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  Animales de compañía
Sonia Budassi
192 páginas; 20x13 cm.
Entropía, 2022
ISBN: 978-987-1768-75-2
 

 

     
   
     
 
Las voces que narran los distintos cuentos de este libro no son simpáticas ¿Desde dónde hablan los personajes? ¿Por qué ven el mundo así? En el primer cuento, por ejemplo, la narradora dice: 'Envidio que todo sea colorido, rico y fértil, no como cerca de mi ciudad: marrón seco e improductivo'. En el último casi parece haber una redención: 'Algo pasa, esta mañana, por primera vez, una chispa de bienestar'. Pero esa chispa enseguida se apaga. Y, sin embargo, las voces no son antipáticas, porque también hablan de sí mismas igual que del resto de las cosas y porque esa forma de hablar les permite decir algo –sobre sí mismas, sobre lo que las rodea– que de otro modo se escaparía. '¿Qué tiene de malo comer en un shopping?', pregunta una. '¿Los consejos son peores que el desconcierto?', pregunta otra. Al que dice 'esta noche fue perfecta' se le pregunta: '¿por qué?'. A otro que dice 'así es la vida' se le pregunta: '¿cómo es?'. Todos están fuera de lugar, o más bien en ese lugar intermedio entre que nada tenga sentido y que todo lo tenga en exceso. El resultado es un nihilismo despechado que, de tan excesivo, por momentos se invierte y se vuelve cómico. O casi cómico: la idea no es traer consuelo.
 
Pablo Katchadjian

Contratapa

 

 

 

 

 

 

 

 

     
   

De "Salvar el mundo"

 

Mi obsesión por los animales viene desde la infancia. Pasaba horas en un café habitado por fauna de peluche, ese de la zona más arbolada de mi ciudad; mientras iba hacia ahí, caminando con mi madre de la mano imaginaba monos inquietos sobre los árboles frágiles de Shanghái.

Una vez adentro recorría cada mesa mientras ella, lejana, pendiente de sus aparatos, tomaba su café descafeinado. Desde su computadora manejaba la ganadería, “nuestro capital” lo llamaba cuando hablaba con mi tía; para mí eran pobres vacas atrapadas en corrales que me miraban a los ojos profundo y directo; sus pestañas curvas me acompañaban más que las de los dibujos animados de Minnie Mouse en mi celular.

En ese bar temático, con mi vestido preferido –capas de rosado tul; bordadas a mano las pequeñas flores de finos tallos, musculosa de raso blanco y un moño en la vincha prendida a la cabeza– nunca me sentía sola. Ella se ubicaba junto a la ventana, donde pudiera verme, yo iba y venía, cada tanto permanecía frente al orangután o junto al leopardo de patas estiradas sobre la mesa, todos de tamaño natural. No me gustaba el tucán, demasiados colores apelmazados como caramelos surtidos en un frasco al sol. (Pero cuando en Australia conocí uno, me encantó).

Jugaba a convidarle bizcocho a la jirafa; ella, de pie, inclinaba la cabeza como en esos dibujos donde dinosaurios herbívoros estiran su extensísimo cuello como gorda víbora hacia el suelo para beber de un charco, o lo enarbolan, en elegante alarde de precisión, para alcanzar una fruta de la rama más alta. Y a lo largo de las horas tomaba mi té, mi frapuccino o mi leche de soja con cada uno de los animales del bar; sintéticas pieles peludas y madera en armoniosa convivencia estética.

Mi madre tipeaba eterna junto al vidrio casi siempre borroso por la lluvia mientras yo, cada tanto, movía algún peluche pequeño, a escala real, y se lo llevaba. Ella sonreía; quizá pensaba en esperar el fin de la tormenta para irnos. “Las cosas repetidas se estancan, se vuelven algo fijo”, sentenció una vez mi coach de la organización. Me recriminaba no ir tan a fondo con algunas misiones institucionales específicas: separar a ciertos animales de sus dueños o armar campañas contra la tenencia de caballos. Pero a mí su idea del hábito como inmovilidad me recordaba, en cambio, a ese logro de mi temprana edad: tomar como natural la frase “no puedo atenderte ahora” si iba hasta la mesa de mi madre demasiado seguido: un aprendizaje vital.

Existía una medida de tiempo para acaparar su atención plena. Lo disfrutaba, como a los también calculados recreos escolares: cinco a diez minutos por hora cátedra. En definitiva, gran parte de la infancia se trata de eso: mensurar la disponibilidad del otro y, en consecuencia, aprender a ser rechazada. Un adiestramiento sobre los modos en que corresponde buscar compañía y los que implican una invasión. Los animales sí estuvieron conmigo siempre. Vendrá de ahí mi vocación ecologista. Me queda claro que mandaron a Wei, ese falso chino, porque algo de mi trabajo como Directora Regional no los conformaba. Se obsesionaron con la supuesta autonomía de las otras sedes, según leí entre líneas en el último instructivo. Y en una teleconferencia dijeron que mi formación en Ecología de la Producción debía adaptarse al nuevo enfoque de la ONG y a “la coyuntura”.

 

Fragmento
     
   

Autora

 

   
                     

Sonia Budassi nació en Bahía Blanca en 1978. Es escritora, editora, docente y periodista cultural. Publicó los libros de ficción Periodismo, Acto de fe y Los domingos son para dormir y de no ficción La frontera imposible: Israel-Palestina, Apache. En busca de Carlos Tevez y Mujeres de Dios. Formó parte de antologías en Argentina, España, México, Francia y Estados Unidos. Es la editora de la revista de Cultura de elDiarioAR; antes de Anfibia, Ñ y del sello de narrativa Tamarisco. Colabora con distintos medios y es docente de escritura creativa, crónica y crítica cultural.
Animales de compañía ganó el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2021.

   

Reseñas

Agustina Bazterrica
(Presentación)

Radar Libros
(Fernando Bogado)

Entrevistas

Télam
(Eva Marabotto)

El Ágora
(Adrián De Paulo)

 

[Presentación]

Universos y hallazgos

Por Agustina Bazterrica

La primera vez que leí Animales de compañía, de Sonia Budassi fue en el marco del Concurso del Fondo Nacional de las Artes cuando fui jurado junto a Mariana Travacio y Gustavo Nielsen. Lo que sentí mientras lo leía y más cuando llegué al final, fue que quería abrazar a la persona que lo había escrito y decirle gracias. Eso fue lo que les dije a Mariana y Gustavo cuando llegó la hora de las definiciones. A ellos les había pasado algo parecido. No hubo ningún tipo de discusión, todos coincidíamos en que este era el primer premio por unanimidad. Y la segunda vez que lo leí, para preparar esta presentación, fue mejor que la primera porque empecé a descubrir simbolismos y líneas de análisis, ese río subterráneo que está en los buenos libros, que en la primera lectura había intuido, pero no había profundizado. Por todo esto, me pone muy feliz comentar este libro.

En una entrevista Rulfo afirmó que cada uno de sus cuentos tenía la extensión de una novela y que él iba limpiando, sacando, puliendo hasta lograr un equilibrio entre lo dicho y lo sugerido y, en ese proceso, usaba de manera inteligente la economía de recursos sin vaciar el cuento de su potencial de universo completo. ¿Por qué digo esto? Al igual que con los cuentos de Rulfo lo que, para mí, sucede con los cuentos de este libro es que cada uno de ellos son universos en sí mismos, los leemos y no necesitamos más porque una vez que ingresamos al cuento, ya no queremos salir, tenemos todo lo que necesitamos ahí, tenemos la magia, aunque suene cursi la palabra. Porque ¿no les parece mágico que estos símbolos artificiales que son las palabras se transformen en nuestras mentes en algo que tiene vida? Pero claro, no siempre sucede que un libro logre que seamos parte de una realidad nueva, de una melodía nunca antes oída. Pero cuando pasa, como en el caso de este libro es asombroso, ah…yo agradezco la magia.

Y también valoro muchísimo cuando esos universos me están contando algo más que una historia bien narrada, o gramaticalmente bien escrita. Cuando hay visceralidad, cuando la mirada está corrida, cuando se obliga al lector a caminar por el borde, a cruzar los espacios de lo incierto. Y Sonia ya plantea este corrimiento desde el título: Animales de compañía. Uno se pregunta, ¿quiénes son esos animales? ¿Animales humanos, animales no humanos? ¿Realmente nos estamos acompañando unos y otros? ¿El ser humano encontró en estos compañeros ajenos al lenguaje articulado, en estos animales no humanos, una forma de explicarse, un factor de alteridad con y contra el cual nos definimos?

Animales de compañía
acompaña estas preguntas, y las lleva hasta sus límites: la línea que enlaza el libro es la presencia, a veces explícita, a veces subyacente en las palabras de los personajes, a veces presente en nuestra propia animalidad, de mascotas, de animales salvajes, insectos, animales encarnados en peluches y animales humanos. Esta diversidad de animales tienen un claro lugar en la trama y al mismo tiempo significan metafóricamente. Traen a la superficie pistas para descifrar lo que Ricardo Piglia llamó “la historia secreta”, al desentrañar la doble cualidad de un buen texto, que mientras presenta en primer plano una historia, cuenta en verdad otra que requiere del lector para emerger, el río subterráneo del que les hablaba al principio.

Para descubrir la historia secreta es necesario que el lector se involucre y encuentre esos tramos que articulan el libro. Creo uno bastante claro es el de la soledad. En este libro hay nueve versiones de la soledad, aunque el título sea Animales de compañía hay historias de abandonos, destiempos, desencuentros, miedos, decepciones, traiciones. Estos temas están tratados a veces a través de la ironía, el sarcasmo y la mordacidad y creo que este es uno de los grandes aciertos del libro porque le da otra dimensión a la lectura. Quiero leerles un párrafo corto del cuento “Salvar el mundo”, donde una militante por los derechos de los animales no humanos, afirma: “Las acciones conjuntas con otras organizaciones son puntuales: con los veganos contra los mercados de carne, performances con actores disfrazados de vacas y ovejas frente a carnicerías; en las puertas de karaokes, cines y discotecas, proyecciones de cómo sufren las gallinas ponedoras; muestras de arte con desechos de fábricas capturados en apestosos riachuelos urbanos y en los más fotografiables canales medievales de turísticas aldeas europeas; proteccionismo animal si se encalla una ballena, ataques a buques pesqueros; liberar delfines y especies lindas –en el fondo del mar seres primitivos de aspecto monstruoso mueren sin que generemos por ellos ninguna piedad: soy la única que lo dice“.

Me interesó especialmente cómo, en algunos cuentos, Sonia trabaja con la idea de la estética de los animales y a partir de allí genera una fuerte crítica social. Salvar especies lindas y admirar a los humanos con belleza hegemónica. Es notable cómo algunos personajes femeninos están atrapados en esta red de violencia estética, de exigencias y disciplinamientos sociales del cuerpo. Por ejemplo, en el último cuento “La gran muralla” la protagonista dice: “Lo bueno viene en frasco chico.” Crecí escuchando eso, pero yo un metro ochenta y corpulenta, “huesos grandes” decía mi abuela, grandota como yo. Gorda ante las miradas masculinas, siempre impiadosas, exigentes, tiranas. Una mongola latinoamericana de las estereotipadas series históricas on demand y del cine que nunca llega al Oscar pero sí a Sundance: aun sin ser obesa, desubicada en los talles frecuentes de ropa, zapatos y guantes de goma para lavar”, y más abajo: “¿Qué haría esa chica rubia altísima y anoréxica, belleza tan canónica, con mi poncho de lana comprado a una criadora de llamas en Santiago del Estero si tomara la vida de mi valija? ¿Se convertiría en tejedora de un colectivo indígena organizado o en gerenta de marketing para esos productos, vendiéndolos a marcas de lujo con sello autosustentable?”. En el cuento Kilómetros de distancia leemos lo que genera el privilegio de la delgadez y la meta que nos imponen y nos imponemos hacia ese objetivo que siempre es dolorosa. Les leo lo que dice la protagonista de los carteles que escribía su hermana: “Orgullosa de haber aprendido a leer, yo los observaba al detalle, los releía: “Gorda, no comas”, “¡Chancha!”, “¿Estás por darte un atracón? ¡Hay que parar!”. La lectura me provocaba un malestar en el esternón. Esternón suena a una mala palabra; lo mío es el dibujo, y la forma de ese hueso es fea, no dan ganas de ilustrarlo. Nunca supe si esa didáctica era parte del tratamiento para adelgazar u obra de su ingeniosa invención. Luego se convirtió en una flaca espléndida; esa apariencia que inspira a las adolescentes a obsesionarse con lograrla para sí a cualquier precio. Su cuerpo, más viejo que el mío, se me volvió envidiable”. Estos fragmentos, y otros del libro, me remitieron a dos frases de Naoimi Wolf que dijo: “una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres, está obsesionada con la obediencia de éstas” y que “la dieta es el sedante político más potente de la historia de las mujeres”. Acá está el desplazamiento también, habitamos cuerpos con los que nunca estamos conformes, donde siempre vamos a sentirnos desalojadas.

Siguiendo esta misma línea, pareciera que los personajes no terminan de encajar, no encuentran su lugar, tienen la identidad desplazada. Al igual que a los animales, a los seres humanos también nos alejan de nuestro hábitat, uno que jamás conocimos ni conoceremos y que igual extrañamos. Ese lugar de perfección y felicidad absoluta al que nuestra cultura quiere que lleguemos: la casa ideal, la familia ideal, el departamento ideal, la pareja ideal, el viaje ideal. Y es por eso que como nunca vamos a alcanzar esas utopías seguimos caminando, incansablemente. Es por eso que este libro nos propone muchos tipos de viajes: en auto, en colectivo, viajes a China, mudanzas, y viajes simbólicos, como puede ser el viaje al fin de una relación, como si al estar en un movimiento continuo los personajes se distrajeran de su propia precariedad. Como en el primer cuento, Kilómetros de distancia, donde una familia viaja en un auto, y hay un conejo de peluche, un muñeco hecho de materiales que no le dan estructura, blando, rompible que lleva la carga simbólica (según mi lectura) de la enfermedad del sobrino de la protagonista y de una profunda desunión en una familia, que cada uno está a kilómetros de distancia del otro, que en este viaje que intenta aferrarse a cálculos, seguridades, datos estadísticos para evitar pensar en que, a veces, no se puede controlar nada.

Animales de compañía
es, también, una travesía para descubrir la escritura de Budassi y, a instancias de eso, a nosotros mismos, a nuestra propia humanidad. A nuestras mezquindades, nuestros terrores, los modos perversos de engañarnos a nosotros mismos y a los demás, los extremos en los que caemos. En esa comunión entre el lector y el autor hay un sentimiento ambiguo donde hay espacio para preguntarse por la propia identidad, por la propia animalidad. Y es ahí donde sentimos que Sonia mete el dedo en la llaga, pero no te importa porque sabés que lo está haciendo con la lucidez y la habilidad de una alquimista que conoce el peso específico y la potencialidad de cada palabra. Un buen ejemplo de esto es el cuento “El perro te mide pero vos tenés que mostrarle quien es la autoridad” donde escuchamos la voz de aquel hombre en el hospital lejos de su perro, y es una voz tan bien trabajada, que aunque quizás no conozcamos a alguien así, con esa problemática y con esa cadencia, aparentemente rústica, pero extremadamente perspicaz, sabemos que esa persona narrada es real, existe porque sentimos su dolor, sentimos la desesperación y el aroma químico y deprimente de los hospitales y nos tocamos la pierna, pensando, ojalá nunca me pase lo que le pasa a este señor. Estamos ahí con él. Igual sucede con la cercanía que Sonia Budassi logra en el cuento “Mapas de relación” donde el vínculo con un gato nos puede mostrar el reverso de los sueños, de las relaciones, donde las vidas están rotas, pero se hacen esfuerzos desesperados por unir los pedazos.

Para lograr esto Sonia se toma su tiempo. Deja que las situaciones crezcan, de a poco, sumando de a uno pequeños eventos, fragmentos, detalles irónicos y certeros como fotos que van agregando capas sentimentales. Hasta que aparece el estallido o la revelación. Como en el cuento “Capacidad de adaptación” que es un recorrido muy gracioso y también desesperante de una pareja que busca departamento y termina con una imagen potentísima que connota tantas cosas. Y justo cuando pareciera que no hay nada más para contar, Sonia se anima a dar un paso más y lanza al lector a caminar por el borde del abismo como en el cuento “La velocidad del alacrán” donde hay silencios que son peores que un nido de alacranes.

La presencia de lo animal nos recuerda que la existencia consiste en lo inesperado, lo brutal de las identidades fragmentadas, aquello que nos sacude con impiedad y tristeza, con la herida y el dolor y también con la alegría y mordacidad. Y mientras leemos sabemos que esa es la mejor forma para que la llaga cicatrice, porque Sonia lo resuelve con la belleza de la escritura certera. Es como la cauterización: quema pero cura. Por eso no nos extraña que, a pesar de haber sido marcados, incinerados por dentro, al terminar Animales de compañía el sentimiento sea de felicidad. Es el efecto que depara un hallazgo literario.

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[Radar Libros]

La mano del amo

Por Fernando Bogado

A la larga, la pregunta insiste. ¿Qué son los animales? O sea, qué dice un animal acerca de nosotros, no ya como un pedazo de la vida suelto por ahí que quiere mantenerse respirando, como cualquier cosa que esté viva, sino qué son en tanto símbolo. Qué representan. Qué dicen de nosotros en su mudez animal, pregunta que tiene tonos filosóficos, pero que ha sido siempre el terreno fértil de la ficción, en ese esfuerzo que la literatura tiene porque todo hable y diga, o toda enmudezca de golpe y se presente en su total naturaleza enigmática. Esos parecen ser los dos extremos de Animales de compañía, el último libro de la escritora argentina Sonia Budassi (Bahía Blanca, 1978), un conjunto de relatos con los que obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes 2021 en la categoría cuentos. Pequeñas historias en donde los personajes actúan como si fuesen animales que acaban de escaparse de un lugar familiar, sea ya una jaula o una casa, y no saben muy bien qué hacer, para dónde ir, en dónde conseguir comida y cómo sobrevivir luego de enfrentarse al hecho de que están realmente solos.

El tono del libro en general recuerda mucho el estilo ascético, un tanto distante y hasta cínico de las novelas de Bret Easton Ellis, no sólo por el hecho de que hay momentos en que se mira con juiciosa distancia las decisiones que algunos toman, sino también por el entorno cultural que los rodea: en “Salvar el mundo”, un relato que atraviesa inicialmente las mieles y superficialidades de la rutina de una ONG ecologista, esa naturaleza que quiere preservarse se choca con los tonos y expresiones del mundo del marketing, obsesionado en darle sentido a palabras en inglés que mejoren la productividad y afilen la competencia (porque la ONG, confiesa Wei, uno de los personajes, compite con otras, a la larga, a las que hay que vencer). La narradora, quien trabaja en la organización, siente de fondo este malestar patente en el cruce de los animales con los que sueña o a los que siente que siempre acompañó con una lógica empresarial de la cual también participa: la síntesis entre ese anhelo y la realidad artificial son los animales de peluche que decoran sus recuerdos de infancia, cuando con su madre visitaba un café con “fauna” artificial en Shangai. Ese es el mundo de todos estos cuentos: un decorado artificial que parece esconder algo que pulsa, que vive, que quiere respirar, pero que no se termina encontrando. La tensión de los relatos nace de la inminencia de algo que nunca va a suceder, parafraseando al Borges que habla acerca del sentimiento estético, pero también de la inmensidad de la llanura.

Entonces, lo que tenemos en estas páginas son personajes un tanto desorientados que buscan volver a cierto bienestar, a veces, vinculado con el pasado, con algo que funciona como el “Happy Place” que cierto discurso imperante en el mundo contemporáneo nos obliga a construir para silenciar el sin sentido, la soledad o el horror. Quieren volver, mejor dicho, pero no pueden, nunca más podrán. “El perro te mide pero vos tenés que mostrarle quién es la autoridad” es un cuento que reúne todas estas condiciones, la de enfrentar lo inevitable, la de no saber cómo lidiar con lo que está pasando, la de querer volver el tiempo atrás y estar en ese “lugar feliz” perdido para siempre. Un jardinero tiene que enfrentarse a la amputación de sus piernas, primero una, luego la otra, y lo que al principio parecía una disposición amable para la cirugía de su parte, termina convirtiéndose en una muda resistencia: el “paciente” no solo no quiere, sino que, a medida que el relato avanza, se retrae mucho más, se guarda en un silencio que resulta cada vez más misterioso para los especialistas. Lo único que tiene en el mundo, su perro, funciona como un ancla para bancar la embestida de doctores y enfermeras que le señalan que está loco, que va a morir si sigue así. Su perro y su lengua, su diálogo interior con los recuerdos, con su hermano: con eso, el relato logra armar el discurso de un personaje que queda atrapado y añorando el verde césped y los días de sol. Otro animal, esta vez, enjaulado.

Budassi consigue en cuentos que se concentran en anécdotas menores construir mundos complejos en donde no es tan sencillo tomar la decisión correcta. No porque el lector no las entienda, no las deduzca, sino porque los personajes siempre tienen una capa más de densidad, un deseo más difícil de comprender, como para que las cosas sean tan sencillas. De ahí que varias de estas historias se concentren en vínculos amorosos que se desarman o resultan extraños, incómodos. “Mapa de relación” va mostrando el lento desvanecerse de una pareja que descubre que la razón más fuerte que tenían para seguir juntos no estaba en ellos sino en el amor hacia Sibilo, su gatito. Pero puede suceder lo contrario, que una pareja no termine de formarse, también, por un animal: en “Perfecta”, una escritora descubre los sinsabores de su relación con un profesor universitario, entre otras cosas, por notar que él aborrece los animales, los gatos, los perros… ¿cómo se puede seguir con alguien tan en desacuerdo con toda otra criatura que deja pelos en el sillón y no es ella? Esa suerte de ajenidad que atraviesa el mundo de las parejas también tiene que ver con los escenarios narrativos: “La gran muralla” empieza con un viaje a Shangai, el mismo espacio que aparecía en la niñez de la narradora de “Salvar el mundo”; escritora y profesor juegan a que los desolados paisajes de la pampa se parecen a los de la estepa rusa en “Perfecta”, o lo mismo puede decirse de los hermanos que resultan desconocidos en “El perro te mide…” y, por sobre todo, “Kilómetros de distancia”. Lo familiar que se extranjeriza, lo cotidiano que se enrarece, Budassi consigue relatos que se pueden poner en serie con diferentes historias cortas de la literatura argentina, sobre todo, en términos recientes, como sucede con los cuentos “extraños” de Samante Schweblin.

Animales de compañía es un libro de cuentos que no apuesta por el cierre de una estructura perfecta, en donde la conclusión resignifica partes del texto que funcionaban como secretos que tuvimos todo el tiempo frente a nuestros ojos, como sucede con el relato policial. Muy por el contrario, son cuentos de climas, son cuentos de acciones que nos resultan a la mano, pero que, por una estrategia que tiene mucho de onírico, de repente, rompen lazos con nuestra idea de lo que es la realidad para quedar así, suspendidos en una especie de éter, objetos raros que creíamos entender pero que ahora se ofrecen a la vista como una imagen difusa, fantasmal. Sonia Budassi claramente parte de su identificación con la crónica, con su bagaje de periodista y de escritora, para dar el salto y dejar ese retrato de lo usual en el territorio del sueño: cada uno de los diez cuentos del libro desbordan, con sus narradores en primera persona o sus recuerdos o sueños evocados, cualquier tipo de semejanza con lo inmediato, a veces, con cierto gesto sorpresivo. Como un gato, animal doméstico por definición, que parece que se nos acerca por una caricia y, jugando o no tanto, cuando menos lo esperamos, nos muerde la mano.

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[Télam]

"Mis personajes están atravesados por la soledad y la inadecuación"

Por Eva Marabotto

Los cuentos que la periodista y escritora Sonia Budassi reúne en “Animales de compañía” no sólo exploran los vínculos entre las personas y entre ellas y sus mascotas, y la “animalidad” que comparten los seres vivos, sino que también se hacen eco de temas y preocupaciones absolutamente contemporáneas como la militancia ecologista, los mandatos sociales y el impacto que las redes tienen en las relaciones humanas.

En el libro que editó Entropía y ganó el Premio de Cuento del Fondo Nacional de las Artes en 2021, la autora de “Mujeres de Dios” despliega una serie de personajes que pueden ser antipáticos, pero arrojan sobre sí mismos la misma mirada cínica que tienen para los demás. Sin embargo, esa postura no es producto de un sentimiento de superioridad sino de la conciencia de percibirse distintos, de la imposibilidad de insertarse en la sociedad, de responder a sus mandatos o, simplemente, de establecer vínculos con los demás, humanos o mascotas.

“Cuesta trabajo conseguir grupo de pertenencia”, dice la narradora del primer cuento, “Kilómetros de distancia”, que viaja horas en un auto con toda su familia. La de “Perfecta” recurre a toda clase de ardides para lograr la imagen adecuada para una cita, y el de “La gran muralla” se preocupa obsesivamente por darles a sus seguidores en las redes lo que ellos esperan de él.

Sobre su concepto de la escritura como el instrumento para abordar aquello que le genera problemas o le molesta, habló la autora con Télam en esta entrevista.

-Télam: ¿Cómo elegiste los cuentos que constituyen el libro? ¿Tienen algo en común?

-Sonia Budassi: Hay un sistema que se va produciendo mientras escribo. Es como en los sueños, quizás no tan racional pero noto que hay un sistema en común. Por eso hay cuentos inéditos que quedaron fuera del libro.

Hay un eje que tiene que ver con las preocupaciones que atraviesan todos mis libros que son los mandatos sociales, los estereotipos, las idealizaciones. Son personajes que están atravesados por la inadecuación, por querer encajar en un mundo, en una familia, en una relación, o en una ciudad y siempre fracasan.

-T.: Lo curioso es que los personajes tienen una mirada cínica pero incluso para mirarse a sí mismos.

-S.B.: Sí. Hablando con Pablo Katchadjian, que escribió la contratapa, rescatamos una categoría de Peter Sloterdijk que tiene que ver con un cinismo de derecha y uno de izquierda. Es decir, el de los ricos que no quieren pagar impuestos por conveniencia y el del obrero, el laburante, que no cree en nada. Todos son cínicos de algún modo. Pero, al mismo tiempo, mi intención era que los narradores no estuviesen por encima de los personajes. Que no tuviesen esa soberbia. El punto es que ellos fracasan, así que no están en condiciones de hacerse los cancheros.

Hay una cuestión que me parece que es muy contemporánea, que la vemos en las redes y, digamos que tiene que ver con la atmósfera social vinculada al ingenio, que te da una superioridad. Pareciera una competencia a ver quién es más ingenioso, quién puede hacer la mejor chicana. No digo que lo haya logrado, pero intenté, porque me pareció interesante literariamente que los personajes tuvieran una cuota de malicia pero no de cancherismo.

-T.: Aunque están presentes los temas universales de los que hablaba Borges, tus cuentos enfocan cuestiones más contemporáneas: las imposiciones estéticas, la militancia ecologista…

-S.B.: Hay una figura de la militancia, del activista, que me interesa mucho, que también trabajé en mi libro de no ficción “La frontera imposible". Sobre lo políticamente correcto de estos activismos y los mandatos de lo que deben ser que son, a veces, un poco arbitrarios. Está en el cuento “Salvar al mundo” donde hay un cuestionamiento sobre los animales que hay que proteger porque las acciones que hacemos para cuidarlos son fáciles de viralizar porque son agradables, mientras que otros que están en el fondo del océano son horripilantes y poco “marketineros”.

Por eso creo que las valoraciones sobre la belleza y lo que vale más o vale menos atraviesa diferentes áreas, incluso las causas nobles. Muchas veces creemos que las redes son más democráticas porque cualquiera puede tener su Instagram o su Twitter, pero en realidad, en ellas se trasladan los mandatos que hay en otras áreas. Es cierto que uno puede publicar lo que quiere pero los mandatos se hacen sentir en los comentarios. También están la autocensura y los filtros.

-T.: El tema de la soledad también está muy presente en los cuentos. Los personajes parecen tener distintas soledades, incluso cuando viven acompañados…

-S.B.: Sí. Margarita García Robayo me hizo ver en la presentación que se llama “Animales de compañía” pero los narradores están solos. Todos mis personajes tratan de generar vínculos. Les importan los otros. Pero hay algo que fracasa y es, quizás, porque hay una idealización que tienen con respecto a las relaciones afectivas, a la familia, a las amistades. Entonces cuando intentan encajar en esos formatos idealizados sienten esa inadecuación. Y está esa preocupación por ser atractivos, por ser queridos, y sin embargo, todos están atravesados por la soledad y la inadecuación. No encajan.

-T.: Surge también la pregunta, ¿dónde está la animalidad de la que habla el título? ¿en las mascotas o en los humanos?

-S.B.: Hay una pregunta que tiene que ver con esto y es ¿qué es lo animal? En algunos cuentos los animales son peluches gigantes, por ejemplo. U operan de manera simbólica como la irrupción de una laucha que habla más de lo que pasa en esa pareja, y es un pequeño horror cotidiano que aparece de manera sorpresiva o inesperada.

Pero también hay algo que me dijo alguien, medio en broma, de que el título “Animales de compañía” parecía un libro sobre “chongos” y en realidad creo que todos somos medio un animal de compañía del otro y siempre está la pregunta sobre la animalidad y los salvaje. ¿Qué queremos domesticar de nosotros? ¿Qué queremos domesticar del otro?

Me encantan los animales pero creo que hay una cuestión sobre la domesticación y la necesidad de libertad. Tenemos esa preocupación por crear vínculos también con un animal.

-T.: Algunas historias tienen una tensión que va in crescendo, una cierta morosidad que va creando un clima que se desencadena al final. Quizás el mejor ejemplo es el cuento en el que un personaje tiene una gangrena que va avanzando…

-S.B.: Sí. Tengo esa preocupación y también esa cuestión de la estructura y la de ir generando un clima y meter al lector en un universo del cual no pueda salir. Por eso no me molesta la morosidad para que al llegar al final vos puedas sentir lo que decía Walsh de que para sentir la muerte de un personaje tenés que verlo vivir. Entonces si estás en su mundo podés sufrir y cuestionarte como él lo hace.

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[El Ágora]

“Siempre tenemos un mandato, sobre qué debemos ser o cómo nos tenemos que sentir”

Por Adrián De Paulo

Antes que escritora, docente y periodista cultural, según su recorrido, a Sonia Budassi se la podría confundir con una antropóloga 2.0. Es que su libro de cuentos ‘Animales de Compañía’, (Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes), expone cierta cadencia maliciosa en sus personajes, comparable a cualquier típico vecino de la aldea virtual.   

Sin embargo, sus libros de ficción (Periodismo, Acto de fe y Los domingos son para dormir) y de no ficción (La frontera imposible: Israel-Palestina, Apache. En busca de Carlos Tevez y Mujeres de Dios) confirman que la muchacha oriunda de Bahía Blanca, ya se curtió bastante en esto de bucear sobre comunidades, más allá de hashtags y likes eventuales. De hecho, entre las preocupaciones e intereses que expone en esta entrevista, hace sopesar sus dudas acerca del sentido democrático del que se jactan las redes sociales. Entre otras consideraciones.

Después de leer ‘Animales de compañía’ queda una duda latente ¿mejor solo que mal acompañado?

-Lo terrible es que por más solitarios que seamos es inevitable estar con gente. No podemos zafar, ni siquiera si tenemos esa vocación de hacernos religiosas con voto de silencio incluido: ¡ahí también debemos interactuar con la oración, el rezo o las cartas con plegarias que dejan los fieles, según aprendí con mi primer libro de no ficción! ¡Estamos atrapados! De eso mismo habla el libro. De cómo nos sometemos a las reglas que imponen las relaciones, siempre mediadas por instituciones y por imágenes que nos dicen: a qué debemos aspirar. Cuál es la familia ideal, la casa perfecta, el viaje soñado, la manera de salvar el mundo, a los animales o a la gente enferma. Esas encerronas donde manejamos la noción de libertad personal y las negociaciones sociales; desde el trabajo a los afectos; ¡ay la vida en sociedad! O también los mecanismos para ganar dinero que vienen y van y de los que somos víctimas, quizás victimarios; mecanismos de los que formamos parte para sobrevivir.

Percepción apasionada la de Budassi quien minuciosa, enumera, aquello que la provoca. “Me interesa desarmarlos, dejarlos en evidencia. Más allá de los experimentos de los ermitaños, están las búsquedas como las del autor estadounidense Henry David Thoreau, que ya en el Siglo XIX postulaba la revolución de irse a vivir al bosque. Además de sentar las bases de lo que se conoce como desobediencia civil. Thoreau argumentó sobre los formas de resistirse a las leyes estatales que son injustas”, explica y amplía: “Creo que hoy no es solo el Estado quien nos condiciona -como algo inevitable, para para vivir en sociedad, para convivir,- sino que los mandatos vienen de diferentes instituciones y, desde ya, de la industria cultural: la tele, las redes, el cine, las series”.

En ese combo que se instala e impone, no necesariamente por la fuerza, la escritora no exime a nadie. “Hasta la pareja puede verse como una institución aceptada socialmente, más allá de los nuevos mandatos de la deconstrucción. Y las redes sociales funcionan expandiendo modelos de cómo debe tomar forma la belleza y la felicidad, casi como antes lo hacían los medios tradicionales”, sentencia, quien se atreve a desconfiar de la democratización de las redes, “Si bien algo de democrático tienen, igual que los personajes de mi libro, lo padecen más como esclavitud que como emancipación. Además, aunque hoy sea posible publicar sin la intervención de otro sujeto, las empresas como Instagram o Twiter reproducen los sistemas de poder”, asume la periodista.

“Las jerarquías arcaicas de autoridad siguen aun vigentes; no me quiero poner teórica pero no cualquiera puede ser influencer, como dice la experta en el tema Carolina Duek en un artículo de elDiarioAR”.

La gama de colores y situaciones de ‘Animales…’ se explicitan en la personalidad de Wei, en un viaje claustrofóbico dentro de una Trafic hasta la muralla, en el interior de un departamento de Palermo Queens e, incluso, a través de una particular forma de percibir la perfección, por citar personajes y situaciones reflejadas en los cuentos de Sonia.  

-En esos vínculos parece haber una recurrente densidad ¿lo atribuís al post pandemia, a la temática que elegiste para contar o “simplemente” a una forma de relacionarse?

-Creo que siempre tenemos un mandato, aunque lo veamos de manera distraída o que no lo notemos del todo, sobre qué debemos ser, cómo nos tenemos que sentir. Quizá la pandemia y toda esa reglamentación que aparentemente era necesaria en términos sanitarios https://www.revistaanfibia.com/voceros-del-virus-pseudoprogres-tibios-extremistas ,  mostró qué tan sensibles somos ante la incertidumbre y cuántas teorías se generan. Al punto de que la gente que era muy tolerante y flexible adoptó una conducta súper policíaca y controladora sobre lo que hacía el resto. Eso exacerbó algo que ya estaba latente. En especial esa necesidad que tenemos de opinar y juzgar el comportamiento de los otros, sus conductas, de la gente que queremos. Como mencionás el cuento donde la pareja busca departamento, a lo que pasa con Wei, el personaje que cae como interventor a una ONG global ecologista, y que no sabe bien si es occidental o chino, por sus rasgos corporales, para juzgar aquello que está haciendo bien o mal la Fundación;  a qué animales vale la pena salvar, a cuáles no, y cómo hacer para viralizar cada acción. A veces más enfocado en la conveniencia económica que en la justicia de la causa. 

– Se nota una tarea minuciosa de cada cuento en relación a su contexto ¿Cómo fue a grandes rasgos, trabajarlos?

-Esa siempre fue una obsesión para mí. Bah, es lo que deben hacer todas las escritoras y escritores, en mis tres libros previos de ficción y los otros tres de no ficción la forma, el cómo contar bien, en la elección de las palabras. No digo nada revelador pero cada palabra tiene un peso específico e intento ser muy conciente de esa batalla, de esa búsqueda. Entonces es sentarte y escribir y luego rever, corregir, repensar. La desconfianza sobre el modo de narrar es la misma que existe frente al mundo; nada te da paz, siempre hay que estar muy atenta, espiar el instersticio donde las cosas se dan por sentadas y hace que se nos escapen los mecanismos naturalizados, que quedan ocultos cuando contamos cosas, y cuando las vivimos.

Acaso pone reparos frente a la idea de espontaneidad “Es que no existe del todo. Estamos mediados: ya desde el momento en que transformamos nuestra experiencia en un relato al contestar esta entrevista, al relatar una pieza de ficción o de no ficción. Y ahí surge la diversión de imaginar, de recombinar y crear nuevas realidades. Y de temer lo que se da por supuesto”.

¿Cuál fue el disparador de estos cuentos, si los hubo? ¿Habrá gente cercana que pueda darse por aludida?

-El libro intenta abordar desde distintas historias estas formas de lo institucional, las idealizaciones desde distintas perspectivas.  Siempre es lindo cuando te dicen que se sintieron identificados los lectores porque cuando escribís está, por debajo, la ilusión de conmover, de hacer pensar. Muchos me dicen que aunque no lo hayan experimentado en persona se sintieron al borde del peligro como pasa en un cuento donde es inminente un accidente de auto. Que se sintieron oprimidos como en el relato donde un jardinero se resiste a un encarnizamiento terapéutico, y también en la extrañeza ante escenarios que se corren del centro europeo y que van del campo pobretón de la pampa seca a Oceanía, y Asia. Me gusta trastocar el centro estadounidense, incluso el latinoamericano y considerar narrativas que se corren de lo que más conocemos. En otros escenarios, sin bajar línea pensar la descolonización, lo que se superó, lo que sigue vigente.

En paralelo a un viejo tema de Charly García, ‘¿Para quién canto yo entonces?’, pensando en su rol de escritora, la autora acepta el desafío de repensarse.

“Hay algunos intelectuales o artistas que dicen que “escriben para un solo lector”. Hay un prejuicio anti popular tremendo, histórico, en relación a la literatura. Yo quiero escribir para todos y todas pero sin conceder mis preocupaciones porque siento que perdería calidad o interés; quiero hacer relatos originales, no manufacturados. Además lo popular o masivo no siempre se contradice con lo “bueno” que una intenta. Creo que “una cosa no quita la otra”. O es mi intento aunque, digamos todo, no pienso en ningún lector cuando escribo”, sentencia.

De todos modos agradece las devoluciones. “Cuando me leen y me hacen comentarios es todo o casi todo sorpresa (pues antes de publicar me leen escritoras o lectoras en cuyo juicio confío y que son muy poco condescendientes). Pero hay mucha hipocresía en eso de decir que no te importa si te leen y no es contradictorio querer escribir bien y tener personas que se vean afectadas por tu literatura, y si con eso le das un goce estético e intelectual, está buenísimo”, celebra aunque asuma su percepción, según su tarea. “Puede sonar egotrip pero más egotrip es negarlo con falsa modestia. Ojo: también la literatura es una actividad sumamente marginal. Quién pudiera crear música pop para llegar más masivamente y hacer lo mismo en más gente. Los literatos suelen darse una importancia excesiva que me causa a veces gracia, otras, vergüenza. Pero también pienso: a quién no le gustaría influir en el curso del mundo haciendo arte”.

¿Cómo es trabajar la literatura en tiempos de algoritmos y redes sociales?

-Está buenísimo, la realidad es más densa, los conflictos se acentúan, aparecen más trampas, más contradicciones, más esquemas que generan poder pensar narrativamente cada historia. Ahora no solo un personaje puede pelearse con otro en el trabajo porque lo miró mal, le robó una oportunidad, lo buchoneó con su jefe: además está el plano virtual donde puede lanzar una ironía hiriente tan significativa como sus actitudes materiales de querer robarle el puesto con gestos de mezquindad e injusticias.

Asimismo, el interrogante se extiende a su rol docente. “Siempre me pregunto qué es transmisible pero lo básico es leer, leer, leer buscando las estrategias de cada narradora o narrador. Analizar. Leer reseñas. Hoy todo es muy accesible: aprovechar eso. Hay mil cursos, conferencias, entrevistas y libros online. Bajar el ego. Corregir y leer. ¡Ah creo que ya lo dije mucho! Tomé una conferencia en Filba (Festival de literatura referente para el ámbito cultural latinoamericano que se realiza en Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile) el año pasado y el gran escritor estadounidense James David Poisant, autor de ‘El paraíso de los animales’ (Editorial Edhasa) decía que es inadmisible que quienes quieren ser escritores no quieran leer. Hacía una analogía interesante que me interpela con mis estudiantes y talleristas. No lo cito textual pero es algo así como que es inadmisible que un chef no guste de comer, que a un arquitecto no le guste disfrutar de las construcciones pero ¡es frecuente que quienes quieren escribir no lean!

Los premios

El reconocimiento del Fondo Nacional a su libro, lo vive como un estímulo “Una suerte de palmadita en la espalda que viene bien, pues además está muy prestigiado y es de los que a nivel global tiene una trayectoria de transparencia. Trabajamos en literatura porque queremos, sin esperar nada, robando tiempo al ocio, sin romantizar, ¡es lo que elegimos! Así que un reconocimiento siempre es una alegría. Admite que el periodismo “profesión que adoro, fue una excusa para canalizar mi vocación para escribir ficción; el periodismo literario y la crítica cultural fue una trampa que logré tenderle al sistema para ganar ese tiempo para leer y escribir ficción y ganar unos pesos”, realza dándole un marco más amplio a la cultura. “Me encanta meterme de manera desfachatada, con total libertad a hacer literatura de no ficcción en el mundo del deporte, por ejemplo. Haciendo crítica de series. El periodismo cultural, que abracé desde chica, me sigue seduciendo aunque sea cada vez más marginal”.

-Fuiste por Apache, por las monjas ¿qué te queda hacer en esa dinámica de relato e investigación?

-Toda realidad presenta capas que está bueno hurgar, salirse de los lugares comunes, de lo que damos por supuesto. Me interesa buscar en esos interesticios, pero ahora lo estoy haciendo a través de la ficción. Cómo se mete la nostalgia en nuestra relación con los consumos culturales. Las canciones citan marcas de ropa. Lo aspiracional está presente en nuestra manera de sentir y concebir la política, el amor, la amistad de una manera tan obvia que aterra. Prefiero contarlo a través de historias sin bajar línea en vez de militando de otro modo porque es el modo que mejor me sale.

–  ¿Cuál es el personaje que más se acerca a Sonia Budassi?

-Todos los personajes se me acercan desde el punto de vista en que me interesa mirar a otros personajes que no son yo pero que son temas, problemas, que creo nos interpelan, nos preocupan a varios. Es medio paradójico: estoy un poco en todos. En un jardinero a quien el sistema de salud hace todo lo posible por quebrar su libertad, en el pibe que le preocupa más alardear su instagram y militar por las redes para encontrar a su mascota,   

Entre tantos intereses de su ficción, aparecen desde autos de alta gama hasta un notorio relevamiento respecto de la fauna de Oceanía, “Los autos me interesan en relación al poder que es un tema que también me interesa literariamente; los objetos como parte de las personas, como deseo, como represetanciones de la libertad, como una forma de cumplir lo que se quiere, y que puede concretarse pero no alcanza”, esboza quien asume su vínculo de modo eventual manejando “a duras penas y en coches prestados”.

En cambio, el vínculo con los animales la remite a su infancia. “Me crie en un campo seco y pobre del sur de la provincia de Buenos Aires, conviví con conejos extraídos de su hábitat natural que se veían felices en un jardín de cemento, con lauchas de laboratorio, pero también con vacas, caballos. Comí testículos de terneros cuando no sabía el significado de la palabra “testículo” durante las yerras donde trabajaba a la par de mi madre y de mis hermanos. Tuve trato asiduo con gallinas, teros a los que mis hermanos les cortaban las alas para tenerlos como mascotas, con lechuzas y buhos. Y más tarde, gané una beca para viajar a China. Y otra a Oceanía, cuyos animales aparecen en varios cuentos”, revela.

Sin eufemismos, Sonia realza “una cosa mágica acerca de los animales australianos”, diferenciándolo de la ficción. “No de Disney sino de la realidad. Lo descubrí al ganar una beca para ir a pasar una estadía a conocer su cultura, que tienen muy integrada a la creación pero también a la naturaleza y a los derechos indígenas, siempre en tensión. La fauna que vive allí no nació en otra parte del mundo. Por momentos Australia es vivir en la Prehistoria, en un mundo que no existe dentro del mismo en el que existimos nosotros. Canguros, koalas, dingos, solo nacen y crecen ahí. Y solo nacieron ahí”, confirma. Por último y en relación a sus asignaturas, Budassi concluye: “No hay pendientes sino deseos. Estoy por publicar un libro que ya sale de imprenta, de ensayos literarios y crónicas, que publicará HD Ediciones, y estoy terminando una novela llamada Realidad Artificial”. A estar atento entonces a sus próximas formas de provocar.