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Lo que usted cree es lo que va a suceder.
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La escena es de terror. Mientras vamos en el auto, repetimos a coro: No puede ser. En la tranquera de la casa hay tres patrulleros y una ambulancia cruzada, un policía gordo no nos deja pasar. En la galería, una mujer de edad incierta, entre los treinta y los cuarenta, no se puede ver bien. Junto a ella, una chica de unos doce años y un chico de cinco, seis. Están con otro policía y dos personas más, de espaldas. Más acá, los animales que actuaron la otra noche, acorralados, en conciliábulo. Chocan los hocicos formando una rara hélice. Unos veinte metros en diagonal, a un costado de un puentecito curvo que une los bordes de un arroyo, el cuerpo del hombre. Justo antes de que vengan a cubrirlo con unas sábanas, alcanzo a ver, creo que alcanzo a ver, el tronco tendido, sin cabeza. ¿Qué paso?, preguntamos. No se sabe, no se sabe nada, suelta un policía de mal modo. La mujer lo encontró esta mañana. Destrozado, descabezado, despanzurrado. Igor nos tira la data de que el hombre había sido subcomisario. Los canas se sienten tocados. Por lo que entendemos, el médico se niega a cargarlo en la ambulancia, no está en condiciones. Hay que esperar que lleguen los de la científica o el camión de la morgue. Me alejo un poco, me pego al alambrado contra unos espinillos. Investigo. La mujer, ahora puedo verla bien, tiene la cara chupada, unas ojeras de otra vida, de un espanto que trae de lejos. La chica se muerde las uñas, el hermanito, supongo que es el hermanito, revolotea haciendo girar una piola en el aire, la piola de un juguete que ya no es. Me muevo hacia donde están los animales. Los observo, no me reconocen. Las mismas actitudes agazapadas de la filmación, mansedumbre y ferocidad. Entonces pasa algo. Uno de los chanchos, ¿el mismo?, cabecea, gruñe, me busca, tiene los ojos rojos, más que el otro día, mucho más, las pupilas dilatadas, vibrantes. De un rojo no natural, más bien un violeta incandescente, eléctrico, de otra dimensión. Me sostiene la mirada cinco, diez segundos, suficiente para forzarme a desviarla, babosea. Y entonces lanza un grito que paraliza el ambiente. Un chillido de una potencia nunca oída. Un agudo rompe tímpanos. Pego un salto, quedo en evidencia. Mark me llama con la mano. ¿Todo bien? Sí, sí, todo bien. Vamos, dice, no tenemos nada que hacer acá. El viaje de regreso es en silencio, algunos bufidos de Igor que se agarra la cabeza de vez en cuando. Yo sabía, yo sabía, suelta en un momento. ¿Qué?, le digo. Nada, nada, contesta, espero que no sea nada. No me den pelota.
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Esto no está en los libros.
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Me digo: Hay que provocar la calma. Urgente.
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El equipo está reunido en la entrada de uno de los contenedores. Contamos lo que pasó, azoramiento, danza de cejas y hombros. Cámara se enardece, mi madre se horroriza, Blas ni se entera, Viva sigue de siesta. Gema sugiere tomarnos el día para descansar. Virgo que no, que se nos va el plan a la mierda si paramos. Hay votación y se decide continuar por cinco votos contra tres. Rémy hace un gesto con el índice como diciendo que estamos locos. O que el mundo está loco. O que él está loco. En dos horas encaramos las primeras escenas en la casa.
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El día está lindo por ahora.
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Cuán poco hay que entender para fascinarse.
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El latiguillo de Rémy: How do you explain? How do you explain that thing? How do you explain that strange thing? How do you fucking explain that strange thing? Ah? Eh?
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Si la situación no es positiva, en el sentido de que no alienta la expansión del ser, en el mejor de los casos, la disminución del daño, así esté en la antípoda del deseo, pasa por el intento de abortar el acto en cuestión, sea físico o mental. Un Che!, un Ey!, un Uei Uei!, un llamado de alerta de cualquier tipo puede ser el comienzo del retorno a la senda de la salud. No es suficiente pero ya es algo. Si el ruido se instala, se acomoda, puede establecerse una nueva normalidad cuyas secuelas agravan la situación de marras. Ocurre a cada rato, no hay que alarmarse, ni resistirse, tampoco dramatizar, ni caer en el enojo, se trata de evitar que lo nocivo reine y cristalice. Che!
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Virgo: Algo huele a podrido en Punta Indio.
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Mark: No digo de hacer como si nada, es sólo que no hay nada que podamos hacer. Lo muerto, muerto está.
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Gema: Hay que dar la batalla del amor hasta el final.
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El continuismo se pone en crisis.
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Georgia: La homeostasis es la capacidad que tenemos los seres vivos para autorregularnos y mantener una relativa constancia en la composición y las propiedades del medio interno del organismo en respuesta a los cambios externos.
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Cámara: ¡Qué garrón acabar así!
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Para que ocurra algo, para que algo de veras se modifique, el modus operandi, léase mutis por el foro, debe durar una estación entera, de punta a punta, de 21 a 21, del temple al sudor, del sudor a la caída, de la caída a la escarcha, de la escarcha al reset.
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Viva despierta, la pongo al corriente de lo que pasó. Se tapa la boca y se larga a reír. No quiero pero me contagia. No tenía la cabeza puesta, le digo para ubicarla. Un uomo senza testa?
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La risa no para.
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Ya no hay locas.
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El silencio de los buenos.
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La casa, mi casa, la casa del personaje que es en realidad el personaje en el que se transformó el personaje original, está en el medio de la nada. Una L con galería y techo a dos aguas. Hay un molino, un pequeño tanque australiano, una galería, y un jardín. Es una casa desproporcionada, difícil de entender. Una linda casa y al mismo tiempo tiene algo de derrumbe, unos olores raros, de un podrido permanente. Una casa abandonada, de pie. La basura sale por los poros. Tenemos dos jornadas de filmación programadas acá. Se nos viene un trabajo arduo, diferente, en el plano afectivo. Tal vez estuvo bien empezar por el ritual de los animales y el encuentro con la tribu. No habría sido lo mismo si hubiera sido al revés.
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Decime, por favor, que no vamos a sufrir más. Que las cosas van a cambiar por fin y para siempre. Que la vida no se va a terminar nunca.
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El cuchillo es la mente.
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Al revés nunca es lo mismo así termine siendo igual.
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Las últimas semanas, antes de venir a Punta Indio, a Mark se le ocurrieron unas ideas locas. Radicales. Crear es errar, es su lema ahora. Llevar el juego más allá, al extremo de lo extremo. El asunto es que vamos a filmar realidades paralelas dentro de la misma realidad paralela. Plan A: Llego a la casa donde pasé los veranos de la infancia y adolescencia, me espera mi madre. Voy en respuesta a su llamado, una invasión de fieras está depredando el jardín. Un agujero en la tierra de dos metros de diámetro es la prueba de los ataques. Un pozo desconcertante. Voy solo. Plan A prima: Igual a plan A pero me acompaña mi hijo en la ficción. Plan B: Es la casa de mi ex mujer, una casa que construimos juntos para hacernos unas escapadas, o incluso con la idea de instalarnos lejos de la ciudad definitivamente, y donde ella se quedó a vivir después de separarnos. Son situaciones emocionales diferentes. En el plan B, mi hijo ya está en la casa y no viene conmigo. Plan C: No llego a ninguna parte. En la casa están mi madre y mi ex mujer. Mi hijo ocupa mi lugar. Soy un fantasma. |
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