sentido, un respiro. Pero como un hechizo se pasa y todo vuelve al desconcierto en el que estaban.

Dejé para el final a la actriz Natalie Wood y a su entorno más íntimo acompañándola en la víspera de su muerte. En esta recreación, ella es oriunda de Lomas de Zamora y creció junto a su hermana Lana; ¿Por qué decidiste encarar esta reconstrucción de la que se desprende un menú de versiones sobre aquella muerte enmarcada en misteriosas circunstancias?

Aquí también se conformaría un triángulo amoroso, aunque distinto al que involucraba a los personajes de Un gesto común. Tirale una línea a los lectores.

Me conmovía el personaje de Natale Wood, también el director de la obra tenía un mundo cinéfilo. Hago cine, es mi otra actividad, vi mucho cine, me gusta el melodrama. También el humor. Nos daba gracia trasladar un hecho de Hollywood a nuestro imaginario. Había algo ridículo y tierno en pensar cómo hubiera sido esa tragedia si sucedía acá nomás. Me interesa la construcción del mito. Está el triangulo del melodrama, tal ama a tal, que a su vez ama a tal y así. Amores desencontrados, contrariados. Versiones del crimen y del amor. El amor como crimen posible. Los que matan por amor. Algo de todo eso está latiendo en ESPLENDOR.

¿Tenés algún nuevo proyecto en marcha?

Hice una película sobre MALAMBO que estrenaré pronto. Un tema que me resultaba extraño y por eso mismo me inquietó. Estoy en proyectos de escritura de teatro, pero todavía son embrionarios. También intentando una nueva novela. Todo eso y vivir un poco.